04

Diana se toma su tiempo. Organiza su ropa en el estante superior del armario. Coloca sus zapatillas y botas en el suelo. Acomoda su saco de dormir a lo largo de la pared del fondo. Enchufa el cargador y la pequeña lámpara.

Todo es completamente suyo. Diana no se había llevado nada que perteneciera a su tío. Él nunca podrá acusarla de eso.

Poco tiempo después, una vez que Diana termina, se recuesta y recupera el aliento.

Al fin está aquí. Ha cumplido el objetivo. Está orgullosa por eso.

Ella le dice a Marco que va a salir un rato, él la saluda desde su lugar en el sofá, con la cabeza inclinada sobre su cuaderno de bocetos.

—¡Por cierto! ¡La llave está en el mostrador! —él le avisa, como si de repente lo recordara, y ella se desvía hacia la cocina.

Hay un juego de llaves en un pequeño llavero con su nombre escrito, encima de una nota adhesiva: «Si las pierdes, las reemplazas».

Esto no es obra de Marco. Diana frunce el ceño mientras toma las llaves.

“gracias, Eric” piensa sarcástica y se pone en marcha.

Es un viaje corto. Tanto por lo cerca que está como por lo poco que debe comprar. Encuentra todo lo que necesita en un mercadillo a dos cuadras y regresa en cuanto prepara sus bolsas. A lo mejor llega al apartamento sin que nada se le caiga.

Marco ya no está por ningún lado cuando entra a la sala. Diana lidia con este nuevo silencio y deja las compras en su dormitorio, excepto los alimentos, esos los mantiene en sus brazos mientras se dirige a la cocina.

No es miedo lo que siente cuando ve a Eric en el mostrador. Es una punzada de algo, algo visceral, que no tiene definición.

Diana había pensado que estaba sola.

Pero Eric se encuentra allí, sentado en un taburete junto al mostrador, con la atención centrada en la laptop que tiene delante. Está en silencio, tenso incluso en la cocina vacía. Lleva una camisa blanca con botones y pantalones rectos de color gris que se sienten un poco fuera de lugar con la aspereza general de su expresión. A diferencia de Marco, a quien Diana ha logrado tantear con bastante facilidad, ella no puede leer a Eric.

¿Qué debe hacer?

Ella no quiere interrumpirlo, pero tiene cosas frías por guardar en el refrigerador. Con un pequeño suspiro, da un paso vacilante hacia adelante. La bolsa cruje en su mano, los botines de Diana raspan el suelo. Eric definitivamente la ha oído, pero no reacciona. Su mirada nunca se aparta de la pantalla y ella recuerda las palabras de Marco. Eric es reservado. A Eric no le importará en lo más mínimo que ella merodee en la cocina. Está siendo ridícula.

Se mueve con determinación e intenta abrir el frigorífico.

La puerta no se mueve. Tira un poco más fuerte, el calor acumula sus mejillas, pero la puerta permanece firmemente cerrada.

No quiere mirar por encima del hombro y comprobar si los ojos que siente sobre ella son producto de su imaginación o si Eric realmente la está observando siendo incapaz de abrir un refrigerador.

Hay un leve sonido de movimiento cuando Diana lo intenta una vez más, luego aparece una mano a su lado mientras Eric agarra la puerta desde el otro lado y la abre fácilmente.

Diana tropieza hacia atrás, sin darse cuenta de que él había llegado a su lado, con las mejillas ardiendo cuando encuentra su mirada fija.

—Se abre desde el otro lado. —La declaración innecesaria contiene una sorprendente falta de condescendencia a pesar de la línea de su frente arqueada, y Diana reprime un gemido.

¿Por qué siempre tiene que hacer el ridículo delante de la gente? Y realmente le molesta que sus nuevos compañeros de cuarto no sean la excepción.

—Uh, sí, lo tengo. Gracias.

Eric asiente una vez, con los brazos cruzados sobre el pecho, y Diana se encuentra agradecida de que sea Marco y no Eric con quien se había topado en el pasillo. Está bastante segura de que chocar con Eric le rompería un par de huesos.

