Capítulo 2

Lucy

Cuando llega la noche, resoplo, resignada, al tener que volver a esa casa. Ayudo a mis jefes a cerrar y dejo que Lia y Jean se vayan, tratando así de tardar el mayor tiempo posible. Tomo mi autobús y recuesto mi cabeza a la ventana, con el frío calmando mis pensamientos. Intento, como cada día, evitar pensar de más y no es porque me haya resignado a esta vida, nunca lo haría, pero es difícil escapar cuando estás sola, no tienes apoyo de nadie y controlan cada paso que das. Eso es él en mi vida. Debí tomarme muy enserio cuando me pregunto si sería suya, aunque no fue necesaria una respuesta; él ya me había tomado como una propiedad mientras confiaba en él.

Desde la acera de enfrente, puedo ver la luz del apartamento encendida y un par de sombras ir y venir. En momentos como este me maldigo por no haber hecho caso a mi madre y haber ido a la universidad. Pero, por mi manera de ser, hubiera sido peor gastar ese dinero innecesariamente. Soy una persona algo inestable emocionalmente y tiendo a dejar todo a medias. Nunca he terminado nada en mi vida, más que la escuela por presión de mi padre, y nunca he durado en un trabajo más de tres meses, simplemente porque siento que no es mi lugar y rápidamente necesito buscar algo que me motive. En este nuevo trabajo, me estoy esforzando para superar eso, no me estimula mentalmente, pero sí estoy rodeada de personas dulces, justo lo que necesito para enfrentar mis noches con él. Ni siquiera me duraban los novios, el único con el que he estado más de dos meses, es con Chase. Y tuvo que ser el peor.

Me siento en un banquillo frente al apartamento para esperar a que la visita de mi "novio" por fin se vaya. En un principio, no soportaba este tipo de cosas porque creí que le quería, pero una se acostumbra a todo. Cuando no hay amor, lo que haga la otra persona, simplemente, no importa.

Decido hacer algo que no hacía desde hace mucho, mucho tiempo. Llamar a mi madre. Sarah me ha hecho pensar mucho en ella luego de ese abrazo y esa sonrisa que me regaló. Ahora necesito escucharla. Me acerco al teléfono público de la esquina y marco el número grabado en mi memoria. Mi madre no demora en contestar.

—¿Familia Earhart?

Con sólo escuchar su voz, todo el dolor que tengo acumulado oprime la boca de mi estómago. Ella aún cree que somos una familia, como si esperara a que papá y yo regresáramos algún día.

—Hola, mami —saludo, tomando acopio de mi propia fuerza.

—Bebé —dice con voz alegre, pero se nota su preocupación.

Me duele mentirle sobre mi "magnífica" vida, pero prefiero no preocuparla más de lo que ya hace por mí. Me hace sentir como la peor hija del mundo. Siempre he sido firme en todo lo que quiero hacer con mi vida, pero lastimosamente nunca acierto con una buena decisión y termino huyendo. Mi madre dice que sólo soy una chica obstinada que no sabe lo que quiere hacer con su vida.

Creo que esa es mi maldición. Y aquí estoy.

—Hola, mamita —repito, tontamente, e intento borrar por un rato aquellos malos pensamientos que torturan diariamente mi mente. Eso funciona para aparentar ante las personas—. ¿Cómo estás?

—Bien, mi amor. Extrañándote mucho. ¿Cuándo vienes a casa?

—Pronto, mami. Pronto —digo, animada.

Ahora siento que ha pasado demasiado tiempo, que necesito verla; pretendía estar en esta ciudad unos pocos meses y seguir avanzando de ciudad, quizás ir a Chicago, luego a Indianápolis, disfrutar las ferias de Nashville y continuar hasta llegar a Atlanta como último lugar antes de volver a ver a aquellas personas que alguna vez tuvieron poder sobre mí.

Pero nada de eso será ya.

