—Hermana, déjame explicarte con calma. —Marina ya no podía más con el miedo, así que se dejó caer del sofá.Tratando de imitar a Ricardo, empezó a hacer un puchero, fingiendo llorar. Comenzó a contar la historia desde el viaje al resort junto al mar, hace más de cinco años, intentando que sonara lo más conmovedor posible, como si fuera capaz de conmover hasta a el más desalmado.—Al principio no quería aceptar su propuesta, pero él... él dijo que, si no lo hacía, se tiraría al mar y se mataría. —La voz de Marina temblaba mientras frotaba sus manos, como preparándose para secar las "lágrimas" que no salían.—Aunque sabía lo que pasaba con César, no pude quedarme ahí viendo cómo se moría frente a mis ojos.Gritó, tapándose la cabeza y llorando de forma exagerada. Lloró un buen rato, pero las lágrimas de cocodrilo no salían, porque, claro, no todos tienen el talento de hacer un show así.Resultó que realmente no era buena actuando.Tomó unos pañuelos, los mojó un poco y se los pasó por lo
—¿Hola? Ricardo, este... después del funeral, ¿puedes pasar por mi casa un rato?— Marina se sentía rara, como si estuviera llamando a los papás frente al profe.Miró de reojo a su hermana, que seguía ahí con una cara tranquila, como si nada.—¿Todo bien? ¿Pasó algo? —preguntó Ricardo, notando que algo raro había, pero sin imaginarse que tenía que ver con la familia. Después de todo, esa misma mañana Marina le había dicho que quería mantener todo en secreto.—Es que... mi hermana se enteró de que nos casamos. Quiere que vengas a casa. —Marina bajó un poco la cabeza mientras lo decía, como si estuviera confesando que se había escapado de la casa para irse de fiesta.Ricardo suspiró, aliviado.—Ah, bueno. Dime qué les gusta a tus familiares y cuántos son, así llevo algo para todos. Aunque... después del funeral seguro va a ser tarde.—No te preocupes, yo te espero. —le dijo Marina, miró a su hermana de reojo, cortó la llamada y le escribió un mensaje a Ricardo. No se olvidó de pedir
En toda la ceremonia, no dejaron que los periodistas entraran al funeral, porque César no quería que las noticias se metieran en eso. Solo se mandó un comunicado oficial a través de la empresa.Pero, afuera, muchos se habían escondido cerca del hotel, tratando de sacar alguna noticia jugosa sobre el funeral.—¿Por qué no lo han mandado todavía? —pensó, mientras veía a Teresa entrar al hotel. Si lograban sacarle una foto en ese momento, parada en el lugar donde estaría la nuera mayor, seguro estaría en los titulares.Hoy en día, todo lo relacionado con el mundo del espectáculo o los chismes es la forma más fácil de ganar dinero y volverse viral.—¿A qué hora es? Probablemente ni siquiera hayan servido la comida todavía. La despedida tendrá que esperar hasta la tarde. —dijo alguien, amirando su reloj y comiendo de una caja de comida.—¿Eres de otra parte, verdad? —le preguntaron.—Sí. ¿Cómo lo supiste? ¿Tan fuerte es mi acento? —respondió.—No es eso, es algo que pasa en Playa Escondida.
César vio la escena y en menos de nada sacó su celular, presionó el botón de la cámara y tomó un par de fotos.Finalmente, William entró solo a la casa, mientras la mujer se iba en su auto.César seleccionó algunas fotos claras y las envió a Perla, con un mensaje describiendo la escena: ¡Se atrevió a besar a otra mujer en la puerta! ¡Es un desgraciado y un perro!En la casa, Perla estaba sentada en el sofá mirando su teléfono. Cuando vio la notificación del mensaje de César, lo abrió, pero luego volvió a mirar sus videos cortos.William entró a la casa, le entregó su maletín al mayordomo, se quitó la corbata y preguntó:—¿Qué pasa con Marina? ¿Fue un matrimonio a escondidas o qué?—No exactamente. Ya nos conocíamos, pero siempre mantuvimos nuestra relación en secreto.— Perla dejó el teléfono y resumió claramente lo que había pasado entre Marina y Ricardo.—Ya que Marina tomó la decisión de casarse con él, seguro que lo pensó bien. Cuando la veas, no hables de esto, por favor.Marina ha
—Vale, vale, ya lo sé —Perla se levantó y le pidió a la señora de la casa el número del encargado de los apartamentos. Ella misma hizo la llamada para poner la queja.—Hola, ¿con la administración de Las Palmas? Vivo en el apartamento 105, torre 8. He notado que hay un carro estacionado frente a mi casa que no pertenece a nadie del condominio. Y esa es mi zona para parquear, y he visto que tiene una cámara grabando hacia mi casa. ¿Pueden encargarse de esto, por favor?...—Listo, se los agradezco.Afuerita de la casa, los últimos rayos rojizos del atardecer pintaban la calle con una calidez especial.El administrador venía desde el oeste, caminando hacia la parte trasera del carro de César. Verificó la placa y luego tocó la ventana del conductor.—Buenas tardes, señor. Ha estado estacionado mucho tiempo en un lugar que no es suyo. El dueño del lugar presentó una queja, le pido que se retire cuanto antes.César bajó la ventana.—No veo a nadie más en este lugar. ¿No entiendo por qué car
Marina se apuró a ir a abrir la puerta, pero apenas dio un paso, Perla levantó la mano para detenerla. Le lanzó una mirada seria, y Marina sin querer bajó la cabeza, con cara sumisa.La señora de la casa fue la que abrió la puerta, mientras William se levantaba para recibir a la visita.—Hola, un gusto —saludó Ricardo, algo nervioso cuando la puerta se abrió.La señora de la casa respondió con una sonrisa y se hizo a un lado para dejarlo pasar.Ricardo llevaba las manos llenas de regalos. Al ver esto, ella fue a ayudar.—Todavía hay más afuera, son bastantes —dijo él, algo avergonzado.Ella se asomó y vio que los escalones de la entrada estaban llenos de cajas de regalos.—Pase, señor Meyer, ya mando a alguien por ellas —dijo con una sonrisa, haciendo un gesto con la mano.Varias trabajadoras vinieron enseguida.Ricardo fue llevado hasta la sala, y no esperaba encontrarse allí con William.Ya estaba listo para ver a Lorena, pero encontrarse con él fue una sorpresa.—Por favor, tome asi
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían