CAPITULO XVIEL CONSEJO REALLondres, Palacio de Hampton CourtEl rey Carlos I despotricaba contra su chambelán al no tener noticias de sus cuatro galeones al mando de Robert Grant. Ignoraba que jamás volverían a surcar los mares y que su capitán estaba preso de una tribu india, que controlaba la costa y la bahía de nagarranchett. El parlamento no le concedía más crédito para sus empresas guerreras y él apenas contaba ya con medios para financiar un par de galeones, con lo que quedaría arruinado, de no salir bien la operación. Estaba en paz con España y solo mantenía una hostilidad estancada con los holandeses, por lo que no quería arriesgar lo poco que le quedaba. Una idea bullía no obstante, desde hacía tiempo en su cabeza, y estaba dispuesto a llevarla a cabo para dar un golpe definitivo a aquellos herejes que osaban desafiar su jefatura espiritual y real.Lord Scanton, haced llamar a los lores del reino, he de hablarles. No, mejor haced lo siguiente, que venga Lord Hamilton habla
CAPITULO XVIILA COLONIA PURITANA DE MASACHUSETSEl gran consejo tribal estaba reunido y frente a los sachems tribales, los capitanes y jefes puritanos, esperaban que el Chamán narraganchett, abriese la reunión con un rito, que limpiaría de malos espíritus la gran tienda. El brujo penetró en la tienda, bailando una danza ritual y con sendos tirsos en las manos, a modo de maracas, que resonaban mientras pronunciaba palabras ininteligibles y conjuros para ahuyentar a los espíritus negativos y maliciosos. Una vez se hubo situado, encendió unas piedrecillas, que ardían sin llamas, dejando escapar una roma que recordó el olor de las velas al sacerdote católico. De su cuello, colgaba un collar adornado de turquesas. Se tocaba cada piedra y expulsaba una bocanada de humo, que absorbía del que desprendían las piedrecillas anaranjadas, que ardían sin consumirse.El pastor Van Holder y el sacerdote, estaban sentados uno al lado del otro y se miraban con evidente hostilidad sin dirigirse la pala
CAPITULO XVIIIPACTO ENTRE NACIONES“El Albión”, un galeón botado hacía apenas un año, surcaba las frías aguas del Atlántico, con rumbo a la bahía de Masachusets, con un mensaje en las manos de un emisario real, que no dejaba lugar a dudas. Se respetaría el libre culto en la emergente colonia a cambio del juramento de fidelidad al rey de Inglaterra y de su vasallaje incondicional. Lord Laraby, en la proa del galeón, ansiaba desembarcar en aquella tierras pobladas por salvajes y que los desesperados colonos iban a civilizar en nombre del rey que les persiguiese antes. Las velas henchidas de viento, y con este de popa, emitían un sonido al vibrar, que le era desconocido al ya viejo lord, que disfrutaba de su primera travesía marina. Su estómago resistía por el momento el balanceo de la nave y aferraba su espada como si de una amante ya conocida de años se tratase. Solo en ella había fiado a lo largo de su vida, por consejo de su padre, que a las órdenes de Jacobo I había viajado a Espa
CAPITULO XIXEL PODER DEL FUEGOLa noticia de la llegada del galeón inglés, no agradó a ninguno de los dos capitanes, ni al holandés ni al español. Suponía un reto y comprendían que quizás esta vez los puritanos, cambiarían de bando si la propuesta se hacía en firme. Van Calder y Alonso de Matrán se apartaron del resto e intercambiaron impresiones en un extremo del poblado indio. Una amenaza muy real, se cernía sobre los dos galeones y sobre un futuro que antes parecía brillante para ambas naciones y que comenzaba a eclipsarse.-Si estos hombres deciden formar una colonia en estas tierras bajo el cetro del rey inglés, nosotros no podremos acceder a estos lares, ¿no os parece señor?-le sugirió el español al holandés, en un intento de ganárselo.-Comprendo lo que me tratáis de decir señor, pero anda podremos hacer si no deseamos enfrentarnos, no solo al rey de Inglaterra sino a la nación india que será su aliada.-¿Qué proponéis al respecto capitán Calder?-Deberíamos partir cuanto ante
