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 Guerra entre Instintos

Sin rendirme sigo forcejeando con el misterioso sujeto intentando liberarme, pero es inútil, posee mucha más fuerza que yo, por lo que, ni le afectan mis esfuerzos. A medida que nos acercamos al área privada, el sonido de la música va disminuyendo y la oscuridad aumentando.

— ¡Suélteme! ¡Le digo que me suelte abusivo! —  reclamo sin contestación.

De pronto, el agresor anónimo me hala, pegándome contra la pared, acorralándome con su cuerpo. Sonará extraño pero inevitablemente la situación comienza a excitarme, pese al miedo que me consume — ¡Debo estar mal de cabeza! — reflexiono. Los cosquilleos en mi entrepierna persisten y se agudizan al sentir la respiración de ese hombre cerca de mi cuello.

Mi pecho sube y abaja dramáticamente por la mescla de emociones, el silencio de ese sujeto me está volviendo loca — ¡Suélteme! ¡¿Qué piensa hacerme?! —  reclamo, pero en un tono mucho más bajo, creo que las hormonas están ganando la batalla contras los instintos de supervivencia. No obtengo respuesta, sin embargo, ahora me sujeta de las muñecas, obligándome a subir los brazos pegándolos sobre la pared.

Sin duda, es un dominante que siente placer al someter a su presa y en este caso, por mi parte, empiezo a convertirme en una sumisa que no tiene control de las reacciones de su cuerpo. Las palabras brillan por su ausencia, lo único que se escucha es el sonido de nuestras agitadas respiraciones, no puedo ver bien, pero apuesto que me está desnudando con la mirada por lo cerca que puedo sentir su aliento de mi piel.

— ¿Acaso será el depravado de la pista? — me pregunto y de recordarlo se me revuelven la entrañas haciéndome reaccionar. Otra vez intento zafarme, pero lo único que consigo es hacerme daño, por lo que pasados unos minutos me tranquilizo.

— ¡No puedo creer que me esté pasando esto! De seguro las chicas ni me deben estar buscando— pienso, lamentando mi suerte.

La noche que se supone usaría para distraerme y olvidarme de mis problemas se ha transformado en una — ¿Pesadilla? — Se supone que eso es lo que debería pensar, pero lo excitante que se siente ser sometida en la oscuridad me tiene confundida, sin embargo, tampoco voy a dejarme llevar y permitir que este desconocido salga ganando.

— ¡Por favor, deje que me vaya! ¡No me haga nada! — suplico.

Su respiración se vuelve profunda, como si quisiera aspirar todo mi aroma, el calor que desprende me da escalofríos, sin mencionar que la humedad en mi entrepierna inicia — ¡No entiendo! ¿Cómo puede excitarme? — me reprendo. Trato de buscar una explicación lógica y llego a la conclusión que, eso forma parte de los instintos animales que forman parte de nuestra conducta, los cuales están por encima de nuestra capacidad de raciocinio, es decir, la mente quiere una cosa y el cuerpo otra.

Escucho mi corazón palpitar con intensidad al tiempo que las piernas me flaquean — ¿De verdad voy a dejar de luchar? — me pregunto viendo como mis defensas están por caer.

— ¡Admita que le gusta esta situación! — me susurra al oído, paralizándome por completo — ¡Admita que le encanta sentirse deseada y sometida! — No doy crédito a lo que escucho — Su cuerpo la delata, disfruta el seducir a los hombre para sus propósitos—

— ¡¿Pero de que está hablando?! — Respondo exaltada — ¡Es un cretino! — se ríe, pero bajo ninguna circunstancia me libera de su agarre.

— ¡Sabe muy bien que tengo razón! — susurra muy cerca de mis labios produciéndome hormigueos en el cuerpo.

— ¡¿Qué es lo que quiere?! ¡Suélteme en este momento! —  le ordeno furiosa.

— Que, ¿Qué es lo que quiero? — Hace un pausa pegándose a mi oreja — Probar un punto — el pulso se me acelera por el calor que produce su aliento en ese punto sensible, la corriente en mi entrepierna se intensifica, confieso que me tiene muy excitada

 — ¡Que ni crea este animal que le voy a dar el gusto! — Pienso, tratando de controlarme y de,  que no se me cuenta que me está afectando — ¡Déjeme en paz! — reclamo, vuelvo a escucharlo reír mientras me aprisiona con el peso de su cuerpo.

— No trate de ocultarlo, Como se nota que su capacidad de atención es limitada (ríe con burla), ¿Acaso olvidó que el lenguaje corporal dice más que las palabras? — Asegura cínicamente. Todo rastro de agradecimiento que podía tener hace un rato por haberme ayudado, se desvaneció el preciso momento en que me di cuenta que el misterioso seductor, era nada más y nada menos que Leonel Serrano, mi detestado profesor.

La posición en la que me tiene, imposibilita que pueda golpearlo con mis rodillas en su punto débil, es notorio que ese imbécil sabe bien lo que hace — ¡Suélteme profesor! — ordeno tajante. En ese momento coloca su cara muy cerca de la mía.

— En este instante, no somos alumna y profesor, somos extraños llenos de atracción— su voz suena tan sexy, que me corta la respiración. Mis defensas se han debilito me he dejado seducir por el cretino que más he odiado. Sin duda alguna mi cuerpo me está traicionando.

Lo que está pasando me parece irreal, me cuesta creer que este protagonizando un tenso momento erótico, con el hombre al que casi caigo a cachetadas en la mañana por impertinente, lo más injusto de todo, es que como se han dado las cosas, cree haber comprobado las opiniones que expresó sobre mi temprano, estoy casi segura.

— ¡Aquí no hay ninguna atracción! — Le grito — Lo único que hay es un abusador que se aprovecha de la situación — reclamo.

— ¡González! No trate de engañarme, su respiración la delata al igual que lo movimientos de su cuerpo atrapado en ese sensual vestido — en ese momento puedo ver sus ojos clavados en los míos, están llenos de lujuria, parecen oscuros a pesar que originalmente su color es claro. Su mirada es potente, el dominio que expresa me desarma, aunque quiera negarlo, la humedad en mi panty me delata.

— ¡Deje decir idioteces! — replico, como último intento antes que gane la locura.

— ¡Sabe que tengo razón y se lo demostraré! — acto seguido posa sus labios sobre los míos.

En principio me resisto, pero lentamente voy cediendo a su intromisión, abriendo mi boca. Sus labios son tan suaves y diestros que hacen caer una a una las pocas barreras que me quedan, su lengua acaricia los míos con suavidad saboreando cada centímetro de ellos. Con una de sus manos mantiene firmes y arriba las mías.

Es tan grande que en una sola,  caben sin problema mis delicadas muñecas, con la otra acaricia suavemente desde mi cadera hasta mi rodilla, robándome un gemido, claramente puede sentir la dureza de mis pezones a través del vestido, cosa que le provoca un gruñido. Derrotada y sin fuerza de voluntad, me dejo arrastrar por la pasión sin pensar en las consecuencias.

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