La traición. 1

Edneris guardaba sus lapiceras en el estuche de pelito gris, aún con las manos temblorosas, acababa de exponer frente a toda la clase, sola, mientras los demás lo hacían en grupos de cinco, no era castigo, ni tampoco un acto de crueldad por parte de los profesores, en realidad, la estaban preparando.

Ese semestre, los docentes decidieron que Edneris haría sus exposiciones por cuenta propia, no porque no la quisieran, al contrario, sino porque veían en ella algo excepcional, con un promedio sobresaliente en todas las materias, sabían que tenía potencial para conseguir uno de los codiciados lugares en el hospital más prestigioso de Portland. Solo unos pocos estudiantes lograban entrar ahí para realizar su servicio social, y sus profesores querían darle todas las herramientas posibles para destacar, incluso, una de sus maestras solía decir que, si seguía a ese ritmo, no le tomaría mucho convertirse en jefa de enfermeras.

Guardó primero su cuaderno de apuntes y antes de meter el estuche, se colgó al cuello la memoria USB donde llevaba su presentación, la mayoría de sus compañeros ya había terminado de empacar, algunos incluso habían salido del aula. Con calma, acomodó su pijama de enfermera, la misma que comenzó a usar desde el segundo semestre, le resultaba cómoda, práctica, y le encantaba poder usar pantalones todos los días, por último, ajustó el carné colgante, asegurándose de que la foto y los datos quedaran bien visibles contra su pecho.

— ¿Te has dado cuenta de que eres la niña de los plumones? — comentó un chico alto que se acercó a ella con una sonrisa burlona.

— Sí y si yo no fuera la chica de los plumones, tú no tendrías con qué escribir tus apuntes, Steve. — respondió Edneris, extendiendo la mano con palmita abierta.

— Por eso te amo, preciosa. — Steve le devolvió el lapicero que le había prestado y le lanzó un beso al aire, sin perder la sonrisa.

Steve Abrego se había convertido en su mejor amigo desde el primer día en la universidad, la primera vez que lo vio, Edneris pensó que sería uno de esos chicos aplicados y retraídos, siempre en su rincón, llevaba lentes de marco dorado, semi-redondeados, que le daban un aire intelectual; sus ojos rasgados y azules, junto con su expresión algo tímida, reforzaban esa impresión, pero nada más lejos de la realidad.

En apenas dos semanas, todos se dieron cuenta de que Steve era el alma del grupo, carismático, bromista, siempre con una sonrisa y una ocurrencia lista, incluso lograba hacer reír a los profesores, era un poco despistado con sus cosas, nunca sabía dónde dejaba sus apuntes o su bata, pero eso no impedía que destacara en clases y prácticas.

Alice Ortega fue su segunda gran amiga, de piel canela y sonrisa encantadora, Alice era la cómplice perfecta de Steve en cada idea descabellada, fue ella quien le ofreció a Edneris un lugar en su apartamento cuando esta decidió dejar la casa de sus padres, y también la única que conocía su secreto, después de todo, fue Edneris quien le consiguió el trabajo como mesera en el club nocturno, luego de que Alice perdiera su empleo en un restaurante.

— ¿Nos vamos, pedacito de cereza? — preguntó Alice, levantando la vista desde la fila de abajo, donde estaba sentada.

— Sí, ya guardé todo, y qué alivio que hoy sea el último día de la semana. — dijo Edneris, colgándose la mochila al hombro.

— ¡Muñecas, dense prisa, tengo hambre! — gritó Steve desde la puerta del aula.

— El día que a ese se le quite el apetito, se acaba el mundo... — murmuró Alice, rodando los ojos— Ed ¿Isaac nos va a acompañar hoy? — preguntó mientras ambas bajaban por los escalones del auditorio.

— No, amaneció enfermo y no vino a clases, si no hubiera tenido que exponer, me habría quedado a cuidarlo. — respondió Edneris, recordando que lo había dejado dormido en el apartamento.

— Qué mal... — miro al techo pensando — Oye ¿Y no podrías presentarme oficialmente a tu suegro? — la pregunta de Alice fue tan repentina que casi hace tropezar a Edneris.

— ¿¡Qué!? — exclamó entre risas — No me lo esperaba para nada. — se rio divertida.

— ¡No me juzgues! — hizo un puchero — Madre mía, tanto trabajo me tiene agotada, necesito un sugar daddy urgentemente, trabajar de noche me está matando, no entiendo cómo tú lo aguantas. — se rasco la mejilla.

— Hay una vacante para bailarina ¿Eh? Podrías tomarla, pagan mejor y las propinas son buenísimas, ahorras un rato y luego buscas algo más tranquilo. — dijo Edneris, pasándole un brazo por los hombros.

