—¡Por supuesto cariño! Ahora mismo salgo para allá. Te llamo, apenas me informe lo que ocurrió. —¡Eres única mi nena! Te lo agradezco mucho. —No me lo agradezca porque sabes que después te lo voy a cobrar en la cama. Sergio se rio y se despidieron. Sofía buscó su bolso y se fue a buscar a Juan Carlos, con la intención de saber de una vez por toda qué es lo que estaba pasando. **** Sofía se quedó colgada de timbre del pent-house de Juan Carlos tocándolo una y otra vez, pero no acudía a la puerta. “Ya me estoy alarmando, ¿Llamo a Sergio? ¡No, mejor no! No lo quiero preocupar. Tocaré por última vez, si no buscaré al conserje para ver si lo ha visto o definitivamente llamaré a la policía.” Tocó el timbre de nuevo y no obtuvo respuesta, cuando Sofía se dirigía al ascensor escuchó que abría la puerta y la voz de Juan replicando molesto. —¿Diantres quien toca el timbre de esa manera? Sofía se regresó casi corriendo. Al ver a Juan, este tenía un aspecto terrible, con una camisa arruga
—No te preocupes, creo que el viaje a Nueva Zelanda le hizo bien. Recuerdas que me dijiste la última vez que hablamos, que aparte de las operaciones reconstructivas, también visitó un psicólogo. De seguro, mentalmente ya está estable, porque ha reaccionado como todo el mundo cuando tiene problemas, concentrándose en el trabajo para olvidar. —Sí, tienes razón, gracias nena te debo una. —¡Por supuesto que me la debes! Bebé, te la voy a cobrar este fin de semana. Los dos se quedaron ensimismados en su conversación privada un rato más, que cuando Juan Carlos bajó Sofía no lo escuchó. Y Juan, al darse cuenta de que tenía una conversación sobre sexo con Sergio, se acercó al celular de Sofía y le gritó muy cerca para que su amigo escuchara. —¡Váyanse para un hotel! —¡Ay loco! ¡Me asustaste! —gritó Sofía dándole unos manotazos, pero Juan la esquivó riendo y su amigo soltó una carcajada. Luego Sergio le pidió a Sofía que le pasara el teléfono a Juan Carlos. —Está bien cariño, toma quiere
Daniela salió del centro comercial después de haber recorrido varias tiendas, al fin había encontrado el color y la tela preferida del cliente para las cortinas. Y algunas lámparas y alfombras que darían el toque vanguardista a la decoración. Con ayuda del empleado de la tienda colocó todo en la parte de atrás de la camioneta de Sofía. Luego regresó al centro comercial para ir a una librería a comprarle un cuento a Lucas. Ella se internó en pasillo buscando libros y leyendo sinopsis, algo que se ajustara al gusto de su hijo. Cuando sin esperárselo, Daniela se volvió y se encontró a Juan cara a cara. Ella se paralizó y sintió que el corazón se le salía del pecho y ruborizándose, mientras el rostro de él se ponía de un pálido color enfermizo. Ninguno de los dos se podía mover ni hablar, solo se observaron en silencio, hasta que alguien tropezó a Juan por detrás y cuando él se distrajo, ella apresurada colocó el libro en su lugar y salió lo más rápido que pudo de la librería y del centro
—¿Quién iba a imaginar que algún día Gabriela sería famosa? ¡Me siento muy orgulloso de ella! —Quizás deberías decírselo más a menudo—dijo Daniela. Óscar frunció el ceño y le preguntó. —¿Por qué lo dices? —Porque…—Daniela dudó y luego se arrepintió—Por nada. Sofía y Daniela se miraron. Óscar las miró suspicaz, pero no insistió. —¿Entonces este inesperado honor significa que estás obligado a invitarme un helado? —preguntó Daniela. —Si por supuesto—dijo sonriendo. Una vez que cedió el humillante impacto de la decepción de que no era Juan, se animó ante la perspectiva de pasar un rato con su hijo y su hermano mayor, quien era el gran favorito de Daniela. Se despidieron de Sofía y salieron rumbo a la heladería. Daniela estaba nerviosa cuando caminaban entre las atestadas mesas de la feria de la comida del centro comercial. Suspiró con alivio una vez que estuvieron sentados. Ya que no divisó ninguna cabeza oscura conocida entre la muchedumbre. Óscar le indicó una mesa vacía en una