Luego de una corta y estremecedora charla, me despido de mi dulce y demasiado comprensiva madre. He disfrutado escucharle hablar sobre el taller de modistería que está haciendo, como si necesitara ser mejor de lo que es, y lo mucho que se divierte. Eso me hace sentir orgullosa de ella, es lo que siempre he querido que haga, que mire al frente y busque ser feliz. Pero la tristeza en su voz está presente cuando me dice que me ama y la tristeza me embarga inmediatamente.

Deseo salir de toda esta mierda.

Pero no sé cómo.

Luego de media hora, decido subir. Será peor si llego más tarde de lo normal. Espero que su amiga lo haya dejado de buen ánimo y se olvide que existo. Cuando llego a su piso, lo veo despedir a su amiguita de turno en la puerta, sin emoción o alegría. Se ve fastidiado como si nunca lograra estar satisfecho con algo.

No lo amo, ni un poco. De eso me he dado cuenta desde hace mucho tiempo atrás y me alegro por ello. Ni los celos se hacen presente, ya. Lo único que siento es lástima por mí misma, por no poder salir de este maldito lugar.

Chase sonríe al notar mi presencia, mostrando lo enfermizo de su mente con su cambio de actitud tan repentino.

—Preciosa —dice, alegre, y camina unos pasos para acercarse a mí.

Me alza con sus fuertes brazos y me besa como lo hacía cuando iniciamos esta "relación", de la manera en que antes adoraba que lo hiciera. Como si de verdad me quisiera y fuera lo mejor que tuviera en su patética vida. Lo siento suspirar con alivio, me abraza con fuerza y gime con placer.

Contengo las ganas de vomitar al sentir su toque y sus labios que estuvieron sobre esa mujer. El idiota está más animado de lo que creí y eso es malo para mí.

Las mujeres somos unas ilusas. La magia del supuesto amor no dura, pronto aterrizamos en nuestra triste realidad viéndonos en los brazos del sapo más asqueroso del mundo.

—Qué bueno que llegas, preciosa. Te he extrañado todo el día.

Me vuelve a besar y trago mi orgullo junto a las ganas de patear sus pelotas.

—Yo igual —digo, cuando me suelta y sonríe aún más.

Si no lo conociera como lo conozco, si no supiera qué tan voluble es y cómo de depravado puede llegar a ser, creyera en esa sonrisa tierna y dulce que me regala, como si sintiera un profundo amor y yo le llenara de esperanza, realmente le creería.

Me toma de la mano y entramos al apartamento; empuja a la mujer sin ningún tacto para que nos deje pasar y ella se queda allí como esperando algún tipo de atención, pero la ignora como si no existiera o fuera un estorbo más en su vida.

Me pega a la puerta una vez la cierra en las narices de su zorra de turno y besa mi cuello mientras me desviste con desespero, con esa misma necesidad que ha mostrado desde el primer día juntos. Como si, para él, nada nunca hubiera cambiado entre nosotros. Como si este fuera su sueño.

—Vamos por un baño antes de cenar. Te he preparado algo delicioso. Te sentirás orgullosa de mí.

Sonríe, con deseo, al alejarse y contemplarme totalmente desnuda. Murmura cuán hermosa soy y jala mi mano para guiarme a nuestra habitación, y simplemente me dejo hacer. Se encarga de hacer todo por mí, como sé que le gusta, bañarme con delicadeza y besar cada centímetro de mi piel. Mi cuerpo reacciona a cada experta caricia que me impone y me siento asqueada de mí misma. Me gira para hacerse a mi espalda, toma mis caderas en sus manos con firmeza y sé que está complacido por cuanto mi cuerpo disfruta de sus atenciones. Asegura que fuimos hechos el uno para el otro, y el sexo es la mejor manera de comprobarlo. No me puedo negar, ni un dolor de cabeza es una excusa válida para evitar que me tome las veces que desee, de la manera que se le antoje.

