Capítulo 3

MEGAN

Hago un segundo intento, son las ocho de la noche, tal y como me dijo el sujeto, que por el nombre que viene en la tarjeta ahora sé que se llama Brandon Lewis, le he llamado al número privado que viene marcado, pero no me responde y comienzo a sentirme nerviosa. 

Respiro hondo, vuelvo a llamar, obteniendo el mismo resultado inicial, nada, solo silencio al otro lado de la línea, lo investigué en Internet, es un famoso empresario, su familia es multimillonaria, son dueños de la mejor cadena hotelera del país, lo que resulta irónico debido a mi carrera.  

—Una vez más —me digo a mí misma. 

Las manos se me congelan, y justo cuando estoy a nada de rendirme, atiende. 

—Brandon Lewis —habla en un tono más relajado, e incluso carismático—. ¿En qué lo puedo ayudar? 

—Hola —carraspeo—. Soy Megan… la chica a la que le dio su tarjeta a las afueras del hospital, esta mañana. 

Hay un breve silencio al otro lado de la línea. 

—Tú —espeta con dureza y mi corazón se me acelera—. No me vuelvas a buscar. 

Abro la boca para decir algo, pero es demasiado tarde, me ha colgado. 

«Cretino»

Siento que el aire me falta, pero no me rindo, le marco de nuevo, solo que esta vez me ha bloqueado. 

—¡Capullo! —exclamo al sentirme perdida. 

De mi cabeza no salen las caras y las amenazas de los mafiosos a los que les debo el dinero que no me sirvió de nada, porque me lo robaron. Tengo que encontrar una salida, aunque en estos momentos parezca imposible. 

Miro la hora en el reloj, si no descanso ahora, no estaré lista para mañana, conseguí un empleo nuevo, y ahora tengo que conseguir otro para conseguir más dinero. Por lo que me doy una ducha de agua caliente, ceno un emparedado que me sabe a soledad, y me duermo. 

A la mañana siguiente me despierto en medio de una pesadilla, una en la que el Sr. Bonjovi me perseguía para que le pagara hasta el último euro. Cosa que se asemeja a la realidad. Me doy prisa para llegar al trabajo, que es un mini súper al lado de una gasolinera. 

El gerente es un hombre demasiado delgado, pálido y con los ojos hundidos, uno que sin duda no quita el genio que se carga, me pone a acomodar las cosas, da órdenes como si fuera una esclava de la edad media. Y para la hora del almuerzo, no me deja libre, no me da ni un solo respiro. 

—Atiende la caja mientras reviso el inventario en la bodega —demanda—. Y cuidado con robarte algo, hay cámaras de vigilancia por todo el lugar, te voy a estar vigilando. 

—Sí, señor —respondo sumisa. 

Aunque quiera mandarlo por un tubo, no puedo, eso significaría perder este empleo, y no debo darme ese lujo. Así que me quedo en la caja, atiendo a unas cuantas personas hasta que el cielo comienza a nublarse. 

De pronto, la campanilla suena, no me molesto en levantar la mirada y ver de quién se trata, debe ser el mismo cliente que solo viene por botana, cerveza o algo por el estilo. 

Saco mi móvil, comienzo a revisar algunas ofertas de trabajo mientras tanto, hasta que… 

—No puede ser cierto. 

Veo el oso de peluche que colocan sobre la barra, la voz ronca y demasiado gélida hace que la piel se me erice, levanto la mirada y me encuentro con un par de ojos azules demasiado inquisidores. Es el mismo sujeto; Brandon Lewis. 

—¿Acaso me estás acosando? —replica molesto. 

Me quedo sin habla. 

—¿Acaso de pronto eres muda? 

Las manos me sudan frío. 

—Le llamé como me pidió —respondo al recuperar mi voz—. Luego me colgó. 

—Ya le dije que sus asuntos personales, no son mi problema, ahora, cobre esto —saca su tarjeta de crédito. 

—Por favor, usted dijo que… —insisto.

—No me haga perder mi tiempo de nuevo —arguye, esta vez elevando el tono de voz. 

—No tiene por qué ser un gilipollas —agarro su tarjeta y procedo con el pago—. ¿Acaso todos los ricos lo son? 

—Escucha —habla con impaciencia en su voz—. Te vuelvo a decir, tu problema no tiene nada que ver conmigo, deberías dirigirte al ladrón que robó tu bolso, no conmigo. 

—¿Y cómo sé que no me ha robado el dinero y ahora se hace el inocente? —juego mi última carta, recurrir al chantaje. 

Sus ojos se vuelven como dos esferas llenas de fuego, llama a su chófer y en cuanto este entra, Brandon me toma del brazo y tira con fuerza hasta sacarme del Súper. 

—¿Qué hace? —mi voz tiembla como mis piernas. 

Me dirige hasta el auto y el miedo me avasalla. 

—Estoy en horario de trabajo —trago grueso. 

—Eso debiste pensar antes de culparme de ladrón —agrega.

—Yo… 

—Iremos a la estación de policía, voy a demostrar mi inocencia, y luego te demandaré por difamación. 

A la fuerza me mete al auto y solo rezo para que no cumpla con lo segundo. Para cuando llegamos a la estación de policía, es él quien se encarga de hablar, la ley se pone a sus pies en cuando dice su nombre y lo reconocen, en cambio, a mí, me ven como si estuviera loca. 

No tardan en lograr acceder a las grabaciones de las afueras del hospital, donde se ve claramente que tiene razón Brandon, el ladrón es quien se llevó mi dinero y él solo pudo recuperar el bolso cuando este lo lanzó al suelo. 

Mis mejillas se calientan y estoy segura de que, para este punto, se han teñido de un rojo escandaloso. 

—Como puede ver —me dice uno de los agentes—. El señor Brandon Lewis, es un héroe, no un ladrón, señorita… Evans. 

Creo que he olvidado cómo se respira. Bajo la mirada, mi plan no funcionó. 

—En vista de que te has dado cuenta de que soy inocente y he limpiado mi nombre, creo que requiero una disculpa —agrega Brandon. 

Tiene razón. Por lo que me pongo de pie. 

—Lo siento —musito—. Solo necesitaba el dinero para mi madre. 

—Nos solidarizamos con usted, pero no podemos hacer nada —lamenta el oficial. 

Al salir de la estación, debería estar agradecida, ya que Brandon no me demandó como había prometido, la lluvia comienza a caer y el frío me cala hasta los huesos, voy a perder a mi madre, los matones me van a encontrar y luego a matar. Lo presiento. 

Las lágrimas se acumulan en mis ojos, la barbilla me tiembla y me abrazo mientras bajo los escalones. 

—Señorita Evans. 

Llaman a mis espaldas, respiro hondo y volteo, todo para encontrarme con los ojos azules de Brandon Lewis. 

—No llore, permita que la lleve de vuelta. 

Niego. 

—No, gracias, estoy bien —mi voz es apenas audible. 

—¿Por qué eres una mujer poco razonable? Te he demostrado mi inocencia, he recuperado tu bolso, no he demandado, ¿qué más quieres de mí? —sus ojos detallan mi rostro, como si quisiera guardar cada rasgo en su memoria. 

Pero ya no tengo tiempo, las lágrimas comienzan a derramarse por mis mejillas y me doy la vuelta. Pero tira de mi brazo. 

—Espera —saca su billetera—. Aquí están cien euros, espero que te sirvan de algo. 

Levanto la mirada. 

—Espero que no me vuelvas a contactar. 

Y diciendo esto se marcha, dejándome sola, con el dinero, y el corazón destrozado, veo como se sube a su auto, arranca y me deja atrás. 

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