4. Lobos en las Tierras Bajas

—Mamá, mira —Lyra señaló hacia el pozo que ya se divisaba en el claro—. Hay mucha gente hoy. ¿Por qué será? —preguntó la niña, quien llevaba un ramo de flores recogidas durante el camino, mientras Zacary blandía un palo que usaba como espada.

—Es extraño... nunca está tan concurrido a esta hora —comentó Josephine, reacomodando la tinaja entre sus manos.

Una pequeña multitud se agolpaba alrededor del pozo de piedra: principalmente mujeres y algunos niños, todos con cubos, cántaros y tinajas, esperando su turno. Josephine apretó inconscientemente los labios.

—Quédense cerca de mí —murmuró—. Y recuerden...

—Somos humanos, somos druidas en formación —recitó Zacary en voz baja, rodando los ojos con exasperación adolescente prematura—. Lo sabemos, mamá.

Al instante recibió un golpe de su hermana en el brazo.

—¡Volviste a rodar los ojos!

—¡Lo hago sin pensar! —se defendió Zacary, encogiéndose de hombros.

El niño no comprendía realmente el peligro. ¿Cómo podría? Josephine había ocultado muchas cosas a sus hijos, principalmente su linaje, que ni siquiera debería existir. Ellos debían comportarse como simples humanos con sangre druídica particularmente fuerte; así Josephine justificaba por qué su hijo, con apenas diez años, era el más alto de todos los niños de su edad del Distrito de Niebla, y por qué Lyra era más fuerte que cualquier niña humana promedio. Sin embargo, ambos desconocían que eran hijos del heredero de una de las tres familias más poderosas de los Dominios Elevados.

Sus hijos sabían que eran lobos, pero ignoraban que eran lobos Alfas, al parecer de pura sangre a pesar de que su madre fuera una druida.

Cuando estaban a pocos metros del pozo, Josephine notó que la multitud no estaba simplemente esperando agua. Había una agitación inusual, murmullos y miradas nerviosas. Una mujer mayor con un pañuelo en la cabeza se apartó del grupo al ver a la rubia con sus dos niños. Todos conocían a Josephine: algunos la llamaban golfa en secreto por tener dos hijos sin un padre conocido y porque había llegado de Altocúmulo con la cabeza rapada, golpeada y descalza; otros decían que simplemente se había involucrado con el hombre equivocado; y algunos la respetaban por ser una druida talentosa, especialmente por sus poderes curativos y sus pociones para males menores.

—Druida Fletcher —saludó la mujer con una inclinación respetuosa, perteneciente al grupo que la respetaba—. No deberías estar aquí hoy.

—¿Por qué, señora Ruffus? —preguntó Josephine, sintiendo crecer una inquietud en su pecho—. Solo venimos por agua...

La mujer bajó la voz.

—Hay guardias de los Dominios Altos —susurró, señalando hacia el cielo. La señora Ruffus sabía que la druida era una desterrada de Altocúmulo; si la veían allí, podrían causarle problemas—. Han bajado en un dirigible pequeño hace una hora. Están verificando identidades, dicen que buscan a alguien. Creo que es un Omega del Distrito de las Sombras; al parecer están causando problemas otra vez.

Los Omegas eran lobos sin manada, desterrados y exiliados. Podían ser incluso antiguos Alfas o Betas expulsados por violentos, peligrosos o por haber cometido crímenes terribles. Les quitaban todo, incluso su jerarquía, y como castigo los enviaban al Distrito de las Sombras, donde solo iban los lobos. En el caso de Josephine, al ser una humana druida, solo pudieron enviarla a las Tierras Bajas como exiliada.

—¿Hay Omegas por los alrededores? —preguntó Josephine asustada, mientras su mano buscaba instintivamente las de sus hijos. Hacía años que los guardias no realizaban redadas en Corona de Niebla, y saber que había Omegas cerca le aterraba, pues ellos podrían detectar que sus niños eran Alfas de nacimiento—. Gracias por la advertencia —dijo, intentando mantener la calma—. Nos marcharemos entonces.

Pero antes de que pudieran dar media vuelta, un grupo de hombres lobo con el uniforme escarlata y negro de la guardia de los McTavish emergió de entre las casas cercanas al pozo. Cuatro guardias armados, liderados por un hombre alto con un distintivo plateado en el pecho que lo identificaba como capitán en jefe.

Josephine contuvo la respiración. Los niños se pegaron a sus faldas, intimidados por la presencia de aquellos hombres armados. Zacary comenzó a olfatear disimuladamente.

—Son hombres lobo... —susurró el niño mientras Lyra guardaba silencio.

—Todos en los Dominios Elevados son hombres lobo, Zac, especialmente si llevan uniforme... —murmuró Josephine, intentando dar media vuelta disimuladamente, pero era demasiado tarde.

—¡Eh, ustedes! —llamó el capitán, montado a caballo—. Deténganse ahí.

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