Samuel y Tomás se alejaban a toda velocidad del departamento, pero la motocicleta parecía no ser lo suficientemente rápida para escapar del peso que cargaban en sus corazones. Al llegar a una intersección, vieron un coche negro acelerando hacia ellos. El impacto fue inevitable, y el choque los arrojó al suelo. Aturdidos, intentaron ponerse de pie, pero un grupo de hombres vestidos de negro se abalanzó sobre ellos. Samuel trató de luchar, pero un golpe en la cabeza lo dejó inconsciente. Cuando despertó, se encontró en una celda fría y oscura, con las manos atadas detrás de su espalda. Su cuerpo dolía por el impacto y los golpes, pero la preocupación por su familia lo mantenía alerta. A través de las rejas, podía ver a varios guardias patrullando, sus rostros eran impenetrables. La puerta de la celda se abrió y Alfa entró, su presencia llenando el espacio con una energía siniestra. Su sonrisa era cruel mientras miraba a Samuel. —Bienvenido, Samuel. Espero que el viaje no haya sido de
El líder de los mercenarios contratado por Alfa se adentró en el enorme cuarto, sus pasos resonando con un eco siniestro en las paredes de concreto. El lugar, oscuro y opresivo, parecía un búnker abandonado, lo que lo hacía aún más inquietante. Las luces parpadeantes apenas iluminaban las caras tensas de Martínez y sus hombres, quienes se mantenían en silencio, sabiendo que algo terrible estaba a punto de suceder.El líder de los mercenarios, un hombre alto y musculoso con una cicatriz que cruzaba su rostro, se detuvo en el centro de la sala y miró una a una las caras de los hombres de Martínez. Su expresión era fría y calculadora, una máscara de indiferencia que ocultaba sus verdaderas intenciones. Martínez intentó mantenerse firme, pero podía sentir el miedo recorriendo su columna vertebral.—Escuchen bien. —Dijo el líder, su voz resonando en el búnker con una autoridad incuestionable. —Alfa ha tomado una decisión. Y hoy, aquí y ahora, esa decisión se llevará a cabo.Con una señal d
Elizabeth se encontraba oculta con Darriel y Dalia en un búnker subterráneo en la reserva de Beacon Hills, un refugio improvisado que había sido su hogar y cárcel en las últimas semanas. El aire denso y la penumbra constante del búnker se sumaban a la opresión que sentía en su pecho, un peso que no podía sacudirse desde que vio el cuerpo sin vida de Moscú frente a la puerta de su antiguo refugio. Él había sido su fuerza, su ancla, y su ausencia dejaba un vacío insuperable. Elizabeth estaba sentada en el rincón más alejado del búnker, con las piernas dobladas contra su pecho y los brazos rodeándolas. Observaba a Dalia desde la distancia, mientras la niña trataba de jugar con una muñeca de trapo que habían encontrado entre los escombros del búnker. Sus ojos grandes y tristes reflejaban el miedo por la desaparición de sus padres, y Elizabeth sabía que su papel de tía ahora era más necesario que nunca. Sin embargo, se sentía tan rota por dentro que a veces dudaba de su capacidad para ser f
Gabriel, Lara y Tomás despertaron totalmente desorbitados, sin entender lo que había sucedido. Al mirar a su alrededor, descubrieron que los tres estaban en lo que parecía un cuarto de hospital, con un gran ventanal frente a ellos que estaba cubierto por un papel especial que lo hacía lucir como un espejo, pero claramente era para que no pudieran ver fuera de la habitación. Los tres estaban en camas de hospital, con batas médicas y vías intravenosas conectadas en sus brazos. Se miraron entre sí, verdaderamente confundidos por la situación.Lara, con la frente fruncida, observó a sus amigos.—¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos? ¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué demonios está pasando aquí? —Murmuró, en un tono apenas audibleGabriel, aún mareado, trató de levantarse, pero el dolor le hizo desistir. Tomás, más sereno, intentó arrancar la vía de su brazo, pero Lara lo detuvo.—No, Tomás, espera. Podría ser peligroso.En ese momento, una voz femenina resonó por unas bocinas dentro de la habitación:
