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Cap. 4: La magia de la risa

Alexander suelta un quejido al despertarse por el canto de alguna ave que ha decidido darle un concierto matutino parado en la ventana, al extender su brazo hacia un lado y notar que no hay nadie se sienta en el piso sobre la manta que ha dormido estirando el cuello con una mueca de dolor. 

—¿Lucía? ¿Dónde estás, cariño? —pregunta poniéndose de pie mientras busca en dónde ha quedado su boxer después de la apasionada noche que ha tenido.

Al no recibir respuesta se acerca a la mesa en donde una hoja de papel le llama la atención, en ella lee “Te espero para desayunar en la confitería giratoria del Cerro Otto, si es que logras ponerte de pie”. Alexander esboza una sonrisa divertida, esa mujer era fuego puro, no puede recordar una noche igual a esa, y sin duda no puede esperar a volver a vivirlo, por lo que tomando su ropa que ya se ha secado comienza a vestirse para acudir a su cita.

—Puedo asegurarte que no te dejaré ir, mujer, aunque tuviese que ir al fin del mundo para encontrarme contigo, lo haré—exclama el hombre sintiendo un agradable calor en el pecho que le indica que Lucía no será una mujer más para él.

Cerrando la puerta de la cabaña con llave, Alexander comienza a avanzar con pasos largos a través de la gruesa capa de nieve que ha dejado la tormenta. En otras circunstancias probablemente habría renegado de tener que estar haciendo ese esfuerzo, pero luego de la maravillosa noche que esa tormenta le ha hecho posible vivir, no puede más que avanzar con una sonrisa en los labios. De hecho hasta estaría dispuesto a volver a pasar otra tormenta igual solo para conseguir el mismo resultado, aunque espera que para conseguir otra noche con Lucía no tenga que pasar por tanto esta vez.

Lucía bebe un sorbo de su chocolate caliente en la confitería giratoria en lo alto del cerro, con una sutil sonrisa en los labios contempla la vista del lago Nahuel Huapi, los cerros cubiertos de nieve, e incluso hasta la vista de la ciudad de Bariloche. Leonardo solía decir que desde la altura todo se ve más bello, que es como si por un momento te hubieras librado de todos los problemas y preocupaciones que te atan allí abajo. Y aunque siente una pequeña punzada de culpa al pensar en su esposo luego de haber pasado la noche con un extraño, no puede evitar dejar de sonreír, hacía tanto tiempo que no sentía esa pasión, que no permitía que nadie tocara su cuerpo, que se había negado al placer de dejarse amar. Lo cierto es que de la manera en que Alexander la trató, lo tierno que fue al explorar su cuerpo, incluso como la estrechó entre sus brazos durante toda la noche la lleva a pensar de que no era un patán gomo creía, durante su amorío pudo ver a través de él y tener la certeza de que es un hombre que vale la pena conocer.

—¿Tienes la costumbre de dejar a tu acompañante despertar solo en la cama? —pregunta Alexander sentándose frente a la mujer con cierto aire de diversión.

—Sé que seguramente sueles ser tú quien se escabulle en las mañanas, pero no conmigo, y para ser justos no era una cama, sino el piso —responde la empresaria sin apartar la vista del gran ventanal que ahora le muestra la inmutable cordillera de los Andes.

—Puedo asegurarte de que no se me ocurre ni una sola cosa en el mundo que me hubiese alejado de al lado tuyo en la mañana —asegura el hombre que no teme demostrar que ha caído a los pies de esa mujer.

—Por las dudas no quise correr el riesgo, además me debía un desayuno en este lugar, y tú te ves tan cansado que creí que no te vería hasta el almuerzo —replica Lucía mirándolo con una sonrisa burlona en los labios.

—Aunque mi ego masculino se sienta herido, no me avergüenzo de reconocer que si no fuera por un amable ruiseñor ese hubiese sido el caso —acepta Alexander echándose en la boca una masita cubierta de chocolate negro.

—No conozco a muchos hombres con la suficiente seguridad para aceptar algo como eso, la mayoría se esforzaría en demostrar que todo lo puede —sostiene la mujer admirándose un poco más de su compañero.

—Pues me alegra no encontrarme en ese grupo de hombres los cuales no son capaces de reconocer que han hallado a una mujer maravillosa, si quieres puedo pararme en este banco y gritarlo a toda la confitería —asegura el hombre comenzando a ponerse de pie hasta que la mano de ella se cierra alrededor de su muñeca.

—¡Ni se te ocurra hacer esa locura o yo misma te empujaré cerro abajo! —reclama Lucía soltando una risa divertida al ver la expresión de sorpresa que se apodera del rostro de su acompañante.

A Alexander le toma un par de segundos reaccionar hasta que finalmente él también comienza a reír sentándose en el banco nuevamente y logrando que su compañera lo suelte. Esa carcajada casi suena como música en sus oídos, es capaz de provocarle cierta presión agradable en el corazón que le hace creer que le será imposible separarse de esa mujer, según parece el cazador ha sido cazado.

