¡Hola, queridas lectoras! Espero estes disfrutando de esta historia tanto como yo. Los capítulos serán lanzados Lunes, miercoles y sábados.
En mi vida, solo había besado a mi novio, a Alek, a ningun hombre más. Pero ahora que pasaba, me daba cuenta que los besos son distintos, tanto como las personas, diversos y con efectos diferentes. En ese momento, notaba los fuertes dedos de mi futuro esposo clavados en la parte baja de la espalda y el calor de su firme pecho contra la piel, mientras sus labios separaban los míos y su cálida lengua se colaba dentro de mi boca para acariciar lento la mía, volviendo ese beso más profundo, más invasivo y más...Aunque a pesar de todo eso, ese primer beso fue breve, mecánico y carente de pasión, solo un contacto simple pero necesario, como el cierre de un contracto, un sello de pertenencia. Y aun así, cuando se alejó, me quedé sin aliento por un segundo y no supe qué hacer. Mi mente se quedó en pausa.—Brindemos —me propuso como si nada, alejandose un segundo y trayendo 2 vasos de brandy con él.Me entregó una y se llevó la suya a los labios. La bebió de golpe y tras recuperar mi razonamie
—Regresaré, Alek —le dije después de un rápido beso, sonriéndole y mirando el anillo en mi dedo. Era lo que siempre había soñado, lo que siempre quise: casarme con el amor de mi vida. —No dejes de entrenar y cuando vuelvas, volveremos a competir juntos, ya no como novios, sino como esposos —sonriente, me besó la mano y se guardó el dolor de la despedida, como yo. Me alejé de él después de una última mirada, viéndolo entrar a su habitación mientras yo me alejaba deprisa por el corredor del hotel. Caminando, pensé en nosotros y me dolía aún más. Alek y yo llevábamos 5 años sin separarnos, compitiendo juntos, viajando de la mano, a veces viviendo en el mismo departamento. ¿Qué sería de mí sin él? Al llegar a mi habitación, ya había 1 par de hombres de traje formal en mi puerta, listos para escoltarme. Me pidieron empacar rápido, ya que su jefe esperaba irse en unos minutos. Cuando entré, encontré a mi tío guardando todo, yendo de un lado a otro con prisas, parecía ansioso por irse de B
¿Un bebé? Frené el beso y lo observé boquiabierta. Luego lentamente comencé a sonreír, totalmente incrédula. Yo no iba a darle un hijo, nunca tendría un hijo con él. Mis bebés jamás tendrían la sangre de un asesino, serían hijos de un solo hombre: Alek, nunca de él. —Eres realmente un hombre demente —le dije bajando de su regazo y poniéndome la blusa de nuevo. Me dirigí a la puerta. —Eres mía, Cassandra —lo oí decir a mis espaldas—. Serás mi esposa y me darás hijos, y evitar ese destino no es decisión tuya. ¿Crees que me caso para vivir sin formar una familia? ¿Y él creía que me tendría el tiempo suficiente como para pensar en hijos y familia? Yo no pensaba formar una familia con él ni en mil años. Iba a vivir con él un tiempo muy limitado, el más limitado posible ahora que sabía sus planes para mí. Sin responderle, lo dejé en la habitación y volví junto a mi tío. Durante el resto del viaje, no volví a verlo ni a su hermana. No le conté nada a mi tío, pero pensé en lo que tendría
—¿Brindaras conmigo? —me preguntó en la oscuridad. A mis espaldas, apreté el frasco de mortal gas sarín y continué mirando ese rostro atractivo e inquisitivo. ¿Sería capaz de ponerle fin a su vida esa misma noche? Tenía el arma, la oportunidad perfecta. Todo estaba mi favor, solo necesitaba el valor, la voluntad... —¿Vendrás por tu voluntad o me harás arrástrate? —preguntó de nuevo, cada vez menos paciente. Él es un asesino, me recordé, no lo olvides nunca. ¡No olvides el propósito de este matrimonio! Le dediqué una sonrisa muy cooperativa y asentí. —Brindare, pero primero hagamos un brindis en privado. Aquí. Tú y yo. El la oscuridad, el ceño de mi marido se frunció de inmediato. —¿Por qué? Busqué desesperadamente una excusa. —Solo... quiero brindar por nuestra relación real, por nuestros objetivos auténticos. Pensé que era una respuesta pobre, pero Gerard la aceptó y aunque me miró con desconfianza durante unos segundos, luego expiró y fue por las copas. En cuanto salió, res
