—Chiara, he venido a hablar contigo. — dijo Kendrick Godric mirando a su mutilada esposa envuelta en un lamentable llanto.Reconociendo la voz de su marido, el rostro de Chiara Cervantes se iluminó por completo.—Mi amor…has venido a verme, a consolarme. Se que juntos lograremos salir de esto, tú eres todo lo que más amo en el mundo, y sé que tú me amas a mí de la misma manera. — dijo Chiara extendiendo sus brazos hacia Kendrick, sin embargo, el tan solo la miró con frialdad.—¿Cómo pudiste mentirme? ¿Cómo fue que alguna vez creí en ti tan estúpida y ciegamente? — dijo Kendrick destilando rencor.Chiara deshizo su sonrisa.—¿De que estas hablando? ¿Esa maldita perra de Bernadette te ha dicho algo? Es una zorra mentirosa, no puedes creer nada de lo que te diga, yo soy la única que ha estado contigo, la única que te ha amado ciegamente. ¡Mírame! ¿Cómo puedes dudar de mi en estos momentos en que te necesito tanto? — cuestionó enfurecida entre llanto y desesperación.Kendrick sintió asco
—Hoy, es un día glorioso para España. —El obispo hacia una reverencia ante Eduardo Cervantes, y los aplausos llenaron el salón del trono real, mientras los murmullos sobre el recién nombrado Rey de España y Castilla no se hicieron esperar. El ambiente se había llenado de regocijo y esperanza; como si todos creyeran que aquel hombre efectivamente llevaría a su nación a una nueva era de avance y de paz. Mérida Castle observaba en silencio al igual que lo hacía Cassandra Baskerville, y hermosamente vestidas, ambas fueron presentadas como las invitadas de honor del nuevo Rey.—Esto es terrible… — musitó Mérida que apenas había cruzado un par de palabras con la madre de su joven señora.Cassandra asintió sin atreverse a hablar. Estaba arrepentida de todo lo que había hecho, y el miedo de lo que Eduardo Cervantes pudiese hacerle a Bernadette, la carcomía por dentro.Desde detrás de uno de los pilares de aquel elegante gran salón, una joven de cabellos rojos, observaba atenta como su medio
En el castillo de Buckingham, reinaba un ambiente triste. Los preparativos para la boda real entre la princesa Bernadette Baskerville y el Duque de Devonshire Henrick Godric, se llevaban a cabo con gran diligencia. Sin embargo, Bernadette se sentía todo, menos feliz.—Será la novia más hermosa, princesa, sin duda nadie en todo el reino tiene su gran porte y belleza, el Duque d Devonshire es realmente un hombre afortunado. — dijo la modista mientras Bernadette se miraba en el espejo con aquel vestido de novia que había escogido con premura. No se sentía dichosa, aunque debía de estarlo.Henrick había tenido que marcharse en un viaje rápido hacia el castillo Devonshire por la terrible tragedia que había ocurrido allí, recién hacía unos momentos se había ido, y ya sentía extrañarlo, pero su temor hacia Eduardo Cervantes, y lo que podría hacerle a Mérida y a la dulce y pequeña Abigail, era mucho más grande que cualquier otra cosa…Henrick no se había atrevido a informar de ello a la Reina
—Tienes una hija ilegítima, y por mi descuido, cayó en las manos de Eduardo Cervantes. —Kendrick sintió como un baldazo de agua helada aquello que Henrick acababa de decirle. —¿Qué? ¿Qué cosa has dicho? — cuestionó. Henrick siguió abrazando a su hermano ante el temor de que este terminara sufriendo un colapso. —Yo…debí decírtelo antes, pero no sabía cómo ante todo lo que está pasando. ——Espera… ¿Cómo es eso posible? — cuestionó Kendrick completamente acongojado y sin saber que mas decir o preguntar. — ¿Esta es otra de las tretas de Chiara? Porque si es así yo…no puedo creerlo… — dijo dejándose caer sobre su almohada. Henrick abrió una fotografía en su celular y se lo extendió a Kendrick. —Alicent. Ese era el nombre de su madre. Mérida Castel, la dama de Bernadette, estuvo cuidando de la niña en secreto. Hice las pruebas genéticas necesarias, no hay duda de que esta niña, es tu hija. — respondió Henrick. Kendrick sollozó. Recordaba a Alicent, aquella prostituta rubia que le res