Lo escucho susurrar cuanto me ama con cada embiste contenido, me trata con delicadeza y me acaricia como a un tesoro, hasta que me siento derretir en sus manos y él se deja ir también.

Besuquea mi cuello, y muerdo mi labio superior para reprimir el sollozo que pretendía expulsar mi adolorido corazón.

—Estoy preparando tu cena favorita —susurra, incitador—. Salmón.

Empieza a mover sus manos en mi cabello, lo divide en dos y empieza con su ritual nocturno de enfermiza adoración y sé lo que dirá. “Adoro tu cabello”

—Adoro tu cabello. —Y sonrío con ironía—. Te hace ver única y especial. Te da la frescura que mi vida necesita.

—¿No te cansas de decir eso?

—Nunca. Amo amarte. Eres mi vida. —Resoplo, como un acto involuntario y arrugo mi rostro cuando detiene sus manos. Aprieta con suavidad contenida y gira mi rostro para enfrentarme con un siseo amenazador—. ¿Pasa algo?

Niego y aprieta con más fuerza, obligándome a hablar como le gusta, con firmeza y seguridad.

—Es sólo que esa mujer… —digo, como la única excusa que logro encontrar para no gritarle cuanto lo odio, cuanto asco me da entregarme a él y dejar que haga conmigo todo lo que desea, como si fuera una estúpida muñeca complaciente.

Suspira y me abraza. Besa mi mejilla y vuelve a su trabajo de consentir mi cabello.

—Ya hemos hablado esto y no quiero discutir por eso. Ellas no significan nada para mí, te lo he demostrado cada día. —Me gira y acaricia mi cara. Un beso en la mejilla, otro en mi quijada y un último en mi cuello—. No quiero lastimarte.  No otra vez, mi preciosa morena. No lo soportaría. Necesito liberar toda la tensión que recibo día a día y prefiero desquitarme con ellas que pensar si quiera en mancillar tu preciosa piel canela otra vez. Si comprendes eso, todo será perfecto. ¿Lo harás por mí?

La súplica en su mirada hace que mis entrañas se retuerzan.

Asiento.

—Si. Todo por ti.

Esa respuesta parece fascinarle, porque sonríe encantado y estrella su boca contra la mía con un fuerte beso que no pretende dominar. Me arrastra fuera del baño, me toma en sus brazos como a una princesa y me deja en la cama que compartimos.

—Te amo tanto. —Besa mi cuello y poco a poco baja a mis pechos, levanta la mirada y espera mi respuesta.

Acaricio sus mejillas y sonrío, como toda una actriz de Hollywood.

—También te amo —susurro, para su alegría.

Retuerce mis pezones, calentando mi cuerpo traicionero. He leído que es imposible controlar las sensaciones del cuerpo cuando es correctamente acariciado, que no debería sentirme culpable al dejar mi mente liberarse de la tensión sexual que él provoca, que no es mi culpa la manera en cómo mi cuerpo reacciona. Pero nunca dejaré de sentirme culpable por ceder y complacerlo.

Gimo y grito al sentirlo dentro de mí, por la profundidad. Toma mi cabello en sus puños y me obliga a mirarlo mientras repite una y otra vez que soy suya, y me penetra sin descanso hasta hacer doler mis entrañas, sin que le importen mis quejas. Hasta que el poco placer que sentía se convierte en una tortura.

Y a él no le importa.

—Mía —sisea. Vuelve a tomar mi boca, más calmado. Más incitador. No se detiene, pero sí minimiza su afán hasta lograr lo que desea, volver a encender mi cuerpo con las caricias de sus manos en mi cuerpo, los suaves mordiscos en mi cuello y ese vaivén delicado que me domina—. Mía. Mi morena.

Deseo, dolor, y deseo otra vez.

Tortura.

Mi cuerpo se desmigaja una vez más. Con él fingir no es posible, sabe lo que hace y conoce mi cuerpo como si fuera suyo.

Besuquea mi cuello y suspira, complacido.