Alfa se encontraba en el cuarto de control de su nuevo escondite, una habitación oscura y llena de monitores que mostraban diferentes ángulos de las instalaciones. Las luces de los monitores parpadeaban, iluminando fugazmente su rostro con un brillo tenue. Sus ojos estaban fijos en una de las pantallas principales, donde podía ver a Samuel, el joven tenía un aspecto determinado, golpeando incansablemente un saco de boxeo. Samuel llevaba horas entrenando, sus movimientos eran precisos y llenos de fuerza, y Alfa no podía evitar sentirse fascinado por su resistencia y dedicación.A través de las cámaras de seguridad, Alfa observaba cómo el sudor goteaba del rostro de Samuel, empapando su camiseta. Los músculos del chico se tensaban y relajaban con cada golpe, y aunque su cuerpo estaba claramente agotado, no mostraba señales de detenerse. La disciplina y la fuerza de voluntad impulsadas por la ira de Samuel eran impresionantes, y Alfa sabía que había encontrado a alguien especial, que desp
El rugido del helicóptero se desvaneció lentamente mientras Elizabeth, Darriel y la pequeña Dalia descendían por la escotilla del helicóptero al helipuerto. Las luces de la ciudad de Nueva York brillaban a su alrededor como un mar de estrellas invertidas, pero la sensación en el aire era pesada, cargada de tensión. La Torre Organizacional se erguía imponente, con sus estructuras de acero y vidrio que reflejaban un poder inquebrantable. Elizabeth, con sus ojos afilados como dagas, tomó la mano de Dalia, transmitiéndole una seguridad que ella misma dudaba sentir. Darriel, siempre alerta, escudriñaba el entorno, asegurándose de que no hubiera amenazas inmediatas.El vicepresidente de los Estados Unidos, un hombre de semblante grave y mirada penetrante, los esperaba al pie del helipuerto. Su rostro estaba marcado por las arrugas de las decisiones difíciles y las noches sin dormir. Extendió la mano en señal de saludo.—Bienvenidos. Tenemos mucho de qué hablar. —Dijo con una voz que reflejab
200: Segunda dosisAlfa sonrió con una mezcla de satisfacción y malicia. Se acercó a Samuel, quien aún estaba atado a la silla, y le habló en un tono suave pero amenazante.—Samuel, sé qué harías cualquier cosa por tu familia. Y tengo una oferta que no podrás rechazar. —Dijo Alfa, sacando una segunda jeringa con el mismo líquido claro. —Esta dosis es para Dalton. Le permitirá volver a caminar, pero a cambio, debes convertirte en mi soldado y terminar tu tratamiento con el suero.Samuel sintió una oleada de desesperación y esperanza al mismo tiempo. Sabía que Alfa estaba jugando con sus emociones, pero la posibilidad de ayudar a su padre era tentadora. Apretó los dientes y miró a Alfa con determinación.—¿Por qué demonios haces todo esto? No entiendo cuál es tu fijación conmigo y mi familia. —Replicó Samuel, tratando de razonar con él.Alfa negó con la cabeza, su sonrisa desapareciendo.—Solo te diré que esta es mi manera de hacer las cosas, Samuel. Y tú tienes el potencial para ser una
201: La dueña y señora La atmósfera en la habitación se volvió tensa cuando la puerta se abrió lentamente. Una figura elegante y decidida apareció en el umbral: era la mujer cuya voz había guiado a Gabriel, Lara y Tomás hasta ese momento. Su cabello oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos, de un intenso color azul, brillaban con una mezcla de determinación y desafío. La tensión se hizo palpable. Gabriel, Lara y Tomás intercambiaron miradas, sabiendo que lo que estaba por ocurrir cambiaría sus vidas para siempre. —Hola, chicos. —Dijo con una sonrisa enigmática, cuya serenidad contrastaba con el ambiente cargado de la habitación. —Soy Elena, la dueña de la agencia que Alfa dirige. El silencio se rompió abruptamente con un jadeo de incredulidad de Gabriel, que se quedó boquiabierto, mientras Tomás fruncía el ceño, intentando procesar la información. —¿Tú eres... la directora? —Preguntó Gabriel, casi sin aliento. —¿Cómo es posible que estés aquí? —Así es… Por eso me