Blue Secret
Blue Secret
Por: Mariana Rosangel
Capítulo 1

—¿Hasta cuándo?

Silencio.

—¿Te haces la sorda?

Oh, por supuesto que la hormiga que se escapaba de las garras de la bestia a lo largo de la mesa a causa de una mancha de azúcar con café era más importante que lo que la mujer frente a la chica de cabellos rubios decía.

—¡Te estoy hablando! ¡Préstame atención! Te hice una pregunta.

—No lo hago a propósito —contestó la joven,  con la mirada perdida. Mordiendo su mejilla para evitar soltar una risilla.

—¿Es todo lo que dirás?

—Realmente no tengo más nada que decir —replicó,  tranquila.

La mayor dió un golpe a la mesa, haciendo que el vaso cayera al suelo rompiéndose en muchos pedazos pequeños. La chica rubia dió un respingo leve, pero se mantuvo en silencio.

—Honestamente no espero mucho de ti, pero me sorprende que cada vez logres dejarme en claro que no eres buena en nada que tenga que ver con estudios, ¡lo más importante en ésta vida!  —dijo, con desprecio. A veces hablaba extraño—. Así pretendes ir a una universidad. No me sorprendería que no te dejaran presentar tan si quiera para la peor de la ciudad.

La rubia suspiró y se levantó.

—¡No he terminado de hablar!

—Yo sí. Tengo que estudiar para un examen mañana. —contestó la joven, dándose media vuelta a esperar, por supuesto, el segundo vaso estrellándose a un costado de su rostro contra la pared. Esa vez sí torció su boca rosada en una sonrisa silenciosa.

—Mañana no entrarás a casa hasta las seis y media de la tarde. A las dos, cuando salgas del instituto irás a la biblioteca a estudiar hasta que te aprendas de memoria todas las malditas fórmulas de matemáticas.

—Mi peor nota es de Química experimental, no matemáticas. —le recordó la joven, con una risita, y salió disparada a la segunda planta, a su pequeña cueva, su habitación.

Soltó el suspiro entrecortado que estaba atorado a mitad de su garganta. Se preguntaba internamente una y otra vez cuál había sido la noche exacta, o el día exacto en que todo cambió. No solía sentarse a perder respiraciones profundas de tal forma pero, aquella noche, se sentía perdida. Se sentía fuera de sí misma, y no había ningún otro sentimiento que odiase más que ese.

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—¡Lanza la pelota, Gregory! ¿O temes que la estrelle de regreso a tu cara? —sus gritos poco delicados hacían temblar a Gregory, su compañero de clase, y eso le causaba gracia.

Ya no estaba perdida. Definitivamente su humor se había elevado un cincuenta por ciento más desde que el viejo bigotudo anunció que jugarían a los quemados en pleno campo. Era un enorme campo con una cancha de grama; al rededor tenía una pista de correr en donde a veces el viejo Madrid los hacía correr como bestias.

—P-por favor, no me golpees tan fuerte... —dijo Gregory frente a ella,  lanzándole la pelota con cuidado.

La tomó entre sus deditos pálidos y rosaditos, deseosos por lanzar la pelota de regreso a su compañero. Sin embargo, cuando lo intentó Gregory se apartó y la bola fue enviada a un alumno detrás de él; éste la tomó entre sus manos, ganándose el turno de lanzarlo. La rubia de inmediato abrió los ojos para enfocar mejor al chico responsable de lanzar la pelota contra ella. Ella frunció el ceño pues, no recordaba haber visto al castaño frente a ella en su clase antes. Lo iba a detallar más, sin embargo no pudo ya que cuando el chico lanzó la pelota contra ella, de forma suave, alguien más gritó el nombre de ella, una voz un poco brusca e impaciente.

—¡Vance! ¡Dhara Vance!

Una mueca de fastidio se expandió por el rostro de Dhara, la chica rubia, cuando escuchó al viejo director pronunciar su nombre. Se volteó a mirarlo con una sonrisa inocente, sin embargo. Cuando el balón chocó suavemente contra su costilla izquierda y el chico que lanzó el balón desapareció caminando hacia las gradas.

—¿Sí, dígame?

—Acérquese a dirección, por favor.

Todos se unieron en un aullido de misterio, a excepción de tres personas. Y dos de ellos, eran amigos de la chica.

