—Mamá, mira —Lyra señaló hacia el pozo que ya se divisaba en el claro—. Hay mucha gente hoy. ¿Por qué será? —preguntó la niña, quien llevaba un ramo de flores recogidas durante el camino, mientras Zacary blandía un palo que usaba como espada.
—Es extraño... nunca está tan concurrido a esta hora —comentó Josephine, reacomodando la tinaja entre sus manos.
Una pequeña multitud se agolpaba alrededor del pozo de piedra: principalmente mujeres y algunos niños, todos con cubos, cántaros y tinajas, esperando su turno. Josephine apretó inconscientemente los labios.
—Quédense cerca de mí —murmuró—. Y recuerden...
—Somos humanos, somos druidas en formación —recitó Zacary en voz baja, rodando los ojos con exasperación adolescente prematura—. Lo sabemos, mamá.
Al instante recibió un golpe de su hermana en el brazo.
—¡Volviste a rodar los ojos!
—¡Lo hago sin pensar! —se defendió Zacary, encogiéndose de hombros.
El niño no comprendía realmente el peligro. ¿Cómo podría? Josephine había ocultado muchas cosas a sus hijos, principalmente su linaje, que ni siquiera debería existir. Ellos debían comportarse como simples humanos con sangre druídica particularmente fuerte; así Josephine justificaba por qué su hijo, con apenas diez años, era el más alto de todos los niños de su edad del Distrito de Niebla, y por qué Lyra era más fuerte que cualquier niña humana promedio. Sin embargo, ambos desconocían que eran hijos del heredero de una de las tres familias más poderosas de los Dominios Elevados.
Sus hijos sabían que eran lobos, pero ignoraban que eran lobos Alfas, al parecer de pura sangre a pesar de que su madre fuera una druida.
Cuando estaban a pocos metros del pozo, Josephine notó que la multitud no estaba simplemente esperando agua. Había una agitación inusual, murmullos y miradas nerviosas. Una mujer mayor con un pañuelo en la cabeza se apartó del grupo al ver a la rubia con sus dos niños. Todos conocían a Josephine: algunos la llamaban golfa en secreto por tener dos hijos sin un padre conocido y porque había llegado de Altocúmulo con la cabeza rapada, golpeada y descalza; otros decían que simplemente se había involucrado con el hombre equivocado; y algunos la respetaban por ser una druida talentosa, especialmente por sus poderes curativos y sus pociones para males menores.
—Druida Fletcher —saludó la mujer con una inclinación respetuosa, perteneciente al grupo que la respetaba—. No deberías estar aquí hoy.
—¿Por qué, señora Ruffus? —preguntó Josephine, sintiendo crecer una inquietud en su pecho—. Solo venimos por agua...
La mujer bajó la voz.
—Hay guardias de los Dominios Altos —susurró, señalando hacia el cielo. La señora Ruffus sabía que la druida era una desterrada de Altocúmulo; si la veían allí, podrían causarle problemas—. Han bajado en un dirigible pequeño hace una hora. Están verificando identidades, dicen que buscan a alguien. Creo que es un Omega del Distrito de las Sombras; al parecer están causando problemas otra vez.
Los Omegas eran lobos sin manada, desterrados y exiliados. Podían ser incluso antiguos Alfas o Betas expulsados por violentos, peligrosos o por haber cometido crímenes terribles. Les quitaban todo, incluso su jerarquía, y como castigo los enviaban al Distrito de las Sombras, donde solo iban los lobos. En el caso de Josephine, al ser una humana druida, solo pudieron enviarla a las Tierras Bajas como exiliada.
—¿Hay Omegas por los alrededores? —preguntó Josephine asustada, mientras su mano buscaba instintivamente las de sus hijos. Hacía años que los guardias no realizaban redadas en Corona de Niebla, y saber que había Omegas cerca le aterraba, pues ellos podrían detectar que sus niños eran Alfas de nacimiento—. Gracias por la advertencia —dijo, intentando mantener la calma—. Nos marcharemos entonces.
Pero antes de que pudieran dar media vuelta, un grupo de hombres lobo con el uniforme escarlata y negro de la guardia de los McTavish emergió de entre las casas cercanas al pozo. Cuatro guardias armados, liderados por un hombre alto con un distintivo plateado en el pecho que lo identificaba como capitán en jefe.
Josephine contuvo la respiración. Los niños se pegaron a sus faldas, intimidados por la presencia de aquellos hombres armados. Zacary comenzó a olfatear disimuladamente.
