Había ansiado tanto ese momento. Lo había soñado por meses.
Durante ese tiempo había dudado, me había decido y había vuelto a dudar.
Llevé mis manos por todo su amplio pecho, grabandome la forma de sus pectorales en las yemas y aspirando el olor maderoso de su fragancia. Esa sería la ultima vez que tocaría a mi esposo. Recorrí con los labios la curva de su definida mandibula, sintiendo sus manos en mis caderas y el calor de su piel desnuda contra la mía. La habitación estaba en penumbras, pero aun así podía ver la expresión de intenso placer en su rostro, y tambien su mirada, ligeramente nublada por el alcohol que corría en su sangre. Esa noche habíamos bebido mucho, mejor dicho, yo le había llenado el vaso una y otra vez, para luego seducirlo y llevarlo a la cama.
Sonriendole con seducción, separé mis labios de su piel y apoyando las palmas en su fuerte pecho, lo empujé contra la cama y me senté sobre él. Nos miramos con alcoholizado deseo, y con una leve dosis de amor imposible. Yo adoraba a ese hombre, amaba sus varoniles facciones, su voz profunda y ese temperamento endiablado que rara vez se suavizaba. Amaba que fuesemos tan distintos, que yo fuese una delicada y pequeña bailarina que se perdia en las frías pistas de hielo, mientras él era un fuerte e imponente peleador que se volvía una tormenta impredecible en cada pelea... y lo más importante, adoraba que fuese mío, que yo llevasé su apellido y él un anillo que lo aclamaba como mío. Pero apesar de ser esposos, nada podía pasar entre nosotros, ningun sentimiento tenía cabida en nuestro matrimonio. Aunque, aun así, él había cavado un agradable tunel dentro de mí y yo se lo había permitido, como un virus indetectable, que no se nota hasta que ya te está matando. Él era un virus para mí y me torturaba saber que estaba enamorada de él, no quería eso. ¡No me había casado con él para amarlo!
Sin separar mi mirada de la suya, me quité la poca ropa que traía y bailé sobre él como una mujerzuela experta. Me moví eroticamente, disfrutando los cambios de su expresión, admirar cómo se llenaba de placer y ver cómo su pecho subia y bajaba mientras gruñía por lo bajo, echando la cabeza atrás. Disfruté el contacto entre nuestros cuerpos más que nunca, gozando profundamente cada movimientos y grabandome cada jadeo suyo. Me entregué completamente y cuando el momento terminó, agotada me recosté en su pecho y escuché los ultimos latidos acelerados de su corazón.
Y cuando estos se volvieron regulares, disminuyendo su intensidad, levanté la cabeza y lo miré durmiendo. Antes de darme la oportunidad de acobardarme de nuevo, salí de la cama y en el mayor silencio me dirigí al baño. Tomé su navaja de afeitar y comprobé el filo antes de volver a la habitación. Lo observé un instante, una ultima vez. Era un hombre asombrosamente atractivo, alto y fornido debido a su profesión, y en los ultimos meses, había sido mi querido esposo.
Pero antes de eso, él fue el asesino de mi unica hermana.
Expirando entre labios, volví a la cama y en el mayor sigilo posible, subí a su cuerpo y volví a sentarme sobre su pelvis. Apreté la navaja en la mano y con sumo cuidado la acerqué a su cuello. Debido al alcohol y al cansancio, sueño era tan profundo que no reaccionó a mi peso. Mi corazón comenzó a latir con mayor rapidez y mi respiración ganó velocidad mientras apoyaba la afilada hoja en su piel, justo sobre las marcas que yo acababa de dejarle.
Me mordí el labio inferior y fruncí el ceño con angustia mientras lo miraba dormir con tanta tranquilidad, ya podía sentir mi pecho contraerse de dolor. Comencé a temblar y mis ojos se empezarón a humedecer mientras pensaba en la historia que contaría más tarde, cuando narrará lo que hice y porqué.
