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Enza hizo una leve mueca cuando los dedos del jeque se apretaron contra los suyos cada vez más fuerte a medida que avanzaban. Su palma estaba literalmente pegada a la suya, llegando a sentir la humedad de sus manos mezclarse. Con los labios apretados, caminaba a su lado, aprovechando la fuerza que él tenía en el brazo para superar los obstáculos más difíciles. Bajó la mirada para buscar su mano atrapada en la suya, literalmente sofocada por la del jeque. Sus feroces mandíbulas estaban tensas como unas tenazas de hierro. Tristemente, miró hacia la jungla preguntándose si algún día este hombre herido lograría controlar la ira que emanaba a su alrededor. Solo Enza sabía que esta ira nunca se apagaría. Lo que había vivido, lo había convertido en su fuerza, construyéndola sobre el odio. Un odio que lo había llevado a cometer actos para su país, igualmente monstruosos que honrados.

— El pequeño mono te quiere, por eso te robó la toalla. Es su manera de expresarte su aprecio.

Sorprendida d
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