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— ¿En qué estado estás? —se lamentó Nadia al cerrar la puerta de su habitación. — ¿En qué estado estás? —repitió Hamil, poniendo sus manos sobre su cabeza.

A pesar del cansancio, Enza no pudo evitar reír mientras levantaba a Hamil en brazos para abrazarlo. Finalmente. — Me has echado mucho de menos —murmuró, oliendo su aroma que aún conservaba un toque de bebé.

— ¡Tú también me has echado de menos, Enza!

Un terrible dolor de espalda la hizo dejarlo en el suelo. Nadia se acercó, visiblemente preocupada. Intercambiaron una mirada silenciosa, pero en los ojos de Nadia brillaba una emoción especial. Era como si se sintiera apenada por ella.

— ¿Puedo ir a jugar? —preguntó Hamil, tirando de su camisa sucia.

— Por supuesto, mi ángel. Te alcanzaré más tarde —dijo acariciando su mejilla—.

Pero, sin travesuras, ¿de acuerdo? Él asintió y corrió hacia la puerta, subiéndose de puntillas.

Cuando desapareció por el pasillo, Enza respiró profundamente y se pasó las manos por el cabello. De repente, e
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