Capítulo 1

Capítulo 1

Suelto un suspiro a la vez que cierro la puerta de la taquilla y reposo la cabeza en ella. Mis ojos se cierran con lentitud e intento eliminar el sonido del resto de personas a mi alrededor: saliendo de las aulas, cerrando sus taquillas, hablando – gritando, mejor dicho – y haciendo mil cosas más que no me interesan. Por desgracia no consigo deshacerme del escándalo y una vez escucho la voz de mi mejor amiga sentencio mi acción como imposibles.

– ¡Vega! – grita en la distancia. Separo la frente del metal, el cual deja una sensación de frescor en mi piel, y giro mi rostro hacia la derecha.

Sheila viene corriendo hasta que una maestra, salida de una de las aulas, le llama la atención por lo que reduce el ritmo, pero se mantiene en uno rápido. Sus ojos esmeraldas ruedan mientras se pasa su pelo rizado detrás de los hombros y continúa moviendo su delgado cuerpo en mi dirección. Siempre he pensado que Sheila podría ser modelo, de esas que ves en las revistas al pasar por un quiosco o cuando esperas en una peluquería.

– Lo hemos logrado – comenta, posa sus manos en mis hombros y me agita con entusiasmo. Mis cejas se fruncen, pero mantengo una leve sonrisa en mis labios.

– ¿Qué se supone que hemos conseguido? – pregunto apartando sus manos de mí para agarrar mi mochila del suelo y comenzar a andar por esos pasillos repletos de gente.

– ¿Qué va a ser? Acabar el curso. – Caminamos esquivando a varias personas, pero con el gran bullicio es imposible no chocar con más de un hombro.

– Te recuerdo que aún nos queda un curso más, además de la universidad que son...

– ¿Podrías dejar de ser una aguafiestas? Por favor – pide con una mueca de súplica. Sonrío un poco más y le dedico un asentimiento de cabeza.

Seguimos caminando, bajamos las cien escaleras y al fin divisamos las puertas principales, por donde muchos alumnos salen alegres y con rapidez. En mi caso es todo lo contrario, no estoy nada alegre de que el verano allá llegado. No este.

– Mi padre dice que llega cinco minutos tarde – le informo después de observar el mensaje en mi teléfono. Con un asentimiento se sienta en una de las grandes macetas que adornan el exterior del complejo estudiantil.

Ella comienza a hablarme sobre el plan vacacional que sus padres han planeado mientras yo camino de un lado a otro – de derecha a izquierda – en frente de ella. Según lo que me está contando su madre ha planeado ir una semana a visitar a sus abuelos y tíos, lo que le parece menos emocionante que recoger su habitación, para después irse los tres a alguna ciudad cerca de Portland, que es donde vive el resto de su familia. Nosotros no solemos hacer planes a lugares muy lejanos y no me quejaba, pero ahora mismo prefería su plan al mío.

– ¿Cuánto ha pasado?

– Doce minutos – respondo echando la cabeza hacia atrás mientras maldigo a mi padre. Esto no son cinco minutos. Los pocos alumnos que quedan salen con tranquilidad y más de uno nos mira con extrañez. Normal, ¿qué persona se queda sentada en la puerta de su instituto el último día de clase? Nosotras.

El claxon del coche de mi padre suena unos segundos antes de que el vehículo se sitúe delante de nosotras. La ventanilla se baja mostrando al hombre de cuarenta y seis años que nos observa con sus ojos marrones – de los cuales he heredado un cincuenta por ciento – y una sonrisa liviana. Su mirada ya anuncia un perdón antes de que avancemos hacia él. Doy la vuelta para subirme en el asiento de pasajero mientras que Sheila se sitúa en los de atrás, concretamente en el del medio. Asegura que le gusta vernos a ambos en la misma totalidad.

– Lo siento, en el trabajo me han entretenido más de la cuenta – se excusa pasando sus dedos por su pelo castaño manchado con unas pocas canas –. Te recompensaré.

– No pasa nada – aseguro encogiéndome de hombros. Arranca el coche –. A fin de cuentas no ha sido culpa tuya –. Mi padre siempre nos lleva y trae a clase, ya que nuestro instituto se encuentra a más de tres cuartos de hora andando. Además de que entra en su trabajo – como editor del periódico – poco después de dejarnos en la puerta, por lo que no le resulta molesto.

Unos minutos después nos encontramos atravesando la carretera S 700 E hasta frenar en frente de una casa de tres plantas preciosa en tonos blancos, marrones y grises. La casa de Sheila. Me doy la vuelta sobre mi asiento para dirigir mi mirada a esta, quien ya se encuentra observándome. Con un movimiento de cabeza me indica que salga del coche.

– Hasta otro día, señor Daft – se despide la rubia con una sonrisa ladeada. Mi padre gira la cabeza y la ladea antes de contestar:

– Te he dicho en mil ocasiones que me llames Andy.