—No, gracias, yo arreglaré mis propios asuntos —Daniela sonrió a su hermano mayor, con afecto le besó la mejilla, se colgó de su brazo y lo arrastró hacia afuera tan rápido como pudo. Cuando llegaron a casas de sus padres, Lucas tomó a su tío Óscar de la mano y lo apresuró para que jugaran Nintendo 64, pero antes de entrar su hermano le entregó el dinero a Daniela, para que pagara al chofer del taxi. Cuando Daniela abrió la puerta y se disponía a entrar, escuchó una voz profunda —No entres todavía. El cabello se erizó en su cuello y reprimió un grito cuando una mano la alcanzó en la oscuridad y cerró la puerta con mucha calma. Se volvió para enfrentarse a Juan, quien la tomó por los codos y la sostuvo con rapidez. — ¿Y quién es ese? —preguntó con suavidad, pero amenazante, hundiendo los dedos en su piel—. ¿Por qué te portaste tan cariñosa, dándole un beso? Dime… el número aproximado… ¿Cuántos hombres necesitas, Daniela? Daniela estaba asustada y furiosa consigo misma por ello. A
Daniela dudó y le dijo. —Mamá, yo sé que te cuento todo, pero tienes cincuenta y siete años y no quiero que te escandalices… —Dices cincuenta y siete como si fuera una momia y además puritana. Daniela se río y le dijo. —Es que hay ciertas cosas que son incómodas de hablar contigo. —¿Es sobre sexo? ¡Ay por dios! ¿Y cómo crees que vinieron tú y tus hermanos al mundo? ¿De un huevo? —¡Claro que no! —dijo Daniela carcajeándose. —Entonces cuéntame, te aseguro que sé sobre el tema. —¡Ay no, mamá, no quiero tener esa imagen en mi cabeza! —exclamó sacudiendo la cabeza. La señora Elena puso los ojos en blanco y le dijo que continuara con el relato de Juan. —Está bien —dijo con renuencia— Dios sabe que no soy perfecta, pero por alguna razón, Juan Carlos piensa que soy algo parecido a la prostituta de Babilonia —Daniela sonrió con ironía—. Es curioso, cuando en realidad solo soy una chica de un solo hombre, chapada a la antigua. La señora Elena, sorprendida preguntó. — ¿No te dio expli
—No lo creo, esto es muy raro—dijo Sergio. De repente escucharon ruidos de objetos que se caían y se quebraban, los dos se miraron sorprendidos y Sergio empujó a Sofía detrás de él y le dijo. —Quédate a aquí… —¡No cariño, no entres, vamos a llamar a la policía! Sergio la ignoró y entró en el pent-house y vio a Juan con otro hombre enmarañados rodando por el piso en una pelea. Sergio les gritó. —¡Basta! ¡Juan detente! —los dos lo ignoraron. Y Sergio sujetó a Óscar por detrás y lo separó de Juan. Juan se levantó molesto y le gritó a su amigo. — ¡No te metas en esto! Sergio soltó a Óscar, pero se interpuso entre los dos y mirando a Juan confundido le exclamó. —¿Qué no me meta? Me puedes explicar que pasa… —¡Que es lo que está pasando! —gritó Sofía histérica entrando en la sala y luego se sorprendió—¡¿Óscar que estás haciendo aquí?! —¡¿Conoces a este tipo? —exclamó Sergio. —¡Por supuesto que sí! ¡Y ya dejen de pelear! —gritó Sofía histérica. Sergio para calmarla le dijo. —Ne
Juan sonrío y le dijo con ironía. —¿En qué momento mi compañero de juerga se volvió tan sabio? Sergio lo miró fijamente y con una sonrisa triste le dijo. — Supongo que fue el haber tenido que presenciar el sufrimiento y la depresión de un amigo, cuando su rostro quedó de desfigurado por una explosión. Juan se quedó mudo por esta repentina confesión del hombre que consideraba su hermano. De repente comprendió que había sido un egoísta, que nunca se detuvo a reflexionar lo que estaban sintiendo las personas que lo amaban cuándo ocurrió el accidente. Juan sonrío y le dijo. —Siempre voy a estar agradecido con Dios porque a pesar de que no me dio un hermano de sangre, puso en mi camino a un hombre tan noble como tú. —Solo he hecho lo que estoy seguro harías por mí. Y no se te olvide que tienes una hermanita—le dijo sonriendo. — Sí, una hermanita caprichosa, frívola y egoísta. — Que esperabas si tus padres la consienten demasiado. —Sí, tienes razón, y los consejos de hermano mayor