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Cap. 3: La tormenta

Deslizándose a toda velocidad por una de las pistas de esquí, Lucía siente el tan anhelado sentimiento de paz, si como en ese momento en el que su cuerpo parece cortar el aire y todo a su alrededor pasa tan rápido se sintiera casi flotando en las nubes. Por un momento incluso hasta siente el impulso de cerrar los ojos y disfrutar de esa sensación, pero considerando que con eso solo lograría llevarse puesto un pino renuncia a la idea.

—¡Impresionante como siempre, dentro de poco podrías estar dando clases en lugar mío! —exclama un canoso instructor al ver llegar a la mujer frente a él.

—Gracias, pero puedes quedarte con tu puesto, el enseñar y la paciencia nunca han sido mis fuertes —asegura Lucía con una sonrisa divertida en los labios mirando la pendiente una vez más.

—Quizás ya deberías volver al hotel, se viene una fuerte tormenta y puedo asegurarte que no querrás que te halle en el exterior —aconseja el anciano que ha visto tantas veces a Lucía en ese complejo que es casi una amiga.

—La verdad es que quiero deslizarme una vez más, no me llevará más que treinta minutos, necesito sentir esa sensación una vez más —replica la empresaria sintiendo aún el efecto de la adrenalina corriendo por su torrente sanguíneo.

 —No creo que eso sea una buena idea, pero como sé que irás de todas maneras llévate las llaves de la cabaña por si acaso —se resigna el instructor sabiendo cuan cabeza dura puede llegar a ser esa mujer.

—Sabes que no voy a la cabaña, tiene más recuerdos de los que puedo soportar —reclama Lucía que desde que la compartió por última vez con su esposo no ha vuelto a ella.

—Será un buen refugio si te alcanza la tormenta, dentro hay leña para la chimenea, y unas buenas bebidas para entrar en calor, siempre la preparo cuando vienes, por si acaso decides ir —informa el anciano insistiendo con preocupación en la mirada.

—Está bien, me llevaré las llaves, pero solo para que no me sigas mirando con esos ojos  de cachorrito mojado. Aunque te aseguro que estaré aquí antes de que esa dichosa tormenta decida mostrar la cara —asegura la empresaria robándole una sonrisa al anciano que la contempla ir hacia el teleférico para ascender a la cima.

Al llegar a la cima Lucía toma un alarga bocanada de aire antes de comenzar el descenso, pero al oír unos pasos detrás de ella gira el rostro con cierta curiosidad al haber creído que ya todos se habían marchado hacia el hotel o las cabañas por el aviso de la tormenta.

—¿Quién diría que subir la pendiente una vez más me daría la gran recompensa de poder reencontrarme con la mujer más bella? —sostiene Alexander que juraba que era ella en cuanto la vio.

—¿Acaso ha decidido seguirme? —protesta la empresaria sin disimular la molestia que siente de encontrárselo de nuevo.

—Seguirte, no, o al menos no por elección propia, sin embargo parece que al destino le ha parecido bien volvernos a juntar, ante lo cual yo no puedo sentirme más que agradecido —responde el hombre con sus sonrisa de galán ya que había intentado hallarla durante todo el día sin éxito.

—Me temo que solo ha sido una desafortunada coincidencia, aunque lo único que debería preocuparle es descender la pendiente rápido ya que se acerca una tormenta —advierte Lucía queriendo librarse rápidamente de ese tipo para poder disfrutar de su descenso.

—En ese caso no solo yo debería apresurarme a descender, no creo que quieras que te alcance esa tormenta, y mucho menos estando sola —señala Alexander sin estar dispuesto a dejarla ahora que por fin la ha hallado.

—¡Déjame dejarte algo en claro Don Juan de cuarta —espeta Lucía enfadada acercándose hacia él para golpearle el pecho con su dedo índice —, no necesito de ningún idiota que ande detrás de mí, no me interesa tener a nadie acosándome, no me importa si es tu gran estrategia con la que conquistas a alguna pobre desesperada, solo esfúmate de mi vista! 

Con cada palabra la mujer descarga con más fuerza su dedo en Alexander que sintiendo una excitación apoderándose de su cuerpo va retrocediendo hasta que su esquí se traba en la raíz de un árbol cayéndose hacia atrás, instintivamente al notar eso Lucía intenta sostenerlo del brazo, pero la diferencia de peso es considerable y es arrastrada cayendo encima del hombre sintiendo un par de crujidos, lo cual espera que no hayan sido huesos, y mucho menos suyos.

—Usualmente ese tipo de violencia suele disfrutarla entre las sábanas de una cama, no en medio de la nieve —murmura el hombre soltando una risa divertida tumbado en el piso.

—Y justo cuando pensaba que no podías parecerme más idiota —refunfuña la empresaria poniéndose de pie y buscando con la mirada qué causó el ruido—, ¡No puedo creerlo, acabas de romper nuestros esquíes! ¿Cómo rayos vamos a bajar? —reclama al ver los esquíes de ambos partidos a la mitad.

—¿En serio vas a culparme? Fuiste tú quien estuvo apuñalándome con su dedo —se excusa Alexander con una sonrisa divertida en los labios por la acusación.

