Dejo salir un suspiro, froto mis ojos y siento la pesadez en mis hombros por el estrés acumulado en mis músculos de la espalda.
—Hace mucho que tengo una pregunta —suelta mi padre de repente.
Volteo y lo observo con los ojos cansados y algo irritados.
—Ese tipo… ¿cómo terminó acosándote? —indaga con voz bastante seria.
—No lo sé… —respondo con sinceridad—. De un momento a otro, cuando quise reaccionar, él ya estaba siguiéndome, veía su silueta entre las sombras. —Mi voz comienza a helarse y siento un escalofrío recorrer mi cuerpo—. Era horrible, papi, podía sentir que me seguían los pasos cuando volvía de clases; por eso terminé pidiéndole a Walter que me esperara afuera de la universidad y por eso comenzó a sospechar.
—Ya —aceptó—. Pero no
Debo aceptar que eso de que me enviaran con un psiquiatra no me daba buena espina. No es que tuviera nada en contra de los psiquiatras, solamente los asociaba con enfermos mentales y yo… bueno… no quería pensar que yo tuviera algún problema mental, me daba miedo el hecho de aceptarlo, aunque, la verdad es que sí tenía mi problema mental, de lo contrario no me habrían remitido a uno. Me aterraba pensar que la psiquiatra me dijera que debían internarme en algún psiquiátrico o algo parecido. Intenté hablar con Walter una hora antes de tener que salir de la universidad y dirigirme a la cita con la psiquiatra. Estaba en una cabina del baño del bloque sur llorando como niña pequeña, vencida por un ataque de pánico y tenía una voz interna que me decía: “¡Estás loca, ya que sí, estás más allá que acá del ab
Mis manos temblaban y escuchaba las palabras de la psiquiatra como bullicio, pero a la vez eran relajantes gracias a sus palabras “estás a salvo”, “tranquila”, “todo está bien”.Terminé tomando un poco de agua para intentar calmarme. Cuando ya no lloraba y me veía algo relajada, la doctora Clara me informó que Carl y yo nos habíamos visto por casualidad, que él llevaba tres meses yendo a terapia con ella, así que no había sido algo planificado por mi psicóloga o por ella.Me sorprendía que la psiquiatra sabía cuál era mi historial y también mi nombre, aunque imaginé que ya debía haber leído mi historial médico antes de la cita. Pero… ¿cómo pudo relacionar todo con Carl al instante? Después, recordé cómo me comporté y lo que dije mientras estaba en el ataque de p
Llegué hasta la gran vivienda de dos pisos, que, al igual como las otras estaba enrejada por un portón negro, donde se encontraba un lujoso auto negro parqueado en la terraza.Ya tenía unas llaves de la vivienda para poder entrar, así que no timbré y pasé directo a abrir el portón.Al caminar por la sala comencé a llamar a la señora Liliana, pero no me respondió. Subí las escaleras en forma de caracol que comunicaban con el segundo piso, sin dejar de llamarla y al estar cerca de su habitación escuché una pequeña vocecita que me decía:—Aquí estoy, hija.Abrí la puerta sintiéndome intranquila. La encontré acostada en su cama, con las manos sobre su vientre.—Señora Liliana —solté preocupada—, ¿qué tiene?—Ay, niña —dijo con voz apagada—
—¡Deja de regañarme, maldita sea! —gritó Walter con voz dolida.Aquel grito me cortó abruptamente la respiración. Comencé a escuchar unos pequeños sollozos al otro lado de la línea, eran casi inaudibles, pero lo sabía, Walter estaba llorando.Entonces lo entendí, ¿qué podía hacer Walter si no lo dejaban salir de allí? Estaba encerrado, sin nada que hacer a no ser que se preocupara, nada más.Me sentí muy mal, había descargado mi enojo sobre Walter.Nunca había pasado por algo así, nunca alguien de mi familia se había enfermado tan gravemente y tuviera miedo de que fuera a morir. Me había encariñado en gran manera con la señora Liliana, la consideraba una segunda madre, pero ahora estaba allá, conectada a varios aparatos luchando por su vida.Deseaba que Walter estuviera ah
Ese martes en la tarde, se había acordado de que fuera a la clínica psiquiatra. Para sentirme más tranquila, la psiquiatra estaría en ese careo para dirigir en todo momento la conversación y que así no se fuera por un rumbo que nos lastimara a los dos.A las dos de la tarde, después de pasar por la clínica para ver el estado de la señora Liliana, me fui caminando hasta la clínica psiquiátrica (estaba cerca). Cuando llegué, me volví a sentar en el mismo puesto en el que anteriormente estaba sentada. Cinco minutos después llegó Carl.Pude notar que la sonrisa con la que había llegado se borró por completo cuando me vio, tornó su semblante serio. Me dio un corto saludo desde la lejanía, uno bastante calmado para mi sorpresa. Aunque yo intenté gesticular un saludo, no fui capaz de sacarlo de mi boca.Carl se sentó en una
Ya imaginaba de lo que me iba a hablar, ya profesaba lo que iba a salir de su boca, y eso me comenzaba a enojar, porque… para mí, él se buscó aquella paliza que le dieron. Así, al menos, sabría cómo me sentí yo cuando él me amenazaba de muerte y le hacía daño a mi familia. Además, me parecía una exageración que dijera que estuvo a punto de morir; si sólo fue una paliza bien merecida.—Sólo fue una paliza —solté casi en un hilo de voz que me avergonzó.—Enviaste a esos matones para que me dieran una paliza —soltó Carl, vi cómo llevaba una mano a su ceja derecha que tenía la pequeña cicatriz—. Casi me matan, me dejaron ahí, tendido como un perro muerto en ese lugar.—Porque llegaste a la entrada de mi manzana con una pistola, por tu culpa mi amiga estaba muerta del miedo
Esa noche llegué a mi casa, me sentía agotada. Mi madre estaba viendo televisión en la sala y, cuando me vio, se sorprendió.—Uy, ¿y eso?, ¿pasó algo malo? —preguntó levantándose del sillón un tanto alterada.—Vengo por ropa —le dije caminando con paso arrastrado.—No sabía que venías, así que no te guardé almuerzo —dijo detrás de mí—. ¿Tienes hambre?—No, no tengo hambre —respondí subiendo las escaleras con paso arrastrado.—¿Cómo está la señora Liliana? —inquirió con voz preocupada—. Pobrecita, cuando la fui a visitar a la clínica estaba bastante delgada, ¡acabadísima! No se parecía nada a esa mujer que conocí. Da pesar, porque era tan buena mujer.Escuchar que hablaba de ella
—La señora Liliana se va a recuperar —dije con rapidez—, ella está bastante joven, le falta mucha vida por delante.Pero ninguna de las dos creyó lo que acababa de decir, sabíamos que la realidad era otra. Sin embargo, parecía que Stela agradecía mi pequeña mentira ingenua.Esta vez Stela dejó la película a medias. Me dijo que esa noche durmiéramos juntas, que la casa se sentía muy fría y pesada para ella. Y era verdad, la casa se sentía con un ambiente bastante triste esa noche.Eran las once de la noche del cinco de diciembre cuando nos acostamos a dormir. Nos abrazamos, nuestras piernas estaban entrelazadas, tratando de acurrucarnos lo más posible, como si buscáramos ese consuelo que tanto nos faltaba.Una vez, cuando estaba pequeña y en la casa vecina se había mudado para otra ciudad una amiga, mi madre cuando me ve&