Elizabeth se encontraba oculta con Darriel y Dalia en un búnker subterráneo en la reserva de Beacon Hills, un refugio improvisado que había sido su hogar y cárcel en las últimas semanas. El aire denso y la penumbra constante del búnker se sumaban a la opresión que sentía en su pecho, un peso que no podía sacudirse desde que vio el cuerpo sin vida de Moscú frente a la puerta de su antiguo refugio. Él había sido su fuerza, su ancla, y su ausencia dejaba un vacío insuperable. Elizabeth estaba sentada en el rincón más alejado del búnker, con las piernas dobladas contra su pecho y los brazos rodeándolas. Observaba a Dalia desde la distancia, mientras la niña trataba de jugar con una muñeca de trapo que habían encontrado entre los escombros del búnker. Sus ojos grandes y tristes reflejaban el miedo por la desaparición de sus padres, y Elizabeth sabía que su papel de tía ahora era más necesario que nunca. Sin embargo, se sentía tan rota por dentro que a veces dudaba de su capacidad para ser f
Gabriel, Lara y Tomás despertaron totalmente desorbitados, sin entender lo que había sucedido. Al mirar a su alrededor, descubrieron que los tres estaban en lo que parecía un cuarto de hospital, con un gran ventanal frente a ellos que estaba cubierto por un papel especial que lo hacía lucir como un espejo, pero claramente era para que no pudieran ver fuera de la habitación. Los tres estaban en camas de hospital, con batas médicas y vías intravenosas conectadas en sus brazos. Se miraron entre sí, verdaderamente confundidos por la situación.Lara, con la frente fruncida, observó a sus amigos.—¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos? ¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué demonios está pasando aquí? —Murmuró, en un tono apenas audibleGabriel, aún mareado, trató de levantarse, pero el dolor le hizo desistir. Tomás, más sereno, intentó arrancar la vía de su brazo, pero Lara lo detuvo.—No, Tomás, espera. Podría ser peligroso.En ese momento, una voz femenina resonó por unas bocinas dentro de la habitación:
Alfa se encontraba en el cuarto de control de su nuevo escondite, una habitación oscura y llena de monitores que mostraban diferentes ángulos de las instalaciones. Las luces de los monitores parpadeaban, iluminando fugazmente su rostro con un brillo tenue. Sus ojos estaban fijos en una de las pantallas principales, donde podía ver a Samuel, el joven tenía un aspecto determinado, golpeando incansablemente un saco de boxeo. Samuel llevaba horas entrenando, sus movimientos eran precisos y llenos de fuerza, y Alfa no podía evitar sentirse fascinado por su resistencia y dedicación.A través de las cámaras de seguridad, Alfa observaba cómo el sudor goteaba del rostro de Samuel, empapando su camiseta. Los músculos del chico se tensaban y relajaban con cada golpe, y aunque su cuerpo estaba claramente agotado, no mostraba señales de detenerse. La disciplina y la fuerza de voluntad impulsadas por la ira de Samuel eran impresionantes, y Alfa sabía que había encontrado a alguien especial, que desp
El rugido del helicóptero se desvaneció lentamente mientras Elizabeth, Darriel y la pequeña Dalia descendían por la escotilla del helicóptero al helipuerto. Las luces de la ciudad de Nueva York brillaban a su alrededor como un mar de estrellas invertidas, pero la sensación en el aire era pesada, cargada de tensión. La Torre Organizacional se erguía imponente, con sus estructuras de acero y vidrio que reflejaban un poder inquebrantable. Elizabeth, con sus ojos afilados como dagas, tomó la mano de Dalia, transmitiéndole una seguridad que ella misma dudaba sentir. Darriel, siempre alerta, escudriñaba el entorno, asegurándose de que no hubiera amenazas inmediatas.El vicepresidente de los Estados Unidos, un hombre de semblante grave y mirada penetrante, los esperaba al pie del helipuerto. Su rostro estaba marcado por las arrugas de las decisiones difíciles y las noches sin dormir. Extendió la mano en señal de saludo.—Bienvenidos. Tenemos mucho de qué hablar. —Dijo con una voz que reflejab