—¡Pues si hubieses seguido tu camino ya ambos estaríamos abajo yendo hacia el hotel como todo el mundo! —acusa la mujer sintiendo el viento frío que comienza a sacudir las copas de los árboles.

—Sí, eso es mi culpa y también soy culpable del calentamiento global, de la hambruna infantil, y de cuantos males se te ocurran. Pero ahora tenemos que empezar a movernos antes de que terminemos tapados de nieve —protesta el hombre al ver como todo comienza a oscurecerse.

—No tenemos tiempo suficiente para bajar, hay una cabaña a mitad de camino, es la mejor opción que tendremos para pasar la tormenta —anuncia Lucía quitándose los esquíes y tirándolos a un lado ya que han quedado inservibles.

—No solo conquistadora de mi corazón, sino también salvadora de mi vida —clama Alexander con una sonrisa haciendo lo mismo que su compañera.

—Mejor guarda silencio antes de que me arrepienta —espeta la mujer comenzando a caminar en dirección a la cabaña al comenzar a sentir la nieve aferrándose a su ropa.

 Durante más de media hora la pareja camina entre la nieve azotada por el helado viento que no les permite ver nada a cinco pasos de ellos, sintiendo la ropa mojada y el frío colándose en sus hueso, Lucía siente el impulso de darse por vencida y dejarse caer allí, morir en ese lecho blanco esperando reunirse finalmente con Leonardo.

—¡Vamos, cariño, no me hagas cargarte como un saco de papas! —anima el hombre pasando su brazo por debajo del hombro de la mujer impulsándola a seguir adelante.

—Yo… ni siquiera estoy segura de si estamos yendo en la dirección correcta, ya no veo nada… yo… ahí… ya casi llegamos —anuncia la mujer sintiendo una oleada de alivio recorrerle el cuerpo al divisar el destello azul de la veleta de la cabaña girando como las astas de un helicóptero por la ráfaga de viento.

—No quiero apresurarte, cariño, pero apresúrate con esa llave antes de que quedemos como dos muñecos de nieve aquí afuera —apresura Alexander temblando de pies a cabeza deseando mas que a nada en el mundo ver esa puerta abrirse ante ellos.

—Yo… yo… ya está… entra… i-iré por unas mantas —anuncia la mujer al lograr ingresar a la cabaña y cerrar la puerta detrás de ella.

—¡Gracias a Dios hay leña, prenderé fuego, a-aunque no sé si será suficiente para que no muramos congelados! —responde el hombre quitándose el empapado mono de esquí y comenzando su tarea de prender la chimenea.

—A-aquí encontré unas mantas y… y también hay caña de durazno —informa la mujer trayendo las cobijas y la botella de la bebida que por lo que ha oído es buena para elevar la temperatura del cuerpo.

—Tenemos que sacarnos toda esta ropa mojada y darnos calor humano —anuncia Alexander comenzando a desnudarse hasta quedar en boxer.

—¡Es-estás loco! ¡N-no pienso estar semidesnuda acurrucándome contigo, pervertido! —reclama la mujer aún sin poder contener el temblor de su cuerpo mientras admira disimuladamente el buen físico de su inesperado compañero.

—Estuvimos casi una hora bajo una tormenta de nieve con la ropa mojada, sacrificas tu orgullo y vienes junto a mí, o nos condenas a ambos a morir de hipotermia, incluso el fuego que he encendido va a tardar un buen rato en calentar esta cabaña —plantea el hombre resistiendo la sonrisa que se le quiere formar en la boca al ver que su compañera comienza a desvestirse sabiendo que tiene razón.

—Más te vale que no intentes nada —anuncia Lucía de mala gana abrazándose al hombre que los cubre a ambos con un par de mantas—. ¿Esa es la colonia Lord Chesseline? 

—Sí, es mi favorita, ¿Te gusta? —pregunta Alexander esta vez permitiéndose sonreír, sobre todo al sentir la suave piel de esa mujer pegada a la suya.

—Solía usarla mi marido —es todo lo que dice la mujer sirviendo la bebida en dos vasos de vidrio tomando uno y ofreciéndole el otro a su compañero.

—¡Por Dios, esto parece fuego líquido! —exclama el hombre al terminar de beber todo el contenido del vaso de un solo trago.

—Es más fuerte de lo que esperaba, pero logra hacer entrar en calor —reconoce Lucía dejando el vaso en el piso y al tomar uno de los bordes de la manta para volver a cubrirse tocando sin querer la entrepierna de su compañero, notando la erección que hay allí, a pesar de sentir que debe sacar la mano, se da cuenta de que simplemente no puede sino que incluso llega a cerrar su mano alrededor del miembro robándole un gemido de placer a su compañero.

Alexander que no se esperaba tal cosa pasa sus manos por la cintura de ella y la hace girar hasta que ella lo rodea con sus piernas sentándose sobre su erección, poco a poco sus labios se funden aumentando en pasión y también sus movimientos, ardiendo en ellos el fuego de la pasión que parece querer envolverlos al igual que las llamas de la chimenea envuelve a los leños.

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