La cabaña estaba en calma, envuelta en el abrazo del silencio. Solo el murmullo de las olas y el susurro del viento rompían la quietud de la noche. Sofía dormía profundamente en la cama, su rostro relajado tras días de emociones intensas. A su lado, la cama de William estaba vacía.

El niño de diez años estaba de pie junto a la ventana, con la frente apoyada en el cristal frío. Sus ojos, grandes y llenos de una curiosidad melancólica, seguían el vaivén de las olas que rompían contra la orilla. La luna bañaba la playa con su luz plateada, mientras las estrellas parecían formar un mapa secreto en el cielo.

William no entendía mucho de lo que estaba sucediendo. Durante años había tenido preguntas que nadie le respondía. ¿Por qué no tenía padres como otros niños? ¿Por qué había crecido lejos de ellos? Aunque siempre estaban sus abuelos y su tío una parte de él sentía la ausencia y necesitaba de la presencia de sus padres. Ahora, de repente, estaba aquí, con un hombre y una mujer que decí