Molestias

La luz del amanecer les molestaba un poco a sus ojos cansados; era lógico, no había dormido mas que un par de horas en un motel de paso antes de llegar a su destino, sin embargo, finalmente llegaba a California; había decidido tomar la carretera y no un avión porque necesitaba algo de tiempo para analizar la situación y terminar de asimilar lo que estaba ocurriendo.

La ciudad parecía casi desierta a esas horas de la mañana; era de esperarse, California solía ser una ciudad muy viva pero solo de noche, por ello no gustaba demasiado; demasiado ruido para su gusto y demasiados ebrios para tolerarse, era como estar en una noche eterna de fiesta y para alguien como el, eso era bastante tedioso; para nadie era un secreto que

Andrew Miller no era un hombre de juergas, fiestas o excesos, por eso era que muchas personas, entre ellas su estúpido medio hermano menor, le consideraban un “tipo” aburrido; solo Aura siempre lo había encontrado extrañamente divertido y fascinante.

Toda la noche había pensado en ella. En esa joven de encantadores ojos entre verde y azul que ahora lo tenia en medio de ese gran lío en el que no habría querido ni por asomo involucrarse; no le gustaban para nada los conflictos y menos aun si estos no le eran necesarios, pero aun en medio de sus demasiado sensatos pensamientos, no había podido simplemente dejarla sola y a su suerte como habría sido lo más lógico hacer para evitarse molestias; no, simple y llanamente él había decidido apoyarla en contra de su buen juicio. Aura era, y siempre seria, la única mujer por la cual el estaría dispuesto a tomarse molestias que no le traían beneficios; meditaba sobre ello cuando de nueva cuenta su celular sonó, aunque esta vez con un nombre en la pantalla que no le era demasiado grato: Barbara Antone.

Sin mucho animo de responder, estaciono su lujoso auto clásico en el estacionamiento del hotel del lujo en el cual estaría hospedándose hasta encontrar un departamento adecuado; el que tenia en la ciudad había dejado de ser suficiente decente, además, en él se había acostado con demasiadas mujeres en sus viajes de paso a la ciudad, estaba de mas decir que le resultaría incomodo que Aura entrara en él, aunque fuese solo de visita. Sonando de nuevo, el nombre de la mujer pelinegra con la cual tenia una molestia en común, de nuevo saltaba a la vista, de mala gana, esta vez, si atendió la llamada.

 – Vaya, hasta que dignas a responder – dijo la mujer en tono molesto al otro lado de la línea.

 – Lamento informarte que no estoy a tu entera disposición y menos aun cuando me encuentro con asuntos que me son mucho mas urgentes, di lo que necesitas – respondió con su característica frialdad el apuesto pelinegro.

Un resoplido de molestia al otro lado de la línea se escuchó, aunque este no lo inmuto en lo mas mínimo.

– Dios, en verdad eres un pesado, al menos Stephen solía ser mucho más cortes – dijo con molestia la pelinegra Barbara.

Aquel comentario casi le hizo fruncir el ceño; no le agradaba en lo más mínimo ser comparado con su medio hermano, Stephen era una enorme molestia y tambien, una deshonra para su apellido.

– Si solo me llamaste para hablar de Stephen colgare, no tengo tiempo para perder y menos con tonterías – respondió en tono mas severo Andrew.

– No, espera – respondió a prisa la mujer antes de que aquel abogado estoico le cortara la llamada que tanto le había costado enlazar.

– Es sobre Emily, su tratamiento…bueno, todo empeoro, parece ser que se ira mucho antes de lo anticipado, será mejor que estemos preparados para hacer valer su voluntad en cuanto esto termine…la verdad es que intente hablar con tu hermano, pero el no quiere saber nada de ella, la culpa de lo que ocurrió con Aura Prince, además, Emily tambien quiere hablar con ella, ya sabes, disculparse por todo lo que le hizo, pero parece que se la ha tragado la tierra, Emily no esta bien, morirá de un momento a otro y esta mas sola que nunca, Cedrick se marcho y se que no volverá, al menos no durante mucho tiempo, necesito que tengas todo listo para la adopción de esa niña, y se cumpla la ultima voluntad de mi única amiga – dijo Barbara con evidente dolor.

