Capítulo 8

—Buenos días, pelirroja —susurra sobre mi cuello y me remuevo suspirando debajo él.

Acaricia mi cintura y gimo suavemente pegando mi cuerpo al suyo por la deliciosa corriente que me recorre. Siento su erección en mi trasero y sonrío complacida. Me ha encantado p***r este fin de semana con mi capitán y debo decir que mis dos meses de abstinencia se han visto muy bien recompensados.

—Buenos días, capitán —susurro levantando mi trasero y mis piernas tiemblan cuando es su mano la que acaricia mi centro.

—Me mata escucharte —dice abandonando su trabajo y me da vuelta para posar su cuerpo sobre el mí—. Eres hermosa.

Recorre sus fuertes y rasposas manos sobre mis pechos y muerdo mi labio inferior cerrando mis ojos. Disfrutando como hace tanto no lo hacía.

—Lo sé —digo con seguridad fingida mirando sus ojos y a esa linda sonrisa torcida y confiada.

Rio junto a él antes de que me bese con esa suavidad que he descubierto en este gran hombre. Me gusta cómo es de tranquilo y centrado en todo momento. Incluso cuando hablaba con sus hijos y escuchaba la fuerte voz de su hija pidiéndole que regresara con su madre. A veces los niños no saben lo que piden. Se supone que el engañado fue el capitán, no pueden esperar que el hombre quiera permanecer con esa mujer luego de enterarse que lo engañaba con otro mientras él cumplía largas jornadas de trabajo.

Esa mujer está loca por dejar ir a un hombre como éste que ahora acaricia mi cuerpo, adorándolo.

Enredo mis dedos en su cabello y me remuevo con más fuerza buscándolo cuando lo siento en mi entrada.

—Me gustas mucho, Paula.

Sonrío mirando sus ojos cafés que, aunque se ven cansados y con algunas arrugas, transmiten mucha tranquilidad.

—Tú también, Jim.

Entra en mi lentamente y cierro los ojos disfrutando lo genial que es este hombre. Su boca en mi cuello me estremece por completo y sus manos codiciosas acompasando sus firmes embestidas, me vuelven loca. Susurra palabras adorables a mi oído y jala mi cabello cuando la tensión aumenta, urgiendo el momento de liberarnos, con tanta fuerza que gimo, incontrolable.

—Eres perfecta —murmura, agitado, sobre mi cuello, sin dejar de moverse, agitado.

[...]

¿Es ridículo que no pueda borrar la sonrisa de mi rostro?

Porque no quiero que se vaya.

Jim es una persona genial. Es bastante activo, no importa a la hora que se acueste, despierta siempre a las cinco de la mañana. Aunque si me despertaran siempre, como lo hizo esta mañana, nunca me quejaría.

—¿Cenas conmigo esta noche? —pregunta una vez se detiene frente a mi trabajo.

—Me encantaría.

Sonríe antes de bajar de mi auto y rodearlo para abrirme la puerta.

—Enviaré a alguien para que traiga tu auto en un rato.

—Te he dicho que no hay afán.

Toma mi cintura con sus grandes manos sin borrar su sonrisa y me pega a su cuerpo. Quizás no sea un hombre lleno de músculos, pero tampoco es gordo y vaya que es fuerte y resistente. Acaricio su mejilla y me levanto un poco en puntas para llegar a sus deseables labios, para entregarnos en un beso que él también busca.

En este momento me importa muy poco el frío ni la nieve a nuestros pies.

—Es tan difícil dejarte ir luego de este grandioso fin de semana, Paula.

—Ha sido un buen inicio —digo con seguridad.

Sonríe y me da otro beso que me hace suspirar.

—Buenos días, Capitán Lucas y Paula —escucho decir a Sarah al p***r junto a nosotros.

Nos separamos un poco y suspiro antes de darle un último beso rápido de despida e irme con mi rubia.

—Nos vemos esta noche, preciosa. —Me da otro beso antes de soltarme.

Se despide de Sarah con un rápido movimiento de mano que mi amiga le devuelve y sube a mi auto.

