CAPÍTULO OCHENTA Y CUATROLa avioneta aterrizó entre turbulencias en la única pista que tenía la isla Sylt. El piloto avisó por alto parlantes de la llegada a destino. En aquella nave tan solo iba Marie y seis turistas más.La madre de Aiden se sacó el cinturón de seguridad que rodeaba su cintura, tomó su maleta con ruedas del compartimiento y caminó por el angosto pasillo hasta la puerta de la avioneta. Cuando se paró en el umbral, ella se subió los lentes de sol, dejándolo sobre su cabeza y observó el paisaje tan lleno de paz.El sol de media tarde se reflejó en el mar cristalino que se veía entre las dunas de arenas y juncos altos. A lo lejos estaba el faro rojo con blanco y sobresalían los techos en punta que tenían las pocas casonas que estaban construidas en piedra y ladrillo.Marie respiró profundo y sus pulmones se llenaron de aire fresco, lejos de la contaminación de su ciudad, pero esa brisa fría también erizó su piel que la hicieron estremecer, sin embargo, no le importó,
CAPÍTULO OCHENTA Y CINCOEl auxiliar de vuelo subió las maletas de Marie en la maletera del jeep negro.Marie se subió adelante, para sentarse en el asiento de copiloto, Emily abrió la puerta de atrás para acomodar a Elian en su silla de seguridad y Ada seguía escondida debajo de los asientos traseros acurrucada y enojada tomándose las rodillas.—Ada levántate de ahí —pidió Emily cuando dejó a su hijo listo para emprender la vuelta hacia la casona. Ella estiró su mano, para que su hija la tomara y se parara del suelo del jeep.—¡No! —gritó la niña sin mirarla y escondiendo su rostro entre sus rodillas—. ¡Eles una mala mamá!Emily rodó los ojos por lo escandalosa que era. Definitivamente Ada Preston era quien le iba a sacar canas verdes. —Ada —advirtió Em—. Tienes hasta tres para levantarte de ahí y obedecerme.—¡Ya déjame mamá!—Uno —comenzó a contar Em—. Dos…Ada alzó su rostro furibundo y se puso de pie, ignorando a su madre.Emily trató de tomarla del torso para sentarla en la sil
CAPÍTULO OCHENTA Y SEIS Llegaron a la casona de Adele. Emily bajó a sus pequeños del vehiculo, que entraron corriendo por el caminito de piedra para tomar sus juguetes que estaban esparcidos sobre el césped verde. La alemana estaba en la puerta de pie, moviendo una de sus piernas de forma ansiosa y de brazos cruzados. La maleta de ruedas seguía a su lado que llegaba a la altura del short de mezclilla corto que llevaba. —¡Por fin la bruja llego! —exclamó Adele dirigiéndose a Marie—. ¿Qué le paso a tu escoba voladora? ¿Se te averió? Emily no pudo evitar reír, al igual que Elián que seguía sentado en el pasto jugando con los legos de colores. —Pelea de mellizos —dijo sin más Em, sin embargo, Ada corrió de su lugar hasta donde estaba la alemana y la empujó de las rodillas. —Mi abuelita es una leina, no una buja —Ada defendió a Marie. Emily volvió a reprender a Ada, que ya había perdido la cuenta de las veces que le decía que no hiciera esto o que no hablara aquello, pero su hija nu
CAPÍTULO OCHENTA Y SIETELos siguientes días Emily siguió haciendo su rutina normal, levantarse, trabajar y volver pasado de las cinco de las tardes para estar con sus pequeños.Mientras que Marie estuvo todo el tiempo con los mellizos; fueron a la playa, pasaron a la tienda y comieron helado.Y cuando llegó el fin de semana, también asistieron a los únicos juegos que se ponían en época estival. Todo estaba iluminado con luces de colores, la música revoloteaba por los aires y el ruido de las risas y gritos de los niños sobresalía. Ada se subió al carrusel junto a Marie y Emily acompañó a Elian en los aviones voladores. También comieron papitas con kétchup y Marie les regaló dos osos de peluches, que los niños pusieron en su habitación.Esa noche estaban tan cansados, que Emily tan solo los bañó, les contó un cuento de hadas que apenas escucharon, ya que de inmediato cayeron rendido al sueño. Ella les tapó con las sábanas hasta el cuello y besó sus cabecitas añorando que nunca crecie