— Hija mía, yo no bailo, una iguana corriendo tiene más ritmo que yo. — Alice le tapó la boca cuando Edneris soltó una carcajada ruidosa.

— Solo a ti se te ocurren esas comparaciones. — dijo ella, apartando la mano.

— Es la verdad... — suspiro de forma pesada — Tú eres grandiosa, bailas increíble, ya quisiera yo tener ese movimiento de caderas tan sensual y lograr que todos en el club me miraran como te miran a ti. — susurró, mirando alrededor para asegurarse de que nadie las escuchara.

— Solo voy a trabajar este año y luego renuncio, con lo que he ahorrado ya puedo pagarme el resto de la universidad, tener uno de los apartamentos de Owen y que él cubra todos los servicios ha sido una bendición, casi todo mi sueldo está intacto. — suspiró Edneris, satisfecha.

— No seas egoísta... — Alice la sacudió — Preséntame a ese hombre... — insistió con otro puchero — No entiendo cómo terminaste con su hijo si el padre está de escándalo, de lejos parece un monumento y de cerca, un dios griego. — añadió, mordiéndose el labio con picardía.

— ¿Están hablando del papacito de Owen? — preguntó Steve mientras rodeaba con los brazos a ambas chicas.

— ¿Tú también estás enamorado de él? — preguntó Edneris, alzando una ceja con media sonrisa.

— Por supuesto, esa sexy barbita de candado y esos ojos verdes hacen que se me humedezca el bóxer. — respondió Steve con una sonrisa descarada.

— Y yo que pensaba que eras cien por ciento heterosexual, ahora resulta que te va lo inclusivo. — bromeó Edneris, intentando contener la risa.

— Me gustan las mujeres, sí, pero ese hombre tiene el carisma y los millones suficientes para hacerme reconsiderar mi camino. — dijo con una carcajada, los tres rieron mientras comenzaban a caminar rumbo a la cafetería.

— También tiene la edad para ser tu padre... — apuntó Edneris, aunque sintió un leve pinchazo en el pecho.

Cada vez que hablaban así de Owen, algo se le removía por dentro, aunque nunca se había atrevido a decirlo en voz alta, ni siquiera a ella misma le quedaba claro qué era.

— Como dice el dicho; entre más arrugada la pasa, más dulce la fruta. — soltó Alice con una sonrisa burlona y una mirada pícara.

— Solo son diez años más que yo, no es tanta la diferencia. — respondió Steve, encogiéndose de hombros como si hablara del clima.

— Están completamente desquiciados. — murmuró Edneris, poniendo los ojos en blanco, deseando no haber escuchado nada.

— ¿Estamos locos o tú estás celosa? — preguntó Steve, deteniéndose con una ceja arqueada, Edneris se frenó en seco.

— ¿Celosa? ¿Yo? Por favor... — rodo los ojos — Dejando de lado que salgo con su hijo, Owen es un hombre mayor, once años más que yo y padre soltero, no es precisamente lo que me quita el sueño. — dijo con firmeza, aunque por dentro algo se removía.

El trabajo en el club ya le había dejado suficientes malas experiencias con hombres mayores como para idealizar esa imagen, quería a su suegro, pero se negaba a admitir que algo dentro de ella se sacudía cada vez que estaba en su presencia.

— Oye, no es tan terrible salir con alguien mayor... — intervino Alice, con tono despreocupado — De hecho, es mucho mejor, tienen más experiencia, madurez y saben lo que quieren, hablo por experiencia propia, muñecos. — Alice, con su carácter extrovertido y sus mil historias de citas fallidas, y algunas muy exitosas, siempre encontraba el momento para dejar una frase con toque de sabiduría callejera.

— Eso tiene sentido. — dijo Steve, ajustándose los lentes con aire pensativo.

— Yo no quiero un hombre que me termine de criar... — dijo Edneris, negando suavemente con la cabeza — Me gusta Isaac y me gusta cómo va evolucionando nuestra relación. — se cruzó de brazos mientras pensaba en él.

— No, querida, tú lo que quieres es criar a un hombre... — replicó Steve con una mezcla de ironía y preocupación — Isaac sigue teniendo la mentalidad de un adolescente y tú no lo quieres ver. — ellos veían actitudes que no les gustaban, pero Edneris estaba enamorada.

— Y si me toca criarlo, pues ni modo, me hace sentir bien y eso me basta. — dijo ella con tranquilidad, dándole unas palmadas en el brazo, ya había escuchado esa crítica muchas veces de Steve.

— Te encantan los pañales, mami. — bromeó él, dándole un pequeño tirón en el moño de su cabello.

— ¡Eres insoportable! — gruñó ella, empujándolo con una risa contenida.

