CAPITULO 7

ARIELLE BRIGHT Y ENMANUELL GIORDANO.

Arielle llegó al pabellón de las hermanas de la caridad donde sería guiada por Sor Juana.

Era una monja muy estricta y regañona, todo lo quería a su tiempo y si no lo estaba imponía los castigos sin autorización de la,madre superiora.

—Sor Juana, una nueva novicia, estará aquí con ustedes hasta segunda orden. Son órdenes de la madre superiora.

—¿Cuáles son esas segundas órdenes? Hermana, aquí todas la hermanas saben su deber y están segura de su vocación.

Arielle tenía la cabeza gacha, y Sor Juana no podía ver su rostro muy bien. La miró y le dio órdenes de seguir.

—Vamos, te indicarle tu deberes. —habló con severidad. Arielle miró a Sor María y dibujó una leve sonrisa.

—Ve tranquila. —le susurró y ella entendió y siguió su camino.

—Las hermanas de caridad somos ayudantes de Dios aquí en la tierra, alimentamos a los necesitados y ayudamos en el orden del convento y la basílica. Tendrán días disponibles el ayuno.

Sor Juana explicó todo lo que Arielle las actividades que tendría que hacer.

—Mañana empiezas con tus labores.

La noche llegó, Arielle se duchó, se miró al pequeño espejo que tenia, vio sus ojeras marcadas, al igual que la profunda tristeza en sus ojos, recordó el día que sería el más feliz de su vida, y estaba ahí, encerrada en cuatro paredes con una cama una silla y un hábito colgado en la pared. Suspiró profundo y se hincó de rodillas sobre la cama y lloró, lloró toda la noche.

Al día siguiente despertó luego de dormir unas pocas horas, se cambió y fue al desayunador y luego al sala de oración, así era la rutina diaria cada día.

Los días pasaron en completa calma, hasta que le tocó la semana de la caridad. Tenía que salir a dejar alimentos a uno de los orfanatos de la cuidad.

—Hoy  organice una visita al orfanato caritas felices, desde hoy toca la semana culturas que realiza esa institución y ustedes enseñaran artes a los niños, como cantar, pintar, y dibujar. Las hermanas encargadas  serán, hermana Luz, la hermana Maylin, y la hermana Rebeca.

Luz y Rebeca eran hermanas por vocación, Pero tenían una personalidad muy extrovertidas. Muy opuestas a la nueva Arielle.

Arielle acepto sin protestar,

—Todo está listo para que vayan hasta allá, tomarán un Uber por qué la buceta está en reparación. —sugirió Sor Juana.

—Podemos ir caminando, está muy cerca el orfanato. —propuso la hermana Rebeca.

—Vayan con cuidado, hermanas .

Luz, Rebeca y Arielle Maylin tomaron lo que cada una le tocaba llevar y salieron del convento.

Caminaron por las calles de Roma, Rebeca y Luz hablaban animadas mientras Arielle iba concentrada en sus pensamientos.

"Dios, esto no era lo que yo quería, bueno Estoy lejos, en otro país, no corro el peligro de encontrarme con Gabriell." Pensó sin darse cuenta al cruzar la calle. Una auto estaba casi encima de ella.

El sonido de los neumáticos al frenar la sacó de sus cavilaciones, tiró todo lo que llevaba y cayó al suelo casi desmayada de la impresión.

El hombre logró frenar a tiempo, y salió del auto de prisa y corrió a mirar a la monja en el suelo.

—¿Está bien hermanita? Lo siento disculparme, no la vi. Vamos la llevaré a un hospital. —Expresó algo asustado.

Arielle  levantó la mirada y sus ojos se encontraron con esa intensa mirada, Arielle trago el nudo en su garganta y parpadeó, se puso de pie tan rápido como pudo,  limpiando su hábito y se negó a la petición del hombre.

—No pasó nada grave, tranquilo estoy bien. —dijo Arielle recogiendo sus cosas mientras el ayudaba hacerlo.

—Por favor, déjeme llevarla a un hospital para que la revisen hermana.

—No hace falta, tenga un buen día. —se negó y siguió su camino.

—¿Estás bien May? Mira el susto que nos dio ese mangazo de hombre. —preguntó la hermana Rebeca.

Arielle la miró y sonrió, por escucharlas expresarse así.

—No te sorprendas, somos monjas Pero no ciegas, dios nos dio estos ojos para admirar sus hermosas y bellas creaciones. —respondió la hermana Luz.

Arielle sonrió haciendo un gesto de negación.

—Vamos, sonríe, te ves siempre muy triste y callada. ¿Estás aquí en contra de tu voluntad? —interrogó Luz.

—No, vine con voluntad.

—Pero no convencida de que está es tu vocación. ¿Cierto? —aseguro con una pregunta Rebeca.

Arielle se quedó callada y continuó en silencio.

—Tranquila, por eso estás en esta congregación, aqui se pasa un determinado tiempo, por eso nos envían al exterior de esas paredes, para ver lo que el mundo nos ofrece y si estamos verdaderamente dispuestas a renunciar a él y sus ofrecimiento. —Habló Rebeca.

Arielle suspiró profundo y terminó contando las razones por las que decidió entrar al convento. Rebeca y Luz sintieron pesar en sus corazones al ver en sentimiento de dolor en cada palabra que Arielle decía.

—No todas las creaciones son perfectas, hay creaciones defectuosas como esa Katherine, que no supo valorar tu amistad y ese sinvergüenza, tu amor. Algún día encontrarás tu verdadero amor, ya sea aquí en el convento que es casarte con Dios, osea sirviendo a él sin condiciones ni arrepentimientos o allá fuera, donde hay creaciones tan pero tan bien hechas como el que por poco te atropella.

