Sabia a la perfección el piso donde se ubicaba la oficina del Lemaire; a medida que el elevador ascendía, poco a poco el limitado cubículo comenzaba a vaciarse, para la mitad del trayecto, Violette se encontraba sola, tratando de sosegar sus nervios. Su corazón dio un vuelco al escuchar con claridad el sonido que anunciaba la llegada a su destino; Violette emergió, encontrándose con mucho movimiento en los corredores del último piso, no sin antes corroborar la ausencia de Nora. Conforme avanzaba hacia la oficina del director Lemaire Edmond, los trabajadores la reconocieron a su paso por el prolongado corredor, permitiéndole el paso a la impoluta sala donde pasaba la mayor parte del tiempo el pelinegro. Apresuró su paso al escuchar la voz de la exaltada asistente, caminaba tan rápido como sus piernas y el elevado tacón se lo permitían. Sin importarle lo que Edmond estuviese haciendo, la impertinente mujer ingresó en su oficina abriendo las puertas de par en par; unos segundos después
—Hay un problema…— Susurró Violette al contemplar al final de la hoja el requisito de las firmas de dos testigos. Evidentemente, ninguno estaba preparado para eso, y para ser sinceros consigo mismos, deseaban no armar alboroto; sus dos mejores amigos no eran las personas más discretas en la faz de la tierra, en cuanto les diesen aviso armarían un drama, los recriminarían por actuar tan impulsivamente, y nunca perdonarían que ambos optaran contraer matrimonio en secreto. —Aguarda un momento aquí. — Solicitó el Lemaire, examinando la sala en la búsqueda de sus posibles salvadores. En su campo de visión ingresó una pareja de ancianos, ambos deambulaban por la oficina tomados de las manos, parecía que entablaban una amigable conversación, ya que la sonrisa trazada en sus labios delataba que estaban asando un buen rato. Violette atisbó desde la lejanía como su futuro esposo se acercaba educadamente a los dos ancianos. A posteriori de unos minutos, retornó al cubículo en compañía de ellos
Los presentes en la oficina se vieron obligados a frenar sus actividades para contemplar con descaro la escena protagonizada por su jefe; el estoico Edmond Lemaire se presentaba en compañía de una hermosa dama. Era algo para escandalizarse, no todos los días sus empleados y colegas tenían la oportunidad de desvelar una ínfima parte de su vida privada, el moreno era bastante reservado en ese aspecto y la mayor parte del tiempo procuraba no mezclar a su familia con el día a dia de la constructora, al menos no directamente. Abordaron el primer ascensor que les abrió las puertas. No en vano, Edmond era un exitoso arquitecto a la corta edad de treinta y dos años, valiéndose del reconocimiento mundial entre el selecto grupo de los grandes exponentes del primer arte; su arduo trabajo, perseverancia y sagaz actuar le valían codiciados proyectos pretendidos por otras constructoras. Así que, el Lemaire no era un tipo que estuviera habituado a la derrota. Las puertas de metal se abrieron acomp
Al encontrase rodeados por la intimidad de la soledad, Edmond no dudo en acorralar el cuerpo de su ahora esposa entre su gallarda figura y el escritorio de cristal. ¿Qué estás haciendo?— Preguntó con un hilo de voz tembloroso. Edmond le sonrió con afabilidad, pero ella supo que ese gesto era el preludio de algo atroz. Aprovechando la cercanía entre los dos, Edmond susurró en el odio de la mujer su respuesta. —Nada que tú no quieras. Un vivo color carmín coloreo las mejillas de Violette. Todo a su alrededor se prestaba para protagonizar una aventura con el hombre en la sala de juntas. El simple hecho de imaginarlo ocasiono que un escalofrió recorriera su columna sin contemplaciones, el nudo en su estómago se desató para liberar a las mariposas, era peligroso arriesgarse a tener sexo en la oficina, no obstante, la carga de advertencia llevaba consigo la adrenalina y excitación. Débil a las tentaciones carnales, desanudó la corbata de seda del pelinegro mientras sus labios repartían
