EL BASTARDO

Capítulo 2

La mirada de Ariadna parece perder vida; es como si su corazón se detuviera por un instante.

—Eras como una hermana para mí. ¡¿Por qué me hiciste esto?!

Luciana no responde; solo repite que ella tendrá al primogénito del Alfa y que, por ello, merece ser la esposa de Nicolás.

Los ancianos del consejo se acercan al Alfa, preocupados por el escándalo que ocurrió en la fiesta.

—Alfa, debe casarse de inmediato con la loba Luciana.

—¡No lo haré! M*****a sea, el amor de mi vida es Ariadna —dice el lobo, negando con la cabeza.

Ariadna lo empuja, sin quererlo cerca.

—Cásate con ella, déjame en paz —le devuelve el anillo de compromiso, lanzándoselo en la cara y mirando a Luciana con rabia. —Toma, siempre te gusta lo que yo dejo.

Echa a todos de su casa, sube las escaleras, entra a su habitación y, usando sus garras, se quita el vestido. Lo lanza por la ventana mientras grita entre lágrimas.

Le duele la traición, la mentira, pero, sobre todo, la humillación.

Su padre entra y la abraza.

—Hija, no sé qué decirte, pero cuentas conmigo.

La loba pide estar sola; es la única manera de hallar algo de calma.

Observa por la ventana. La lluvia parece comprender sus emociones, ese volcán que la inunda con sentimientos que nunca imaginó tener.

Llora; es su único modo de liberar la rabia que siente en el pecho. Sale en medio de la noche, como si aquella lluvia pudiera brindarle paz.

Llega al puente de la manada, con los brazos abiertos. La pequeña pijama blanca, que debió usar con su esposo en su primera noche, está empapada por la lluvia. Quiere acabar con su vida.

Siente cómo alguien la sujeta por la cintura y la baja a la fuerza de aquel barandal que habría terminado con su vida.

—¡No lo haga! —Bruno la sostiene con firmeza.

—¡Déjame! No quiero vivir así, ellos me han destruido —la voz de Ariadna tiembla.

Bruno la toma por las mejillas.

—No te destruyeron. Solo tú tienes la fuerza para permitir que hagan algo así. ¿Se las darás? Porque entonces demostrarás que eres una loba débil.

Ella tiembla. Bruno le coloca su saco para protegerla del frío bajo la lluvia. Ariadna se desmaya.

Fue demasiado para ella; la adrenalina de loba recorría su cuerpo mientras las emociones la sobrepasaban.

Al abrir los ojos, encuentra a Bruno a su lado, en la vieja casa donde él vive. Su padre le había dado algunos terrenos para que tuviera su propia producción de granos, en una hacienda pequeña y antigua.

La loba nota que, bajo la sábana, está desnuda.

—¿Qué me hiciste, bastardo? ¿Por qué estoy... sin ropa?

—¡Por supuesto que nada! —Bruno frunce el ceño, levantando la ceja derecha.

—¿Por qué estoy desnuda? —Ariadna se cubre con la sábana, sonrojada.

Una loba anciana entra en la habitación.

—No se preocupe, señorita Ariadna; yo la cambié. Le traje algo de ropa para que pueda vestirse.

Bruno le ordena a su sirvienta con amabilidad que le traiga algo caliente a la loba.

—Además, jamás te haría nada; no eres mi estilo.

—Pues tú tampoco eres el mío. Y, créeme, ya quisieras tener a una loba como yo en tu cama —le grita Ariadna, ordenándole que se dé la vuelta para no verla mientras se viste.

—¿Cómo? ¿Frígida? Creo que por eso...

—¡Dilo! Por eso tu hermano me engañó —Ariadna finge que su voz no se quiebra, pero Bruno lo nota.

—Lo siento, no quise decir eso.

—¿Lo sabías? ¿Por qué no me lo dijiste? —Ella suspira; su relación con Bruno siempre ha sido la misma, discusión tras discusión, pero en esta pregunta baja el tono de voz.

—Nunca le habrías creído a un bastardo, como me dices todo el tiempo.

Bruno se ofrece a llevarla a su casa. A pesar que ella prefiere ir sola, él no quiere dejarla sin compañía.

Ariadna niega y decide ir a pie, pero Bruno toma uno de sus caballos y decide seguirla.

—¿Me seguirás todo el camino? —pregunta ella, cruzando los brazos.

—Si accedes a subirte, yo te llevo; llegarás rápido y yo regresaré a mi casa para descansar de ti.

Ella accede, pidiéndole que la deje un poco alejada del centro de la élite de la manada para evitar comentarios.

Pero es inevitable; varias lobas de la élite notan que llega en compañía del lobo rechazado, el bastardo.

—¿Estarás bien? No quiero que regreses al puente. Me caes muy mal, pero no te deseo algo así.

—No te preocupes. No puedo creer que diga esto, pero tenías razón anoche: ellos no me van a destruir; no les daré ese poder.

La loba llega a casa, su padre la abraza preocupado.

—¿Cómo te sientes? Ya estaba preparando a mis lobos para ir a buscarte.

—Solo quiero estar tranquila.

Ariadna toma una ducha, se viste y se arregla; aunque quiere llorar, intenta no verse derrotada en el espejo.

Su padre le pide que baje al salón, donde Nicolás la espera.

—¿Qué haces aquí? No quiero verte.

—Tengo que hablar contigo, explicarte cómo fueron las cosas. Te exijo que me escuches; es una orden de Alfa.

Ella accede, intentando mantenerse tranquila mientras Nicolás le cuenta que Luciana lo sedujo.

—No la amo; está lejos de ser perfecta como tú. Solo fue una aventura que se salió de control.

—¿Y qué quieres? —ella cruza los brazos.

Nicolás se acerca y la toma del mentón.

—Te amo, eres el amor de mi vida. Haré lo que me pidas para que me perdones y estés a mi lado —intenta besarla.

Ariadna lo aparta al notar que lleva un anillo en el dedo.

—¿Ya te casaste con ella?

Nicolás baja la mirada.

—Anoche tuve que hacerlo; los ancianos consideran que no puedo cometer los errores de mi padre y dejar bastardos en la manada.

Ella suspira.

—¿Qué pretendes entonces?

—Que me esperes. Después del nacimiento del cachorro, la dejaré. Luciana es inservible; tú eres mi reina. Durante este tiempo, podemos vernos aunque sea solo como...

—¿Amantes? —Ariadna se enfurece— Lárgate de mi casa. Voy a seguir con mi vida, y créeme, hay muchos lobos esperando una oportunidad.

Nicolás la toma de los brazos con fuerza, lleno de rabia celosa.

—¿Como quién? ¿Como el bastardo de Bruno? Ya toda la manada sabe que llegaste muy temprano con él. ¿Qué pasa entre ustedes?

Ariadna sonríe, disfrutando del sufrimiento en los ojos de Nicolás, de la forma en que sufre igual que ella.

—Sí, quizás Bruno sea mi esposo.

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