02

Una llave encaja en la cerradura y Diana se muerde el labio mientras entra al apartamento. Camina despacio detrás de Marco, observando cómo él cuelga su bolsa de mensajero en un gancho en la pared, donde cuelgan unas cuantas chaquetas justo detrás de la puerta principal. Hay una estera bajo sus pies, una mesita a su derecha con una pequeña pila de correo. Sólo ha visto alrededor de un metro del apartamento y la palabra “ordenado” invade su mente.

Marco se quita las botas y Diana imita su ejemplo. Él tiene calcetines negros y no oculta su diversión cuando ve los de ella: son blancos con rayas de neón rosa, un marcado contraste con los tonos maduros del resto de su ropa.

Diana se sonroja a pesar de que Marco se ahorra cualquier comentario, y lo sigue hasta el interior del apartamento.

La habitación se amplía, el cálido bronceado se extiende hasta la pared de ventanas en el otro lado de la habitación. La luz entra a raudales. Diana se encuentra avanzando y girándose para ver lo brillante que es todo.

Jamás habría imaginado, con lo oscuro y mohoso que es el pasillo, que esto sería tan abierto, tan claro. Había esperado que el olor a humedad del pasillo llegara al apartamento, pero el aire es impecable, casi estéril.

Observa la sala de estar, la sencilla disposición de los muebles y la televisión, todo negro y espaciado uniformemente. El único toque de color son las obras de arte en las paredes. Piezas abstractas de colores mezclados, colocadas sistemáticamente.

Es casi demasiado perfecto.

—Esta es el área general, puedes usarla. La cocina es por ahí. —Marco señala hacia su derecha, y Diana se asoma por la abertura, viendo los gabinetes blancos y la encimera gris—. La cual también estaría a tu completa disposición.

—Muy bonita —opina Diana, buscando qué decir.

¿Se supone que hay preguntas? ¿Hay algún protocolo para esto? Marco se pone un poco de puntillas, como si estuviera debatiendo lo mismo.

—Entonces, el baño está al final del pasillo. Es de buen tamaño, pero solo hay uno. Aunque está limpio —lo dice medio tímido y, a juzgar por el estado de la sala, Diana no lo pone en duda.

—Excelente —es un murmullo insertado en el silencio expectante, pero Marco ni cuenta se da.

—Y tu habitación sería... — Marco avanza por el pasillo, dejándola simplemente seguirlo.

La sala de estar tiene una alfombra de color azul cobalto, pero el vestíbulo es de madera desgastada, cargada por recuerdos de inquilinos anteriores. Es relajante ver esas marcas. No todo en este lugar es perfecto.

La última puerta a la derecha se abre y Marco le indica que entre. Está oscuro, una única ventana con la cortina cerrada está centrada en la pared opuesta. El mismo suelo desgastado llena el cuarto, uniéndose a las paredes de color gris acero como cuatro paneles desnudos. No es grande, per se, pero sí que es más grande de lo que Diana había esperado.

Es todo muy simple. Definitivamente servirá.

—Esta solía ser la habitación de Eric, pero tomó la habitación más grande para poder usarla también como su oficina. Sé que es un poco monótona —él se encoge de hombros como disculpándose y Diana le resta importancia de inmediato.

—Nada que ver. Me gusta.

Marco se muestra contento.

—Eso es lo que importa —dice él y se frota las manos distraídamente—. No sé ninguno de los detalles del contrato de arrendamiento que Eric quisiera repasar, pero después de verlo, ¿todavía estás interesada?

—Claro que sí —afirma Diana.

—De acuerdo. Eric debería estar en casa en aproximadamente… —saca su teléfono del bolsillo para comprobar la hora—… Veintidós minutos.

Diana trata de ocultar su diversión. Es como si Marco no estuviera bromeando con eso de que su hermano aparecerá en ese cálculo exacto de tiempo.

—¿Quieres esperar para reunirte con él o podrías programar tu regreso...?

—Puedo quedarme —acepta Diana en un santiamén.

—Pues genial. ¿Quieres beber algo? —Marco se aparta del marco de la puerta en el que está apoyado, dejando que Diana lo siga hacia la cocina.

°•

Se acomoda en el taburete, con los codos apoyados en el mostrador, mientras Marco prepara café. Él habla. Mucho. Pero a Diana no le molesta. Le ayuda a tener tiempo para calmar sus nervios y concentrarse en algo más que en cómo serán sus próximos días.

Marco coloca una taza frente a ella y eso la pilla desprevenida.

—Lo siento, muñeca. ¿Estás nerviosa?

Diana se encoge de hombros.

—¿Quizás un poco? Esta es la primera vez que intento todo el asunto de los compañeros de cuarto.