—Dhara, ¿todo está bien? —le preguntó la joven de cabellos cortos y ojos grises, con preocupación.

Pero Dhara la tranquilizó con una mano.

—Todo bien, nos vemos en el descanso.

Dhara partió a la oficina del director, limpiándose las manos llenas de sudor en la tela de su pantalón corto deportivo, y recogiendo su melena rubia en una cola de caballo mal hecha. Suspiró en cuanto llegó a la oficina, y se adentró. Reconoció de inmediato el ceño fruncido del director, estaba molesto. Pero, ¿por qué, exactamente? En la mente de Dhara no cabía ninguna otra respuesta más que las tres materias que venía arrastrando a duras penas, y de las cuales dependía su graduación y su prueba de admisión.

—Tome asiento, joven Vance.

La rubia se sentó frente al señor de cabellos azabaches, casi temblando, pensando en sus regaños.

—¿S-sí?

El director puso una carpeta con hojas, muchas hojas en ella.

—Evaluaciones reprobadas  —explicó, breve—. ¿Cree que los profesores de éstas materias van a tomar tiempo de sus ocupadas vidas para repetirle cada una de las evaluaciones?

—¿No? —aquello salió más como una pregunta que como una afirmación. Aunque, por supuesto, Dhara sabía que sí lo era.

—No —sentenció el hombre—. ¿Qué crees que les pasa a las personas que reprueban más de tres materias el mismo año?

—Repiten. —habló la rubia, con los ojos temblorosos y las manos bañadas en sudor— Se quedan un año más y sin derecho a presentar a una universidad privada...

—Es posible que ni si quiera pueda presentar, señorita Vance. —severó el viejo pelinegro, mirando a la chica con preocupación.

Ante los ojos de él, analizaba la vida de Dhara como algo complicada, la compadecía. Sin embargo, no podía justificar el descuido tan grande respecto a sus estudios. Quiso comprender mejor la situación de la joven y preguntarle, pero pensó que sería muy metiche de su parte. En su lugar, decidió darle la noticia que posiblemente le resolvería la vida.

O tal vez no.

—Señorita Vance.

El llamado del señor hizo que Dhara alzara su cristalizada mirada. El pecho del señor se oprimió pues, era como ver a su pequeña hija reflejada en Dhara, incluso se parecían un poco, por ello era tan débil ante la joven.

—¿Sí?

—Hay algo que puedo hacer por usted pero, si deja pasar la oportunidad, repetirá. No habrá otra solución. —dijo el señor, poniendo ambas manos encima de la carpeta de evaluaciones perdidas.

—S-sí. Haré lo que sea.

El señor aclaró su garganta.

—Luego de un consenso, con los profesores de las respectivas materias, hemos decidido darle una oportunidad  —explicó el señor director, mientras Dhara lo miraba atenta con los ojos bien abiertos y brillosos, bañados en esperanza—. Tendrá que realizar un trabajo sobre el tema y los puntos exactos que le pidan los profesores. Es posible que te pidan hacer un resumen de todos sus temas, o como te dije, de un tema en especifico. Dependerá del profesor.

—Oh, bueno... —Dhara se mostró algo sorprendida aunque intentó ocultarlo. ¿Trabajos escritos? Era lo que mejor se le daba.

Era demasiado fácil, sospechosamente fácil.

—Era todo lo que tenía para decirte, a partir de mañana se te asignarán y tendrás para antes del baile, para entregar todo.

—¿En serio? —interrogó la rubia, ahora sí, bastante sorprendida.

La fiesta de graduación era para el mes próximo. Estaban a punto de comenzar mayo, a penas. Aquel día era veintinueve de mayo, para ser más exactos. ¡El baile de graduación era en junio! Y, sin contar los días que tomaría libre para los juegos del instituto, tenía tiempo de sobra.

Dhara se levantó de un salto con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Muchas gracias profesor! —dijo ella, sonriente, e hizo un ademan de salir.

—Espere, Vance, hay algo más que debo comentarle respecto a eso, pasa...

—Tranquilo, me lo puede decir mañana, debo regresar a la clase —dijo la rubia, atorada por la emoción y a la vez, ansiosa por irse de ahí. La dirección no era su lugar favorito.

—¡Vance! —para cuando el director la llamó de nuevo, la joven rubia ya había cerrado la puerta.

