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Enza apretaba las correas de su mochila que contenía sus pertenencias para el viaje mientras seguía al jeque a través de esta jungla salvaje con inquietud. Él golpeaba las plantas con fuertes golpes para abrirse paso en este largo pasillo de vegetación espesa. En esta densidad, el sol no podía atravesar el dosel, lo que hacía que la jungla fuera muy oscura pero extrañamente hermosa gracias a los rayos de luz que se filtraban a través de los altos árboles.

A medida que avanzaban, Enza sentía que el camino se volvía más hostil y agotador. — Arik me dijo que conocías esta jungla como la palma de tu mano —dijo mientras se apoyaba en un árbol para subir sobre las raíces que sobresalían de la tierra.

— Y quieres saber si es cierto —concluyó él mientras continuaba su camino.

— ¿Cuántos kilómetros se extiende esta jungla? — Kilómetros, miles de kilómetros.

— ¿Cómo es posible que...

— Años y años de práctica —la interrumpió con una voz tranquila, neutral y naturalmente grave.

Enza respiró prof
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