—Pareces una adolescente —se burla mi amiga y finalmente la miro.

Mi sonrisa se borra cuando mis ojos se topan con la mirada fría de mi jefe, quien está en la entrada junto a un divertido señor Walker. Siguen su camino rápidamente cuando Walker llama su atención y mi jefe frunce el ceño antes de obedecer. No sé por qué me siento tan estúpidamente intimidada.

—¿Todavía está enojado por tu comentario del viernes?

—Eso parece ¾contesto, cohibida—. Creo que tendré que disculparme.

—¿Y qué tal el fin de semana?

Me alegra que cambie de tema, así podré sacar esa tonta sensación de mi cabeza.

Sarah ríe cuando mi tonta sonrisa vuelve a ocupar mis labios y decido no darle detalles. No creo que esté preparada para algo así. Además, sé que no es eso lo que quiere escuchar salir de mi boca. Con un “bien” estará más que satisfecha.

Subimos al ascensor y le susurro que hay mucho que contar, pero que no compartiré. Enarca ambas cejas y sonríe con mucha gracia. Me da un fuerte abrazo y me doy cuenta de que nunca, desde mi separación, me había sentido tan bien con otro hombre.

Mi chica se baja en su piso y sonrío al despedir a la hermana que siempre debí tener. Al atravesar las puertas del elevador, frunzo el ceño al ver tanto revuelo. Todos me miran de una manera algo extraña y no alcanzo a dilucidar el motivo. He llegado de última por primera vez, sí, pero no es el fin del mundo.

—El jefe te ha llamado hace un rato —susurra Gena.

¿Será idiota?

Sabe que subió antes de mí.

Dejo mi bolso y mi chaqueta antes de tomar mi libreta para dirigirme a la oficina de mi jefe.

—Buenos días, señor Hudson.

—¿Ahora si soy un señor? —dice, con burla, al levantar la vista para mirarme con desdén.

Vaya que aún está molesto.

—Es sólo respecto, pero si quiere que lo llame niño Hudson, no tengo ningún problema con ello.

Aprieta sus manos y bufa antes de volver al computador. ¿Quién se cree este sujeto?

—Tenemos un nuevo proyecto y necesito que reúnas al equipo para dentro de una hora. Puedes irte. —Obedezco y salgo de allí con paso seguro, pero su voz me detiene y doy dos pasos dentro sin alejarme mucho de la puerta—. Le quiero pedir el favor de que se abstenga de armar espectáculos con su novio frente a la empresa. Esto no es un motel.

Tomo una profunda respiración antes de mirarlo y contestarle.

—La calle es libre y puedo armar todos los espectáculos que se me antojen. Si tiene algún problema con ello, bien puede llamar y quejarse con recursos humanos —digo con una gran sonrisa.

Sin esperar respuesta, salgo del lugar y me dedico a hacer mi trabajo un tanto divertida por mi amena charla con mi sexy jefe.

Hoy especialmente se está comportando como un niño que no puede tener su capricho del momento. Creí que era una persona más madura. A la hora del almuerzo, me voy con mis chicas para ponernos al día. Muero por saber si Georgina finalmente dio su brazo a torcer con el policía amigo Mark.

—No me gusta y basta con eso, Paula —dice, enfurruñada y río.

La rubia sólo rueda los ojos y come.

—Pero es lindo...

—Georgi no es una zorra como tú.

Le saco la lengua a Sarah y me guiña un ojo.

—Aún no puedo creer que el señor Collins te haya hecho eso, Sarah.

—¿Qué hizo el imbécil adinerado ahora?

Me fastidia ese hombre.

—La mujer que lo acompañaba se fue molesta por algo que él le dijo y ya conoces a Sarah, lo invitó a bailar y el idiota dijo que él no baila con empleadas.

La rubia tiene el rostro colorado y suspira sin mirarnos a la cara. Pero lo que más me impacta, es haber escuchado a la mojigata Georgina Fray, decir idiota.

¿Tan malo fue?

—¿Te gusta Collins? —le pregunto a Sarah sin poder creerlo.