– Lo sé, señor Daft –. Este niega a la vez que suelta un suspiro, como si se rindiera ante la situación, acto que no me extrañaría. Sheila y yo llevamos siendo amigas des de que tengo memoria, por lo que mi padre la ha visto crecer. Un día me confesó que Sheila ya era parte de la familia y, en ese momento, no pude evitar formar una amplia sonrisa.

La ojiverde abre la puerta arrastrando su mochila por los asientos. Le dirijo una mirada a mi padre, indicándole que solo será un minuto, antes de abrir la mía y salir al exterior. Una sensación de calor se apodera de mí y es cuando me doy cuenta de que el aire acondicionado está en funcionamiento. Los veranos son bastante calurosos y secos, y mi padre los detesta, al igual que yo. Ambos somos más de inviernos.

Antes de poder pronunciar palabras ya tengo el cuerpo de mi amiga pegado al mío, con sus brazos rodeando los míos haciendo imposible el poder corresponderle. Espero unos segundos hasta que siento como afloja su agarre y consigo liberar mis brazos para, al fin, poder abrazarla. Ninguna dice nada, solo nos mantenemos ahí durante lo que parecen minutos, antes de que mi padre haga sonar el claxon de nuevo, provocando nuestro distanciamiento.

– Intenta pasártelo bien – me pide con una leve sonrisa. Sus ojos brillan mostrándome con una capa cristalina de lágrimas. Muerdo mi labio inferior al tiempo que aprieto su mano derecha, que se encuentra entrelazada con la mía.

– Creo que eso es pedir demasiado –. Me lanza una mala mirada, a lo que asiento y levanto mi mano libre con inocencia –. Está bien, lo intentaré. Pero no te prometo nada en absoluto.

Dándome por imposible, después de insistir por días, niega un par de veces y vuelve a abrazarme. Este es más corto y lleno de despedidas en forma de murmullos. Una vez conseguimos separarnos del todo la observo caminar hasta las largas escaleras que se dirigen a la puerta principal, en el segundo piso. Antes de cruzarla se despide con un movimiento de mano, que yo le devuelvo. Mi rostro se deshace de la sonrisa una vez vuelvo al interior del coche. Mi mirada, que se encuentra en dirección a mi padre, es seria.

– Deja de mirarme así – sentencia aparcando el coche en el boulevard en frente de casa. La casa de Sheila se encuentra a un minuto prácticamente de donde vivimos. Sin dejarme rebatir apaga el motor, saca las llaves y después sale del coche. Agarro mi mochila con rapidez e imito su acción.

– No te miraría así si evitaras lo que está a punto de ocurrir – digo subiendo el asa de mi mochila a mi hombro derecho al mismo tiempo que lo sigo. Enfrente de la puerta principal me mira, sus ojos suaves y una mueca en los labios los acompañan. Suelto un suspiro y entro en el interior cuando abre la puerta.

– Sabes que no puedo hacer nada, hicimos un trato –. Lo escucho aunque esté dejando la mochila en la entrada, como él tanto odia, y dirigiéndome a la sala donde me dejo caer en uno de los brazos del sofá. Él me mira con pena desde la distancia.

– Es que no la entiendo –. Me dejo caer hacia atrás soltando un sonido de resignación. Mis ojos se dirigen al techo blanco, pero que tiene una leve mancha negra, en forma de línea, por mi culpa –. Siempre han venido ellas, ¿por qué no lo hacen ahora también?

Escucho los pasos de mi padre cruzando la sala hasta que aparece en mi campo de visión. Levanta mi cabeza para poder sentarse en el sofá y reposa mi cabeza en sus piernas. Lo observo con atención y me doy cuenta de que ya tiene varias arrugas en la comisura de los labios y en los ojos.

– Ahora está casada y quiere pasar el verano con su marido –. Abro la boca para rebatir, pero él se me adelanta –. Allí –. Suelto un quejido –. Créeme que si pudiera hacer algo lo haría, pero después de negarte a ir a su boda es imposible que pudiera convencerla.

– A veces la odio – confieso. Mi padre aparta la mirada, llevándola al frente.

– Es tu madre, Vega –. Noto un deje de reprimenda en su voz. No digo nada, me centro en la mancha del techo –. Hazlo por tu hermana, ya sabes que te echa mucho de menos.