El director suspiró entrecortado, mientras tomaba el teléfono celular entre sus manos y marcaba el número de la persona con la que se comunicaría.

—¿Hola? —habló el señor, intentando mantener su voz serena—. Sí, tengo todo en orden, mañana deberían conocerse para comenzar sus trabajos. Sí... Es Vance. Dhara Vance. Está en su clase, seguro son cercanos...

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Dhara lanzó su tenedor de plástico a la cesta de basura, atinando al primer tiro.

—Qué miedo hacerte enojar —bromeó Jasper, su mejor amigo, mirándola con una mueca de terror fingida.

Aún así, una sonrisa complacida se esparció en los labios rosado de la chica pálida.

—Para eso estoy —contestó, y transformó su mueca en una seria—. ¿Donde está Syl? Desde que regresé de dirección no la veo por ningún lado.

Él dejó de reírse para mirarla serio también.

—Fue llamada por la subdirectora —explicó Jasper—. Parece que también tiene evaluaciones reprobadas. Por cierto, ¿Qué te dieron para hacer?

—Tengo que hacer trabajos para los profesores. Mañana, me dijo el director, que me los asignarán. —contó la rubia, frotándose uno de sus ojos.

...

El par de amigos se detuvieron a mitad de pasillo cuando vieron a la melena corta y castaña de su mejor amiga corriendo por los pasillos. Dhara se alarmó al verla pues, venía con los ojos bien abiertos. Menos mal cargaban el uniforme de deporte, que aunque eran pantaloncillos, eran más protectores que la asquerosa falda.

—¿Qué te pasó?

—¡Patio, patio, patio!

Sylvaine Silvester tomó a ambos amigos por los brazos y los arrastró con ella al lado contrario, rumbo al patio de la institución.

—P-pero...

—¡No hay tiempo de explicar!

Dhara se dejó llevar dándole una mirada de confusión a Jasper. El pelinegro de ojos verdosos solo se encogió de hombros.

Al llevar, pudieron ver el escenario; Dhara flexionó sus rodillas adoloridas y entrecerró los ojos por sol, pero pudo ver perfectamente el cuerpo robusto de Nathaniel Casper encima de otro cuerpo en el suelo duro del patio.

—¿Quién es...? —la voz de Dhara quedó en el aire, pues sus amigos tampoco tampoco conocían muchacho que tenía cabello castaño, piel blanca, y un perfil atractivo.

—Nunca lo he visto...

—Ni yo...

—¿Está... sonriendo? ¿Está loco? ¡lo está moliendo a golpes! —Dhara se sobresaltó, le exasperó el hecho de que el cuerpo del chico, aunque bien formado a simple vista, estaba debajo del cuerpo de Nathaniel el pelirrojo de un metro noventa del aula B, siendo golpeado sin piedad.

—Y ahí va el otro... —murmuró Syl, de brazos cruzados, observando al director caminar con pasos largos hacia el par de alumnos. Ya habían dos más intentando separarlos, pero era trabajo perdido.

Los tres mejores amigos observaban de brazos cruzados la escena. Eran una escalera; Jasper el más alto, le seguía Sylvaine, y finalmente Dhara, era la más pequeña de los tres.

—Debí traer mis palomitas. —se lamentó Jasper, chasqueando la lengua.

Dhara se quedó en silencio, sin embargo, con la mirada fija en el chico que estaba en el suelo. Llevaba el uniforme de deporte, su piel pastelosa y blanca brillaba con el sol, y lo observó ponerse de pie con una mueca de indiferencia... increíble. Simplemente, increíble. Tenía el labio roto, un moretón en el pómulo y en su ceja. Y ahí estaba.

Sin embargo, algo más captó su atención. El chico se quedó de pie en medio del patio, en medio de muchas miradas curiosas mientras que el director sólo tomó del brazo a Nathaniel y se lo llevó a la fuerza.

¿Por qué Nathaniel y no el otro? Pensó ella, con la curiosidad picandole.

—¿¡Vieron eso!? —preguntó Sylvaine.

—Se llevó solo a Nathaniel —balbuceó Dhara, siguiendo con la mirada sobre el castaño hasta que desapareció de su vista hacia uno de los callejones del instituto que conectaba a los basureros, y cuartos de mantenimiento.

Jasper estiró sus piernas, notando que la rubia pequeña tenia su atención en el chico misterioso.