De repente se pregunta cómo habría reaccionado Eric. ¿La habría atrapado tan fácilmente? ¿Hubiera podido hablar con él? Diana lo duda. Eric parece tener exactamente el problema opuesto con los límites que Marco.

—El estante superior es tuyo —dice él, señalando el refrigerador.

Luego, sin decir una palabra más, regresa a su computadora. Los ojos de Diana lo siguen y ella parpadea, volviendo a ordenar sus pensamientos. Se obliga a darse vuelta, buscar en su bolso y sacar el yogur y el agua que había comprado. El estante superior es claro y limpio como el cristal, una nota adhesiva con su nombre cuelga del borde con el mismo garabato en negrita que le había advertido sobre la pérdida de sus llaves. Diana lo saca del estante y lo desliza distraídamente en su bolsillo, sintiendo esos ojos sobre ella nuevamente.

Gira en redondo y camina lentamente hacia la puerta con la intención de dejarlo en paz. Sabe que lo mejor es fingir que ninguno de los dos está en la misma habitación. Pero no puede evitar sentir ese aguijón de la curiosidad. Mira de nuevo al hombre mayor, sintiendo ese extraño impulso de hablar, hablar con él. ¿Tal vez prometerle que no causará problemas y tratará de moverse en silencio para no molestarlo?

Cualquier palabra muere en su garganta, porque Diana lo ve fruncir el ceño y mirarla por el rabillo del ojo, así que ella rápidamente se marcha de allí.

°•°

—Esto sería mucho más fácil si admitieras que soy mejor que tú.

Diana rueda los ojos, concentrando su mirada en el mazo de cartas en el tablero frente a ella. Con Marco han estado jugando cartas durante más tiempo del que cree posible. Las rondas se extienden con cada jugada calculada, donde ambos miden sus posibilidades y manejan sus mejores cartas.

Lo más ridículo es que Marco no es ni remotamente bueno en el juego. Sus conjeturas son tan esporádicas y sin intención que es cuestión de azar. Diana es un poco más metódico, pero la actitud burlona de Marco le impide anticipar sus siguientes movimientos.

Pero a Diana no le importa perder. Ella se está divirtiendo.

Es divertido.

Ella lleva allí apenas una semana, sin noticias de su tío, nadie ha aparecido para arrastrarla a casa. Con el horario de Marco y Eric, ella está sola durante varias horas durante el día y puede fingir que tiene un trabajo y una rutina como la de ellos. Se deleita con el silencio, esa es otra ventaja, ahora puede hacer lo que quiere. Ha conseguido un teléfono nuevo, un número nuevo en su propio plan, sin conexión con su tío. Ha empezado a buscar trabajo, un trabajo real. La simplicidad de tener opciones es casi abrumadora, y Diana aguanta los momentos de tranquilidad en los que no puede sentir miedo.

En muchos sentidos, Eric se ha mantenido completamente reservado. Se cruzan en el pasillo, se saludan e intercambian la información necesaria. Sus horarios han sido publicados en la puerta del baño, para que puedan organizar sus duchas con facilidad. Marco todavía se queja cada vez que lo ve, aunque se apega al horario.

Es extraño. Diana ha notado algunos de los hábitos peculiares de Eric, ha oído los murmullos de Marco quejándose de las costumbres obsesivas y estrictas de su hermano mayor; no obstante, asimismo ha visto el cuidado que Marco se esfuerza por cumplir. Si Marco se acuerda, coloca las cosas cómo las encontró originalmente. En otras ocasiones, deja un rastro de objetos desechados por la sala con toda la intención de un chiquillo de cinco años.

Lo que más sorprende a Diana es que Eric nunca, nunca se enoja con su hermano menor, incluso cuando lo persigue, enderezándose y hundiendo el entrecejo. Inclusive cuando Marco se burla. Eric jamás contrarresta sus tácticas pueriles. Es una pared que no se desmorona ante las oleadas de Marco.

