ONCE AÑOS DESPUÉS
TIERRAS BAJAS: DISTRITO CORONA DE NIEBLA
«Narración general»
—¡Zacary, no te alejes tanto! —llamó Josephine al ver cómo su hijo de diez años se adelantaba corriendo—. Lyra, cariño, ¿podrías vigilar a tu hermano?
—Sí, mami —respondió la niña mirando a su madre—. ¡Zacary! —gritó Lyra—. ¡No te alejes demasiado!
—¡Cállate, Lyra, tú no me das órdenes! —replicó el pequeño a su hermana melliza.
—¡Zacary! —exclamó Josephine, y bastó con ese tono para que su niño se encogiera de hombros, redujera el paso y esperara a su hermana y a su madre.
—Mami, déjame ayudarte con la tinaja, sabes que puedo —pidió Zacary, extendiendo sus brazos hacia el pesado recipiente que su madre cargaba.
—No, mi amor, luego sospecharían... recuerda, un niño de diez años no debería poder cargar algo tan pesado. ¿Qué es lo que no deben saber los del pueblo?
—No deben saber que soy un lobo, ya lo sé —respondió el pequeño poniendo los ojos en blanco, cansado de escuchar siempre la misma advertencia.
—Exactamente —confirmó la rubia con una sonrisa.
Josephine Fletcher, ahora con veintinueve años, ajustó la capucha de su manto verde oscuro de Druida mientras guiaba a sus hijos por el sendero empedrado que descendía hacia el pozo comunal. El Monasterio Niebla, donde vivían bajo la protección del Círculo Druídico desde su destierro, quedaba a casi media hora de camino, pero el agua de este pozo particular poseía propiedades especiales que necesitaba para sus pociones.
Lyra, mayor que su hermano por apenas siete minutos, asintió con aquella seriedad que siempre le recordaba a Josephine tanto a Malcolm. A sus diez años, la niña había heredado la calma calculadora de su padre, mientras que Zacary poseía su espíritu impetuoso y aventurero.
—¡Zacary McFletcher, no le pongas los ojos en blanco a mami! —le reprendió Lyra con autoridad de hermana mayor, a pesar de que Zacary, aunque mellizos, la superaba en altura por una cabeza. A simple vista no parecían gemelos; más bien semejaban un hermano mayor con su hermanita. Pero habían sido concebidos durante la única noche en que Malcolm y Josephine consumaron su matrimonio, antes de que... los separaran para siempre.
Ese apellido compuesto, "McFletcher", —mezcla de McTavish y Fletcher— había sido creación de la rubia para sus pequeños, siendo una sutil combinación que ocultaba su verdadero linaje, pero mantenía un vínculo con su padre.
Josephine sonrió suavemente mientras observaba a sus niños adelantarse, peleando y jugando como siempre. Ambos eran el vivo retrato de Malcolm, especialmente Zacary, con aquellos indomables rizos oscuros y piel canela. Los ojos de ambos niños eran de un gris idéntico a los de su padre, aunque los de Lyra tenían pequeñas motas azuladas, como los ojos de Josephine, que eran azules, enormes y muy expresivos; siempre decían que, aunque ella estuviera callada, sus ojos hablaban por ella. Además, ninguno de sus pequeños había nacido con el don de la magia druida, como si Malcolm hubiera decidido renacer en sus hijos, en el único día que se unieron haciendo el amor.
Y así, mientras descendían por el camino, los Dominios Elevados se podían ver como siempre desde el cielo de la mañana. Aquellas cuatro enormes plataformas flotantes de tierra sostenidas por la aerolita —el mineral anti gravitatorio que era la fortuna de manadas como los McTavish— les daban sus sombras sobre las Tierras Bajas. Desde Corona de Niebla, el distrito más alto y menos miserable de las tierras inferiores, se podía ver a la perfección el distrito Altocúmulo, el más prestigioso de los Dominios, donde se alzaba el Castillo Wolfcrest, su antiguo hogar.
El hogar de Malcolm.
Josephine apartó la mirada del cielo. Once años habían pasado desde aquella noche fatídica en que fueron descubiertos.