—Son hombres lobo... —susurró el niño mientras Lyra guardaba silencio.
—Todos en los Dominios Elevados son hombres lobo, Zac, especialmente si llevan uniforme... —murmuró Josephine, intentando dar media vuelta disimuladamente, pero era demasiado tarde.
—¡Eh, ustedes! —llamó el capitán, montado a caballo—. Deténganse ahí.
Con el corazón martilleando contra sus costillas, Josephine dejó su tinaja en el suelo, como si quisiera descansar. Rápidamente metió la mano en su túnica y sacó un polvo que siempre llevaba "por si las dudas", el cual espolvoreó en el rostro de sus hijos mientras fingía acariciarlos. Era un inhibidor de olor.—¡Te estoy llamando, druida! —gritó el hombre, reconociendo a Josephine por su túnica verde con capucha, el color distintivo de los druidas especializados en pociones.Josephine se volvió lentamente, manteniendo a los niños parcialmente ocultos tras su cuerpo.—Buenos días, señores —saludó, bajando la mirada como correspondía a una simple druida de las Tierras Bajas ante la autoridad—. ¿En qué puedo ayudarlos?El capitán se acercó, escrutándola con ojos entrecerrados. Llevaba una lista en la mano donde también figuraban nombres de mujeres.—¿Nombre?—Josephine Fletcher, druida del Círculo de la Niebla.El hombre consultó su lista, y Josephine sintió que el tiempo se detenía. ¿Y
Malcolm observó con fría indiferencia cómo la druida y los dos niños se alejaban por el sendero. No sintió el más mínimo remordimiento por haberla empujado con aquella violencia, aunque notó que ella se había lastimado la mano. No era gran cosa; ella, como druida, podría curarse fácilmente. Sin embargo, algo en ese trío —la mujer y los niños— le resultaba inquietante, aunque no lograba identificar qué exactamente.«Solo estoy cansado», pensó, sacudiendo la cabeza para despejarse antes de continuar con su trabajo. Y realmente estaba exhausto; apenas había dormido cuatro horas en la última semana, lo que ya finalmente comenzaba a pasarle factura.—Capitán —exclamó Malcolm con ese tono autoritario que lo caracterizaba—, ordene que todos formen una fila. Cualquiera que intente marcharse sin ser revisado será arrestado inmediatamente. No perdamos más tiempo.—Enseguida, lord Alfa McTavish —respondió el capitán, acatando las órdenes de su señor.Buscaban a cinco Omegas y cuatro druidas. Ent
La señora Ruffus bajó aún más la mirada, el lord Alfa estaba haciendo preguntas que ella sentía podrían ser peligrosas para ella, y para la joven druida.—No lo sabemos, mi señor... —respondió la mujer encogiéndose de hombros.Malcolm permaneció en silencio durante varios segundos. Una punzada de dolor atravesó su sien; hablar sobre ese tema solo estaba empeorando su dolor de cabeza y no sabía si era porque se estaba desviando del tema, o el cansancio le estaba haciendo una jugarreta, aunque la verdad era, ese “dolor de cabeza” tenía un trasfondo más profundo…HACE ONCE AÑOS ATRÁS:—¡No lo permitiré! ¡No me arrancarán el lazo con mi destinada! —rugió Malcolm, preparándose para luchar. Sus ojos cambiaron de color instantáneamente, y sus garras comenzaron a emerger.Pero antes de que pudiera transformarse por completo, los guardias lo inmovilizaron de nuevo, pinchándolo con una aguja que contenía un potente tranquilizante para licántropos. Perdió la fuerza, pero se mantuvo consciente; l
Malcolm se detuvo frente al Monasterio Niebla. No era particularmente imponente, al menos no si lo comparaba con los majestuosos monasterios druidas de Altocúmulo. Este lucía más bien desgastado por el paso del tiempo; la entrada necesitaba urgentemente una mano de pintura y las paredes de piedra gris estaban casi completamente conquistadas por enredaderas que trepaban como dedos verdes por la fachada.La filosofía del Monasterio Niebla era que siempre mantenía sus puertas abiertas para cualquiera que buscara refugio o consejo, sin importar su condición o rango. Incluso para Alfas distinguidos como Malcolm. Entonces, sin perder más tiempo, el Alfa desmontó de su caballo zaino, lo guio hasta el área designada para las monturas y lo aseguró con cuidado antes de dirigirse hacia la entrada.Al cruzar el umbral, notó cómo varios druidas con sus características capas verdes con capucha lo observaban con curiosidad y respeto, inclinándose ligeramente a su paso en señal de reconocimiento. El i