Una vez, ella estaba sentada en el sofá cuando Marco entró a la sala siendo seguido por Eric y su voz autoritaria.

—Recuerda que debes…

—Cerrar la puerta. —Marco chasqueó la lengua—. Lo sé. No necesito que lo repitas.

—A veces me das a entender que sí.

Diana había estado observando por encima del espaldar del sofá cuando Eric se giró y la pilló desprevenida. Ella se había sentido fuera de lugar, atrapada bajo la mirada calculadora del hombre mayor. Marco ya se había escapado, así que solo estaba ella en su línea de fuego.

—¿No tienes que trabajar? —le preguntó con voz fría.

Los instintos defensivos de Diana se activaron.

—Es mi día libre.

El rostro de Eric se volvió más serio, si es que eso era posible. La miró con desconfianza, y Diana recordó inmediatamente que debía andar con cuidado con sus mentiras, especialmente alrededor de él. Pero entonces Eric parpadeó, retrocedió e hizo una mueca, como si él mismo recordara que nada de eso era de su incumbencia.

No significa que Diana deba permitirse errores.

En su defensa, cada hermano es distinto de lidiar.

Marco es una puerta giratoria de emociones evidentes, a menudo más de una a la vez. Puede divertirse frustradamente o desanimarse perezosamente por las cosas más pequeñas. Sus peroratas nacen y luego mueren, y Diana tiene la sensación de que lo hace sólo por despotricar. Le gusta hablar, crear imágenes en el aire de experiencias dramáticas que han hecho reír a Diana a su pesar. Cada vez que a ella se le escapa una risa, los ojos de Marco brillan, un pequeño toque de orgullo en su mirada, como un niño que se gana un premio en la feria.

A Diana le agrada Marco. Él es cálido y divertido y nunca la presiona demasiado. Lanza preguntas al azar, sobre su familia, su vida, pero se distrae rápidamente y pasa a un tema nuevo antes de darse cuenta de que ella no ha respondido. Se está volviendo más cómoda con él, menos como la chica torpe que no puede hacer nada bien.

¿Esa chica? Prefiere salir cuando sólo Eric está presente. Ella se vuelve muy torpe, constantemente desconcertada por su mirada desinteresada. Es como si su silencio la juzgara y ella no tiene idea de lo que él piensa. ¿Está molesto porque ella vive aquí? ¿Sería cortés hablar de algo? ¿Cómo el clima?

Diana no tiene idea. Eric nunca es duro ni grosero con ella, es claramente educado. Unas cuantas veces él le ha recordado las reglas en las que se ha equivocado, un plato dejado en el fregadero cuando Diana había comido algo a medianoche. Fue un simple “por favor, no hagas eso”, pero Diana se había sonrojado durante su disculpa.

¿Por qué tiene que ser así?

Sin embargo, hay momentos, como cuando Marco está a medio despotricar y Diana simplemente disfruta mirándolo, que atrapa a Eric mirándola fijamente. Su frente estaría libre de líneas, pero la línea severa de su mandíbula sería rígida, sus labios entreabiertos, como si estuviera confundido… Intrigado.

Es una mirada poderosa que se apodera de sus cinco sentidos, haciéndola tragar saliva, bajar la cabeza y llevar sus pensamientos en una espiral excesiva. Aunque siempre vuelve a mirarlo y sucumbir a la curiosidad.

Marco no siempre se da cuenta de esos momentos sutiles, pero cuando lo hace, por lo general le resta importancia y envía lejos a su hermano mayor con tanta facilidad que Diana luego no sabe si todo es una obra de su imaginación.

Ahora juegan en el suelo de la sala, con las cartas esparcidas sobre la mesita. Eric había echado un vistazo al desorden que estaban haciendo y salió de la habitación a propósito. Marco dice que a veces hace eso para no eclipsar lo que está pasando y probablemente para mantenerse cuerdo.

Diana sólo asiente y finge que no le interesa, porque ¿qué hay que decir a eso?

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