CAPITULO XXIIEL NACIMIENTO DE UNA COLONIAEleonor iba sembrando las semillas de la tercera cosecha y Brian la observaba de cerca, deseaba que algún día se convirtiera en su esposa y formar con ella una familia. El sol brillaba en su cénit y la tierra agradecía la ofrenda entregada como prenda de su generosidad. Pero no eran los únicos que estaban en las inmediaciones. Unos ojos negros, penetrantes y profundos, de sobrada inteligencia y rostro duro, les miraban con ansiedad. Eleonor se pasó el dorso de la mano por la frente, perlada de sudor y suspiró sofocada por un sol incandescente, que la quemaba, su piel blanca. Brian bajó ladera bajo, con su corcel sujeto por la brida y despacio, como haría cuando cazaba ciervos, para no asustarlos, se acercó con una gran sonrisa en su cara aniñada.-¡Eleonor!, -le gritó al hallarse a unos metros-¿tienes para mucho?, me honraríais, si decidieseis dar un paseo a caballo conmigo.-Ya sabes que mi padre es muy estricto, y después de lo que pasó en
CAPITULO XXIIIDOS HOMBRES, UNA MUJEREn torno a la mesa se daban cita Sendon Laidors, su esposa Elizabeth, Anne y Eleonor, además de Andrew Banters. La tensión flotaba en el aire, pesada y ominosa, como una amenaza latente. Andrew, más preocupado que enfadado, miraba a su hija, clavando en sus ojos los suyos, sin piedad, intimidando a la joven. Antes de iniciar la charla con ella oraron a Dios en busca de guía y pidieron a este, que les otorgase valentía para decir la verdad y cumplir, no con sus deseos sino con los de él.-Hija, has desobedecido una vez más y ya ves a donde te ha llevado tu imprudencia. Quiero que seas consciente de que ese indio, podría muy bien no haber sido un varón honorable y haberte causado daño. No conocemos sus costumbres y no debemos mezclarnos con ellos, menos aún una mujer sola y adoradora de Dios.-Padre…-No, escucha lo que te tengo que decir, eres una muchacha desobediente y te pones en peligro sin excusas. Ahora quiero que me digas lo que en realidad
DIFICIL DECISIÓNLord Laraby y el capitán Canter esperaban ya en la playa a los miembros de la larga comitiva que se acercaba, protegidos por los arcabuces de treinta marineros que rodilla en tierra, esperaban órdenes. No muy lejos Lord William, John Winthrop, Jonathan y el capitán Calder así como el capitán Alonso de Matrán, se separaban del núcleo para destacarse y parlamentar con el inglés. Como un baile de relucientes disfraces, en el que cada varón, ostentaba el deseo firme de ganar el primer premio con su vistoso uniforme, los representantes de ambos bandos, se acercaron y a prudente distancia, comenzaron a hablar. Cuarenta arcabuceros españoles y otros tantos holandeses, esperaban órdenes, como los ingleses, para disparar, en caso de que fracasasen las negociaciones y se entablase combate.-Soy Lord Laraby, emisario y consejero del Su Augusta Majestad el rey Carlos I. No traigo órdenes de emprender acción alguna contra los huidos del rey y sí, credenciales para negociar una paz
EL PRIMER TRATADO INDIOLa reuniónEn la playa, en torno a una mesa, desembarcada del “Albión”, se daban cita los representantes de los puritanos, Lord William y John Wintrhop, y los capitanes, Alonso de Matrán y van Calder., por un lado. Por el otro, Lord Laraby y el capitán Canter. La tensión se reflejaba en sus rostros y sus manos, se crispaban en un gesto casi hostil al aferrar los pomos de sus espadas envainadas. A unos metros de distancia, una docena de hombres con picas y arcabuces, esperan a que su capitán, Alonso de Matrán les diga como obrar. Y no muy lejos otra docena de espadachines holandeses espera lo mismo de van Calder. Los ingleses, tras Lord Laraby a prudente distancia, observan expectantes la marcha de la reunión. Canonicus se sienta en medio de las delegaciones, de ambos bandos, y mira con gesto hosco al inglés.-Caballeros, traigo conmigo el pergamino en que Su Augusta Majestad el rey Carlos I de Inglaterra, me otorga poderes especiales para negociar la paz y el a