—Por supuesto que no —contesta con calma—. Es sólo que nunca me ha gustado verlo con esa actitud tan indiferente, actuando como si nada le importara, pero parece que le gusta estar así. Fue muy desagradable y aún más, por la manera en cómo lo dijo y el tono que utilizó. John se enojó mucho y el señor Walker tuvo que intervenir.

—De lo que me perdí —chillo, emocionada.

—No digas eso —me reprocha Geor—. Lucy se molestó tanto, que lo corrió. Ella los aprecia mucho y él se comporta de esa manera.

—El señor Walker fue quien bailó conmigo para aligerar el ambiente.

Frunzo mis labios preocupada, pero Sarah se ve muy tranquila.

Ya hablaré con la rubia a solas sobre Walker. Esa manera de mirarla no me gusta. Aunque ella se veía muy linda esa noche a pesar de no que su vestido no era ceñido ni revelador. No sería raro que despertara interés en hombres que no la habían visto como más que como la secretaria de Recursos Humanos.

Mi tarde pasa tranquila afortunadamente, a excepción de las llamadas de la insoportable novia de mi jefe, llamadas que él no recibe, como siempre. Mi jefe no me dirige la palabra más que para lo necesario y mi capitán me ha enviado algunos muy sugerentes mensajes que me tienen ansiosa para nuestro encuentro de esta noche.

Empiezo a recoger mis cosas igual que todos, pero la voz de mi jefe llama mi atención. Giro hacia la puerta donde está recostado y suspiro esperando que no se le ocurra dejarme trabajando esta noche.

—Necesito que me ayudes con algo.

Entra a su oficina y me empiezo a sentir un poco incómoda. Ya me incomoda estar a solas con él. Pero lo que menos me gusta, es que me ponga nerviosa así trate de aparentar que no lo estoy.

Me despido de Gena y de Leila antes de seguir a mi jefe.

—¿Qué se le ofrece? —Sonrío con burla cuando me recorre con la mirada—. ¿No prefiere una foto?

Prefiero molestarlo a mostrarle que me incomoda sentirme amedrentada por él.

—Necesito que me ayudes a preparar los informes para la presentación de mañana. ¿Hay algún problema con ello?

—No —contesto escuetamente y salgo del lugar para empezar a trabajar.

Pero primero, llamo a Jim, quien contesta al tercer tono.

—Hola Jim.

—No me llamaste capitán. ¿Algo sucede?

—Tengo trabajo. Tendremos que dejar la cena para otro día.

—Está bien. Pero me llamas para saber que llegaste bien a casa, ¿estamos?

—Lo haré... —digo, guardo silencio cuando siento la presencia de mi jefe a mi espalda, que quema, y suspiro—. Adiós.

Corto la llamada y me dispongo a trabajar ignorando a este hombre tan incomprensible.

—Siento haber arruinado su noche.

Lo miro y se acerca para sentarse sobre mi escritorio.

—Y yo siento lo del viernes. No quería decir lo que dije, pero esas mujeres me tienen cansada con eso de que yo le gusto... —Creo que estoy hablando de más—. Olvídelo.

Me mira como si no le extrañara mi comentario y mi estómago se retuerce.

—Parece que la sola idea de que algo así pasara te enferma. ¿Tan desagradable te parezco?

La diversión en su rostro me causa gracia.

—Le llevo siete u ocho años de edad.

—¿Y? —pregunta, extrañado.

Reprimo mi sorpresa tratando de permanecer casual. No puedo creer que sea verdad. Debe ser solo por mi físico. Eso es algo normal. Siempre es lo mismo. Distraigo mi mente con la banal actitud innata de los hombres, como excusa para sus palabras sin sentido.

—Señor...

—En un rato más llegará nuestra cena.

Se levanta y se va dejándome con la palabra en la boca y con una horrible sensación de opresión en mi pecho. Espero que esa fantasía se le pase pronto, porque no creo soportar convivir tantas horas a su alrededor con esa actitud, y no lo digo por miedo, es por el placer que eso le causa a mi cuerpo.

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