DIFICIL DECISIÓNLord Laraby y el capitán Canter esperaban ya en la playa a los miembros de la larga comitiva que se acercaba, protegidos por los arcabuces de treinta marineros que rodilla en tierra, esperaban órdenes. No muy lejos Lord William, John Winthrop, Jonathan y el capitán Calder así como el capitán Alonso de Matrán, se separaban del núcleo para destacarse y parlamentar con el inglés. Como un baile de relucientes disfraces, en el que cada varón, ostentaba el deseo firme de ganar el primer premio con su vistoso uniforme, los representantes de ambos bandos, se acercaron y a prudente distancia, comenzaron a hablar. Cuarenta arcabuceros españoles y otros tantos holandeses, esperaban órdenes, como los ingleses, para disparar, en caso de que fracasasen las negociaciones y se entablase combate.-Soy Lord Laraby, emisario y consejero del Su Augusta Majestad el rey Carlos I. No traigo órdenes de emprender acción alguna contra los huidos del rey y sí, credenciales para negociar una paz
EL PRIMER TRATADO INDIOLa reuniónEn la playa, en torno a una mesa, desembarcada del “Albión”, se daban cita los representantes de los puritanos, Lord William y John Wintrhop, y los capitanes, Alonso de Matrán y van Calder., por un lado. Por el otro, Lord Laraby y el capitán Canter. La tensión se reflejaba en sus rostros y sus manos, se crispaban en un gesto casi hostil al aferrar los pomos de sus espadas envainadas. A unos metros de distancia, una docena de hombres con picas y arcabuces, esperan a que su capitán, Alonso de Matrán les diga como obrar. Y no muy lejos otra docena de espadachines holandeses espera lo mismo de van Calder. Los ingleses, tras Lord Laraby a prudente distancia, observan expectantes la marcha de la reunión. Canonicus se sienta en medio de las delegaciones, de ambos bandos, y mira con gesto hosco al inglés.-Caballeros, traigo conmigo el pergamino en que Su Augusta Majestad el rey Carlos I de Inglaterra, me otorga poderes especiales para negociar la paz y el a
CAPITULO XXIIEL NACIMIENTO DE UNA COLONIAEleonor iba sembrando las semillas de la tercera cosecha y Brian la observaba de cerca, deseaba que algún día se convirtiera en su esposa y formar con ella una familia. El sol brillaba en su cénit y la tierra agradecía la ofrenda entregada como prenda de su generosidad. Pero no eran los únicos que estaban en las inmediaciones. Unos ojos negros, penetrantes y profundos, de sobrada inteligencia y rostro duro, les miraban con ansiedad. Eleonor se pasó el dorso de la mano por la frente, perlada de sudor y suspiró sofocada por un sol incandescente, que la quemaba, su piel blanca. Brian bajó ladera bajo, con su corcel sujeto por la brida y despacio, como haría cuando cazaba ciervos, para no asustarlos, se acercó con una gran sonrisa en su cara aniñada.-¡Eleonor!, -le gritó al hallarse a unos metros-¿tienes para mucho?, me honraríais, si decidieseis dar un paseo a caballo conmigo.-Ya sabes que mi padre es muy estricto, y después de lo que pasó en
CAPITULO XXIIIDOS HOMBRES, UNA MUJEREn torno a la mesa se daban cita Sendon Laidors, su esposa Elizabeth, Anne y Eleonor, además de Andrew Banters. La tensión flotaba en el aire, pesada y ominosa, como una amenaza latente. Andrew, más preocupado que enfadado, miraba a su hija, clavando en sus ojos los suyos, sin piedad, intimidando a la joven. Antes de iniciar la charla con ella oraron a Dios en busca de guía y pidieron a este, que les otorgase valentía para decir la verdad y cumplir, no con sus deseos sino con los de él.-Hija, has desobedecido una vez más y ya ves a donde te ha llevado tu imprudencia. Quiero que seas consciente de que ese indio, podría muy bien no haber sido un varón honorable y haberte causado daño. No conocemos sus costumbres y no debemos mezclarnos con ellos, menos aún una mujer sola y adoradora de Dios.-Padre…-No, escucha lo que te tengo que decir, eres una muchacha desobediente y te pones en peligro sin excusas. Ahora quiero que me digas lo que en realidad