—Gracias hermana Rebeca, hermana Luz, gracias por escucharme. Solo necesito tiempo para ver con claridad lo que realmente deseo, solo quería estar en un lugar que no me recuerde todo lo que viví.

—Tómate todo el tiempo que desees, y recuerda que para servir a Dios no es necesario vestirse con un hábito, también le sirves firmando un matrimonio sólido y estable, lleno de amor y formando una familia de bien.

Continuaron hablando y llegaron al orfanato dónde compartieron todo el día enseñando a los pequeños.

La tarde llegó y volvieron al convento. Y así, como pasó la tarde pasaron los días convirtiéndose en semanas, Arielle entro en más confianza con  Luz y Rebeca salían a realizar las obras de caridad y volvían.

—Muye bien hermanas, hoy tenemos que limpiar la basílica, para mañana muy temprano decorarla con flores, pues se realizara una boda, no es muy común que se realice pero han pedido una celebración aqui.

Arielle sintió un vuelco en su corazón al escuchar esas palabras, ya habían pasado un mes y medio de su desdichado día y ahora estaba ahí limpiando y arreglando la iglesia para una boda. Trago el nudo en su garganta y cerró los ojos deteniendo las lágrimas que amenazaban con salir. Sor Juana explicó todo lo que tenían que hacer y empezaron.

Arielle caminó .uy despacio a la iglesia y empezó, junto con Rebeca, Luz y otras hermanas más.

Al día siguiente continuaron con los arreglo florales y el pasillo de pétalo, Arielle sentía una angustia que no podía explicar, los latidos de su corazón eran acelerados sintiendo el dolor al recordar aquel día.

Sus lágrimas rodaban y las enjugaba sin que nadie lo notara.

Tres horas después la iglesia estaba  decorada, y lista para recibir a los invitados.

—Todo quedó hermoso, mira esas rosas anaranjadas divinas. —alagó la hermana Rebeca.

—May, se que esto es doloroso para tí, pero ves esa pequeña cámara, por ahí nos vigila Sor Juana, así que a mover esas patitas y apurarnos, en media hora empiezan a llegar los invitados.

El tiempo pasó y la la iglesia estaba con cientos de invitados esperando la llegada de los novios.

—Vamos a mirar por las cámaras, manos May. —sugirió Rebeca, Arielle rechazó la invitación, y Luz aceptó y ahí estaban, en la sala de control de las cámaras para mirar lo que sucedía en la basílica, y  como siempre habían asaltado la despensa para poder estar comiendo y mirando la ceremonia a través de las cámaras, como era costumbre de ellas vigilar siempre desde ahí

Arielle se escuchó y se retiró a darse un baño y a cambiarse. Bajo la lluvia artificial sus lágrimas se mezclaban y sus sollozos se ahogaban en sus manos.

—Hasta cuando este dolor, hasta cuándo me dolerás  Gabriell Alighieri. Voy a olvidarte, voy a sacarte de mi vida para siempre. —sentenció no midió el tiempo que estuvo en el baño, y después de que se sintió mejor salió envuelta en una toalla y para su sorpresa, en el lugar donde dejo sus hábitos limpios encontró un vestido de novia. Su sorpresa fue tan grande que miro el vestido y buscó sus hábitos y no los encontró por ningún lado.

—¿Pero que clase de  broma es esta? ¡Rebeca, Luz, ya dejen de jugar conmigo, no es gracioso. —decía  casi gritando sin ser escuchada.

—¡Rebeca, Luz, por favor, no me hagan esto, quiero mi ropa. —dijo en voz alta cuendo escuchó murmullos de hombres a acercándose.

Tres hombres vestidos de negro, abrieron abruptamente la puerta y ella dio la espalda justo en el momento en que ellos entraron.

—Ella es, se a quitado el vestido. —dijo uno de ellos por un radio.

—La quiero aquí de inmediato, traigan la ya. —ordenó la voz al otro lado.

—Señorita Arielle, por favor vista se y acompáñenos. —ordenó uno de ellos.

—No, no voy a salir así.

—Póngase su vestido, ahora, no me obligue a llevarla si como esta.

—Por favor, no me voy a poner ese vestido. —repitió, cuando el hombre intentó levantarla y sacarla así como estaba, envuelta en toallas.

—¡No! Espere, espere por favor. — dijo pataleando y el hombre la bajó nuevamente.

—Voy a vestirme, por favor, espere un momento, aunque no se por qué tengo que ponerme este vestido.

—No reniegue y vista se pronto. —ordenó el hombre.

Arielle se vistió nuevamente con el vestido de novia uno que no era suyo, que no escogió pero le recordó su triste día, sus lágrimas volvieron a salir a borbotones, nunca imagino que tan pronto volviera a vestirse de novia.

—Estoy lista. — dijo entre sollozos, el hombre la miró y habló severamente.

—Señorita Arielle, por favor coloque se el velo.

Arielle cerró los ojos y colocó el velo sobre su cabeza dejando caer una capa que cubría su rostro.

Suspiró profundo sin entender ese juego macabro del destino. ¿Quién había dejado ahí ese vestido? ¿Quién se llevó su hábito?

No tenía idea de lo que estaba pasando, pensó en Gabriell, y su corazón se estrujó, sus lágrimas rodaron y caminó cuando el hombre la tomó del brazo y la llevó al encuentro con un destino incierto.

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