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Capítulo 2

Cuatro años atrás...

—¡Ariel!

La voz de mi padre hace que me sobresalte en cuanto llego a casa después de un largo día trabajando en el restaurante de Brandon. Las piernas me dolían y mi sexo ardía.

—¡Ya llegue! —grito dejando las llaves en su lugar.

—¡Prepara la puta cena! —exclama y siento deseos de estampar su rostro contra el suelo, pero no puedo, no tengo el valor y mucho menos las fuerzas para hacerlo.

Me dirijo a la cocina y decido hacer un poco de pasta con lo que quedaba de sobras, había olvidado pasar al supermercado a hacer las compras y salí tarde del trabajo, el sonido de televisor se mezcla con las carcajadas de mi padre, quien como cada noche, ve algún programa barato, de esos en los que te hacen creer que puedes ganar un millón de dólares.

Abro la nevera y con miedo observo que no hay casi nada, solo un paquete de pasta, y un huevo, trago duro y decido que no es tan mala idea, yo podría desayunar algo mañana en el restaurante antes de abrir. Suspiro y pongo a hervir agua con sal y cebolla para la pasta, y mientras se calienta subo a mi habitación, tratando de no hacer ruido y llamar su atención.

Me cambio de ropa y me pongo un pijama cómodo y nada provocador que consistía en unos pantalones a cuadros y una blusa de manga larga sin escote, holgada, nada sexy...

—¡Ariel, dónde m****a estás!

Su grito hace que mi corazón galope frenético, que el miedo me paralice, estoy a punto de salir cuando sus pasos veloces subiendo las escaleras, me detienen. Abre la puerta de un patadón y me quedo estática sobre mi propio eje. Nuestros ojos se encuentran y confirmo que está drogado, sus ojos permanecen inyectados en sangre, desorbitados, llenos de furia contenida.

Mi padre era un hombre alto, robusto pero musculoso, con una insipiente barba oscura, los brazos tatuados y siempre usaba un chaleco de motero. Daba miedo, por lo menos a mi.

—¿Por qué has llegado tarde? —las aletas de su nariz de mueven incontroladas.

Me mira del mismo modo que lleva haciéndolo desde que dejé de tener un cuerpo de niña, me incomoda, recorre mi cuerpo con lascivia y me hace sentir poca cosa, como un bicho que en cualquier momento puede aplastar a su antojo.

—Doblé turno para pagar la renta —mi voz es tranquila, siempre oculto el miedo, nunca muestro mis verdaderos sentimientos.

Sus ojos se anclan en mis pechos y se remoja los labios, se acerca a mí y con cada paso que él da, yo doy dos más hacia atrás.

—¿Papá? —inquiero nerviosa.

—Shhhh, solo quiero asegurarme de que estás bien —dice con voz melosa y hostil.

No le creo.

Choco contra mi tocador y me agarro fuerte de las esquinas. Él llega hasta mí y me olfatea como animal a su presa, recorre mi cuerpo con su nariz y enseguida me da una bofetada que arde.

—Hueles a hombre —brama y luego me da un puñetazo en el estómago.

Me doblo al instante de dolor, pero no me da tiempo de nada, me toma del cabello y me azota contra la pared, pega su cuerpo al mío y cierro mis manos en dos perfectos puños, quiero defenderme, pero sé que aquí soy la que perdería, me supera en fuerza y tamaño, intentar denunciarlo no funcionaría, hace años que lo intenté y solo me llevé una golpiza que me hizo ir al hospital, tuvieron que ponerme collarín y me enyesaron el brazo izquierdo. Tenía muchas influencias, la policía prácticamente le temía y tenía conocidos por todos lados.

Gente que lo apoyaba, así que no podía hacer nada. Aprieta mi cuello con una mano y mis pulmones se apachurran por la falta de oxigeno. Quiero llorar pero no lo hago, parezco un maldito maniquí sin sentimientos.

—¿Con quién estuviste? —me pregunta lamiendo mi rostro—. Sabes diferente, hay algo... Lo veo en tu mirada, ese puto brillo me cabrea.

Empuja una vez más y mi espalda cruje. Intento respirar lento y tratar de reunir un poco de oxígeno mientras él pega su cuerpo al mío.

—¡Habla! —me lanza al suelo y ahí me patea—. ¿Con quién estuviste?

—Con nadie, trabajo en un restaurante, hay muchos clientes que se me acercan para pagar sus cuentas u ordenar —respondo, para mi propia sorpresa sueno tranquila, seria como siempre, pero por dentro gritaba, lloraba como un bebé recién nacido y pedía ayuda.

Mi respuesta parece tranquilizarlo solo un poco, abre la boca para decirme algo pero en ese instante tocan el timbre de la puerta y sale sin decir nada más.

Cinco, cuatro... Inhalo, exhalo, tres... Dos... uno...

—¡Saldré, no me esperes despierta!

Grita y enseguida se escucha la puerta azotar, me asomo por la ventana y observo que se sube a una camioneta oscura y luego se va, como cada noche, el silencio que gobierna la casa es lo que termina regresándome a la realidad, me tocó... Me observó con deseo... Otra vez logré salir viva y bien pero... ¿hasta cuándo?

Observo mi reflejo en el espejo y toco mis labios, hoy había perdido mi virginidad con un completo desconocido, con un tipo al que por error le vacíe café, no era una puta, pero vi mi oportunidad y la tomé, era apuesto y amigo de Lea; la chica que trabajaría en el restaurante y amiga de Brandon. Así que cuando él dijo que me follaría, acepté, porque sabía que en cualquier momento mi padre me lastimaría, solo era cuestión de tiempo y quería ser yo quien eligiera el momento y quién me hiciera suya.

Abrí las piernas para ese hombre, dejé que me follara sin amor o sin tener alguna clase de conexión, me dolió, sí, pero era mejor él que en un futuro mi padre, porque era seguro que en cualquier momento intentaría abusar de mí, escapar no serviría, he intentado tantas veces todo y siempre me encuentra, maneja al mundo con sus hilos de mentiras, amenaza con matar a mis amigos, a mis abuelos, la policía está de su lado, la gente le teme, no habla salida. Solo tenía que aguantar.

El dinero que ganaba apenas y nos alcanzaba porque él no aportaba a nada, no daba dinero, no trabajaba realmente, y si lo hacía, sus ganancias iban directo a putas, drogas y alcohol. Yo tenía que hacerme cargo de la comida, la renta de la casa, mi universidad, mis gastos y los suyos, todo recaía en mi.

Por lo que perder mi virginidad con Damián... Sí, fue la jodida cosa más acertada del mundo.

«Mejor él, que papá»

Miro mi espejo y noto que las lágrimas salen a borbotones de mis ojos, soy fuerte, tengo que serio, limpio ese pequeño gesto de debilidad con el dorso de mis manos y bajo para preparar la pasta que mañana se desayunaría, me pongo la máscara de la indiferencia, oculto mi miedo y me preparo para otra noche sin dormir y sin comer. Temerosa de que entre a mi habitación por la noche, y me viole.

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