Al tenerla allí, traté de relajarme, recordar el cómo me dirigía a mis alumnos más rebeldes para que me tomaran en serio.
Primero puse mis manos en la cintura, mientras inspiraba hondo. Después peiné mi cabello hacia atrás, para quitarme algunos pelos de la cara.
—Bien —solté. Me preguntaba si ella me haría caso ahora que no me conocía bien y no podía manipularme como lo hacía con su hermano, debía darle una buena primera impresión y demostrarle que no caería en sus jueguitos de niña rebelde.
—Bien, ¿qué? —soltó con su gesto de desagrado.
—Bien, esto es lo que tienes, ¿qué vas a hacer? —me crucé de brazos—. ¿Vas a seguir haciendo tus pataletas de niña pechichona y poniendo a tu hermano en tu contra o te vas a comportar como deberías?
Ojos de ángelMe desperté a eso de las siete de la mañana, a Mateo lo noté bastante serio y callado, seguramente estresado por lo ocurrido la noche anterior. De hecho, yo estaba sorprendidísima, nunca lo había visto tan furioso y me preguntaba si alguna vez llegaría a enojarse de esa manera conmigo, ¿sería capaz de pegarme también? Me asustaba pensar que sí.Cuando me bañé, lo vi sentado en la piecera de la cama, con los codos en sus rodillas y observaba sus pies descalzos.—Amor, ¿qué pasa? —pregunté, aún enrollada en la toalla blanca.Alzó la mirada y me observó con pesadez en sus ojos.—Estaba pensando en mi hermana, lo de ayer…Enrollé mis brazos en su cuello y le di un beso en la frente.—…yo nunca le había pegado, amor, me siento horrible —c
Mateo inspiró hondo.—Trata de calmarte, iremos cuando terminemos de almorzar —informó Mateo, dejando el libro sobre el mesón de la isla. Volteó a verla—. Ve a cambiarte, demoras como tres horas arreglándote —le observó las uñas—. Deja de hacer eso, ¿qué te dijo la psiquiatra?, ¿te tomaste tus medicamentos?¿Estaba medicada?, ¿qué le sucedía? ¿Acaso su comportamiento era clínico?Ella puso los ojos en blanco y dejó de comerse las uñas.—Sí, me los tomé —respondió—. Pero no es por eso, es que este lugar me desespera, en serio, necesito salir de aquí —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Por favor, en serio, necesito salir de aquí. Siento que me ahogo en este lugar.Valentina se bajó del taburete y tomó a su herman
Carl:—Mateo, ¿por qué no te vas a vivir a Santa Marta?—Me dijiste que tenía prohibido volver a la ciudad.—Y si yo te digo que te lances de un puente, ¿lo haces?Silencio.—Lo que digo, es que, siempre te ha gustado Santa Marta, una vez dijiste que te encantaría vivir de viejo en una casa grande de Santa Marta.—Sí, me gusta mucho.—Bueno, la carrera de literatura la abrieron en la universidad, ¿por qué no te inscribes y ves si pasas?—¿Viviría contigo?—No, más bien, déjame a mí vivir contigo.—¿Por qué?—Eres mi mejor amigo, ya tienes dinero, o sea, puedes mantenerme.Suspiro por parte de Mateo.—Mejor arriendo un apartamento y vivo solo.—Qué cruel eres.—De seguro me propusiste el
—Hola… Walt- —se detuvo y yo me pregunté si esperaba la llamada de otra persona—. Hola Carl, ¿cómo estás?—Hola, señorita —saludé—. Muy bien, ¿y tú?Suspiró.—Bien… ¿y… ese milagro que me estás llamando?—¿No puedo llamarte? —reí.—Cla-claro… sí…—¿Estás muy ocupada en estos días?—No, no… Claro que no. ¿Por qué?—Quiero que nos veamos.Hubo un momento de silencio.—¿Vernos? —preguntó—, ¿para qué sería?—Me gustaría proponerte un trato —comenté—, pero no te quiero contar por llamada, quiero que sea en persona. ¿Podemos vernos hoy?Se escuchaba en med
Carl: traición 2Llevaba el cabello suelto, estaba maquillada, con unos labios rojos que sonreían y me hacían querer estamparle un beso que les quitara aquel color.—¿Tienes novio? —pregunto, curioso. —No, claro que no —responde mientras parpadea (sabía que lo hacía cuando estaba nerviosa).—¿Con quién te vas a ver? —indago— ¿Para quién te arreglaste así de linda? Si no es un novio, debe ser alguien muy importante. A la universidad siempre has venido con camisetas y zapatos, rara vez te he visto con maquillaje.—Es la universidad, —sube los hombros con desinterés— ¿por qué tengo que arreglarme para recibir clases?—Por eso lo digo… —reí—. Es muy raro verte cambiada, creo que una sola vez te he visto cambiada así de linda, pero fue hace tanto
—¡¿Y tú quién te crees que eres?! —resoplo y le suelto con fuerza el agarre de mi camisa— ¡A ver… pégame si eres tan machito! —lo reto. Walter ladea una sonrisa.—No, no me voy a rebajar con una basura como tú —me vuelve a barrer con la mirada, tan prepotente e imbécil como siempre lo ha sido—. Voy a tener una cita, no ensuciaré mi ropa con tu mugrienta sangre.Zaideth lo toma de un brazo, haciéndolo retroceder.Algunas personas se quedaron a mirar lo que sucedía y me volvió a inundar la sensación de ser un reverendo idiota. —Vámonos, por favor —dijo Zaideth y lo arrastra lejos de mí, hacia la moto.Y así es como los vi irse, quedándome reducido al tonto al que lo engañaron: Zaideth terminó siendo de esas listas que juegan con varios hombr
Por alguna razón, mi mente comparó ese beso con el que años atrás le había dado a Esteban en la discoteca: uno que había marcado mi alma con su nombre, el que me enamoró completa e irrevocable de él.Nunca llegaría a sentir por Zaideth lo que sentía por Esteban. Lo supe con ese beso.Cuando la miré, ella estaba embobada, con los ojos cerrados y el rostro rojísimo. Cuando me miró, lo hizo de esa forma en la que siempre me había contemplado y… supe que ya no podía dar marcha atrás, aunque todo mi cuerpo me gritaba que lo hiciera, que corriera a buscar a Esteban e hiciera mi vida a su lado.Esteban: el amor de mi vida. Mateo: mi amigo del alma. Los había traicionado a los dos.¿Saben lo que es estar al lado de una persona que no te genera ningún deseo? Es la cosa más horrible del mundo.Con el paso de las s
Carl: besos en guerra—¿Qué sucede? —preguntó Zaideth al ver que yo miraba la pantalla del celular y no contestaba—. ¿Necesitas que nos vayamos?, podemos irnos, amor, no hay problema.Inspiré hondo, intentando calmar los nervios que ya no podía controlar. Estaba sudando frío y tenía el semblante serio.Me levanté y volví a salir del restaurante para responder la llamada.—¿Sí? —contesté y tragué en seco.—Carl, ¿qué rayos te pasa? —preguntó Mateo molesto.—Mateo, mira, —inspiré hondo—, no estoy de humor ahora, estoy ocupado.—Yo tampoco estoy de humor, ¿qué rayos te pasa?, ¿por qué tratas a Esteban así?, ¿no se supone que lo quieres y toda esa parafernalia? Me llamó llorando y diciendo que tienes a