Mateo: familia
Zaideth me llamó a eso de las ocho de la noche para informarme que se quedaría a dormir con su familia. No me pareció nada raro, de hecho, me tranquilizaba el que pasara tiempo por fuera de la cabaña, que se relacionara con su familia; sabía que no tenía la mejor relación con ellos, así que eso era algo bastante bueno.
En la mañana me preguntaba el cómo decirle que íbamos a tener una visita la otra semana. De hecho, me preguntaba el cómo le iba a decir que mi hermana debía vivir un tiempo conmigo, que lo necesitaba para que así no terminara quedando embarazada a sus quince años o viviendo en un reclusorio.
No soy el mejor si es de hablar de mi pasado o de mi familia: de hecho, no soy bueno hablando de mí.
Preparé el desayuno a eso de las siete de la mañana. Pero Zaideth no llegaba. Decidí limpiar un poco la co
Zaideth: tu peor pesadillaLa hermana de Mateo era igual a él en tema de belleza: parecía un angelito bajado del cielo. Fácilmente podía ser una modelo y volverse famosa: alta, delgada, ojos color miel con tonos verdosos, labios rosados bastante delicados y, lo mejor, ¡una cascada de cabello liso rubio que le llegaba hasta las caderas! Ella lo sabía lucir bien, porque lo traía suelto y estaba segura que todos se la quedaban viendo cuando caminaba por su lado.Llegó luciendo un pantalón de tiro alto bastante corto y una camisa de tiras blanca que, a mi parecer, era bastante atrevida, porque le resaltaba los picos de sus senos: una completa extranjera en tierra samaria.Las dos nos reparamos de pies a cabeza. Ella me veía como si yo fuera un ente sacado de otro planeta y yo la evaluaba, viendo que sí, era lo que imaginaba.—¿Y quién es esta? —preguntó
Al tenerla allí, traté de relajarme, recordar el cómo me dirigía a mis alumnos más rebeldes para que me tomaran en serio.Primero puse mis manos en la cintura, mientras inspiraba hondo. Después peiné mi cabello hacia atrás, para quitarme algunos pelos de la cara.—Bien —solté. Me preguntaba si ella me haría caso ahora que no me conocía bien y no podía manipularme como lo hacía con su hermano, debía darle una buena primera impresión y demostrarle que no caería en sus jueguitos de niña rebelde.—Bien, ¿qué? —soltó con su gesto de desagrado.—Bien, esto es lo que tienes, ¿qué vas a hacer? —me crucé de brazos—. ¿Vas a seguir haciendo tus pataletas de niña pechichona y poniendo a tu hermano en tu contra o te vas a comportar como deberías?
Ojos de ángelMe desperté a eso de las siete de la mañana, a Mateo lo noté bastante serio y callado, seguramente estresado por lo ocurrido la noche anterior. De hecho, yo estaba sorprendidísima, nunca lo había visto tan furioso y me preguntaba si alguna vez llegaría a enojarse de esa manera conmigo, ¿sería capaz de pegarme también? Me asustaba pensar que sí.Cuando me bañé, lo vi sentado en la piecera de la cama, con los codos en sus rodillas y observaba sus pies descalzos.—Amor, ¿qué pasa? —pregunté, aún enrollada en la toalla blanca.Alzó la mirada y me observó con pesadez en sus ojos.—Estaba pensando en mi hermana, lo de ayer…Enrollé mis brazos en su cuello y le di un beso en la frente.—…yo nunca le había pegado, amor, me siento horrible —c
Mateo inspiró hondo.—Trata de calmarte, iremos cuando terminemos de almorzar —informó Mateo, dejando el libro sobre el mesón de la isla. Volteó a verla—. Ve a cambiarte, demoras como tres horas arreglándote —le observó las uñas—. Deja de hacer eso, ¿qué te dijo la psiquiatra?, ¿te tomaste tus medicamentos?¿Estaba medicada?, ¿qué le sucedía? ¿Acaso su comportamiento era clínico?Ella puso los ojos en blanco y dejó de comerse las uñas.—Sí, me los tomé —respondió—. Pero no es por eso, es que este lugar me desespera, en serio, necesito salir de aquí —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Por favor, en serio, necesito salir de aquí. Siento que me ahogo en este lugar.Valentina se bajó del taburete y tomó a su herman
Carl:—Mateo, ¿por qué no te vas a vivir a Santa Marta?—Me dijiste que tenía prohibido volver a la ciudad.—Y si yo te digo que te lances de un puente, ¿lo haces?Silencio.—Lo que digo, es que, siempre te ha gustado Santa Marta, una vez dijiste que te encantaría vivir de viejo en una casa grande de Santa Marta.—Sí, me gusta mucho.—Bueno, la carrera de literatura la abrieron en la universidad, ¿por qué no te inscribes y ves si pasas?—¿Viviría contigo?—No, más bien, déjame a mí vivir contigo.—¿Por qué?—Eres mi mejor amigo, ya tienes dinero, o sea, puedes mantenerme.Suspiro por parte de Mateo.—Mejor arriendo un apartamento y vivo solo.—Qué cruel eres.—De seguro me propusiste el
—Hola… Walt- —se detuvo y yo me pregunté si esperaba la llamada de otra persona—. Hola Carl, ¿cómo estás?—Hola, señorita —saludé—. Muy bien, ¿y tú?Suspiró.—Bien… ¿y… ese milagro que me estás llamando?—¿No puedo llamarte? —reí.—Cla-claro… sí…—¿Estás muy ocupada en estos días?—No, no… Claro que no. ¿Por qué?—Quiero que nos veamos.Hubo un momento de silencio.—¿Vernos? —preguntó—, ¿para qué sería?—Me gustaría proponerte un trato —comenté—, pero no te quiero contar por llamada, quiero que sea en persona. ¿Podemos vernos hoy?Se escuchaba en med
Carl: traición 2Llevaba el cabello suelto, estaba maquillada, con unos labios rojos que sonreían y me hacían querer estamparle un beso que les quitara aquel color.—¿Tienes novio? —pregunto, curioso. —No, claro que no —responde mientras parpadea (sabía que lo hacía cuando estaba nerviosa).—¿Con quién te vas a ver? —indago— ¿Para quién te arreglaste así de linda? Si no es un novio, debe ser alguien muy importante. A la universidad siempre has venido con camisetas y zapatos, rara vez te he visto con maquillaje.—Es la universidad, —sube los hombros con desinterés— ¿por qué tengo que arreglarme para recibir clases?—Por eso lo digo… —reí—. Es muy raro verte cambiada, creo que una sola vez te he visto cambiada así de linda, pero fue hace tanto
—¡¿Y tú quién te crees que eres?! —resoplo y le suelto con fuerza el agarre de mi camisa— ¡A ver… pégame si eres tan machito! —lo reto. Walter ladea una sonrisa.—No, no me voy a rebajar con una basura como tú —me vuelve a barrer con la mirada, tan prepotente e imbécil como siempre lo ha sido—. Voy a tener una cita, no ensuciaré mi ropa con tu mugrienta sangre.Zaideth lo toma de un brazo, haciéndolo retroceder.Algunas personas se quedaron a mirar lo que sucedía y me volvió a inundar la sensación de ser un reverendo idiota. —Vámonos, por favor —dijo Zaideth y lo arrastra lejos de mí, hacia la moto.Y así es como los vi irse, quedándome reducido al tonto al que lo engañaron: Zaideth terminó siendo de esas listas que juegan con varios hombr