—Esperaba lograr prolongar este momento hasta que todos estuvieran ebrios, sin embargo, creo que es hora de darles una noticia— Edmond pudo notar cuando todos contuvieron la respiración. Nadie parpadeaba, el ambiente cálido se tornó tan aterido, como si hubiesen abierto una tumba. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué tanto misterio?— Preguntó Sasha, dirigiendo su mirada hacia Violette en búsqueda de una respuesta. —Lo que pasa es que, Edmond y yo nos casamos el día de hoy. — Replicó la mujer de golpe. — Acudimos al registro civil para llenar una solicitud, y oficialmente somos marido y mujer. — Añadió. Acto seguido, disipó el escozor en la garganta al darle un largo trago a la copa de vino, aguardando por una respuesta. ¿Hablan en serio?— Cuestionó el rubio, inclinados unos centímetros hacia adelante, como si eso fuese a resolver sus dudas. —Bastian-…—Mascullo la tímida Caroline, instando al aludido a mantenerse calmado. —No tendría razones para mentir ¿o sí?— Manifestó el Lemaire, enma
—Me tome la libertad de invitar a Eugene y a su esposa a la reunión. — Explicó el hombre. Aprovechó un momento de soledad en el centro comercial para realizar una llamada a Caroline y después al heredero Da Silva. Luego de emitir una disculpa, relató el motivo del llamamiento, sabia la importancia que Eugene tenía en la vida de Violette, y si al inicio le causo conflicto el tipo de relación que llevaba, posteriormente entendió que no valía la pena dejarse cegar por los celos y la desconfianza. —En ese caso, vengan con nosotros al jardín, hay comida y licor. : : : : : : : : Necesitaba un momento para descansar. Sentía como la pesadez se apoderaba poco a poco de sus parpados, el cuerpo le dolía y conforme los minutos pasaban iba perdiendo el control a causa del alcoholo. A tientas, logró llegar sana y salva a uno de los sillones del jardín, permitiéndose recostar su cansada hechura en la comodidad del colchoncillo. Sus oídos escuchaban con delectación la calmada melodía, el baile ha
Inmerso en el paisaje inteligible desde su asiento, Edmond Lemaire se encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había comenzado su descenso, arrancando un suspiro de alivio de lo más profundo del pecho de aquel estoico hombre, atravesaron los densos nubarrones, disponiéndose a aterrizar en el aeropuerto de Paris.La mirada desentendida del hombre atrapaba atenta la melancólica en tonos grises y blancos, simulaba una escena extraída de alguna película de antaño. Tras completarse el aterrizaje, las señales dentro del avión se apagaron y de los altavoces comenzó a sonar alguna tonadilla comercial. Las azafatas amablemente indicaron el rumbo de salida a los pasajeros.Mientras descendía de la enorme aeronave, Edmond se tomó unos cuantos minutos para mantenerse tan recio como el tronco de un añejo árbol, llevó una mano hacia su cabeza, tratando de apaciguar el punzante dolor situado en la frente. Ciertamente las horas de vuelo dejaban marcas en forma de cansancio, pese a tod
Transitaba el más rápido que sus piernas y condición le permitían; sus ojos permanecían fijos al frente, no tenía el tiempo suficiente o la paciencia para prestar atención a sus alrededores. Esbozó una sonrisa triunfante al atisbar la moderna edificación erguirse frente a sus narices. Caminó por el pabellón, por el cual transitaban algunas personas. Recuperó la respiración al cruzar el umbral de las puertas deslizantes, una vez que ubicó la recepción la longeva mujer detrás del aparador le indicó como llegar al pabellón de ginecología, donde seguramente Violette se encontraría. —Buenas noches, busco a la paciente Lemaire Violette, ingresó en la madrugada. — Habló. Dubitativa, la chica lanzó un vistazo a la pantalla de la computadora y luego al pelinegro. Podía asegurar que su aspecto dejaba mucho que desear, no esperaba lucir como un súper modelo cuando había atravesado más de diez calles corriendo bajo la nieve, mucho menos cuando las ojeras decoraban la parte inferior de sus ojos