01

Entonces, a lo mejor… este no sea el mejor plan que alguna vez se le ha ocurrido, pero sigue siendo un plan y tiene que servir.

La pequeña figura de Diana permanece junto a una puerta de color azul. Sus ojos leen las letras plateadas.

«APARTAMENTO C10»

Ha estado congelada, toda la mañana, memorizando ese número que había encontrado en los clasificados que ya nadie lee a estas alturas de la vida. Agarra el trozo de periódico de su bolsillo y, no por primera vez, verifica la dirección del alquiler. Lo menos que necesita es tener un momento incómodo con algún desconocido.

Sin embargo, Diana todavía está congelada.

¿Si se queda ahí lo suficiente, tal vez la puerta se abrirá?

Eso es imposible, lo sabe. De todos modos, sus manos se niegan a colaborar. Ha sido así toda la mañana.

Diana se pregunta cómo ser valiente.

Invadida por ese pensamiento, logra dar unos golpes a la puerta del apartamento.

Nada cambia. Sin respuesta. Ningún sonido que perturbe el ambiente descuidado del estrecho corredor. Diana frunce el ceño. ¿Acaso no había tocado?

¿O será que lo imaginó y se está volviendo loca? Hunde sus manos temblorosas en los bolsillos y arruga el trozo de papel que ahora se sabe de memoria.

«Se busca compañero de cuarto. Cocina y baño compartidos. Accesible. Debe ser aseado.»

Junto a la nota hay un contacto telefónico. Son palabras muy poco llamativas para un anuncio de alquiler, pero fueron las frases que saludaron a Diana el día que fue a un kiosko a comprar cigarrillos para su tío.

Han pasado dos semanas desde entonces. Catorce días para reunir suficiente determinación y poner en marcha el escenario que ha rondado la cabeza de Diana desde pequeña. Ese en el que logra escapar. Aquel en el que obtiene su libertad. Aquel en el que ella se deshace de la sombra de un hombre que se supone que la ama, pero lo hace de la manera incorrecta.

No. Es más que incorrecta así que no puede de tan gentil.

Considera volver a golpear la puerta; no obstante, sus manos se niegan a salir de sus bolsillos. Con un suspiro de resignación, Diana recorre el pasillo de piso rayado.

El edificio de apartamentos se encuentra en una de las zonas menos bonitas de la ciudad, aunque podría ser peor. Diana piensa que es seguro y económico. Quizás no sean los estándares más altos, pero es todo lo que ella puede permitirse en este momento.

¿O prefiere volver a ese infierno?

Este pensamiento logra detener a sus pies. ¿Qué es lo que está haciendo? ¿Lista para ceder e irse a casa sólo porque no abrieron la puerta? ¿Qué le ocurre?

Pero ella lo sabe, Diana sabe que una parte de ella se ha rendido incluso antes de escapar esta mañana. Porque la mayor parte de ella sabe que no existe manera de que esto funcione.

Las cosas nunca van a cambiar.

A no ser que haga algo al respecto.

De pronto, oye una puerta cerrarse en la parte de atrás. Gira en redondo, sacudida por otra momentánea oleada de coraje que sin duda se disipará en poco tiempo, y logra caminar directamente hacia la única otra persona en el pasillo.

Hay un ligero gruñido de sorpresa, Diana tropieza y retrocede por la fuerza del golpe contra esta persona.

—¡Oh!

Siente unas manos grandes agarrar su cintura y estabilizarla. Diana mira el suelo mientras tartamudea una disculpa. De ese modo, su coraje se evapora. Entonces escucha una risita avergonzada que suena un poco como un rayo de sol.

—¡Perdón! Soy tan torpe. ¿Te lastimé, mi amor?

Sus manos todavía rodean su cintura y ha agachado un poco la cabeza para mirarla. Diana cede a su curiosidad.

Ilumina como el sol, de hecho. Esos ojos verdes brillan con sinceridad, del tipo que te deja saber que ves a las personas como personas y no formula respuestas educadas. El cabello castaño es corto y desordenado. Y él sonríe, el tipo de sonrisa que viene desde el corazón.

—¿Qué?

—Que si te lastimé —él ríe.

Diana parpadea.

—Yo… estoy bien. Perdóname tú —musita Diana después de un silencio demasiado largo, sintiendo que se sonroja.

—¿Segura, linda?

Él se mueve como si quisiera tocarle la mejilla y quitarle el pelo que medio oculta su rostro. Diana se tensa, pero se recompone.

