Malcolm se detuvo frente al Monasterio Niebla. No era particularmente imponente, al menos no si lo comparaba con los majestuosos monasterios druidas de Altocúmulo. Este lucía más bien desgastado por el paso del tiempo; la entrada necesitaba urgentemente una mano de pintura y las paredes de piedra gris estaban casi completamente conquistadas por enredaderas que trepaban como dedos verdes por la fachada.La filosofía del Monasterio Niebla era que siempre mantenía sus puertas abiertas para cualquiera que buscara refugio o consejo, sin importar su condición o rango. Incluso para Alfas distinguidos como Malcolm. Entonces, sin perder más tiempo, el Alfa desmontó de su caballo zaino, lo guio hasta el área designada para las monturas y lo aseguró con cuidado antes de dirigirse hacia la entrada.Al cruzar el umbral, notó cómo varios druidas con sus características capas verdes con capucha lo observaban con curiosidad y respeto, inclinándose ligeramente a su paso en señal de reconocimiento. El i
Malcolm miraba fijamente a la mujer druida, estudiando con sus ojos penetrantes cada detalle de su rostro como si buscara algo perdido hace mucho tiempo.—Vengo a hacerte unas preguntas —declaró con seriedad, midiendo cuidadosamente cada palabra para no revelar nada más que autoridad.—Entonces vayamos a un lugar privado —sugirió ella, realizando una pequeña reverencia como dictaba el protocolo para todos los visitantes de Las Tierras Elevadas. Sin añadir más, se dio la vuelta, confiando en que él la seguiría.Caminando delante de él, Josephine lo condujo estratégicamente hacia un lugar donde sabía que nadie podría escuchar su conversación y donde sus niños no aparecerían: el invernadero ubicado en lo alto de la torre norte. El Monasterio contaba con cuatro torres, siendo la del norte la más apartada y solitaria. Durante el trayecto, Josephine caminaba con paso firme a varios metros de distancia de Malcolm, quien la seguía en silencio. Pasados los minutos, él comenzó a sentirse inquiet
El rostro del Alfa se endureció aún más cuando comenzó a decir:—¿Tienen Omegas escondidos en el monasterio? —preguntó Malcolm abruptamente, con un tono de voz cortante y distante—. No me interesa si ese par de mocosos que mentiste diciendo que eran tus aprendices son tus hijos. Me importa muy poco la vida privada de una druida de baja categoría como tú y todos los que viven en este lugar —continuó mientras recorría el espacio con mirada escrutadora.—Solo quiero saber si hay Omegas ocultándose bajo estas paredes y muros de piedra —continuó—. Si me dices la verdad, no serás castigada, te recompensaré y no le sucederá nada a este lugar. Pero si me mientes... —hizo una pausa calculada—, revisaremos todo, y si encuentro a alguno de los rebeldes, tú serás la primera en ir a ejecución por mentirle a un Alfa de Altocúmulo. Esos mocosos que tanto proteges se quedarán huérfanos y este monasterio lo demoleremos. ¿Comprendes?Para enfatizar su amenaza, Malcolm sujetó con fuerza la túnica de Jose
Mientras Malcolm y Josephine se encontraban en la torre norte del monasterio, los mellizos Zacary y Lyra estaban en otra área del enorme recinto, cumpliendo con la tarea de regar las plantas que su madre les había pedido. Zacary, con el ceño tan fruncido que casi juntaba sus espesas cejas, regañaba a las plantas en voz baja, sintiendo todavía arder en su interior la rabia que experimentó cuando aquel Alfa de Las Tierras Elevadas empujó a su mamá sin motivo alguno. En ese momento, había deseado morderle la mano, hacerle algún daño, pero sabía que no podía porque todo empeoraría.Tanto él como su hermana tenían que esconder su naturaleza lupina, y en ocasiones como aquella, a Zacary le costaba mantener esa parte de sí mismo bajo control. No lograba entender por qué debían ocultarse. ¿Qué había de malo en mostrarse como lobos? Su madre nunca les daba una explicación clara, sólo les repetía que debían mantenerse ocultos o se meterían en problemas. «¿Qué clase de problemas?», se preguntaba
