2. La perfecta esposa fea

Penelope

El miedo se ha apoderado de cada parte de mi ser, pero también lo ha hecho mi sentido de supervivencia.

Mis ojos intentan buscar a mi madrastra y su hija por el lugar, ver si les han hecho algo, pero no están por ningún lado. Las manos del hombre vuelven a tomarme y me desespero.

—¡Suélteme!—grito, al tiempo que empiezo a revolverme y golpear al tipo detrás mio, sintiendo como mi pie da de lleno en lo que creo que es su nariz antes de que este suelte una maldición.

—¡Joder!—dijo el tipo antes de tomarme de los pies impidiendo que me levante y me  arrastre sobre el suelo hacia él lastimando mi cuerpo—No dijeron que era una sumisa debilucha.

—Eso es lo que dijo—dice otra voz áspera y noto el tinte de burla en su voz—No te preocupes, a dónde va podrán domarla.

—NO, NO, ¡DÉJENME IR!—Grito y vuelvo a intentar levantarme, pero esta vez el golpe es mucho más fuerte y me deja la vista nublada, lo que hace que mi agresor me tome con facilidad y me suba sobre su hombro.

Lo único que alcanzo a ver es la sonrisa perversa de su acompañante antes de que todo se oscurezca cuándo me ponen un saco en la cabeza y pierda la conciencia.

Despierto cuándo siento un dolor punzante en mi costado y es ahí que me doy cuenta que me acaban de lanzar al suelo y de inmediato todos los recuerdos de lo ocurrido en el cementerio llegan a mi como un vendaval.

—¿Por qué me están haciendo esto?—pregunto en un susurro ahogado tanto del llanto como de dolor—Yo– Yo no soy nadie, no tengo nada yo…

—Es la primera vez que estamos de acuerdo en algo—dice una voz a mis espaldas y siento como todo mi cuerpo se tensa, al tiempo que quitan el saco de mi cabeza y es cuando la veo.

Anastasia, mi madrastra me mira desde arriba con una sonrisa torcida en su rostro deformado.

Es normal que las mujeres aquí tengan alguna marca violenta en su rostro, es algo que hacen sus propios padres para evitar que el alfa se las lleve cuando cumplen la mayoría de edad.

—Anastasia…—dijo en un suspiro y el miedo se filtra en mi voz—¿Qué está pasando? Por qué… ¿Por qué haces esto?

Veo como ella arruga sus labios en una mueca asqueada, antes de inclinarse hacia mi y tomar mi rostro con fuerza, enterrando sus uñas rojas en mi piel.

—¿Qué? ¿Acaso creías que íbamos a jugar a la casita y a la familia feliz ahora que Arthur está muerto?—me dice y no escucho ni un poco de dolor en su voz al hablar de mi padre.

—Era tu esposo, eres mi madrastra, yo…

—Tú eres un estorbo—me dice y el agarre se hace mucho más fuerte, consiguiendo que un quejido de dolor salga de mi—Debiste haber muerto también, pero al parecer el destino te dejo viva por algo—me dice y no estoy entendiendo nada.

—Puedo irme—digo levemente—Desaparecer, no me volverás a ver, pero por favor solo detén lo que sea que piensas hacer.

Mi madrastra suelta una carcajada y finalmente me libera limpiandose las manos en su vestido, antes de darme una sonrisa que consigue erizar mis vellos de miedo.

—No mi querida Penelope, no me sirve de nada si te vas, en especial porque ya encontré un uso para tí, nuestro alfa vendrá a verte pronto.

Sus palabras hacen que los latidos de mi corazón se aceleren y el miedo se vuelve insoportable mientras pienso en todas esas chicas que nunca volvieron.

—No, no, yo no soy bella, no le sirvo de nada, yo no..

—A él no—dice ella cortando sus palabras—Pero serás la perfecta esposa fea de su hermano deforme, ¿No te parece perfecto? Una Loba fea, para un lobo exiliado y deforme, por cierto querida, felicidades por tu compromiso, la boda será al amanecer.

Sus palabras me cortan la respiración, la mención del alfa exiliado hace que todas mis alarmas se enciendan y mis ojos buscan los suyos tratando de ver si esto se trata de alguna broma de más gusto.

Sin embargo, ella lo único que hace es regalarme una sonrisa llena de maldad, antes de dejar salir una risita en mi dirección y sin decir más la veo salir de la habitación, dejándome con el corazón acelerado y las lágrimas corriendo por mis mejillas.

“En qué me he metido” pienso, “Todo lo que he hecho, lo que ocultado… y no me ha servido de nada”

Mis manos van al pequeño collar que guinda de mi pecho, y mis dedos se aferran con fuerza al dije, al tiempo que mis ojos se llenan de lágrimas.

—Papá, ¿por qué me dejaste…?—Susurro a la nada antes de hacerme un ovillo y simplemente llorar.

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