Alice se quedó riendo mientras observaba cómo Edneris corría detrás de Steve por todo el patio central del edificio, los dos esquivaban bancos, mochilas y estudiantes como si estuvieran en una pista de obstáculos. En una de esas vueltas casi chocan de frente con una profesora que cruzaba por allí, quien los miró por encima de sus pequeños lentes cuadrados con una expresión severa, se detuvo solo un segundo, evaluándolos con la mirada; dos adultos comportándose como niños. Sus ojos se clavaron especialmente en Edneris, la más reconocida entre los docentes por su desempeño sobresaliente, la mirada fue suficiente para que ambos bajaran el ritmo, caminando luego como si llevaran la cola entre las piernas.

Almorzaron en la cafetería entre bromas y conversaciones sobre los exámenes que se avecinaban, como siempre, Edneris ya estaba trabajando en los cuestionarios para que Alice y Steve pudieran estudiar con mayor facilidad, era la más aplicada del grupo y aunque ellos lo sabían, ella jamás lo usaba para presumir, al contrario, le gustaba ayudarlos.

— Edneris... — la voz de Cloe la sacó de su celular — Hola, chicos, perdón que los interrumpa. — dijo al sentarse entre Alice y Steve, quien amablemente le cedió el espacio.

— ¿Qué pasó? — preguntó Edneris, dejando el móvil a un lado.

— Es papá, sigue enojado conmigo por haber elegido arte y diseño ¿Podrías hablar con él? Me pidieron unos materiales y no me alcanza con la mensualidad que me dan. — dijo con tono apagado, claramente frustrada.

— ¿Cuánto necesitas? Me sale más fácil darte el dinero que tener que hablar con él... — Edneris suspiro pesadamente — Ya sabes que me odia por no haber sido como Evelyn y haberme rebelado contra sus caprichos. — respondió con una mueca amarga.

Al menos, pensó, Cloe seguía recibiendo algo de dinero; a ella se lo habían cortado todo cuando se negó a estudiar finanzas, le cerraron todas las puertas y las opciones para valerse por su cuenta, Cloe era la menor, la más consentida y eso hasta cierto punto era un beneficio.

— Es que, es mucho.... — susurro — Ni mamá quiso ayudarme, dijo que me metí sola en ese lío y que tenía que resolverlo por mi cuenta si quería "ser independiente". — se notaba que las palabras le dolían, sus padres habían cambiado ni un poco, pero solo un poco.

— Dime cuánto es. — insistió Edneris, más firme.

— Casi quinientos dólares por todos los materiales. — respondió Cloe, esperando que su hermana se sorprendiera o, al menos, se negara.

Pero Edneris no dijo nada, solo tomó su mochila, sacó su billetera y se puso de pie, en la misma cafetería había una fila de cajeros automáticos de distintos bancos, caminó hacia ellos sin dudar. Lo último que quería era que su hermana pasara por lo mismo que ella había vivido al comenzar a estudiar y mucho menos pensaba perder el tiempo intentando convencer a Alberto de que hiciera lo correcto.

Retiró mil dólares, los guardó en un sobrecito que siempre llevaba en el bolsillo interno de su camisa, y volvió a la mesa, el club pagaba su sueldo fijo en tarjeta, pero todas las propinas le llegaban en efectivo, lo que le daba margen para ayudar sin hacer preguntas.

— Aquí tienes mil dólares, úsalos para comprar tus materiales y todo lo que necesites, si vuelves a tener un gasto grande, solo llámame y te hago una transferencia. — dijo Edneris, extendiéndole el sobre, notó cómo los ojos de Cloe se le llenaban de lágrimas al instante.

— ¡Gracias! — exclamo poniéndose en pie — Te prometo que los usaré solo para cosas de la universidad, te voy a mandar recibos de todo, lo juro. — la abrazo con fuerza.

— No hace falta, solo mándame el número de tu cuenta y te transferiré lo que necesites. — respondió Edneris, dejándose llenar de besos solo porque era su hermana, nadie más recibía ese tipo de privilegios.

— No tengo cuenta bancaria. — admitió Cloe con cierta vergüenza.

— Entonces tomate el tiempo para ir al banco y abrir una, ya eres mayor de edad, y si quieres aprender a ser independiente, ese es el primer paso. — le dijo con voz suave, pero firme, era lo que le habría gustado escuchar cuando ella estaba empezando.

— ¡Te prometo que te voy a pagar cada centavo cuando consiga trabajo! — dijo Cloe antes de volver a sentarse sobre sus piernas y cubrirla de besos otra vez.

Edneris soltó una risa suave, rodeándola con los brazos, sabía que probablemente no vería ese dinero de vuelta, pero eso no le importaba, su única preocupación era que su hermana tuviera las oportunidades que a ella le costaron demasiado conseguir. 

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