Mis padres se separaron hace dos años, aunque ya arrastraban problemas desde tiempo atrás. Cuando me lo contaron me alegré porque eso significaba que las discusiones cesarían al fin, pero no duró mucho cuando la batalla por la custodia de mi hermana y mía se hizo presente. En medio del divorcio mi madre recibió una oferta de trabajo en San Diego, que aceptó sin pestañear, lo que complicó la situación aún más. Como yo tenía quince años tuve la oportunidad de involucrarme y tomé la decisión de que no quería abandonar mi hogar. En Salt Lake se encontraba toda mi vida. Fue por eso que la custodia se la quedó mi padre, quien seguiría aquí. Mi madre se negó a quedarse sin vernos hasta las fiestas por lo que exigió que Holly se fuera con ella. Era eso o el proceso se alargaría durante mucho tiempo más. Mi padre aceptó y mi madre también, y juro que me pareció ver alivio en su mirada cuando se separó de mí. Desde ese momento Holly ha venido, junto con mamá, en las vacaciones de navidad y verano. Hasta ahora. Durante su estancia estas últimas navidades, comentó que en verano, una vez casada, ya no se movería más de allí y que tendría que ser yo quien me desplazará. Sin voz ni voto, y mucho menos después de no asistir a su boda, tuve y tengo que aceptar la situación.

– Está bien – me rindo –. Lo haré solamente por Holly –. Veo como forma una sonrisa antes de levantarse, provocando que mi cabeza caiga sobre el asiento del sofá.

– Muy bien, así me gusta –. Agarra mis dos manos haciendo que me ponga en pie –. Ahora sube a tu habitación y termina de recoger tus cosas. En unos minutos partimos al aeropuerto.

Dicho y hecho. Una vez recogido todo nos encontramos delante del coche nuevamente. Mi padre se encarga de cargar mi maleta en el maletero mientras que yo me adentro en el asiento de copiloto. Mi mochila pesa más que la del instituto y eso es mucho decir. En ella llevo, aparte de lo esencial como lo es el cable del móvil o la cartera, dos libros – tamaño bolsillo – que no me han cabido en la maleta debido a toda la ropa y otros libros. Los libros son mi vía de escape, ese lugar donde adentrarme por minutos u horas, haciendo que todo mi alrededor desaparezca y creando una nueva vida. Sin ellos siento que no puedo vivir, son como la droga para un drogadicto: una adicción. Este vicio lo inició mi padre, desde pequeña me ha regalado libros, ya que él es un amante de la lectura. Y aunque a veces odie que no salga durante días de casa – excepto para ir al instituto, aunque también, de vez en cuando, me llevo un libro – sé que no se arrepiente de haberme proporcionado esta pasión.

– ¿Lo llevas todo? – pregunta por quinta vez después de poner en marcha el coche. Ruedo los ojos y lo miro con una ceja alzada aún con mi brazo reposando en la puerta.

– Ya te he dicho que sí, deja de preocuparte.

– Te vas todo el verano, ¿cómo quieres que no lo haga? – cuestiona mirándome de reojo un segundo. Siempre ha sido un conductor ejemplar y se toma muy en serio la atención al volante.

– Si tan preocupado estás me quedo.

– Buen intento –. Chasquea la lengua –. No cuela.

– Tenía que intentarlo –. Me encojo de hombros y vuelvo a fijar mi vista en el paisaje. Las calles de Salt Lake se van quedando atrás a cada kilómetro que avanzamos. Aún no me creo que vaya a pasar todo el verano lejos de esta ciudad y solo por culpa de mi madre.

Tan solo diez minutos después ya estoy saliendo del coche y dirigiéndome junto con mi padre, que pasa su brazo por mi hombro, hacia la entrada del aeropuerto. Hay muchas personas, pero no me sorprende, es el primer día de vacaciones para muchas de ellas, sobre todo jóvenes, por lo que aprovechan para salir o llegar y disfrutar al máximo sus días, semanas o incluso meses libres.

– Pórtate bien – me pide una vez hemos facturado la maleta. Me tengo que despedir de él y es lo que menos deseo. Nunca he pasado más de cinco días sin mi padre y únicamente lo he hecho por viajes escolares, los que no eran muy lejos. Así que este es un gran paso.

– Lo intentaré –. Me mira con seriedad. Ruedo los ojos dejando escapar un leve suspiro –. Me comportaré bien, lo prometo –. Una sonrisa se forma en su rostro provocando una en mí. Sus brazos me envuelven en un cálido y hogareño abrazo, y yo trato de guardar la sensación. Va a ser mucho tiempo separados. Su cuerpo delgado, sus brazos firmes, su olor a librería – que creo que tiene que ver con su trabajo – mezclado con uno de esos desodorantes fuertes. Aunque ahora que lo pienso la gran mayoría de desodorantes de hombre son fuertes –. Te quiero, papá.

– Y yo a ti, cariño –. Deja un suave y tierno beso en mi frente antes de dejarme libre. Con una sonrisa triste le doy un beso en la mejilla y me encamino a la zona donde se encuentra el detector de metales.

Siento su mirada durante todo el proceso, pero no me atrevo a verlo, no hasta que paso el control y es el último momento en que lo veré hasta que vuelva después de vacaciones. Me despido con la mano, al igual que él, y retomo mi camino perdiendo su imagen completamente.

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