—Mierda, es cierto. —Él se aleja completamente de ella, con las mejillas calentándose un poco por la vergüenza. Suelta una risa nerviosa mientras mete la mano en los bolsillos de sus pantalones color canela y se balancea un poco sobre los talones—. Es que a veces olvido los límites. Especialmente con chicas hermosas como tú.

Otra ola de calor inunda el rostro de Diana, quien trata de mantenerse tranquila.

—Oh. Mm, ¿gracias?

—Dios, otra vez te hice sentir incómoda. No es mi intención.

—Tranquilo, está bien —susurra ella, dándose cuenta de cómo él la observa, como si estudiara sus rasgos. Es desconcertante, cada lugar en el que se centra su mirada causa que Diana se pregunte qué defecto está viendo.

Diana no es estúpida. Para engañar a estas personas necesitaría de unos retoques en la apariencia y así combinar la madurez que lleva por dentro con la del exterior. Siempre ha sido difícil maquillarse y vestirse bonito a espaldas de su tío. “Solo quieres ser una puta” le gritaba él. A Diana le gusta el maquillaje y la ropa bonita. Pero la belleza no es una opción cuando él está cerca.

Ahora no es cuestión de gustos, es cuestión de supervivencia. Diana había requerido de mucha determinación para pintarse los labios y ponerse un crop top atrevido y unos jeans ajustados. La sudadera negra de tamaño grande le había servido para pasar desapercibida, y solo se soltó su melena roja cuando estuvo a tres cuadras de distancia. La mirada analítica de Marco la está haciendo dudar de sus esfuerzos.

Pero luego él le guiña el ojo.

—Me llamo Marco.

Extiende una mano y Diana, suspirando de alivio, la acepta. Sus dedos son largos y la sorprende totalmente cuando le besa los nudillos, mirándola fijamente.

—Es todo un placer para mí conocerte.

Ella tiene que recordarse respirar.

—Yo s-soy Diana.

—Un nombre precioso, Diana. ¿Vives por aquí? Si se puede saber, claro. —Marco la suelta no sin antes darle un suave apretón.

Diana carraspea.

—Este… no. Bueno, quiero, pues vivir aquí. Es decir, yo vi un anuncio.

A él parecer no importarle en lo más mínimo que ella tenga dificultades para formar oraciones coherentes.

—Con que un anuncio, ¿eh? ¿Y para qué apartamento?

—Pues, ¿C10? —lo dice como una pregunta y Marco alza las cejas.

—¡Pero claro! —Su palma golpea su frente mientras salta sobre los dedos de sus pies, y Diana se distrae por la forma en que Marco no solo se expresa con sus manos, sino con todo su cuerpo—. Se me había olvidado que Eric publicó eso.

—Hmm, ¿Eric? —cuestiona Diana, tratando de seguir el ritmo.

Hay algo ligeramente abrumador en la personalidad de Marco, es chispeante, como mirar directo al sol. De repente, Marco se endereza con una severidad burlona, como si fuese un militar.

—Mi hermano mayor —gruñe Marco y vuelve a adoptar su postura relajada.

Diana parpadea, confundida. ¿Eso qué significa? ¿Su hermano es militar?

—Vaya.

—Sí. Hace como un mes que publicó ese anuncio en busca de un compañero de cuarto, pero no habíamos recibido ninguna respuesta. Entonces, ¿estás interesada?

Diana prefiere asentir con la cabeza y dejar que Marco lidere la conversación, dándose cuenta de que este hombre vive en el apartamento C10.

—Bueno, bueno. Podría mostrarte el lugar ahora. ¿O es que agendaste una cita con Eric para ver el apartamento?

—Pues la verdad no.

Diana entiende que es extraño. Aparecer sin previo aviso no es exactamente lo más educado. Sin embargo, ella todavía tiene el teléfono que le dio su tío y a él le gusta monitorear sus llamadas, para asegurarse de que su ‘princesa Di no se metiera en problemas’.

—Es que, mm, estaba resolviendo unos pendientes. Y pensé en pasar por aquí... —Ella lo deja colgar allí. ¿Suena tan tonto como se siente?

El rostro de Marco se vuelve pensativo.

—¿Fuiste tú quien golpeó la puerta hace un minuto?

Diana asiente. El aire en el pasillo es demasiado cálido y se siente pegajoso contra su abdomen desnudo. Ante su asentimiento, Marco sonríe.

—Creí que había haber escuchado algo. Estaba atrás y no estaba muy seguro. Pero ya, qué estamos esperando. —Él gira sobre sus talones—. ¿Vamos, linda?

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