—¿No has vivido sola antes?

La mentira sale de su boca en un santiamén.

—No hasta que decidí tener mi propio espacio.

Marco es comprensivo y se apoya en el mostrador opuesto, sosteniendo su propia taza de café. Diana se sorprende por la forma en que el suéter blanco se ajusta a sus brazos mientras se estira. Marco no parece tan grande cuando se mueve, pero ahora que lo ve mejor, es obvio que es fuerte.

—Eric es un poco severo, pero responde todas sus preguntas y pasarás el examen. A él le gustan las cosas a su manera, pero aparte de eso, es reservado, así que mantente firme y no dejes que te coma el lobo.

La ceja de Diana se alza ante la advertencia, pero Marco de repente golpea el mostrador.

—Mierda, olvidé algo en mi habitación. ¡Ya vuelvo!

Marco solo se va un minuto, Diana sigue en el mismo sitio, cuando escucha el clic de la puerta principal. Diana se levanta de un salto, con los ojos fijos en el lugar por donde Marco se fue, esperando que vuelva antes de que los pasos que oye en el pasillo exterior se acerquen más. Sin embargo, tiene suerte de estar completamente sola cuando un hombre dobla la esquina y entra en la cocina.

Se detiene en seco, sus ojos fijos en ella en una mirada que hace que Diana sienta un disparo de electricidad por su columna vertebral. Es más grande que Marco, mucho más grande y musculoso. Y es diferente a Marco: con el cabello corto, los ojos azules, las cejas fruncidas y la boca endurecida.

—¿Tú quién eres? —Su voz áspera choca con un acento más pronunciado que el de Marco.

Diana traga saliva y se apresura a explicar su presencia.

—Yo, eh, vine por la habitación —es un susurro patético y se aclara la garganta—: ¿El alquiler? ¿El anuncio del compañero de cuarto?

Eric simplemente parpadea y Diana se estremece un poco cuando él no aparta la mirada.

—¿Cómo entraste? —pregunta ronco.

Los labios pintados de Diana se separan ligeramente.

—Pues yo… Marco me dijo-

Por fortuna, el otro hermano elige ese momento para reaparecer y Diana suspira de alivio cuando la mirada penetrante de Eric se dirige hacia otra persona.

—Pensé que tenías clase, Marco.

Marco le resta importancia con facilidad y se para junto a Diana en un gesto casual de apoyo.

—Aja, pero no fui.

Diana frunce el ceño, preguntándose si es allí adonde iba Marco cuando ella se cruzó en su camino. La culpa se apodera de ella por haber interrumpido sus planes, pero Marco no le da tiempo para disculparse.

—Ya le mostré el lugar. Todavía está interesada si quieres entrevistarla.

Esos ojos oscuros se fijan en ella y Diana se recuerda a sí misma que debe respirar.

—Dame un minuto —es la única respuesta cortante de Eric, luego se aleja.

Diana deja escapar un suspiro y oye el resoplido de Marco.

—Te dije que era severo.

Diana se muerde la lengua. La advertencia de Marco le queda corta. Eric no sólo es severo, es intenso.

—En el fondo es un buen tipo, ya sabes, y realmente es reservado. Difícilmente tendrás que lidiar con él si decides ocupar la habitación.

Eric reaparece detrás de Marco, y Diana se sobresalta, preguntándose si ha escuchado el comentario de su hermano. Si lo hace, tampoco reacciona; toda su expresión muestra un duro desinterés que es desconcertante.

Sostiene una carpeta, una que coloca sobre el mostrador, la abre mientras saca un bolígrafo de su bolsillo con su mano izquierda. Se abre con un clic y luego se enfrenta a Diana en toda su altura. Fácilmente alcanza los dos metros.

—Dime tu nombre —ordena.

—Diana.

—Completo.

Ella traga saliva, moviendo los hombros mientras se convence a sí misma que debe mantenerse firme. Tal como dijo Marco:

“No dejes que te coma el lobo”

—Es Diana Fernandez… con z.

—Sé cómo se escribe.

Diana se queda quieta.

—¿Problema legal?

—Ninguno.

Los arañazos del bolígrafo son su respuesta mientras su mirada se centra en el papel en el que escribe. Pero entonces hay una pausa significativa. Dedos gruesos retienen el bolígrafo.

—¿Cuántos años tienes? —él arrastra las palabras.

—Veinte.

Entonces, Eric levanta la barbilla y su mirada de acero la analiza de los pies a la cabeza.

Y así, Diana Montes, de diecisiete años, trata de no estremecerse. Esto puede ser un poco más difícil de lo que pensaba.

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