Tenía un dolor tan punzante y desgarrador en su pecho que Karim tenía la horrible sensación de no poder respirar. El sentimiento de culpa le estaba consumiendo. Sentía que le había fallado a su hermana, que no la había protegido y que ahora la había perdido para siempre, de la peor manera y tan joven. Él solo quería sacar aquel dolor de su corazón, de alguna manera o hundirse en él, pero necesitaba hacer algo. Inconscientemente se dirigió al único lugar donde sabía que estaría solo…el desierto. No supo en que momento se bajó de la camioneta, cuánto había caminado y tampoco le importaba el aire que golpeada su cuerpo con pequeños granos de arena que chocaban con su pecho y se sentían como afileres marcando su piel. Lloraba, se estaba deshaciendo en llorar, llevaba años sin hacerlo y en aquella oscura noche no pensaba controlar el llanto que subía por su garganta. Todo su cuerpo temblaba, sentía que su alma se hacía añicos, se estaba haciendo pedazos que jamás podría volver a juntar.
A la mañana siguiente, después de una madrugada tan oscura, Rania se despidió de Reagan, Reich y Kaled. Los tres tenían que viajar con urgencia a Dubái para hablar con Rashid, que era el único que podía decidir qué hacer con su hija Samira, después de saber que ella estaba confabulando con los padres de Karim para atacar a su propia familia. Reagan huyó de las preguntas de Rania, no le gustaba verla tan angustiada, pero no podía ayudarla. Solo llevaba unas horas de haberla conocido y no tardó en darse cuenta de que era una buena chica, tan buena como Karim, pero si el príncipe había llegado y se había encerrado en el despacho con Jax sin darle razones a su esposa, Reagan no se sentía en el derecho de pasar por encima de él y hablar sobre algo que solo incumbía a ellos dos, pero Rania sabía que le estaban ocultando algo, y más porque Karim se había negado a compartir la habitación con ella, incluso exigió que llevaran su ropa a otro dormitorio. —¡Es mi esposo tengo derecho a verlo
Aquellas idea rondó la cabeza de Karim durante una hora entera, pero en el fondo sabía que no iba hacerlo. No podía obligarla a permanecer a su lado en contra de su voluntad, pues lo que más amaba de ella era su espíritu libre, y no tenía valor para cortar su alas y menos por egoísmo. Karim se levantó, fue al baño para echarse agua fría y así despejarse un poco. Después levantó a Rania en sus brazos para llevarla a habitación. En la cama se sintió tentado a dormir a su lado, y no se resistió a ese deseo. Rania se acurrucó todavía dormida en su pecho y él inhaló su perfume, suspirando profundamente, para después maldecirse por ello ya que eso desperto su deseo. Rania solo llevaba puesto un vestido rojo de tirantes y él no pudo evitar acariciarla, sintiendo que sería la última vez. Con esa justificación, con la mente nublada por el alcohol y el dolor que sentía en su corazón, comenzó a recorrer su cuerpo con las manos. Se quitó la camisa y repartió besos por todo su cuerpo, baj
Con aquella nota en la mano, Karim se sentó en un sillón después de servirse una copa, era la primera vez que bebía tanto, y solo lo hacía para escapar de todos su problemas y de la culpa. También porque sentía que Rania lo volvía loco, y la idea de perderla lo estaba desesperando, pero tenía en la mano una oportunidad de luchar por ella, pasar por encima de su orgullo y pelear por la mujer que amaba. Entonces largó la copa encima de la mesita de centro, se levantó y pidió al chofer la dirección donde había dejado a Rania, en un barrio de Nueva York donde vivía con sus tíos y tomó las llaves de unos de los autos que tenía guardados en el garaje. —¿Majestad no prefiere que lo llevemos nosotros? —inquirió su jefe de seguridad preocupado. —¡No, puedo ir solo! —contestó yendo dirección al ascensor de su ático. —¡Pero majestad estamos en Estados Unidos, aquí el heredero de la familia al Thani no puede ir sin seguridad! —advirtió el hombre, pero no pudo alcanzar a Karim. En cuestión de