¿Quién me había patrocinado? ¿Quién había costeado mi vida en Alemania? Apenas Gerard regresó a la fiesta, yo corrí en la dirección contraria y tras tomar un elevador, llegué a la habitación de mi tio. Antes de tocar a su puerta, oculté los chupetones en mi cuello con mi largo cabello. Al verme, me sonrió aliviado.—¿Ya lo hiciste? Estoy empacando, no debo estar aqui en la investigación —extendió la mano—. Dame el frasco de sarin, me desharé de él. Tú quedate y en cuanto sea posible, yo te buscaré despues.Expiré lento, avergonzada de esa estupida oportunidad que decidí darle. Y no me quedó de otra que confesarle que había fracasado. La expresión de mi tío se demacró al instante y luego sus rasgos se retorcieron hasta expresar un latente furia.Me jaló del brazo, arrastrandome al interior de su habitación. Allí, ante mi sorpresa, me asestó la primera bofetada de mi vida.—¡Eres una verdadera estupida! ¡¿Acaso te gusta ese tipo y esperas vivir toda la vida con él?! Sin dejarme contest
Había perdido a mi único familiar y apoyo en esa guerra, y ahora me encontraba sola. Mientras trataba de dormir con el anillo de Alek en mis manos, me maldije por haber desperdiciado el plan de mi tío y no haber acabado con Gerard limpiamente esa noche. Me arrepentí. Debí haberle dejado beber el vino, aunque fuera mi patrocinador y dueño de toda mi carrera, aunque fuera mi esposo. Por sobre todo eso, era el asesino de mi hermana. Al día siguiente, después de levantarme y quitarme al fin ese pesado vestido blanco, guardé muy bien el anillo de mi prometido en el fondo de mi maleta. Luego bajé al primer nivel del departamento, atraída por el sonar de la vajilla y el olor a comida recién hecha. En el impecable comedor, encontré a Danielle, mi cuñada. Mirando en torno en busca de Gerard, me senté cerca de ella. —Mi hermano está en la cocina, preparando mi desayuno —dijo ella secamente, sin dejar de mirar su celular. Dirigí mi vista a la puerta cerrada de la cocina, impresionada por ese
—Ahora, repite tus malditas palabras. Di que nunca tendrás sexo conmigo —me dijo Gerard al oído, deslizando una mano hasta mi cuello. Cerró los dedos cuidadosamente en torno a mi garganta, ejerciendo la suficiente presión para hacerme jadear. —Dilo, patinadora —me instó cambiando su tono a uno más serio—. Dime lo que dijiste hace unos momentos. Repíteme esa basura de que nunca pondrías tus ojos en alguien inferior como yo. Cualquier rastro del placer que estaba teniendo, desapareció mientras yo trataba de respirar. Aunque, aún si muriera, no le seguiría el juego. Incluso cuando plasmó un beso entre mis omoplatos y dijo: —Anda, amor, ten el valor de decir que nunca cogerías conmigo. Me quedé tendida sobre la isla, roja de humillación y muda de vergüenza. ¿Cómo había consentido eso? ¿Cómo me había atrevido a disfrutarlo? Y más terrible, ¿cómo es que esta ya era la segunda vez que sucedía algo así entre los dos? Sentí como el arrepentimiento se iba volviendo presente, ganando fuerza
Pensé que moriría. Pensé que lo había matado. Mientras corría hacía él, sin saber por qué exactamente, de verdad pensé que lo vería morir. El banquillo estaba roto y Gerard estaba cayendo. Tal vez era la adrenalina disparada en mi sistema, pero pude ver con detalle todo lo que ocurrió en ese breve instante. Miré el banquillo fracturarse y Gerard, que estaba recostado sobre ella, perder el equilibrio de la barra que sostenía y ladearse con ella. Uno de los discos más pequeños se salió de la barra y le golpeó en la cabeza a Gerard. La sangre manó de inmediato y sus músculos tensarse en un último intento por equilibrar el enorme peso de los discos restantes. Di por sentado que moriría bajo el peso de todos ellos. Pero me equivoqué, mejor dicho, lo subestimé. Las venas y tendones de sus brazos se tensaron bajo la piel, antes de apretar los dientes y lograr arrojar la pesada barra a un costado. La barra cayó con un sonoro golpe y los discos de hierro fundido se dispersaron. —¡Gerard!