—Lo siento, me… me dejé llevar, no hay tanta confianza entre nosotros como para hacer esa broma —se disculpa Lucía avergonzada obligándose a recuperar la compostura.

—No hay nada que disculpar, de hecho hasta me alegra ser el motivo de esa bella risa, solo espero poder provocar muchas más, porque siento que no me podría cansar de oírla —asegura Alexander contemplándola con un vivaz brillo en los ojos.

—La verdad es que antes la risa solía ser algo recurrente en mí, pero con el paso del tiempo algo que parece tan natural simplemente parece irse marchitando, ya no parece haber razones para reír —responde la mujer bajando la mirada a la mesa al recordar cuanto solía reír cuando estaba con Leonardo.

—Un hombre reconoce el valor de una risa, es por eso que la mayoría solemos comportarnos como un payaso delante de la mujer que nos ha cautivado, sabemos que hacerla reír es el primer paso para demostrarles que las podemos conducir hacia la felicidad. Y es por eso que no puedo más que sentirme orgulloso de haber sido motivo de esa risa que parece haber encontrado por fin la libertad para surgir —confiesa el hombre que desde ese momento siente que lo único que le importa en el mundo es tener a esa mujer a su lado.

—Pues eso explica muchas cosas, no voy a quitarte el mérito por haber logrado eso, de hecho reconoceré que no muchos pueden jactarse del logro de hacerme reír al menos que sea por cortesía en una negociación —asegura Lucia esbozando una sonrisa cariñosa en los labios al reconocer que hacía mucho tiempo que no sentía tanta vida corriendo por su ser.

—¿Y ese mérito servirá para invitarte a cenar sin ser rechazado? —se atreve a preguntar Alexander sintiendo que el estomago se le revuelve por los nervios, ya que el haber pasado la noche anterior juntos no es garantía de recibir una respuesta afirmativa.

—Creo que es una petición ambiciosa… pero tengo la leve impresión de que sería una cena y compañía que disfrutaría, así que aceptaría la oferta —reconoce la empresaria bebiendo un nuevo sorbo de chocolate para tapar la sonrisa que se forma en sus labios al ver el rostro deslumbrado de su compañero.

—¡Eso es genial, tengo el lugar perfecto para ir, te encantará! —anuncia el hombre demostrando más emoción de la que estaría dispuesto a dejar ver normalmente.

—Más te vale que no sea a donde llevas a todas tus conquistas porque sino cenaras solo —advierte Lucia con una sonrisa burlona en los labios.

—Por supuesto que no, es un lugar especial, puede que quizás ni siquiera lo conozcas —señala Alexander rogando tener a su favor el encanto que ese lugar es capaz de provocar al verlo por primera vez.

Lucia se prepara para replicar que le parece muy difícil que eso sea posible, ya que con su marido han recorrido hasta el ultimo rincón de esa ciudad, pero el sonido de su teléfono sonando la hace resignarse a hacerlo. Al mirar la pantalla y ver que se trata de Bárbara ni siquiera duda en responder, sabe bien que para que ella haya decidido llamarla en medio de ese descanso debe ser por algo muy importante.

—¿Qué sucede, Bárbara? —pregunta rápidamente Lucia llevándose el teléfono al oído endureciendo su expresión.

—Siento mucho molestarla, pero no me ha quedado otra opción. El grupo de la compañía china Zukio estará aquí en la ciudad el día de mañana —anuncia la asistente con urgencia en la voz.

—¿Mañana? Pero si nuestra junta era el martes, ¿Por qué han decidido adelantarse? —cuestiona la empresaria perdiendo todo el buen humor que había sido capaz de lograr.

—Según parece Kenia Motors les ha ofrecido un trato que le está resultando más beneficioso que el nuestro, pero por respeto a nuestra relación laboral que se ha construido durante estos años quieren saber qué somos capaces de ofrecerles nosotros para competir con la otra propuesta —informa Bárbara al borde de un ataque de histeria al estar hablando de uno de los clientes más importantes de la compañía.

—¡Ya mismo salgo para allá, resérvame el primer vuelo que haya! —ordena Lucia cortando la llamada y levantándose de la mesa—. Lo siento, pero tengo que irme.

—¿Qué? ¿Irte? ¿Acaso hay algo que pueda hacer por ti? —pregunta Alexander alarmado poniéndose de pie, no solo para asegurarse que se encuentra bien, sino también para lograr conseguir alguna manera de contactarse.

—¡Al fin te encuentro, hace días que he estado esperando tu llamada! ¿Acaso no la pasaste bien conmigo? —aborda al hombre una bella mujer de unos veintitantos años cortándole el paso al intentar seguir a su compañera.

Lucia menea la cabeza en señal de decepción y sigue su camino sin mirar atrás, decepcionada se aleja lamentando el error que ha cometido al dejarse llevar por sus sentimientos, ahora tiene cosas mucho más importantes por atender que estar tras un mujeriego con apenas unos destellos de verdadera hombría.

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