HACE ONCE AÑOS
—¡Josie, suéltenme! —gritaba Malcolm mientras los guardias lo sujetaban con fuerza, arrastrándolo lejos de la cabaña. Aunque su padre le había ordenado vestirse, no le dieron tiempo para hacerlo.
Afuera esperaba un dirigible que lo llevaría al castillo Wolfcrest. Lo montaron a la fuerza mientras Josephine, aún cubierta solo con la sábana y entre lágrimas, observaba encogida y aterrada cómo Lady McTavish se acercaba a ella para propinarle una bofetada. Ella no hizo nada para defenderse, no tenía fuerzas ni voluntad en ese momento para hacerlo.
—Eres una desvergonzada. A pesar de que te dimos un hogar, comida, incluso respeto... vienes y te entrometes en los planes de mi hijo —susurró Lady McTavish, mirándola de pies a cabeza como si fuera un molesto excremento en su lujoso zapato—. ¿Pensabas que ibas a convertirte en la heredera, en la esposa del Alfa más importante de Altocúmulo?
—Yo no planeé esto, Lady McTavish —se defendió Josephine con los ojos inundados de lágrimas y las mejillas enrojecidas por los golpes—. Realmente amo a Malcolm, él y yo somos compañeros de vida. Esto no es sobre riquezas o posiciones… yo lo amo, él es mi otra mitad.
—¡Cállate, estúpida! ¡No vuelvas a decir eso! —gritó Lady McTavish, acercándose para jalarle el cabello y continuar golpeándola, mientras Josephine intentaba cubrirse—. ¡Ya estás muerta! ¡Quiero ver tu cuerpo colgado en la plaza principal mañana mismo!
—¡Lady McTavish! —intervino de inmediato el druida Alder—. No es necesario matarla. Bastará con desterrarla a las Tierras Bajas. Rape su cabeza como castigo por la indecencia, no deje que se lleve ni siquiera una cantimplora con agua, y será suficiente.
Josephine, completamente despeinada, alternaba su mirada entre el druida Alder y la madre de Malcolm que respiraba entrecortadamente por la rabia, observándola con un odio que jamás imaginó que alguien pudiera sentir hacia ella. Sin delicadeza alguna y con la fuerza propia de una mujer lobo Alfa, Lady McTavish sujetó las mejillas de Josephine con una mano y le susurró:
—Ese será tu castigo. Bajarás a tierra firme, al lugar de los miserables, con la vergüenza de haber sido desterrada de Altocúmulo, de los Dominios Elevados, por ser una asquerosa ramera... —Lady McTavish sonrió; le agradaba más esa idea, que viviera atormentada por la culpa en vez de concederle una muerte rápida...
TIEMPO ACTUAL: TIERRAS BAJAS - DISTRITO CORONA DE NIEBLA
Josephine todavía recordaba los rugidos de Malcolm cuando lo sacaron de la cabaña y cómo gritaba su nombre, desesperado por verla una vez más. Habían pasado once años sin saber qué había sido de él, salvo por los rumores que ocasionalmente llegaban a las Tierras Bajas.
Malcolm era famoso, por supuesto. Como heredero de la manada McTavish, uno de los tres clanes más importantes después de la familia real, su nombre aparecía en muchas historias: se decía que se había casado con la hija de los Silvercliff; que había asumido su lugar como Alfa jefe de los McTavish; que controlaba las minas de aerolita; que había participado en la pequeña guerra contra el Distrito de las Sombras, el lugar más bajo, donde raramente llegaba la luz del sol y habitaba lo peor de la sociedad. Según había oído Josephine, hace cuatro años los habitantes del Distrito de las Sombras habían subido a Altocúmulo, desatando una batalla campal en la que el Alfa jefe de los McTavish tuvo un papel destacado.
Sin embargo, Josephine nunca había intentado confirmar estos rumores. Era más fácil vivir sin saber con certeza, prefiriendo concentrarse en sus hijos y en tratar de olvidarlo.
