Durante el corto lapso de relación entre él y Violette, sabía que en algún punto ese día llegaría.Algo en su interior le decía que tal vez no sería bien recibido; en su defensa, podía decir que era una víctima de las circunstancias, no obstante, plenamente consciente de sus actos y de lo que derivó de una pasión juvenil en una noche de verano, Lemaire Edmond era el padre de Katherine.Habían transcurrido doce largos años, donde su identidad se mantuvo en total secreto.Desde el momento en el que ingresó a la no tan discreta residencia Dubois pudo darse cuenta de la gravedad del asunto; Antoine estaba muriendo y no existía nada en el mundo que remediase tal hecho. A todo esto, se le sumaba los atenuantes momentos de tensión entre él y la peli-negra, los cuales, parecían tornarse habituales conforme cada uno se sumergía en sus propios problemas.Para su buena fortuna, fue bien recibido por los padres de Violette. La tarde transcurrió tranquila, entre placidas anécdotas relatadas por An
—Señor, yo…— Edmond se detuvo a contemplar como las lágrimas se acumulaban en los ojos claros del padre de Violette. Le otorgó unos cuantos minutos para que recuperara la compostura y continuara con aquel discurso tan emotivo que tenía preparado exclusivamente para él y nadie más.—Solo quiero que las hagas felices, me refiero a Katherine y Violette. Las he visto crecer a ambas, llorar antes de entrar al colegio, sentirse nerviosas al presentar un examen, afrontar todos los retos que la vida tiene preparados para ellas. Estoy preparado para dejarlas partir. Siempre me aterró esta idea, pero estoy completamente seguro que ellas se encontraran seguras, amadas y felices a tu lado. — Las lágrimas rodaron por las mejillas del emotivo hombre, permitiéndole a Edmond contemplar aquella faceta que mantenía tan oculta de su familia y de todo aquello que tanto amaba.—Puede confiar en que así será. — Replicó el hombre, posando una mano sobre su hombro, mostrándose un poco titubeante.—He visto l
—No toda la iniciativa debe venir de Edmond. — Mascullo Lena casi inaudible.¿A qué te refieres?— Preguntó Violette.—Quizá, tú deberías proponerle matrimonio esta vez. — Profirió tímidamente. La oji-verde suspiró resignada y dirigió su mirada hacia Katherine, quien sumergía sus pies descalzos en la calidez del agua. Tal vez Lena tenía razón, puede que era su turno.: : : : : : : : :No era extraño que madre e hija se reunieran en las noches en la habitación de la mujer para charlar sobre todos los acontecimientos del día; Violette había implementado esta linda tradición desde que Katherine era una pequeña niña de mejillas rechonchas invadida por un montón de dudas, así pues entablo un vínculo estrecho con ella.¿Te gusta la nueva casa?— Inquirió, deseosa de escuchar a Katherine. Fe, esperanza, felicidad y amor eran los cimientos del nuevo hogar de la familia Lemaire. Bien sabía que su hija soñó con ese momento desde que era pequeña, y por fin se realizaban sus sueños.—Es sorprendent
Temerosa, en medio de la oscuridad, busco el rostro del pelinegro, tratando de atisbarlo con la poca luz que se filtraba entre las cortinas. Contuvo un grito de tristeza al corroborar lo que menos cruzo por su mente; el pelinegro estaba sumido en un profundo sueño, cuando eso sucedía, no existía poder humano que lo regresara. Más allá de incomodarlo, un largo suspiró de resignación escapo de sus labios. Encontraría el momento adecuado para hablar sobre el tema, no obstante, temía que eso nunca sucediera. Conforme, cerró los ojos, sin más alternativa que sumirse en el sueño. : : : : : : : : Los rayos del sol entraron por la ventana sin consideración. La calidez y luz inundaban la amplia habitación, acarreando que cierta dama de cabellos rosados se removiera bajo las sabanas, difundiendo una serie de improperios ante el abrupto despertar. Se estiró como un gato, lanzando un largo bostezo. Sentía que el cansancio se apoderaba de cada célula de su cuerpo, el solo imaginar la montaña d
