CAPÍTULO CIENTO VEINTINUEVELa madre de Aiden entró y Emily le siguió detrás a pasos perezosos.Cuando cruzó por la puerta, su primera impresión la dejó un tanto confundida, ya que las paredes de la casa eran totalmente blancas y el piso era de color marfil. Todo lucia impecable y con un brillo que incluso sentía que le encandilaba los ojos. Por un breve instante pensó en un lienzo blanco en el cual le pedía a gritos ser pintado lleno de colores, como si supiera que necesitaba reescribir su historia. Siguió su recorrido por el pasillo y un gran espejo con bordes dorados estaba pegado en la pared, que se quedó quieta observando su reflejo. Se vio una mujer agotada por el viaje. Sus ojos estaban decaídos, su piel más pálida de lo normal y le dolía cada uno de sus huesos, que por un segundo pensó que podía tener las defensas bajas, y que el estrés y las preocupaciones que tenía a diario, la enfermaría llevándola a la cama.Torció los labios y se peinó el cabello con sus dedos al ver su
CAPÍTULO CIENTO TREINTALa cena trascurrió en completo silencio por parte de los adultos, sin embargo, los mellizos estaban más habladores de lo normal ya que estaban emocionados por la promesa que le había hecho Aiden. Emily terminó de comer las verduras salteadas con el filete y la empleada llegó con el postre, que los mellizos volvieron a emocionarse ya que les habían preparado panqueques con manjar y helado.Emily hizo una mueca, ya que podían enfermarse por comer helado en la noche, pero no dijo nada. Ella no quería quitarle esas sonrisas hermosas que tenían en sus rostros regordetes, tan solo dejó el tenedor en el plato y negó con la cabeza cuando la empleada le sirvió el postre.—¿No quieres mami? —preguntó Elian que estaba sentado en la mesa del comedor al lado de su mama y se metió una cucharada de helado a la boca—. Mmm… Esta rico —Él hablo con la boca llena, que Em le acaricio la oreja—. Come un poco —pidió Elian sacando otra cuchara de helado de chocolate y llevándola a
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y UNOEn la mesa solo quedaron los cuatro, ya que Marie Cox se había levantado para irse al jardín y fumarse un cigarrillo. La pobre mujer estaba harta y cansada de estar en ese ambiente que la ponía con los nervios de punta, ya que se notaba a leguas que la relación de Emily y Aiden se estiraba peor que un elástico, en el cual uno de los dos iba a soltar e iba a golpear la cara al otro.Aun no sabía cuál de las dos cabezas duras y tercas iba a ganar esta pelea, ya que Emily insistía en guardar distancia de sus sentimientos y de sus deseos, contrario a Aiden que insistía en acercarse cada vez más a la que fue su mujer.Marie sacó el encendedor y el fuego se extendió. Prendió el cigarrillo y luego lo inhaló llenando su boca y pulmones de aquel humo blanco, espeso y tóxico que le calmaba los nervios y luego exhaló. Sacó su celular de la cartera y llamó a su marido para darle las nuevas noticias, que sus nietos estaban pisando Australia.Por otro lado, Emily, en l
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y DOSEmily arrastró su maleta para subir a la segunda planta de la casa. Cada escalón que daba, era una nueva sensación que tenía en medio de su pecho. Sentimientos confusos que no sabía cómo descifrar. El lugar seguía siendo demasiado blanco para su gusto, pero no pudo evitar merodear cada habitación.Lo primero que vio fue una gran sala de estar que daba a un balcón. El balcón era de vidrio templado. Ella se mordió los labios y dejó la maleta sobre el piso de marfil al lado de los sillones de cuero blanco y caminó hasta el ventanal grande que estaba abierto. Las cortinas se movían gracias al viento y ella pudo sentir aquella sensación fría en su rostro. Cruzó el umbral y vio a sus hijos revoloteando alrededor del Maserati Gris.Aiden había puesto música electrónica y había prendido las luces del vehículo. Ada estaba sentada sobre el capo con la vigilancia de su papá y Elian estaba sentado en el asiento del piloto con las manos sobre el volante y la puerta ab