CAPÍTULO OCHENTA Y OCHOAiden estaba trabajando en la compañía cuando su asistente personal le llamó por teléfono, avisándole que el abogado de la empresa de su nueva adquisición estaba llamándole.—Transfiéreme —dijo Aiden con el teléfono en el oído a su secretaria y una suave música sonó, mientras la llamada era trasferida.—Señor Preston —saludó el hombre con una voz cantarina.—Si dígame —contestó seco Aiden.—Le aviso que el contrato de compra y venta ya está firmado y legalizado. Le envié una copia a su correo electrónico. Ahora solo falta su presencia en las dependencias de la empresa para que los nuevos empleados lo conozcan. El dueño lo está esperando.—Bien, dígale que en dos días estoy allá. Gracias.Aiden cortó la llamada y suspiró.Comprar aquel puerto marítimo era un proyecto con el cual soñaba hace muchos años, pero por falta de contactos, es que nunca podía concretarlo, hasta ahora que el dueño de la empresa no podía hacerse cargo de su administración.Aiden supo de su
CAPÍTULO OCHENTA Y NUEVEPara Aiden conocer que Marie con Emily tenían una relación estrecha en donde se hablaban y en donde su madre la visitaba constantemente, fue una mala noticia que le sentó como balde de agua fría.Se tomó la cabeza y comenzó a caminar como león enjaulado. Su instinto le decía que fuera a reclamarle a su madre, pero su racionalidad le pedía a gritos que esperara, que no cometiera otra impulsividad, después de todo la vida de Emily ya no le pertenecía, tampoco tenía derecho a pedirle explicaciones a nadie, porque ellos ahora eran unos simples desconocidos.Pero él no podía sacarse de su mente aquella fotografía… aquella niña que lo llamaba de una forma inexplicable. Él deseaba con todas sus fuerzas conocerla, verla en persona y comprobar si realmente era la hija de su exesposa.De pronto un pensamiento fugaz y esperanzador vino a él.«¿Y si esa niña fuera su hija?» Pensó, pero luego recordó que él era infértil.«¿Y si el tratamiento funcionó?» Luego recordó el ab
CAPÍTULO NOVENTA Aiden llegó al aeropuerto de Berlín en donde el abogado de la empresa lo recibió. Se saludaron de mano y este último lo guío hasta un jeep negro. —Aún queda viaje Señor Preston —avisó el abogado—. Ahora vamos al aeropuerto privado del Señor Schneider para tomar la avioneta que nos dirigirá a la isla. Él tan solo asintió. Cuando Aiden estuvo sentado en la camioneta, tecleó a su padre para saber de Nate. Su padre le escribió que el pequeño niño ya estaba con él, en la casona Preston. Adrián había ido a la mañana siguiente a la casa de la playa, en donde encontró al niño acurrucado en su cama. La niñera se opuso que se lo llevara, ya que Daphne era su jefa directa, pero Adrián ejerció su poder y no le quedo otra opción que dejarlo ir. Daphne llevaba seis días desaparecida, pero nadie se preocupaba por su bienestar, el único que siempre la extrañaba era su hijo. En tanto, Nate iba temeroso en el automóvil del papá de Aiden, ya que para él también eran personas desco
CAPÍTULO NOVENTA Y UNO Aiden llegó aquella casona hecha de piedra que estaba llena de alfombras rojas y piso de madera de ébano. Los adornos que tenían le daban un aspecto de casa antigua, que se mantenía en el tiempo. Tenía una chimenea en la sala de estar y cuatro habitaciones ostentosas con camas de colchón de plumas y sábanas de seda. Él se quedó en la habitación de la segunda planta. Dejó la maleta sobre la cama de dos plazas y volvió a bajar para charlar con Schneider, que lo esperaba. El viejo había traído a su personal de servicio para que le cocinaran a su nuevo invitado y comprador. Aiden se acercó al comedor y se sentó al lado de Schneider, quien esperaba ansioso la cena. En la mesa de mantel blanco estaba puesta la vajilla de plata, dos copas y una botella de vino. Una de las empleadas del servicio doméstico le sirvió dos platos de trocitos de terneras con papas rusticas y ensalada verde, que Aiden se comió todo con ansias, ya que hace horas que no probaba nada decente