Capítulo Doscientos VeintiochoLa playa y el faro siempre terminaban siendo el refugio de ambos jóvenes, después de hablar con el fiscal Cooper y armar el rompecabezas del caso, no les quedaba de otra que tratar de buscar consuelo en algo que era prácticamente inconsolable, ya que el tiempo no podía ser devuelto.Emily se acercó al barandal del malecón y cerró sus dedos en la baranda firme de fierro medio oxidado. La fría brisa del mar golpeó su rostro y los pulmones se le llenaron de sal. Algunas gaviotas graznaron y aunque intentó conformarse, esa paz jamás llegó a su corazón.Aiden seguía a su lado igual de desconcertado al saber que Charles y Lucca al parecer eran hermanos por lo que su mente no se dejaba de preguntar: ¿Qué otro secreto esconde la familia?Aunque estaba un poco más sereno que su esposa. Además, agradecía al cielo que ese tal Charles no tuviera ni la más mínima oportunidad de acercarse a Em. Ese doctorcito se había puesto en evidencia demasiado rápido, que ni tiemp
Capítulo Doscientos VeintinueveEmily y Aiden llegaron a la casa pasada las tres de la tarde.Emily se bajó del vehículo y luego se masajeo la parte de sus hombros y su nuca. El dolor del estrés se estaba extendiendo por cada fibra de su cuerpo. Por el rabillo del ojo captó algo que llamo su atención. Bajó su brazo y se giró hasta la entrada del garaje de la casa.Ella tragó saliva con fuerza.Aiden serio de lado casi satisfecho por la reacción de su esposa, y se acercó a ella tomándole de la cintura.—¿Te gusto mi regalo, pequeña rosa? —preguntó Aiden en el oído de Emily.Emily dio un pequeño salto al sentir ese escalofrió recorrer todo su cuerpo y frunció el ceño, aun perdida por las atenciones de su marido. No es que no le gustara la sorpresa, simplemente no le parecía el momento adecuado.—¿Por qué? —susurró Em.Aiden se encogió de hombros.—Recuerdo que amabas los autos y la velocidad —dijo él sin soltarle la cintura—. Solo lo cambie por un modelo actual. Algo nuevo, algo más tu.
Capítulo Doscientos Treinta—¿Y? —cuestionó Alex cuando abrazó a su cuñada—. ¿Te gusto tu nueva joyita?Alex había sido el responsable de buscar el auto a la automotora y de traerlo a la casa de Emily.—¡Es un verdadero encanto! —exclamó Adele con emoción—. Alex me fue a buscar al aeropuerto en ella. No sabes cuantas personas se dieron vuelta a mirar. Creo que no muchos se pueden dar el lujo de tener un auto como ese. Serás la envidia de todo el mundo.Emily hizo una mueca nada disimulada, ya que odiaba que la envidia fuera parte de su vida y Aiden la tomó de la cintura y la atrajo a su pecho para darle un beso en la sien.—Te lo digo de forma sana —rectificó Adele cuando vio la triste mirada de Em.Emily tan solo esbozó una sonrisa de boca cerrada, una sonrisa que no llegó a sus ojos.Elian dejo el auto en la pista de carrera de juguetes y puso sus manos en el suelo para impulsarse hacia arriba. Luego de pie corrió a las piernas de Emily. —¿Qué auto mami? —preguntó Elian con el ceñ
Capítulo Doscientos Treinta y UnoEmily, Alex, Adele y los niños Elian, Nate y Ada se subieron al nuevo auto rojo que Aiden había mandado a traer desde la automotora.Emily se puso el cinturón de seguridad haciendo un click y acarició con la punta de sus dedos el manubrio completamente nuevo y engomado. Una tonta sonrisa se extendió por sus labios, al darse cuenta que extrañaba esto. Ella extrañaba las sorpresas y los detalles de su marido. Extrañaba sentirse bien, a pesar de que estaba rodeada de una tormenta difícil de erradicar.—Mami arranca —le pidió Elian que estaba sentado a su lado, junto a su cinturón de seguridad. Su hijo le miraba con adoración.Ella estiro su brazo y acaricio la barbilla de Elian. Sentía que era una irresponsabilidad que el pequeño de tres años estuviera sentado a su lado sin su silla de seguridad, pero ella manejaría solo hasta el final del camino, en donde la plaza de juegos estaba y daba el inicio de la playa privada. No saldría del condominio, y a esas
Capítulo Doscientos Treinta y DosAiden se pasó los dedos por el cabello, mientras sus ojos no se apartaban de sus padres, que estaban sentados en el sillón largo y grande de la sala de estar. Él seguía de pie, ya que estar erguido le daba una sensación de tener el control de todo, aunque por dentro temiera preguntar.—¿Dirás que fue lo que sucedió en la investigación? —cuestionó Marie con una ceja alzada—. ¿O seguirás en silencio meditando?Marie se inclinó hacia delante y tomó la taza de porcelana, que estaba sobre la mesa baja de centro. Bebió su café negro de grano.Adrián seguía sentado e inexpresivo mirando a su hijo mayor.Había pasado casi diez minutos en donde Aiden no decía ninguna palabra, parecía que sus cuerdas vocales estaban atadas en un doloroso nudo.—Los niños llegaran pronto —aviso Marie tratando de presionar a su hijo mayor—. Es ahora donde debes hablar —insistió.Aiden suspiró con pesadez y torció los labios. derrotado se sentó en uno de los sillones individuales.