Había ganado mi primer oro como patinadora artística a los 15 años, en la categoría individual de los Grand Prix en Rusia; ganar había sido fantástico, emocionante y me había hecho tan feliz. Pero después de ese primer triunfo, no volvió a pasar, hasta ese día. 5 años después, sentía que podía volver a hacerlo de nuevo, ¡que podría volver a ganar! Y aunque por dentro estaba temblando y era un manojo helado de nervios, en el exterior era una completa patinadora profesional. Sonreí cómo nunca y abrí los brazos, preparándome para mi siguiente movimiento, mi último movimiento. La temperatura en la pista era tan fría que tenía la piel de gallina bajo el vestido rojo de brillante pedrería, y notaba las mejillas heladas, pero no podía parar. No quería parar. Porque estaba tan cerca, tan cerca de triunfar otra vez. Tomé un suave aliento entre labios y lo contuve. Después, exhalé y suavemente me deslicé por el hielo, hasta que sentí los brazos de mi novio y compañero de pista sujet
¿Muerta? Pensé mientras mi garganta se contraía, mirando las blancas flores en mis brazos. ¿Cómo puede decirme tal cosa?—N-no es cierto... —murmuré negando con la cabeza una y otra vez, abrazando fuertemente los 2 ramos—. ¡No es verdad! ¡Alina vino hasta Alemania para verme competir, ella está viva! De golpe levanté la cabeza y lo miré furiosa, llorando. Le grité. —¡Usted es un mentiroso, ella está con su prometido ahora! ¡M-me dijo que después de mi competencia me lo presentaría, cuando nos viéramos en el hotel...! Al ver lo alteraba que me estaba poniendo, él alzó una mano y pretendió tocarme, pero yo exhalé y retrocedí medio paso. No quería que ese mentiroso me tocará un solo cabello.—Alina está muerta, Cassandra, es la verdad —me repitió él con enfasis y poca paciencia. Sollozando, comencé a negar de nuevo. —¡No es cierto! ¡Esta noche ella y su prometido vendrán...! Entonces y sin detenerse, me sujetó de los brazos y bruscamente me acercó a él. Me obligó a verlo directamen
Conteniendo el aliento, apreté los dientes. Su colonia era de un aroma ligeramente maderoso, como un bosque lluvioso. El aroma favorito de Alina. A ella le encantaba esa fragancia, y yo al fin descubría la razón: ese imponente hombre. —Bien —accedí, queriendo saber a donde iba todo eso—. ¿Cuál es... la apuesta? Gerard contuvo una sonrisa y sin aviso previo me jaló del abrigo, acercándome a él. Jadeé cuando su pecho tocó el mío e inmediatamente sentí como deslizaba algo en el bolsillo interior de mi abrigo. —Tu tío no te ama, Cass, y lo verás —me aseguró sin soltarme, mirándome con una expresión de total seguridad—. Mi apuesta es que él te despeñara cual cordero en un acantilado. Intenté averiguar qué era lo que había metido en mi bolsillo, pero él negó suavemente con la cabeza y yo no me atreví a desobedecer. —Te convencerá de dejarlo todo, tu carrera, tu vida aquí, tus sueños... —bajó los ojos y miró mi boca un breve pero intenso segundo, antes de mirarme de nuevo a los ojo
¿Siempre se había referido a sí mismo? ¿Su apuesta era que mi tío me convencería de casarme con él en lugar de mi hermana? ¿Qué clase de tipo era ese hombre? Sabía lo que era: un demente. Un tipo totalmente desquiciado. —Tío, ¿qué dices? —articulé al fin, esbozando una leve e incrédula sonrisa—. ¿Casarme con él? No puedes pedirme... La mirada de mi tío se volvió dura y sorpresivamente se me acercó para después tomarme por los hombros. Me sujetó con gran fuerza y comenzó a sacudirme, mirándome como nunca lo había hecho: con severidad y enfado. —Cassandra, ¿no lo entiendes? Debes aceptar lo que te propongo. Apreté los labios, mirándolo con algo de miedo. Después de contarme todo eso, ¿se atrevía a pedir que me casara con ese tipo? ¿Realmente no me amaba? —Tío, no quiero hacerlo —le dije—. ¡¿Cómo puedes pedirme algo así?! ¡Es una locura! —Te lo pido porque es nuestra única opción. ¡Por favor, Cassandra, debes hacerlo! Me quedé sin palabras. ¿Gerard tenía razón y mi tio no me a