200: Segunda dosisAlfa sonrió con una mezcla de satisfacción y malicia. Se acercó a Samuel, quien aún estaba atado a la silla, y le habló en un tono suave pero amenazante.—Samuel, sé qué harías cualquier cosa por tu familia. Y tengo una oferta que no podrás rechazar. —Dijo Alfa, sacando una segunda jeringa con el mismo líquido claro. —Esta dosis es para Dalton. Le permitirá volver a caminar, pero a cambio, debes convertirte en mi soldado y terminar tu tratamiento con el suero.Samuel sintió una oleada de desesperación y esperanza al mismo tiempo. Sabía que Alfa estaba jugando con sus emociones, pero la posibilidad de ayudar a su padre era tentadora. Apretó los dientes y miró a Alfa con determinación.—¿Por qué demonios haces todo esto? No entiendo cuál es tu fijación conmigo y mi familia. —Replicó Samuel, tratando de razonar con él.Alfa negó con la cabeza, su sonrisa desapareciendo.—Solo te diré que esta es mi manera de hacer las cosas, Samuel. Y tú tienes el potencial para ser una
201: La dueña y señora La atmósfera en la habitación se volvió tensa cuando la puerta se abrió lentamente. Una figura elegante y decidida apareció en el umbral: era la mujer cuya voz había guiado a Gabriel, Lara y Tomás hasta ese momento. Su cabello oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos, de un intenso color azul, brillaban con una mezcla de determinación y desafío. La tensión se hizo palpable. Gabriel, Lara y Tomás intercambiaron miradas, sabiendo que lo que estaba por ocurrir cambiaría sus vidas para siempre. —Hola, chicos. —Dijo con una sonrisa enigmática, cuya serenidad contrastaba con el ambiente cargado de la habitación. —Soy Elena, la dueña de la agencia que Alfa dirige. El silencio se rompió abruptamente con un jadeo de incredulidad de Gabriel, que se quedó boquiabierto, mientras Tomás fruncía el ceño, intentando procesar la información. —¿Tú eres... la directora? —Preguntó Gabriel, casi sin aliento. —¿Cómo es posible que estés aquí? —Así es… Por eso me
Los cuatro se adentraron en la noche, cada uno perdido en sus pensamientos mientras recorrían las calles oscuras que los llevaban hacia la base de Alfa. El aire fresco de la madrugada acariciaba sus rostros, y el sonido de sus pasos resonaba en el silencio, creando una sinfonía que marcaba el inicio de su misión. Gabriel miró a sus compañeros de reojo, sintiendo una mezcla de nerviosismo y determinación. Estaban a punto de enfrentarse a uno de los mayores desafíos de sus vidas, pero sabía que juntos eran más fuertes. Lara caminaba a su lado, sus ojos verdes centelleando con una firmeza inquebrantable. Tomás y Elena, por su parte, lideraban el grupo con una resolución que irradiaba confianza. Llegaron a un callejón estrecho y oscuro, donde Elena se detuvo y sacó un pequeño dispositivo de su bolsillo. Con movimientos precisos y seguros, lo conectó a una caja de control en la pared y esperó. Unos segundos después, una puerta oculta se deslizó hacia un lado, revelando un pasaje secreto qu
Los ojos de Samuel seguían siendo fríos y distantes, su mente aparentemente estaba atrapada bajo el control de Alfa. Con una fuerza descomunal, Samuel lo apartó y se preparó para atacar de nuevo. Lara, viendo la desesperación de Gabriel, se lanzó hacia Samuel, intentando desviar su atención. Tomás y Elena continuaban luchando contra los otros guardias, pero la situación se volvía cada vez más desesperada. —¡Samuel, por favor, detente! —Rogó Gabriel con sus ojos llenos de lágrimas. En medio del caos, Elena logró neutralizar a uno de los guardias y se acercó a Gabriel, su rostro reflejando la gravedad de la situación. —Gabriel, tenemos que sacarte de aquí. No podemos enfrentarnos a ellos en estas condiciones. —Dijo, con un tono de voz firme pero comprensivo. Gabriel asintió, mientras que su mente estaba dividida entre la necesidad de proteger a sus amigos y el deseo desesperado de salvar a Samuel. —No puedo dejarlo así, Elena. Tenemos que encontrar una manera de liberarlo. —Respondi