Alfa Malcolm estos Mellizos ¡Son tuyos!
Alfa Malcolm estos Mellizos ¡Son tuyos!
Por: Taylor Snow
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«Narra Josephine»

No pude controlar el temblor de mis manos mientras Malcolm deslizaba el anillo en mi dedo. No temblaba por nerviosismo o porque me arrepintiera, temblaba por miedo. Porque allí en los Dominios Elevados, donde solo vivía la élite de los Alfas, amar a quien no debías podía llevarte a la muerte.

—La luna y las estrellas son testigos de esta unión —dijo Malcolm, y noté cómo su voz, normalmente firme, también temblaba—. Yo, Malcolm I McTavish, te tomo como mi esposa y compañera de vida, a ti, Josie.

Ambos sonreímos cuando me llamó "Josie". Un pequeño momento de complicidad en medio del peligro.

—Josephine Fletcher... —susurré, diciéndole mi nombre completo.

Malcolm sonrió, mirándome con esos ojos grises azulados que tanto me gustaban, diciendo:

—Te tomo como mi esposa y compañera de vida, Josephine Fletcher…

En ese momento, nos encontrábamos en una pequeña cabaña abandonada en el borde del "Gran Bosque" que apenas era visible en la oscuridad. Pero dentro de la cabaña, las velas que habíamos traído nos iluminaban lo necesario para no estar completamente a oscuras. Ese lugar, tan sencillo, tan... simple, era un espacio indigno para el heredero de la manada McTavish; sin embargo, era el único sitio donde podíamos jurar amor eterno sin que nos descubrieran.

—Sé que no tengo derecho a ti —susurré, colocándole un anillo en su dedo—. Pero mi corazón no entiende de jerarquías ni de dominios —dije, alzando mi mirada hacia él porque mi Malcolm era más alto que yo por mucho.

Sí, "mi" compañero, mío... nadie podía quitármelo, o al menos eso era lo que deseaba creer, con mucho temor. En ese momento, Malcolm sonrió, y pude ver cómo sus hermosos ojos brillaron un poco. Para el mundo, él era el futuro líder de la manada más poderosa de Altocúmulo de los Dominios Elevados, el hijo del temible Lord Alfa Augustus McTavish. Para mí, simplemente era el niño que me había regalado una flor cuando llegué huérfana al castillo Wolfcrest —el hogar de Malcolm— hacía ocho años, cuando él tenía doce y yo apenas diez años.

—Al amanecer —comenzó a decir Malcolm, se le veía serio, podría jurar que estaba tan nervioso como yo, pero sabía disimularlo bien, después de todo, era un Alfa— tomaremos un dirigible hacia las Tierras Exteriores —dijo, sosteniendo mis manos—. Ya tengo los documentos falsos y suficiente oro para empezar de nuevo.

—Entiendo... —fue lo único que pude decir, intentando ignorar el nudo en mi garganta.

¿Realmente podría Malcolm, nacido en la cúspide de los Alfas, acostumbrarse a una vida lejos de los Dominios Elevados? En la parte baja donde solo vivían los menos afortunados, ¿podría yo vivir con la culpa de haberlo alejado de todo lo que conocía?

—¿Y si nos encuentran en cualquier momento? —pregunté sin poderlo evitar, mirando nerviosamente hacia la ventana.

—No lo harán —aseguró mi amado, aunque vi la duda asomarse por un instante en sus ojos, no lo culpaba, yo me sentía igual, él era muy importante, y yo... yo solo era un problema, desde el punto de vista del reino y las jerarquías—. En este instante, mi padre está ocupado con la recepción del embajador de las Tierras del Este. No notarán mi ausencia hasta mañana. Lo planeé todo a la perfección, mi "Druida Dorada".

Yo sonreí, así es como él me llamaba, "Druida dorada" era por mi cabello rubio, y porque... era una druida, aunque eso no me hacía importante, no en su mundo...

—No nos encontrarán —repitió Malcolm una vez más, como para convencerse a sí mismo de que así sucedería.

Sin embargo, él no mencionó lo que ambos sabíamos: si nos encontraban, él enfrentaría deshonra y exilio. Yo enfrentaría algo peor, posiblemente me colgarían como una criminal, ambos corríamos peligro en nuestra unión. Después de todo, los druidas que transgredían los límites con los licántropos Alfa no vivían para contarlo.

—Continuemos —dijo el anciano druida que nos casaba, carraspeando su garganta, como diciendo así que continuáramos con la ceremonia.

No estábamos solos, por supuesto que no. Malcolm y yo convencimos al anciano druida Alder, mi mentor y a quien consideraba casi un padre, para que nos casara y así nuestro matrimonio fuera legítimo ante las leyes, los dioses y la tierra. Confiábamos mucho en él, gracias a los dioses accedió a ayudarnos. Su rostro arrugado mostraba tanto apoyo como preocupación en ese momento.

—Deben completar el ritual antes de la medianoche —nos recordó Alder—. La luna llena está en su punto más favorable para sellar un vínculo entre compañeros destinados.

Malcolm asintió y tomó el pequeño cuchillo ceremonial. Sin titubear, hizo un corte en su palma, y luego, con infinita delicadeza, también cortó la palma de mi mano. Nuestras sangres se mezclaron cuando unimos nuestras manos.

—Mi sangre a tu sangre —recitamos juntos al unísono como si dijéramos un coro—. Mi vida a tu vida, mi alma a tu alma —sonábamos hermosos recitando el ritual de unión.

Sonreí mirando a mi amado mientras sentía un calor extraño pero agradable ascendiendo por mi brazo. Los druidas siempre describían el vínculo entre compañeros destinados como algo místico. Cuando dos almas predestinadas unen sus sangres, ocurre algo verdaderamente increíble, una sensación indescriptible. Ahora lo entendía. Era como si una parte de Malcolm viviera en mi interior, y una parte mía en él. Después de todo, éramos almas gemelas, a pesar de que yo era una humana Druida, y él un hombre lobo Alfa... a pesar de que la sociedad dijera lo contrario, Malcolm y yo éramos la mitad del otro.

Después de la unión de nuestras sangres, Alder comenzó a cantar suavemente en el antiguo idioma druídico, y las velas parpadearon. Ese era el momento más peligroso del ritual. Si algún licántropo captaba la energía que estábamos liberando...

Fue en ese momento que escuchamos un crujido en el exterior que me heló la sangre... ¿nos habían descubierto?

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