—Mamá, mira —Lyra señaló hacia el pozo que ya se divisaba en el claro—. Hay mucha gente hoy. ¿Por qué será? —preguntó la niña, quien llevaba un ramo de flores recogidas durante el camino, mientras Zacary blandía un palo que usaba como espada.—Es extraño... nunca está tan concurrido a esta hora —comentó Josephine, reacomodando la tinaja entre sus manos.Una pequeña multitud se agolpaba alrededor del pozo de piedra: principalmente mujeres y algunos niños, todos con cubos, cántaros y tinajas, esperando su turno. Josephine apretó inconscientemente los labios.—Quédense cerca de mí —murmuró—. Y recuerden...—Somos humanos, somos druidas en formación —recitó Zacary en voz baja, rodando los ojos con exasperación adolescente prematura—. Lo sabemos, mamá.Al instante recibió un golpe de su hermana en el brazo.—¡Volviste a rodar los ojos!—¡Lo hago sin pensar! —se defendió Zacary, encogiéndose de hombros.El niño no comprendía realmente el peligro. ¿Cómo podría? Josephine había ocultado mucha
Con el corazón martilleando contra sus costillas, Josephine dejó su tinaja en el suelo, como si quisiera descansar. Rápidamente metió la mano en su túnica y sacó un polvo que siempre llevaba "por si las dudas", el cual espolvoreó en el rostro de sus hijos mientras fingía acariciarlos. Era un inhibidor de olor.—¡Te estoy llamando, druida! —gritó el hombre, reconociendo a Josephine por su túnica verde con capucha, el color distintivo de los druidas especializados en pociones.Josephine se volvió lentamente, manteniendo a los niños parcialmente ocultos tras su cuerpo.—Buenos días, señores —saludó, bajando la mirada como correspondía a una simple druida de las Tierras Bajas ante la autoridad—. ¿En qué puedo ayudarlos?El capitán se acercó, escrutándola con ojos entrecerrados. Llevaba una lista en la mano donde también figuraban nombres de mujeres.—¿Nombre?—Josephine Fletcher, druida del Círculo de la Niebla.El hombre consultó su lista, y Josephine sintió que el tiempo se detenía. ¿Y
Malcolm observó con fría indiferencia cómo la druida y los dos niños se alejaban por el sendero. No sintió el más mínimo remordimiento por haberla empujado con aquella violencia, aunque notó que ella se había lastimado la mano. No era gran cosa; ella, como druida, podría curarse fácilmente. Sin embargo, algo en ese trío —la mujer y los niños— le resultaba inquietante, aunque no lograba identificar qué exactamente.«Solo estoy cansado», pensó, sacudiendo la cabeza para despejarse antes de continuar con su trabajo. Y realmente estaba exhausto; apenas había dormido cuatro horas en la última semana, lo que ya finalmente comenzaba a pasarle factura.—Capitán —exclamó Malcolm con ese tono autoritario que lo caracterizaba—, ordene que todos formen una fila. Cualquiera que intente marcharse sin ser revisado será arrestado inmediatamente. No perdamos más tiempo.—Enseguida, lord Alfa McTavish —respondió el capitán, acatando las órdenes de su señor.Buscaban a cinco Omegas y cuatro druidas. Ent
La señora Ruffus bajó aún más la mirada, el lord Alfa estaba haciendo preguntas que ella sentía podrían ser peligrosas para ella, y para la joven druida.—No lo sabemos, mi señor... —respondió la mujer encogiéndose de hombros.Malcolm permaneció en silencio durante varios segundos. Una punzada de dolor atravesó su sien; hablar sobre ese tema solo estaba empeorando su dolor de cabeza y no sabía si era porque se estaba desviando del tema, o el cansancio le estaba haciendo una jugarreta, aunque la verdad era, ese “dolor de cabeza” tenía un trasfondo más profundo…HACE ONCE AÑOS ATRÁS:—¡No lo permitiré! ¡No me arrancarán el lazo con mi destinada! —rugió Malcolm, preparándose para luchar. Sus ojos cambiaron de color instantáneamente, y sus garras comenzaron a emerger.Pero antes de que pudiera transformarse por completo, los guardias lo inmovilizaron de nuevo, pinchándolo con una aguja que contenía un potente tranquilizante para licántropos. Perdió la fuerza, pero se mantuvo consciente; l
