Capítulo 117
A la mañana siguiente, Fabiola, que se había despertado, levantó apresuradamente el edredón, pero descubrió que la ropa que llevaba sobre el cuerpo estaba intacta.

¿No había pasado nada entre ella y Benedicto?

—¿Ya despertaste?

Al levantar la vista, Fabiola vio a Benedicto salir del baño, envuelto sólo en una toalla holgada. El agua fría resbalaba por su cabello, recorriendo los definidos músculos de su abdomen hasta perderse en el borde de la toalla.

Ella, desorientada, murmuró: —Sí.

Benedicto se acercó y se sentó en la cama.

El lado donde se sentó se hundió instantáneamente.

El corazón de Fabiola latía con fuerza.

Y sus orejas se enrojecieron como si fueran a sangrar.

Benedicto tomó suavemente el delicado lóbulo de su oreja y dijo: —Anoche te quedaste dormida.

—¿Ah? —Fabiola recordó que Benedicto había salido a atender una llamada y luego, ella simplemente se había dormido.

Su rostro se tornó aún más rojo: —¡Lo siento!

Benedicto la abrazó: —¿Cómo piensas compensarme?

Los largos pesta
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