—¿Dónde diablos, estabas metida? ¿Dónde está ese hombre con quien estabas retozando? — increpó la jefa de los omegas cuando la vio. La voz de la mujer era como un látigo, cortante y cruel; ella aún se estaba vistiendo cuando llegó a su lado. —Yo... no sé de qué habla —tartamudeó. El corazón latiéndole en la garganta a mil por horas, mientras trataba de abrocharse el último botón de la blusa a toda prisa. Pero Alaina no le creía, y mucho menos iba a escuchar alguna justificación de parte; las venas de su cuello se marcaron con cada palabra escupida en dirección a la joven. —¡Mentirosa! ¡Zorra! —gritó. Sintió el peso de sus acusaciones como si fueran piedras.—Yo no soy una zorra, está equivocada, yo…—trató de justificarse, pero se escuchó el gruñido de la mujer y luego un fuerte golpe en su rostro.—Lo vas a pagar, no te va a ir nada bien —expresó en tono amenazante, prometiéndole un futuro lleno de infortunios.Mientras hablaban, la mujer hizo un gesto y dos hombres aparecieron.
Harvey dejó atrás el lugar donde había dejado a Ann, con un pesar profundo en el corazón. Habría deseado quedarse con ella, enfrentar a quienes la maltrataban y protegerla de cualquier daño. No pudo evitar evocar la imagen de su mejilla enrojecida por el golpe que le habían dado, aunque ella lo había negado. No era tonto para no darse cuenta y le molestaba que tuviera que pasar por esa injusticia. Sin embargo, pensó que lo mejor era hablar con su madre, ella tenía que ayudarlo a sacar a su compañera y futura Luna de allí.Cuando llegó donde estaban sus amigos, sus rostros reflejaban una mezcla de diversión y curiosidad ante su repentino retorno.—¡Harvey! ¿Dónde está tu damisela? —Ilan bromeó al verlo llegar solo.—Prácticamente, nos cambiaste por ella y ni siquiera no las presentaste —protestó Leonardo con una sonrisa traviesa en el rostro.—Se quedó en su manada —murmuró, esquivando sus miradas curiosas. El peso de la despedida aplastaba su pecho.—¿Qué significa ella para ti? ¿Ya
Harvey exhaló con pesadez, observando la expectación en los ojos de quienes lo rodeaban, aguardando sus palabras, giró los ojos mientras respondía.—Supongo que ser hijo de reyes me hace príncipe —dijo con una mezcla de sarcasmo y resignación.La muchacha frente a él esbozó una sonrisa divertida, como si fueran viejos amigos, y se aferró a su brazo con familiaridad. Harvey frunció el ceño, intentando liberarse con sutileza, pero ella solo se aferró con más fuerza.—Te llevaré a reparar esos neumáticos —declaró con determinación, como quien no acepta un no por respuesta.—Realmente no es necesario... —comenzó Harvey, y antes de poder terminar su frase, ya se había zafado con un movimiento ágil y decidido.—Bueno, ¿En qué puedo ayudarlos? Si es porque tienen desconfianza de mi identidad, me voy a presentar, mi nombre es Rania, soy la hija del Alfa de la manada Sombras de la Luna.Harvey se detuvo en seco, volteó sutilmente hacia ella, y aunque su mirada destilaba un nuevo interés, Rania
El palacio se veía silente y majestuoso, cubierto por el manto del luto. Las banderas ondeaban a media asta y una procesión de figuras encapuchadas atravesaba sus puertas, cabezas gachas en señal de respeto.Brad siguió el flujo sombrío de alfas que llegaban de todas partes, uniéndose a la despedida del monarca caído.—Un verdadero líder —murmuró alguien al pasar. Brad asintió, sintiendo el peso de la herencia en sus hombros.—Brad —la voz de Raúl, el alfa de la manada Sombra de la Luna, rompió el murmullo sepulcral. Se conocían desde cachorros sus caminos entrelazados por juegos y desafíos pasados.—Raúl —Brad le ofreció un apretón de manos firme, la formalidad del momento, impidiendo cualquier efusividad.—Lo siento mucho —dijo Raúl, su tono llevando años de batallas y sabiduría—. Tu abuelo fue un pilar.—Gracias —respondió Brad. —Es mi turno ahora y espero poder estar a la altura de su legado. Tengo mucho que enseñarle a mi hijo.—Un buen chico, por cierto —asintió Raúl con una so