Zacary, intentando aparentar una valentía que no sentía del todo, llevó su dedo índice a los labios, indicándole a su hermana que guardara absoluto silencio. Con cautela, comenzó a acercarse hacia el origen de esa presencia que percibía.Gael, desde su escondite, frunció el ceño mientras olfateaba el aire viciado del depósito. No podía captar el aroma lupino de los mellizos debido al inhibidor de olor que Josephine les había aplicado cuando estuvieron en el pozo. Para él, olían como simples niños humanos, lo que le permitió mantener la calma mientras permanecían inmóviles en las sombras.Zacary le entregó la antorcha a Lyra, cuyos dedos temblorosos apenas lograban sostenerla, y avanzó lentamente hacia donde percibía aquella presencia extraña.—¿Quién está ahí? —preguntó Zacary con un tono de voz que intentaba sonar firme, mientras Lyra se llevaba la mano libre a la boca, pensando que su hermano había perdido completamente el juicio—. ¡¿Quién está ahí?! ¿Es un ladrón? No tenemos comida
MIENTRAS TANTO EN EL INVERNADERO DE LA TORRE NORTE…Malcolm sentía que ya había hablado suficiente con esa druida que, para su pesar, encontraba... simpática, por no decir algo más profundo. En lo más íntimo de su ser, una pregunta lo atormentaba: ¿cómo sería su aroma natural? ¿A qué olería ella? No entendía por qué, pero sentía una inexplicable necesidad de saberlo. En momentos como ese, extrañaba terriblemente su olfato, un vacío que ni su posición como Alfa podía llenar.El viento mecía suavemente las plantas del invernadero mientras el sol de esas horas de la tarde iluminaba a Josephine con su luz dorada, acentuando, posiblemente sin querer, cada uno de sus rasgos. Malcolm apartó la mirada, incómodo por sus propios pensamientos.«Estoy casado», volvió a pensar, entrecerrando sus ojos.—Me iré ya —dijo finalmente Malcolm, manteniendo su expresión seria—. ¿Te quedarás aquí o...?Malcolm dejó adrede esa pregunta en el aire, esperando que la mujer le respondiera. Él era plenamente con
Josephine estaba de espaldas a él, y Malcolm pudo percibir cómo los hombros de ella se tensaron y luego se encogieron levemente, como si sus palabras sobre quedarse le hubieran caído como un peso inesperado. El leve temblor en su postura delataba una emoción que intentaba ocultar.—Sí... los monasterios druidas están abiertos para todos, milord —respondió Josephine con voz controlada, cerrando sus ojos con fuerza mientras aprovechaba que él no podía ver su rostro.Malcolm soltó un bufido apenas audible respondiéndole:—No te estaba haciendo una pregunta, mi comentario fue retórico —replicó con tono cortante—. Todos saben que los monasterios están abiertos al público, y mucho más a Alfas de Altocúmulo de las Tierras Elevadas.Sus dedos se tensaron alrededor de la cuerda mientras continuaba el descenso, ocasionando que el cuero de sus guantes crujiera levemente.—Pienso que es mejor estar aquí —continuó Malcolm, justificándose— así podré vigilarlos a todos de cerca. Si veo cualquier act
«Narra Josephine»No pude controlar el temblor de mis manos mientras Malcolm deslizaba el anillo en mi dedo. No temblaba por nerviosismo o porque me arrepintiera, temblaba por miedo. Porque allí en los Dominios Elevados, donde solo vivía la élite de los Alfas, amar a quien no debías podía llevarte a la muerte.—La luna y las estrellas son testigos de esta unión —dijo Malcolm, y noté cómo su voz, normalmente firme, también temblaba—. Yo, Malcolm I McTavish, te tomo como mi esposa y compañera de vida, a ti, Josie.Ambos sonreímos cuando me llamó "Josie". Un pequeño momento de complicidad en medio del peligro.—Josephine Fletcher... —susurré, diciéndole mi nombre completo.Malcolm sonrió, mirándome con esos ojos grises azulados que tanto me gustaban, diciendo:—Te tomo como mi esposa y compañera de vida, Josephine Fletcher…En ese momento, nos encontrábamos en una pequeña cabaña abandonada en el borde del "Gran Bosque" que apenas era visible en la oscuridad. Pero dentro de la cabaña, las