NACIMIENTO DE UNA COLONIA Eleonor iba sembrando las semillas de la tercera cosecha y Brian la observaba de cerca, deseaba que algún día se convirtiera en su esposa y formar con ella una familia. El sol brillaba en su cénit y la tierra agradecía la ofrenda entregada como prenda de su generosidad. Pero no eran los únicos que estaban en las inmediaciones. Unos ojos negros, penetrantes y profundos, de sobrada inteligencia y rostro duro, les miraban con ansiedad. Eleonor se pasó el dorso de la mano por la frente, perlada de sudor y suspiró sofocada por un sol incandescente, que la quemaba, su piel blanca. Brian bajó ladera bajo, con su corcel sujeto por la brida y despacio, como haría cuando cazaba ciervos, para no asustarlos, se acercó con una gran sonrisa en su cara aniñada. -¡Eleonor!, -le gritó al hallarse a unos metros-¿tienes para mucho?, me honraríais, si decidieseis dar un paseo a caballo conmigo. -Ya sabes que mi padre es muy estricto, y después de lo que pasó en playa me tiene
CAPITULO XXIIIDOS HOMBRES, UNA MUJEREn torno a la mesa se daban cita Sendon Laidors, su esposa Elizabeth, Anne y Eleonor, además de Andrew Banters. La tensión flotaba en el aire, pesada y ominosa, como una amenaza latente. Andrew, más preocupado que enfadado, miraba a su hija, clavando en sus ojos los suyos, sin piedad, intimidando a la joven. Antes de iniciar la charla con ella oraron a Dios en busca de guía y pidieron a este, que les otorgase valentía para decir la verdad y cumplir, no con sus deseos sino con los de él.-Hija, has desobedecido una vez más y ya ves a donde te ha llevado tu imprudencia. Quiero que seas consciente de que ese indio, podría muy bien no haber sido un varón honorable y haberte causado daño. No conocemos sus costumbres y no debemos mezclarnos con ellos, menos aún una mujer sola y adoradora de Dios.-Padre…-No, escucha lo que te tengo que decir, eres una muchacha desobediente y te pones en peligro sin excusas. Ahora quiero que me digas lo que en realidad
CAPITULO XXIVLA GUERRA NAGARRANCHETTTres mil indios nagarrancgett, de las siete tribus que conformaban la nación india, avanzaban por la llanura, tras atravesar el espeso bosque que separaba las tierras de los coweset de las de los iroqueses. Los ingleses, aún no habían hecho acto de presencia y los holandeses iban encabezando las tropas indias, arcabuces al hombro, cargados y listos para disparar. Canonicus a caballo, cabalgaba al lado de sus seis jefes aliados y los seis chamanes tras ellos. Los guerreros más famosos tras estos, y después, la masa de guerreros, en busca de fama y ascenso en el rango de su tribu.Tres años de paz terminaban para los recién llegados puritanos y cuando ellos llegaron a lo alto de la colina, desde donde vieron las tropas de la nación india llegar, supieron que el Señor estaría con ellos. Jonathan miró a lo lejos y observó que un puntito negro, se destacaba en el horizonte agrandándose cada vez más. No supo si se trataba de los enemigos de los nagarr
CAPITULO XXVLOS PURITANOSLas fronteras estaban delimitadas hacía ya un año, y el gobernador Winthrop, tenía poderes sobre la comunidad puritana y sobre los ingleses, que por deseo expreso de su Augusta majestad, debían someterse a su arbitrio. La nación nagarranchett seguía en guerra con la iroquesa y la pequot, pero su aportación era ahora, meramente logística. Les entregaban arcabuces a los indios y estos les permitían vivir sin enrolarse en sus filas, en las batallas tribales que estos libraban. No así a los ingleses, que por decisión real, se habían aliado con estos contra la creciente influencia francesa en la zona, algo más al norte. El rey Carlos deseaba expulsar del Canadá a los franceses y no escatimaría esfuerzos y recursos para lograrlo finalmente.El jefe Owochett, visitaba prudentemente la aldea de los puritanos y veía con desagrado como Brian paseaba con Eleonor por esta, bajo la estricta vigilancia de su padre en esta ocasión, que unos pasos por detrás, controlaba la