Andrew guardo silencio por unos momentos; lo que esa mujer le pedía era casi imposible, aun así, había logrado avanzar en ello con ayuda de su madrastra; ella había hecho uso de sus influencias para lograr que la mujer que casi fue esposa de su hermano y ahora agonizaba, lograra adoptar a una niña de nombre Astrid, a la que había conocido en el hospital donde se hallaba convaleciendo, según los archivos y lo dicho por ambas mujeres, la pequeña había perdido a sus padres en un trágico accidente mientras se hallaba peleando contra una leucemia que logro superar, sin embargo, los parientes la habían deliberadamente abandonado en el hospital, lugar donde aun permanecía por caridad ya que la dueña del mismo se había compadecido de ella permitiéndole permanecer allí hasta que se encontrara un tutor; la moribunda mujer se había encaprichado con la niña y deseaba adoptarla para que la pequeña hiciera uso de sus propiedades y cuentas bancarias, mismas que había ya acomodado para que el dinero en ellas se usara para la educación y manutención de la niña hasta su juventud, incluso, había escogido el internado en donde la infante pasaría prácticamente toda su niñez y temprana juventud; aquello por supuesto era una completa locura, pero Emily Young había insistido tanto en ello que no pudo más que aceptar, después de todo, aun cuando aquella no era la mejor persona y mucho menos le agradara, se sentía de cierta manera en deuda con ella; la mujer tambien había sido una victima entre comillas de su estúpido medio hermano quien no quiso saber nada de ella en cuanto supo que moría de cáncer, además, la culpaba de lo ocurrido entre el y Aura aun cuando había sido el mismo quien arruino su relación con su ex prometida y debido a su infidelidad.

– Esta casi hecho, aunque sigo pensando en que esto es una completa locura, cuando ella muera, y solo para que te des por enterada, tendremos que ser tu y yo quienes asumamos la custodia de esa niña – respondió con frialdad Andrew.

– Eso ya lo suponía, pero, ¿Cómo haremos con ello? No somos ni seremos nunca una pareja, diablos, ni siquiera me agradas – respondió la mujer con demasiada sinceridad.

Andrew casi quiso reír ante esa estúpida interrogante.

– Tendremos que fingir obviamente, mi madre ha conseguido que esta tontería sea posible, aunque lógicamente rayando casi en lo ilegal, así que por mínimo deveras soportarme un tiempo hasta que la niña pueda valerse ella sola, además, solo será para ir a sacarla del internado que Young eligió para ella – dijo Andrew saliendo de su Maseratti A6 GCS Berlinetta.

La mujer no le respondió durante un momento como si estuviese repensando las cosas.

– Esta bien, envíame los detalles a mi correo y cuando debo presentarme a firmar, supongo que lo que Emily deberá firmar lo traerás tu mismo o lo enviaras con alguien, ya no es posible que ella salga del hospital, es bueno saber que tienes un corazón, será mejor que nos llevemos bien, seremos falsos esposos después de todo – afirmo la mujer pelinegra haciendo el uso del sarcasmo en su última frase.

– Es correcto, bien, te envió los detalles, y Barbara, será mejor que te abstengas de tus bromas o sarcasmos, esto no es algo que yo debería de hacer por una causa que ni siquiera me interesa, sin embargo, mi madre insistió demasiado y no me dio opción a negarme, no colmes mi paciencia – advirtió el adonis pelinegro.

– Tranquilo primor, no es que esto me agrade, fingir ser la esposa del abogado de corazón frio no es precisamente algo que me resulte grato hacer en los siguientes años, pero lo hare por mis propias razones, resérvate las tuyas, no es como si me interesara saberlas – respondió de manera feroz Barbara.

Andrew sonrió leventemente ante aquel comentario, conocía poco a Barbara Antone, pero aquello era suficiente para saber que no era una mujer que se quedara callada, era en realidad muy astuta, inteligente y de pensamiento similar al suyo; aunque para nadie era un secreto que ella, al igual que Emily Young, había sido una de las muchas amantes de turno del despreciable Cedrick Meuric, saber aquello tambien le hacia cuestionarse sobre las razones que había tenido Aura para enamorarse de un imbécil como ese.

– Bien, cada quien a lo suyo – respondió Andrew para luego dar por terminada esa llamada.

Tomando el elevador para subir al vestíbulo de aquel hotel de lujo, Andrew observo su reflejo en el cristal del mismo; eran demasiadas las molestias que se estaba tomando últimamente, aunque de todas ellas solo las que Aura Prince le ocasionaba eran las que le importaban, quizás, estaba cambiando, y no sabia si eso le gustaba.

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