El bosque era un borrón de colores a su alrededor, mientras Harvey o mejor dicho King, con su pelaje oscuro y ojos brillantes, corría liberándose del peso de su humanidad. Sus patas golpeaban la tierra húmeda, el musgo y las hojas bajo sus garras le brindaban una alfombra viviente en su carrera frenética. La conexión con su lobo, King, era más fuerte que nunca. Desde que tenía memoria, siempre había sentido su presencia, como si fueran uno solo. Ahora, en su forma lupina, esa conexión era aún más palpable. King hablaba en su mente, advirtiéndole sobre los peligros que acechaban a su alrededor."No confíes en Rania, Harvey. Ella no es lo que parece. Tu verdadera compañera nos necesita. Debemos regresar a esa manada cuanto antes", susurró King en su mente, su voz resonando con autoridad. «Sabes que lo tendré, porque no confío en ella, tengo miedo de lo que pueda provocar», preguntó Harvey en su mente, agudizando los sentidos que se expandían más allá del bosque."Por eso debemos estar
Harvey miró fijamente a Raúl, manteniendo la compostura a pesar de la presión que sentía sobre sus hombros. Sabía que debía ser cuidadoso con sus palabras, pero también estaba decidido a defender el destino que la diosa Luna había trazado para él y su compañera.—La persona a la que me refiero se llama Ann —dijo Harvey, su voz firme y segura. —Es una omega que trabaja en esta manada. No es hija de ningún alfa, pero eso no importa ni cambia el hecho de que sea mi compañera y futura Luna y reina de los lobos.Raúl frunció el ceño, aparentando confusión ante la revelación de Harvey.—No conozco a ninguna Ann aquí —respondió, su tono de voz cargado de escepticismo —. No hay ninguna omega que trabaje en la manada con ese nombre, lo siento mucho… puede ser que la chica te haya mentido y se haya burlado de ti.Harvey apretó los puños, sintiendo la frustración crecer en su interior. ¿Cómo era posible que Raúl no supiera quién era Ann? ¿Estaba ocultando algo? Enseguida los recuerdos de su mome
Raúl y su esposa intercambiaron una mirada tensa, las comisuras de sus labios temblaban antes de que finalmente él tomara la palabra, su tono de voz sereno, aunque decidido.—Lo siento, Yara, Brad —dijo Raúl, su voz resonando con autoridad—. Pero Roxana ya no está aquí. Se ha ido hace algún tiempo.Las palabras cayeron como una losa sobre Yara y Brad, quienes intercambiaron miradas de incredulidad y preocupación. La idea de que Roxana hubiera desaparecido sin dejar rastro les resultaba difícil de aceptar.—¿Cómo han permitido que se fuera sin avisarnos? —exigió saber Yara, su voz temblorosa por la angustia que sentía—. ¿Pretenden engañarnos?Raúl y su esposa se miraron a los ojos, tratando de no dejarse en evidencia; estaban decididos a convencer a los reyes de sus palabras.—No estamos tratando de engañarlos, Yara, Brad —respondió la esposa de Raúl, su tono de voz suave pero firme—. Solo estábamos dando tiempo para ver si podíamos encontrar a Roxana antes de informarles.Brad arrugó
Las lágrimas de Roxana surcaron su rostro, cada gota, un reflejo del amor desgarrado que aún latía en su pecho. El viento azotó su cabello mientras corría, impulsada por un dolor tan profundo que solo podía anhelar el fin de su tormento. No había vuelta atrás, ni siquiera una pausa para mirar lo que dejaba; la traición y el quebranto eran demasiado fuertes.—¡No más! —gritó al vacío, pero el eco de su propia voz era el único que respondía en el silencio de la naturaleza salvaje.La tierra bajo sus pies cedía ante su carrera frenética, las piedras se desprendían creando un rastro de la huida desesperada. Y entonces, el risco. Se detuvo solo un instante en el borde, su corazón palpitando como si quisiera escapar de su pecho. Pero no había miedo en sus ojos, solo una resolución sombría. —Quiero… que termine de una vez por todas —murmuró, y sin otro pensamiento, se entregó al vacío.El aire frío cortaba su piel mientras caía, y cuando el agua helada la recibió, fue como un millar de agu