Orión miró dos veces, lo recordó un poco y le devolvió el reloj. —Si su forma de ser es una mentira, ¿y si al final nos hace daño a nosotros y a mamá? —preguntó Orión. —¡Por eso necesitamos investigar primero y ver qué opina mamá! —respondió Andi. Los dos hermanos nunca pensaron si a su mamá le gustaría César, o si César podría enamorarse de ella. Si mamá no le gustaba, encontrarían a otro hombre. Pero mamá es bonita y excelente, ¡¿quién no la querría?! Después, Andi le contó todo a Orión: lo que había estado haciendo con César últimamente, cómo lo conoció en Valle Motoso y todo lo que había pasado. Orión asintió, como señal de que lo había entendido. Apagaron las luces y se prepararon para dormir. Andi soñaba con la idea de tener un papá. A la mañana siguiente, después de desayunar, Marina estaba respondiendo mensajes en su teléfono mientras subía las escaleras hacia su habitación. Andi la observaba y, al verla subir, decidió seguirla. Golpeó la puerta y entró.
Andi estaba preocupado por su apariencia, así que siempre se arreglaba el cabello antes de salir, igual que William hacía con el suyo.Orión imitó la voz de Andi:—¿Y si no me apuro, tía me va a dejar atrás?Como ambos tenían voces parecidas, la diferencia no era tan grande. Marina no notó la nada raro y levantó la barbilla mientras comenzaba a caminar adelante.—¡Solo sígueme! —dijo.En el jardín exterior, Perla regaba las flores que había plantado. Eran las mismas flores que vio en el jardín de los Piccolo, y William había comprado algunas para plantar en Playa Escondida, y otras se enviaron a Valle Motoso.—Tía, salimos con Andi, volvemos esta noche. —Marina dijo mientras guiaba a Orión, que estaba disfrazado de Andi.Orión solo quería despedirse de su mamá, pero de repente pensó que Andi nunca sería tan obediente. Levantó la mano y, con actitud vivaz, agitó la mano.—¡Mamá, adiós! Te voy a extrañar.—Sé buen chico, no hagas que tía se preocupe por ti. —Perla lo regañó.—No te preoc
—Siéntate en el sofá a estudiar un momento. Cuando termine con este asunto urgente, jugaré contigo. — César hizo el comentario de manera natural, como si ya estuviera acostumbrado.Orión tomó las hojas y se quedó de pie, mirando hacia arriba para ver a César, que era mucho más alto que él. ¿Este era el tío César del que su hermano hablaba tanto? No sintió nada en particular. Después de todo, William, Álvaro y hasta los guardaespaldas de la familia también eran altos y robustos. Echó un vistazo a su alrededor y luego miró las hojas en su mano. Andi le había contado con orgullo sobre lo que pasó la noche anterior, mencionando cómo César lo había elogiado por ser un buen estudiante. Orión puso las hojas sobre la mesa y se agachó para empezar a escribir. Esa mañana había leído el libro de física que César le había regalado, así que decidió escribir algunas fórmulas de memoria. Pero recordó que no debía hacerlo perfecto, porque en ese momento no era Orión, sino Andi. Apenas se
Como ya había pasado la hora de la comida, César pensó que como Andi aún era muy pequeño, probablemente tendría hambre. Decidió llevarlo a un restaurante cercano que estaba en la planta baja.Después de comer, César lo abrazó y lo subió al auto. A lo largo del camino, no permitió que Andi se bajara, ni caminara.Orión, aunque al principio no estaba acostumbrado a la situación, se fue adaptando poco a poco. Con una mano sobre el hombro de César, giró la cabeza y vio la matrícula del auto que los había segundo la noche anterior.Era la matrícula del coche que Andi había mencionado.Parque de Diversiones Bahía.César pensó que Andi, siendo tan activo, disfrutaría mucho más en el parque de diversiones. Además, no era fin de semana, así que no había mucha gente. Como era el presidente quien estaba llevando al niño, el encargado le dio una tarjeta VIP interna, lo que les permitió saltarse las filas y disfrutar de los juegos sin esperar.César llevó a Orión, disfrazado de Andi, a la zona de e
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con
Buscó el control de las luces, encendió la lámpara y apagó las velas con lo primero que encontró.Sacó del armario su pijama para luego darse un baño. Antes de entrar al baño, notó sin querer que todavía llevaba el anillo en su mano izquierda. Se lo quitó y lo arrojó al fondo de la caja de joyas.Cuando salió del baño, sacudió de la cobija los pétalos de rosa de la cama. Luego se metió bajo las sábanas cubriéndose la cabeza para dormir.Como de costumbre, se acostó en el lado izquierdo de la cama. César siempre la abrazaba por detrás convirtiéndose en una sábana más dispuesta a abrigarla a ella. Ahora, la gran cama tenía un enorme espacio vacío.Miró hacia la derecha, y ese vacío le molestaba. Se acomodó en el centro de la cama y tiró la otra almohada con desdén. Solo entonces se sintió cómoda.Apagó la luz y cerró los ojos.Pasaron dos días sin recibir noticias de César. Probablemente estaba en el hospital acompañando a Teresa, o trabajando quizás en la oficina.A Lorena no le importa