En mi vida, solo había besado a mi novio, a Alek, a ningun hombre más. Pero ahora que pasaba, me daba cuenta que los besos son distintos, tanto como las personas, diversos y con efectos diferentes. En ese momento, notaba los fuertes dedos de mi futuro esposo clavados en la parte baja de la espalda y el calor de su firme pecho contra la piel, mientras sus labios separaban los míos y su cálida lengua se colaba dentro de mi boca para acariciar lento la mía, volviendo ese beso más profundo, más invasivo y más...Aunque a pesar de todo eso, ese primer beso fue breve, mecánico y carente de pasión, solo un contacto simple pero necesario, como el cierre de un contracto, un sello de pertenencia. Y aun así, cuando se alejó, me quedé sin aliento por un segundo y no supe qué hacer. Mi mente se quedó en pausa.—Brindemos —me propuso como si nada, alejandose un segundo y trayendo 2 vasos de brandy con él.Me entregó una y se llevó la suya a los labios. La bebió de golpe y tras recuperar mi razonamie
—Regresaré, Alek —le dije después de un rápido beso, sonriéndole y mirando el anillo en mi dedo. Era lo que siempre había soñado, lo que siempre quise: casarme con el amor de mi vida. —No dejes de entrenar y cuando vuelvas, volveremos a competir juntos, ya no como novios, sino como esposos —sonriente, me besó la mano y se guardó el dolor de la despedida, como yo. Me alejé de él después de una última mirada, viéndolo entrar a su habitación mientras yo me alejaba deprisa por el corredor del hotel. Caminando, pensé en nosotros y me dolía aún más. Alek y yo llevábamos 5 años sin separarnos, compitiendo juntos, viajando de la mano, a veces viviendo en el mismo departamento. ¿Qué sería de mí sin él? Al llegar a mi habitación, ya había 1 par de hombres de traje formal en mi puerta, listos para escoltarme. Me pidieron empacar rápido, ya que su jefe esperaba irse en unos minutos. Cuando entré, encontré a mi tío guardando todo, yendo de un lado a otro con prisas, parecía ansioso por irse de B
¿Un bebé? Frené el beso y lo observé boquiabierta. Luego lentamente comencé a sonreír, totalmente incrédula. Yo no iba a darle un hijo, nunca tendría un hijo con él. Mis bebés jamás tendrían la sangre de un asesino, serían hijos de un solo hombre: Alek, nunca de él. —Eres realmente un hombre demente —le dije bajando de su regazo y poniéndome la blusa de nuevo. Me dirigí a la puerta. —Eres mía, Cassandra —lo oí decir a mis espaldas—. Serás mi esposa y me darás hijos, y evitar ese destino no es decisión tuya. ¿Crees que me caso para vivir sin formar una familia? ¿Y él creía que me tendría el tiempo suficiente como para pensar en hijos y familia? Yo no pensaba formar una familia con él ni en mil años. Iba a vivir con él un tiempo muy limitado, el más limitado posible ahora que sabía sus planes para mí. Sin responderle, lo dejé en la habitación y volví junto a mi tío. Durante el resto del viaje, no volví a verlo ni a su hermana. No le conté nada a mi tío, pero pensé en lo que tendría
—¿Brindaras conmigo? —me preguntó en la oscuridad. A mis espaldas, apreté el frasco de mortal gas sarín y continué mirando ese rostro atractivo e inquisitivo. ¿Sería capaz de ponerle fin a su vida esa misma noche? Tenía el arma, la oportunidad perfecta. Todo estaba mi favor, solo necesitaba el valor, la voluntad... —¿Vendrás por tu voluntad o me harás arrástrate? —preguntó de nuevo, cada vez menos paciente. Él es un asesino, me recordé, no lo olvides nunca. ¡No olvides el propósito de este matrimonio! Le dediqué una sonrisa muy cooperativa y asentí. —Brindare, pero primero hagamos un brindis en privado. Aquí. Tú y yo. El la oscuridad, el ceño de mi marido se frunció de inmediato. —¿Por qué? Busqué desesperadamente una excusa. —Solo... quiero brindar por nuestra relación real, por nuestros objetivos auténticos. Pensé que era una respuesta pobre, pero Gerard la aceptó y aunque me miró con desconfianza durante unos segundos, luego expiró y fue por las copas. En cuanto salió, res