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y TRESEmily se quedó quieta, mientras sacaba el celular de su bolsillo trasero de su vaquero negro y cuando leyó la pantalla, un nuevo escalofrió recorrió su espalda al ver de quien se trataba.El celular volvió a sonar y esta vez sí contestó, ya que también le daba curiosidad saber porque él la llamaba.—¿Alex? —dijo algo nerviosa.—Em ¿Ya estás aquí? —preguntó Alex agitado desde el hospital, ya que el menor de los Preston lo habían llamado de la institución para ver el caso de Daphne.Emily se mordió el labio inferior al escuchar su voz ronca un tanto preocupado.—Acabo de llegar hace unas pocas horas —contestó ella y a la vez escuchó ruido desde el otro lado de la línea—. ¿Tu dónde estás? Alex suspiró con pesadez y se tocó la nuca, mientras que con la otra mano seguía con el celular en la oreja. Él estaba en la sala de espera del hospital, y aunque Emily aun no lo sabía, ella más nerviosa se puso al sentir esa pequeña pausa por parte de él.Emily temía es
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y CUATROEmily presionó cada número que componía el teléfono de Aiden. Otro número que se sabía de memoria, ya que nunca lo pudo olvidar del todo. Ella se volvió a poner el teléfono en la oreja y esperó que su marido le contestara.Aiden había estacionado el vehículo a la orilla de la calle, en donde estaba la playa. Sin embargo, antes de bajar a la arena y el mar, había un mirador de piso de cemento en donde en el centro había una plaza con césped, arena, bancas de maderas y juegos de niños.Ada se estaba columpiando en esas sillas que tenían barandas por todos lados, ya que eran para niños más pequeños, y Elian estaba en el resbalin tobogán, también apto para su edad. Todo supervisado por el joven empresario, que se mantenía de pie al lado del columpio y el resbalin, vigilante de sus hijos y que no se separaba de ellos, pero su celular sonó. Lo saco de su pantalón trasero y contesto de inmediato cuando vio en la pantalla que se trataba de Emily.—¿Em? —Fue lo
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y CINCOPor otro lado, Emily corrió a la habitación y dejó la maleta sobre la cama blanca con dosel. Se sacó sus botines junto a los calcetines, y la planta de sus pies tocaron la suave alfombra de pelos color marfil. También se desprendió de sus vaqueros negro que dejó sobre el suelo y su sweater grande de lana que lanzó a la cama. Solo en ropa interior ingresó al baño, que soltó una maldición al ver el lujo que poseía.La habitación de baño, además de ser de mármol, esta poseía una ducha de vidrio y en la esquina estaba el jacuzzi redondo, justo frente a una ventana grande en donde podía verse el mar. Emily tocó el mueble de ébano con la yema de sus dedos y nuevamente todo estaba reluciente.A ella, esto la abrumaba y la confundía, ya que la casa había sido diseñada cuidadosamente para personas que disfrutaran el lujo y el buen gusto, personas que podían pagar una fortuna por vivir en el sector más exclusivo de la ciudad, pero ella no pertenecía a ese mínimo
CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y SEISEmily salió envuelta con la toalla blanca. Su cabello azabache mojado caía por su espalda, que con otra toalla más pequeña se secó el exceso de agua que tenía en las puntas de sus hebras. Luego se acercó a la maleta y la abrió. Estaba buscando su ropa interior cuando escucho los golpes en la puerta. Se mordió los labios y supuso que podía ser Aiden, sin embargo, no contestó ya que no quería lidiar con él, si no que se apuró en colocarle las bragas de encaje y el sostén.Ella tomó la crema de jazmín y se la esparció en el cuerpo deleitándose de aquel aroma que amaba tanto.Aiden volvió a golpear y al no escuchar ni una respiración, entró a la habitación. Emily dejo su mano a medio esparcir.—Estoy ocupada —avisó ella y volvió a la rutina de ponerse crema en todo el cuerpo.Aiden tragó saliva al verla con una lencería de encaje de color rojo. Detalló cada curva de su cuerpo. Sus piernas gruesas, su cadera ancha, su cintura delgada y su pecho pronunciado qu