Te quiero mi lobo.

Marlén observó con creciente temor cómo la apariencia de Elijah se transformaba rápidamente frente a ella. Su piel lozana dio paso a una capa de pelo, sus músculos se ensancharon y su ropa comenzó a romperse por la presión. Sus facciones se desfiguraron, y sus ojos azules se volvieron dorados.

Asustada, Marlén se pegó a la pared, deseando que la misma se agrietara, y la succionara hacia dentro, llevándola a otro espacio, para escapar de esa aterradora imagen.

Lo miraba a la cara desde su posición, sintiendo su respiración caliente.

—Mi luna, por favor, no me temas. Nunca podría lastimarte—, le aseguró Atlas con una voz ronca pero suave, transmitiéndole una sensación de calma.

—Atlas…—murmuró, ella, con su respiración agitada y de una forma incomprensible, lo vio sonreír.

— Mi luna, qué hermoso suena mi nombre en tus labios— le dijo entre ronroneos, mirándola con tanta adoración que Marlén sintió que todo su temor desaparecía.

Cuando sintió como él le acarició una mejilla, cerró los
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