Malcolm se detuvo frente al Monasterio Niebla. No era particularmente imponente, al menos no si lo comparaba con los majestuosos monasterios druidas de Altocúmulo. Este lucía más bien desgastado por el paso del tiempo; la entrada necesitaba urgentemente una mano de pintura y las paredes de piedra gris estaban casi completamente conquistadas por enredaderas que trepaban como dedos verdes por la fachada.La filosofía del Monasterio Niebla era que siempre mantenía sus puertas abiertas para cualquiera que buscara refugio o consejo, sin importar su condición o rango. Incluso para Alfas distinguidos como Malcolm. Entonces, sin perder más tiempo, el Alfa desmontó de su caballo zaino, lo guio hasta el área designada para las monturas y lo aseguró con cuidado antes de dirigirse hacia la entrada.Al cruzar el umbral, notó cómo varios druidas con sus características capas verdes con capucha lo observaban con curiosidad y respeto, inclinándose ligeramente a su paso en señal de reconocimiento. El i
Malcolm miraba fijamente a la mujer druida, estudiando con sus ojos penetrantes cada detalle de su rostro como si buscara algo perdido hace mucho tiempo.—Vengo a hacerte unas preguntas —declaró con seriedad, midiendo cuidadosamente cada palabra para no revelar nada más que autoridad.—Entonces vayamos a un lugar privado —sugirió ella, realizando una pequeña reverencia como dictaba el protocolo para todos los visitantes de Las Tierras Elevadas. Sin añadir más, se dio la vuelta, confiando en que él la seguiría.Caminando delante de él, Josephine lo condujo estratégicamente hacia un lugar donde sabía que nadie podría escuchar su conversación y donde sus niños no aparecerían: el invernadero ubicado en lo alto de la torre norte. El Monasterio contaba con cuatro torres, siendo la del norte la más apartada y solitaria. Durante el trayecto, Josephine caminaba con paso firme a varios metros de distancia de Malcolm, quien la seguía en silencio. Pasados los minutos, él comenzó a sentirse inquiet
El rostro del Alfa se endureció aún más cuando comenzó a decir:—¿Tienen Omegas escondidos en el monasterio? —preguntó Malcolm abruptamente, con un tono de voz cortante y distante—. No me interesa si ese par de mocosos que mentiste diciendo que eran tus aprendices son tus hijos. Me importa muy poco la vida privada de una druida de baja categoría como tú y todos los que viven en este lugar —continuó mientras recorría el espacio con mirada escrutadora.—Solo quiero saber si hay Omegas ocultándose bajo estas paredes y muros de piedra —continuó—. Si me dices la verdad, no serás castigada, te recompensaré y no le sucederá nada a este lugar. Pero si me mientes... —hizo una pausa calculada—, revisaremos todo, y si encuentro a alguno de los rebeldes, tú serás la primera en ir a ejecución por mentirle a un Alfa de Altocúmulo. Esos mocosos que tanto proteges se quedarán huérfanos y este monasterio lo demoleremos. ¿Comprendes?Para enfatizar su amenaza, Malcolm sujetó con fuerza la túnica de Jose
Mientras Malcolm y Josephine se encontraban en la torre norte del monasterio, los mellizos Zacary y Lyra estaban en otra área del enorme recinto, cumpliendo con la tarea de regar las plantas que su madre les había pedido. Zacary, con el ceño tan fruncido que casi juntaba sus espesas cejas, regañaba a las plantas en voz baja, sintiendo todavía arder en su interior la rabia que experimentó cuando aquel Alfa de Las Tierras Elevadas empujó a su mamá sin motivo alguno. En ese momento, había deseado morderle la mano, hacerle algún daño, pero sabía que no podía porque todo empeoraría.Tanto él como su hermana tenían que esconder su naturaleza lupina, y en ocasiones como aquella, a Zacary le costaba mantener esa parte de sí mismo bajo control. No lograba entender por qué debían ocultarse. ¿Qué había de malo en mostrarse como lobos? Su madre nunca les daba una explicación clara, sólo les repetía que debían mantenerse ocultos o se meterían en problemas. «¿Qué clase de problemas?», se preguntaba