—Será mejor termines de bañarte sola o no cenaremos esta noche —dice, sonriente. Se levanta, llevándome con él y me da un último y ansioso beso antes de dejarme ir—. Limpiaré aquí mientras terminas.

Señala las sábanas mojadas por nuestros cuerpos, mi cabello y nuestros fluidos. Sonrío “apenada” y entro al baño dejando atrás su risa condescendiente.

Le gusta la cocina, es bueno en ello y sé que es por todo lo que tuvo que pasar de niño, cuidando de su madre y de sí mismo para poder sobrevivir como la vida se lo permitió a un niño lastimado, abusado y no amado. Pero aun así ya no puedo sentir empatía con él si me reduce a esto que me he vuelto. Necesito la libertad que tengo cuando estoy en mi trabajo, donde puedo sonreír con libertad, discutir si es mi deseo, llorar a mi antojo sin que eso signifique una tortura.

El golpe a la puerta me sobre salta y limpio mis lágrimas con afán. Suspiro al escucharlo decir que me espera en el comedor en cinco minutos, ni un minuto más. Y así me apresuro a obedecer, detestándome más a cada segundo. Aprieto los puños al ver la pequeña lencería sobre la cama recién hecha. Una diminuta batola de seda amarilla, sin ropa interior.

Así salgo y me siento en el comedor arreglado para dos, con velas y vino, como si celebrara algo. El aroma del salmón invade el apartamento y me niego a seguir llorando y lamentándome.

Observo el bonito lugar que él ha asegurado como mi hogar, decorado a mi gusto, con fotos nuestras tomadas los primeros meses de nuestra relación, cuando creí que él podría hacerme feliz. Muebles costosos y todo lo que una mujer podría soñar con tener.

Se siente frío.

Sé que debo irme, alejarme de él, pero recordar el dolor de esa última vez hace cuatro meses cuando intenté dejarlo por tercera vez, ese lacerante dolor en mi brazo cuando casi lo rompe, la sangre escurriendo por mi nariz, y mi vista nublada por el dolor. Todo luego de encontrarme en un motel a las afueras de la ciudad luego de denunciarlo por maltrato. Pero nada nunca funciona. Ni hablar, ni huir.

Sé que todo lo que pasa en mi vida, es sólo mi culpa. Fui la niña rebelde y desordenada que se metía con los chicos malos, aunque nunca ninguno me maltrató. Es una mierda todo eso de los libros donde los chicos malos cambian su forma de ser, todo por el amor que sienten por su niña adorada.

Niña adorada, mis polainas.

—Espero te guste.

Llama mi atención y sonrío antes de tomar el tenedor para probar el salmón que ha preparado para mí.

Delicioso.

Lo odio.

—Eres el mejor cocinero que he conocido —le alabo, y me da un beso sin borrar su sonrisa pletórica.

Empieza a preguntarme sobre mi día, como cada día, preocupándose por cómo soy tratada, se queja por mi decisión de transpórtame en autobús cuando él mismo puede llevarme, pero le agradezco que no insista como antes sabiendo que tiene bastante trabajo en su taller y no le queda muy cerca de mi trabajo.

—Quiero pedirte algo. —Dejo de comer y lo miro, preocupada. La última vez me pidió que lo acompañara a visitar la tumba de su madre y fue desastroso ver cómo se quebraba y se aferraba a mí mientras maldecía a la mujer que lo trajo al mundo y que lo entregó a otros hombres para que disfrutaran con su cuerpo cuando era un pequeño niño de doce años. Verlo así me asusta más que cuando se desquita conmigo.

—Lo que quieras.

—No tomarás más pastillas. —No es una petición. Lo sé—. Quiero que formemos una gran familia, muchos hijos iguales a ti.

Enrolla su dedo índice en uno de mis rizos húmedos y lo lleva a su cara, acariciando sus mejillas, ignorando la lividez que me sobrecoge y el terror de traer a sus hijos a esta vida.

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