–No parece ser americano —dijo Jasper, aún mirando a la rubia con algo de diversión—. ¿Deberíamos...?

Sylvaine lo miró con sus enormes ojos abiertos y emocionados.

—¡Por supuesto que sí!

—¿Qué opinas tú, Dhari? —interrogó a la rubia, y logró captar su atención.

Una sonrisa torcida se formó en los labios rosados de ella, mientras asentía lentamente.

—Es sin duda nuestro trabajo. El universo lo ha puesto en nuestras vidas por algo.

Jasper aplaudió emocionado. Ellos tres eran como la CIA, nada se les escapaba de las manos, conocían a casi todos los estudiantes de esa pequeña cárcel, al igual que los vecinos de la manzana de Dhara, y los vecinos en el edifico de Jasper y Sylvaine.

Dhara vivía en una bonita casa de dos pisos con su madre. Casa que su padre construyó, le parecia bonita hasta que... bueno, pasaron cosas desagradables y dejó de verla de la misma forma. Sin embargo, le gustaba salir todos los dias al parque abandonado de la cuadra de atrás con sus amigos, y regresar para la cena sola.

Jasper y Sylvaine vivían en un barrio a unos cinco minutos en autobús. Era un edificio cálido por fuera, frío por dentro. Incluso vivían en el mismo piso; Sylvaine en el departamento B-13 y Jasper en el B-16. Iban y venían juntos, y por supuesto, recogían y dejaban a Dhara en el camino.

Eso de que "los grupos de tres son de dos en realidad" jamás había aplicado para ellos. Eran ellos tres para arriba, para abajo, como fuera. Jamás habían tenido riñas que haya afectado a uno más que a otro, ni mucho menos salidas secretas, a menos que fueran en sus cumpleaños, ya se sabía. De resto, eran tan unidos como trillizos. No eran perfectos, claro está, pues de alguna forma sus personalidades chocaban, pero se mantenían unidos, era lo que importaba.

Y como todas las tardes después de la jornada de clases, caminaban por las calles transitadas hacia la parada de autobuses. El atardecer estaba a punto de formarse, el estómago de Dhara rugía como bestia, al igual que el de Sylvaine.

—¿Quieren cenar en mi casa? —preguntó Jasper a las chicas que caminaban a cada costado de él.

Dhara hizo una mueca.

—Debo asegurarme de que mamá esté en su turno, para avisar...

Dhara se paró en seco, con ambos brazos extendidos.

—¿Qué hora es? —interrogó, mirando a sus amigos.

—Cinco y cuarto —le contestó Sylvaine, mostrando la hora en su celular.

—Cenemos en casa de Jasper —dijo la rubia, mientras comenzaba a caminar—. Incluso si regreso ahora, mamá no me dejará entrar.

La castaña y el pelinegro pudieron reír, pero no lo hicieron.

Jamás lo hacían incluso cuando Dhara decía las cosas con doble sentido. No cuando se trataba de su mamá.

—¿Qué pasó? —le preguntó Sylvaine, con voz suave, metiendo sus manos en los bolsillos de su sudadera.

—Mis notas. Eso pasó. Parece ser que se enteró de que puedo repetir de año, así que, me dijo que no regresara hasta después de las seis y media. Ella cree que a esa hora saldré de la biblioteca. —contó la rubia, haciendo una sonrisa divertida, su cabello mal ordenado en la coleta alta bailaba con la gélida brisa dándole un toque angelical. Ella era naturalmente bonita, de facciones delicadas, y un poco delgada. Sin embargo, nunca se consideró a sí misma atractiva.

Inseguridades que siempre estaban presentes.

—Puedes copiar algunas notas de las mías para que no te regañe —le dijo Jasper, encogiendose de hombros.

—Sí, ya veré —contestó la rubia, pateando una roca en su camino con la punta de sus converse amarillas.

—¡Eh, eh! Arriba esos ánimos que el que nunca tiene ganas de vivir soy yo —regañó Jasper a la rubia, logrando dibujar una sonrisa enorme en el rostro de la joven—. Ahí viene nuestro carruaje.

Tomó a ambas chicas de los brazos y las subió al bus, pagando sus pasajes. Se sentaron al fondo de el, los tres juntos desde el ventanal, y Dhara abrió la ventana para que la brisa chocase en su rostro, haciéndola sentir mejor.

