El silencio que siguió fue ensordecedor. Ambos se miraron, respirando con dificultad, como si acabaran de librar una batalla física. Finalmente, Isabela rompió el silencio."Esto se terminó, Diego. No importa lo que digas, no importa lo que hagas. Ya no hay nada que salvar. Quiero el divorcio, y lo quiero ahora.Diego la miró, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y rabia."No voy a firmar esos papeles "dijo, con la voz baja pero firme". No voy a dejarte ir.Isabela dio un paso hacia él, su mirada tan intensa que Diego casi retrocedió."No necesitas firmarlos, Diego. Porque con o sin tu firma, voy a seguir adelante. No puedes detenerme. No puedes controlarme. Ya no.Diego se quedó en silencio, incapaz de responder. Isabela lo miró por última vez, y luego se dirigió hacia la puerta, abriéndola de par en par."Sal de mi casa, Diego. Y no vuelvas.Diego la miró, como si estuviera a punto de decir algo, pero finalmente, se dio la vuelta y salió, dejando a Isabela sola en el apartamento.
Después de que la llamada terminó, Khalid se quedó sentado en su oficina, mirando por la ventana. Las palabras de Diego resonaban en su mente, pero no le causaban miedo. Lo que realmente ocupaba sus pensamientos era Isabela.La primera vez que la conoció, había sentido una conexión inmediata. No era solo su belleza, aunque era innegable. Era algo más profundo: su fortaleza, su inteligencia, su pasión por lo que hacía. Pero también había visto el dolor en sus ojos, un dolor que no podía ignorar.Khalid sabía que Isabela estaba rota, pero no la veía como alguien débil. La veía como alguien que luchaba por reconstruirse, y eso solo aumentaba su admiración por ella. Ahora, más que nunca, estaba decidido a conquistarla. Pero no lo haría con palabras vacías ni promesas falsas. Lo haría mostrándole que podía ser el hombre que ella merecía, alguien que la respetara, que la valorara, que la amara por lo que era.Diego, por su parte, estaba sumido en un torbellino de emociones. Después de colga
Cuando llegaron a la casa matrimonial, Diego salió del coche y abrió la puerta del lado de Isabela. Ella intentó resistirse, pero él la tomó del brazo y la arrastró hacia la entrada. La casa estaba oscura y fría, como si reflejara el estado de su relación."Diego, por favor, no hagas esto "dijo Isabela, con lágrimas en los ojos". Esto no va a cambiar nada.Diego no respondió. Cerró la puerta detrás de ellos y sacó una llave de su bolsillo. Antes de que Isabela pudiera reaccionar, cerró la puerta con llave y se guardó las llaves en el bolsillo."No vas a salir de aquí hasta que hablemos "dijo, con un tono que no admitía discusión.Isabela lo miró, incrédula."¿Me estás encerrando? "preguntó, con la voz llena de indignación". ¿De verdad crees que esto va a solucionar algo?"No me importa lo que pienses "respondió Diego, acercándose a ella". Lo único que me importa es que entiendas que no voy a dejarte ir. No voy a perderte, Isabela. No puedo.Isabela retrocedió, sintiendo cómo el miedo
Las palabras de Isabela parecieron encender una chispa en Diego. Su rostro se contorsionó de ira, y comenzó a gritar, incapaz de contenerse."¡Mientes! "gritó, golpeando la pared con el puño". ¡Todo lo que dices son mentiras! ¡Tú me amas! ¡Siempre me has amado! ¡Y no voy a dejar que te vayas!Isabela retrocedió, sintiendo cómo el miedo volvía a apoderarse de ella. Diego comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación, como un animal enjaulado. De repente, tomó una lámpara de la mesita de noche y la lanzó contra la pared, haciéndola estallar en pedazos."¡Mírame, Isabela! "gritó, con los ojos llenos de furia". ¡Mírame y dime que no me amas! ¡Dímelo!Isabela lo miró, con el cuerpo temblando, pero no dijo nada. Diego se acercó a ella y la tomó por los brazos, s
El sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación de manera tenue, pero la luz no podía disipar la oscuridad que se había apoderado de sus corazones. Isabela estaba encerrada en la habitación matrimonial, sintiendo cómo cada día se convertía en una lucha por mantener su identidad y su espíritu intactos. Mientras tanto, Diego, en su mente, seguía convencido de que sus acciones eran necesarias para "disciplinar" a su esposa.La tarde que Rosa decidió hablar con sus padres, se sentó en la sala de estar, con el corazón latiendo con fuerza. Su madre, Flora, estaba en la cocina, preparando el té, mientras su padre, Manuel, leía el periódico en el sofá. Rosa tomó aire y, con una voz temblorosa, comenzó a hablar.—Papá, mamá, necesito que hablemos sobre Isabela.Flora salió de la cocina, dejando a un lado las tazas de té, y se sentó junto a su esposo.—¿Qué pasa con tu sobrina? —preguntó flora, frunciendo el ceño—. La he visto un poco distante, pero pensé que solo era una
La noche caía sobre la casa, envolviendo cada rincón en una oscuridad opresiva. Isabela se encontraba en su habitación, rodeada de desorden. La ropa estaba esparcida por el suelo, y un olor a comida fría se mezclaba con el aire pesado. Se sentía atrapada en un mundo del que no podía escapar, como si las paredes de la casa se cerraran lentamente a su alrededor.Diego entró, trayendo consigo una bandeja con comida. Su rostro mostraba una mezcla de arrogancia y desdén, como si estuviera cumpliendo con un deber más que alimentando a su esposa. Isabela lo observó desde la cama, sintiendo cómo su corazón se encogía. El silencio era ensordecedor, y el único sonido que se escuchaba era el de su respiración entrecortada.—Aquí tienes —dijo Diego, dejando la bandeja sobre la mesita de noche—. Come, no quiero que te debilites.Isabela no respondió. Sabía que su desobediencia sería castigada, como siempre. Miró la comida, pero su estómago estaba revuelto. No podía tragar nada que viniera de él. L
La decisión no era fácil. Sabía que tomar las pastillas significaba arriesgarse, pero también sabía que era la única manera de escapar de la prisión en la que se encontraba. Necesitaba que alguien la viera, que alguien entendiera lo que estaba pasando detrás de esas paredes. Al día siguiente, mientras Diego estaba en el trabajo, Isabela se sentó en la cocina, el frasco de pastillas frente a ella. Era un momento decisivo, y su corazón latía con fuerza en su pecho. Sabía que debía ser valiente, que debía tomar el control de su vida de alguna manera. —Esto no es el final —se dijo, tomando una profunda respiración. Con determinación, abrió el frasco y tomó las pastillas, sabiendo que pronto alguien vendría a ayudarla. Era un acto de desesperación, pero también de esperanza. Sabía que el hospital significaba estar fuera del control de Diego, al menos por un tiempo. Cuando Diego regresó esa noche, encontró a Isabela inconsciente en el suelo. El pánico se apoderó de él, y rápidamente lla
El aire fresco de la mañana acariciaba el rostro de Isabela mientras caminaba por el jardín del hospital. Había convencido a la enfermera de que necesitaba un poco de aire para despejarse, y aunque sabía que Diego había dado órdenes estrictas de vigilarla, aprovechó cada segundo de aquella breve libertad. Sus pasos eran lentos, pero su mente trabajaba rápido, buscando una forma de salir de aquel laberinto en el que se encontraba atrapada.Fue entonces cuando la vio. Entre los arbustos de rosas y los bancos, una figura conocida apareció: su tía Rosa. Isabela sintió un nudo en el estómago. Hacía años que no la veía, pero su presencia en ese momento parecía una señal del destino.—¡Tía Rosa! —exclamó, con una mezcla de sorpresa y alivio.La mujer, de cabello gris y ojos sabios, se giró al escuchar su nombre. Al ver a Isabela, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida, aunque su mirada pronto se oscureció al notar la delgadez y el cansancio en su sobrina.—Isabela, querida, ¿qué te ha pa