El cielo gris de aquella tarde, había bloqueado por completo la luz del sol. Las nubes oscuras presagiaban una tormenta, y la enfermera acomodaba su suero causándole un poco de daño a su vena. Los ojos de Chiara Cervantes parecían fijos en el techo blanco sobre su cabeza, y su mirada estaba perdida en la nada. Las palabras de Kendrick Godric, sin embargo, se repetían una y otra vez en su mente causándole dolor. Chiara Cervantes sentía como sus ya inexistentes piernas le estaban doliendo, y las lágrimas nuevamente brotaron desde sus ojos castaños. Estaba sola, completamente sola en aquel tan doloroso momento, y no podía soportarlo.—¿Quiere que le deje abiertas las cortinas señorita? ¿O prefiere que las dejé como están? — pregunto la enfermera mirando con lastima a Chiara.Todo el hospital había estado hablando de la joven paciente que había sufrido un accidente, y a la que tuvieron que amputarle ambas piernas; se decía que la propia princesa Bernadette Baskerville, había hablado con
En España, Martina sonrió.“En un giro inesperado de hechos, el Rey Eduardo Cervantes, ha sido acusado del homicidio del príncipe heredero…”Aquella noticia se había regado como la pólvora, y el pueblo estaba enardecido. Todas las pruebas recabadas por Odette Brown le habían sido de gran ayuda, y sabía que Eduardo comenzaría a dar sus últimos esfuerzos para mantenerse en el trono. Cruzándose de brazos, la joven princesa sonrió al ver cómo todos en el palacio de la Zarzuela corrían de un lado a otro. Aquel escándalo había estallado, y ahora Eduardo se encontraba entre la espada y la pared. Estaba acorralado. En su estudio, Eduardo arrojaba todo objeto que estuviese a su alcance contra los muros. ¿Cómo era posible que todo aquello saliera a la luz? ¿Quién se había atrevido a exponerlo en los medios? Su teléfono no había dejado de sonar en todo la tarde, y sabía que era cuestión de tiempo hasta que el pueblo español exigiera un juicio en su contra. Frustrado, continuaba rompiendo todo a
La noche había caído, y en cada casa española, se seguía escuchando la noticia que contaba la verdadera cara de Eduardo Cervantes. Las personas no habían tenido duda alguna en unificar su condena: el nuevo Rey ya no era bienvenido en su tierra, y pronto la queja comunitaria, se había convertido en un aullido generalizado que exigía un castigo ejemplar para el Cervantes. Oculto en la oscuridad de la noche, Eduardo observaba a las personas pasar mientras se mantenía bajo resguardo dentro de una de sus camionetas; gran parte de sus hombres también le había dado la espalda una vez que sus “pequeñas” indiscreciones salieron a la luz pública, y ahora solo un puñado de ellos junto a su mayordomo, se mantenían fieles hasta el final. ¿Cómo era que Martina se había conseguido las pruebas? ¿Cómo era que la vida decidía quitárselo todo cuando ya lo tenía en la mano? Habiendo crecido casi como un mendigo y sabiendo que tenía sangre de la realeza en sus venas, aquel sentimiento de impotencia que
—El día de mañana se llevará a cabo la boda real entre la princesa heredera Bernadette Baskerville y el Duque heredero de Devonshire Henrick Godric. Se habla de una ceremonia por todo lo grande y ya se siente la emoción en el ambiente de Londres… —El botón de apagado fue oprimido, y Eduardo Cervantes miró su propio reflejo en aquella pantalla oscura. Levantándose, abrió la ventana de aquel hotel barato, y sintió el viento frio golpearlo a la cara. Era septiembre, y las hojas de los árboles caían con lentitud hacia el suelo. Había logrado llegar a Londres sin ser detectado, y aun cuando ya se había expedido una ficha de búsqueda internacional por él, nadie realmente prestaba atención a la urgencia de su captura ante la “emoción” que el pueblo ingles estaba sintiendo por la boda que sería llevada a cabo al día siguiente. Todos hablaban de la bella princesa Bernadette, de su generosidad y de cómo había ayudado a un orfanato, así como también la gente esparcía los rumores sobre Chiara Ce