No quería preocupar a sus amigos, pero ella por dentro realmente se estaba carcomiendo lentamente. La sonrisa chiflada del muchacho del instituto que Nathaniel molía a golpes aún estaba en su mente, eso, y su madre. No le importaba llegar tarde, y a su mamá tampoco, lo que le preocupaba era que la señora no se fuese a molestar en revisar su bolso en busca de "pruebas" absurdas. No sería la primera vez.

Un apretón en su muslo hizo que se girara. Sylvaine le dedicó una sonrisa cálida y Dhara le correspondió.

Cuando fue su turno de bajarse, Dhara dió un salto y así salió del transporte. Comenzaron a caminar por el tranquilo barrio hasta el departamento de Jasper y Syl. Jasper abrió y fue una sorpresa no encontrarse con su padre, con quien Jasper vivía. Era un señor cuarentón simpático, cálido y bastante trabajador. Al igual que la madre de Dhara y Sylvaine, poco estaba en casa, pero su presencia se hacía de notar de forma cómoda.

Jasper lanzó un cojín de un sofá a otro, el departamento era espacioso para ellos dos, pero pocas veces lo sentía solo, ya que las chicas estaban mayor parte de su tiempo ahí.

—¿Quieren fideos o lasaña? —preguntó el muchacho, dejando su mochila en una de las sillas de la isla.

El par de amigas se sentaron en las otras dos restantes mientras lo miraban atentas.

—¿Qué dices? —preguntó Syl a la rubia, mirándola con una sonrisita.

Dhara lo pensó bastante. Era una decisión difícil, peligrosa; la lasaña del padre de Jasper era de otro universo. Sin embargo, la forma en que preparaba los fideos también...

Apretó los ojos con fuerza y señaló la lasaña.

—¡Lasaña, lasaña!

Jasper les dió a cada una un plato con un buen trozo de lasaña, y arrastró una silla para él del lado contrario de la isla y se sentó a comer igual. El pelinegro masticaba con fuerza mientras que pensaba, entonces, cuando se dió cuenta, buscó decir algo a la rubia quien era la interesada.

Pero su conversación fue interrumpida por el celular de la chica; un número se reflejó en la pantalla, y la rubia abrió los ojos de par en par.

—Tiene que correr —murmuró Sylvaine, mirando a Jasper—. El teléfono más cercano está a dos cuadras.

Dhara Vance sonrió en victoria.

—Llegaré.

Dhara tomó su bolso, y se despidió de sus amigos.

—¿No regresarás? —le preguntó Jasper.

—No creo, ¡los veo mañana! Los amo —gritó, y cerró la puerta.

—Nosotros te amamos también —contestó Sylvaine, con una risita meneando la cabeza.

—¿Era él? —preguntó Jasper para confirmar.

Sylvaine asintió —Sabes que siempre la llama desde números públicos. Realmente parece alguien buscado por la mafia.

—Claro, si llama a su casa su madre es capaz de mudarse. —dijo el chico, con una mueca de desagrado— Lo extraño es que ni si quiera él le da respuestas de su padre.

—Tal vez porque ni siquiera él sabe donde está —susurró Sylvaine, luego de dar un suspiro entrecortado. Dejó lasaña, se le quitó el apetito al recordar aquello.

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Dhara Vance alzaba sus piernas a tope para correr rápido, recordaba el camino de la cabina telefónica que Jasper le había mencionado. Entonces, cuando su teléfono comenzó a vibrar, seguía corriendo y la noche comenzaba a envolverla, descolgó el teléfono cuando vio a la otra cuadra la tenue luz de la cabina.

—¿Buffy?

—V-voy... no cuelgues. —dijo la rubia, con el corazón batiendo contra su pecho— D-dime el número... dime...

La persona al otro lado de la línea le dictó lentamente el número telefónico. Dhara corría con todas sus fuerzas pero sus piernas comenzaban a doler. Estaba cerca. Casi llegaba. Entonces, cuando el otro lado de la línea colgó, Dhara llegó a la cabina y metió monedas de forma tosca a la máquina mientras marcaba los números.

Su respiración era agitada, su pecho dolía y sus pulmones pedían a gritos más aire. Sus piernas comenzaban a doler y flaqueaban, pero se mantuvo de pie cuando, al otro lado de la línea, Él pronunció un "Buffy" cálido y cariñoso.

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