Malcolm miraba fijamente a la mujer druida, estudiando con sus ojos penetrantes cada detalle de su rostro como si buscara algo perdido hace mucho tiempo.—Vengo a hacerte unas preguntas —declaró con seriedad, midiendo cuidadosamente cada palabra para no revelar nada más que autoridad.—Entonces vayamos a un lugar privado —sugirió ella, realizando una pequeña reverencia como dictaba el protocolo para todos los visitantes de Las Tierras Elevadas. Sin añadir más, se dio la vuelta, confiando en que él la seguiría.Caminando delante de él, Josephine lo condujo estratégicamente hacia un lugar donde sabía que nadie podría escuchar su conversación y donde sus niños no aparecerían: el invernadero ubicado en lo alto de la torre norte. El Monasterio contaba con cuatro torres, siendo la del norte la más apartada y solitaria. Durante el trayecto, Josephine caminaba con paso firme a varios metros de distancia de Malcolm, quien la seguía en silencio. Pasados los minutos, él comenzó a sentirse inquiet
El rostro del Alfa se endureció aún más cuando comenzó a decir:—¿Tienen Omegas escondidos en el monasterio? —preguntó Malcolm abruptamente, con un tono de voz cortante y distante—. No me interesa si ese par de mocosos que mentiste diciendo que eran tus aprendices son tus hijos. Me importa muy poco la vida privada de una druida de baja categoría como tú y todos los que viven en este lugar —continuó mientras recorría el espacio con mirada escrutadora.—Solo quiero saber si hay Omegas ocultándose bajo estas paredes y muros de piedra —continuó—. Si me dices la verdad, no serás castigada, te recompensaré y no le sucederá nada a este lugar. Pero si me mientes... —hizo una pausa calculada—, revisaremos todo, y si encuentro a alguno de los rebeldes, tú serás la primera en ir a ejecución por mentirle a un Alfa de Altocúmulo. Esos mocosos que tanto proteges se quedarán huérfanos y este monasterio lo demoleremos. ¿Comprendes?Para enfatizar su amenaza, Malcolm sujetó con fuerza la túnica de Jose
Mientras Malcolm y Josephine se encontraban en la torre norte del monasterio, los mellizos Zacary y Lyra estaban en otra área del enorme recinto, cumpliendo con la tarea de regar las plantas que su madre les había pedido. Zacary, con el ceño tan fruncido que casi juntaba sus espesas cejas, regañaba a las plantas en voz baja, sintiendo todavía arder en su interior la rabia que experimentó cuando aquel Alfa de Las Tierras Elevadas empujó a su mamá sin motivo alguno. En ese momento, había deseado morderle la mano, hacerle algún daño, pero sabía que no podía porque todo empeoraría.Tanto él como su hermana tenían que esconder su naturaleza lupina, y en ocasiones como aquella, a Zacary le costaba mantener esa parte de sí mismo bajo control. No lograba entender por qué debían ocultarse. ¿Qué había de malo en mostrarse como lobos? Su madre nunca les daba una explicación clara, sólo les repetía que debían mantenerse ocultos o se meterían en problemas. «¿Qué clase de problemas?», se preguntaba
Zacary, intentando aparentar una valentía que no sentía del todo, llevó su dedo índice a los labios, indicándole a su hermana que guardara absoluto silencio. Con cautela, comenzó a acercarse hacia el origen de esa presencia que percibía.Gael, desde su escondite, frunció el ceño mientras olfateaba el aire viciado del depósito. No podía captar el aroma lupino de los mellizos debido al inhibidor de olor que Josephine les había aplicado cuando estuvieron en el pozo. Para él, olían como simples niños humanos, lo que le permitió mantener la calma mientras permanecían inmóviles en las sombras.Zacary le entregó la antorcha a Lyra, cuyos dedos temblorosos apenas lograban sostenerla, y avanzó lentamente hacia donde percibía aquella presencia extraña.—¿Quién está ahí? —preguntó Zacary con un tono de voz que intentaba sonar firme, mientras Lyra se llevaba la mano libre a la boca, pensando que su hermano había perdido completamente el juicio—. ¡¿Quién está ahí?! ¿Es un ladrón? No tenemos comida