Malika estaba peinando sus cabellos después de bañarse cuando alguien llamó a la puerta. Inmediatamente pensó que debía ser alguna de las criadas, ya que desde que Aisha y Rania se habían marchado eran con las únicas con las que hablaba, y bueno, con su pequeña cuñada Dalia. —Pase.—autorizó y se levantó sobresaltada cuando vio un rostro familiar asomando la cabeza en la puerta. —¡Aisha!—exclamó la chica corriendo hacia la empleada personal para abrazarla. —Princesa Malika, que gusto volver a… ¡Ah! —se sorprendió con su recibimiento. La esposa de Amín se veía muy feliz de volver a verla. —No sabes la alegría que me da tenerte aquí otra vez. —confesó con entusiasmo. —¿Rania también ha regresado?... Ella me hace mucha falta. —dijo cabizbaja y la chica negó con la cabeza. —¿Entonces has venido sola? —No exactamente señorita. —Aisha señaló la terraza, y cuando Malika se giró se encontró con la bonita sonrisa de Jax. —Cada día te ves más hermosa mi reina. —declaró acercándose
Solo eran diez pasos, Malika estaba segura de que no podían ser más, desde donde se había bajado de la moto hasta la entrada de la mansión de Jax, pero se quedó inmóvil sin poder dar un paso hasta aquella puerta que la llevaría a un mundo nuevo. —Tu casa es muy bonita, y está cerca del desierto. —musitó con ansiedad y él la tomó en el cobijo de sus brazos, envolviéndola en un fuerte abrazo. —Esta noche es nuestra, de los dos, para estar juntos a solas, sin que nadie pueda interrumpirnos o separarme de ti. —respondió y después la besó. Jax le dio un largo y profundo beso, de esos que te hacen levitar, que te arrebatan el alma o cualquier cosa que tengas en tu interior. Un beso posesivo, donde su lengua buscaba la suya con desesperación, y aunque todavía era muy inexperta, Malika se entregó a ellos y sus lenguas entraron en un duelo que ambos deseaban que fuese infinito. Ella rompió el beso jadeando y Jax pasó la yema de sus dedos por los labios rojos e hinchados de su reina, le enca
Jax tenía una taza con té entre las manos, mientras estaba apoyado en la barandilla de la terraza de su cocina. Observaba cada detalle de su reina, guardando todo de ella en su memoria. Cómo entrelazaba las piernas sentada en una silla alta, mientras devoraba el pedazo de sandía que tenía en las manos, y la mejor parte es que estaba desnuda. Para una chica como ella, que había pasado toda la vida cubriéndose de los pies a la cabeza, después de sentirse cómoda desnuda delante de un hombre, Malika ya no quería ni siquiera mirar una pieza de ropa. —Despacio o te vas a atragantar. —advirtió Jax viendo como ella manchaba la comisura de sus labios comiendo su fruta. —Tengo prisa, mucha prisa. —declaró antes de soltar lo que restaba de la sandía y tomarse un vaso con agua hasta dejarlo vacío. Malika saltó de su silla, tomó a Jax de la mano arrastrándolo al salón. Él solo tuvo tiempo a soltar la taza sobre la isla y seguirla. —Vamos, tenemos que hacer el amor otra vez. No tenemos mu
Toda su piel estaba erizada por la manera como su esposo la miraba. Se habían subido a una bonita limusina y el príncipe la hizo sentarse delante de él, para poder mirarla durante el trayecto. Rania había visto el deseo reflejado en los ojos azules de Karim muchas veces, pero no como en aquella ocasión. Había lascivia en su mirada, una sombra de perversión que la mantenía más sombría que de costumbre, algo que la asustaba, pero también la excitaba. El vestido que Karim había elegido para ella era un pequeño trozo de tela brillante, que no cubría ni la mitad de su cuerpo. Tenía la espalda desnuda y un escote delantero bastante pronunciado, resaltando sus senos. Rania apretó los muslos cuando la mirada de Karim paseó por sus piernas y luego subió hasta su boca. El vestido era muy corto y tenía dos fendas laterales que le llegaban hasta la cintura y no llevaba bragas. Ella se encogió con un escalofrío que atravesó su cuerpo, jadeó cuando su pezón rozó la tela fría y pesada del vesti