Capítulo Doscientos Treinta y TresHace tres semanas atrásAntes de la muerte de DaphneAntes del viaje a RomaCharles Ritter acababa de terminar una cirugía abdominal de un paciente del hospital. Hoy era su último día en el hospital, ya que había pedido vacaciones.Él salió de la sala, mientras se sacaba los guantes verdes ensangrentados y el gorro del mismo color para tirarlos al tarro de residuos tóxicos.Suspiró con pesadez sintiéndose extraño, que se masajeó un poco el pecho. No era miedo, no era pena, tampoco remordimiento, si no lo que sentía palpitando en sus venas era arrepentimiento. Arrepentimiento de venir a Australia y de pisar las tierras de su condena.Charles Ritter hace dos años que había llegado a la ciudad de Sídney. Dos años que trabajaba en el hospital público central. Dos años en donde su rutina y su plan tan estructurado de vida había cambiado por completo.Su vida siempre fue un poco monótona desde que tuvo memoria, aunque claro, tenía sus conquistas con distin
Capítulo Doscientos Treinta y CuatroHace tres semanas atrásAntes de la muerte de DaphneAntes del viaje a RomaCharles Ritter llegó a la cárcel de máxima seguridad de la ciudad de Sídney.Él contempló el alto edificio de color gris y ventanas diminutas, rodeado de grandes paredes gruesas de concreto con cables de alta tensión que formaban un cuadrado enorme.En cada esquina, de aquel cuadrado, había una caseta de seguridad que sobresalía con guardias con armas en manos y vigilando a los reos. Ellos también vigilaban cualquier cosa que pudiera suceder en el exterior.El joven doctor tragó saliva con fuerza, acomodó el asa de su mochila negra en su hombro y se dispuso a caminar a la entrada de la cárcel. A esa hora de la mañana el lugar estaba vacío y rara vez se topaba con más personas. El guardia que atendía en la recepción le saludó y le pidió el DNI, ya que su identificación quedaba retenida hasta que terminara la visita con el preso. Charles firmó el libro de visita estampando
Capítulo Doscientos Treinta y CincoHace tres semanas atrásAntes de la muerte de DaphneAntes del viaje a RomaLa puerta se abrió y Lucca apareció por el umbral. El italiano llevaba las muñecas esposadas y vestía con un traje naranjo completo, aunque la mitad superior estaba amarrada en su cintura, dejando ver una camiseta blanca.Charles se puso en pie de inmediato y corrió abrazarlo. Lucca solo le hizo una seña con la cabeza para que volviera a sentarse. El guardia dejó a Lucca sentado.—Solo tiene treinta minutos —avisó el custodio.Charles asintió con la cabeza.El guardia diciendo eso, se retiró de la sala dándoles privacidad, pero a la vez quedándose fuera, por si sucedía algo o por si el reo se descontrolaba.—¿Cómo has estado? —preguntó Charles.Lucca suspiro con pesadez y se encogió de hombros.—¿Es un mal momento?—No —respondió Lucca.Charles suspiró agotado de no entender a su hermano. El último mes Lucca había estado más silencioso que nunca. Cada que Charles lo iba a ve