Sabia a la perfección el piso donde se ubicaba la oficina del Lemaire; a medida que el elevador ascendía, poco a poco el limitado cubículo comenzaba a vaciarse, para la mitad del trayecto, Violette se encontraba sola, tratando de sosegar sus nervios. Su corazón dio un vuelco al escuchar con claridad el sonido que anunciaba la llegada a su destino; Violette emergió, encontrándose con mucho movimiento en los corredores del último piso, no sin antes corroborar la ausencia de Nora. Conforme avanzaba hacia la oficina del director Lemaire Edmond, los trabajadores la reconocieron a su paso por el prolongado corredor, permitiéndole el paso a la impoluta sala donde pasaba la mayor parte del tiempo el pelinegro. Apresuró su paso al escuchar la voz de la exaltada asistente, caminaba tan rápido como sus piernas y el elevado tacón se lo permitían. Sin importarle lo que Edmond estuviese haciendo, la impertinente mujer ingresó en su oficina abriendo las puertas de par en par; unos segundos después
—Hay un problema…— Susurró Violette al contemplar al final de la hoja el requisito de las firmas de dos testigos. Evidentemente, ninguno estaba preparado para eso, y para ser sinceros consigo mismos, deseaban no armar alboroto; sus dos mejores amigos no eran las personas más discretas en la faz de la tierra, en cuanto les diesen aviso armarían un drama, los recriminarían por actuar tan impulsivamente, y nunca perdonarían que ambos optaran contraer matrimonio en secreto. —Aguarda un momento aquí. — Solicitó el Lemaire, examinando la sala en la búsqueda de sus posibles salvadores. En su campo de visión ingresó una pareja de ancianos, ambos deambulaban por la oficina tomados de las manos, parecía que entablaban una amigable conversación, ya que la sonrisa trazada en sus labios delataba que estaban asando un buen rato. Violette atisbó desde la lejanía como su futuro esposo se acercaba educadamente a los dos ancianos. A posteriori de unos minutos, retornó al cubículo en compañía de ellos
Los presentes en la oficina se vieron obligados a frenar sus actividades para contemplar con descaro la escena protagonizada por su jefe; el estoico Edmond Lemaire se presentaba en compañía de una hermosa dama. Era algo para escandalizarse, no todos los días sus empleados y colegas tenían la oportunidad de desvelar una ínfima parte de su vida privada, el moreno era bastante reservado en ese aspecto y la mayor parte del tiempo procuraba no mezclar a su familia con el día a dia de la constructora, al menos no directamente. Abordaron el primer ascensor que les abrió las puertas. No en vano, Edmond era un exitoso arquitecto a la corta edad de treinta y dos años, valiéndose del reconocimiento mundial entre el selecto grupo de los grandes exponentes del primer arte; su arduo trabajo, perseverancia y sagaz actuar le valían codiciados proyectos pretendidos por otras constructoras. Así que, el Lemaire no era un tipo que estuviera habituado a la derrota. Las puertas de metal se abrieron acomp
Al encontrase rodeados por la intimidad de la soledad, Edmond no dudo en acorralar el cuerpo de su ahora esposa entre su gallarda figura y el escritorio de cristal. ¿Qué estás haciendo?— Preguntó con un hilo de voz tembloroso. Edmond le sonrió con afabilidad, pero ella supo que ese gesto era el preludio de algo atroz. Aprovechando la cercanía entre los dos, Edmond susurró en el odio de la mujer su respuesta. —Nada que tú no quieras. Un vivo color carmín coloreo las mejillas de Violette. Todo a su alrededor se prestaba para protagonizar una aventura con el hombre en la sala de juntas. El simple hecho de imaginarlo ocasiono que un escalofrió recorriera su columna sin contemplaciones, el nudo en su estómago se desató para liberar a las mariposas, era peligroso arriesgarse a tener sexo en la oficina, no obstante, la carga de advertencia llevaba consigo la adrenalina y excitación. Débil a las tentaciones carnales, desanudó la corbata de seda del pelinegro mientras sus labios repartían