Yara se quedó sorprendida ante la orden del Rey, por un momento pensó que solo se trataba de imaginaciones suyas, pero enseguida lo volvió a escuchar. —¡Suelta a Minerva, inmediatamente te dije! —explotó. El tono del rey era inapelable, pero Yara estaba tan atónita que por un momento olvidó el respeto debido. —¡¿Acaso se ha vuelto loco?! — exclamó, con una mezcla de incredulidad y desafío —¿Se le olvida lo que esta mujer le hizo a su propia hija? Sé que es mi madre biológica, pero ella no es buena para nosotros. ¡Es peligrosa! —No tengo razones para discutir mis decisiones contigo, Yara —. La voz del rey retumbó con autoridad— ¡Libérala ahora! De lo contrario, mandaré a mis guardias a que la vengan a liberar y tú estarás en muy graves problemas. Con la sorpresa todavía pintada en su rostro, Yara aflojó su agarre. Minerva cayó al suelo, su llanto inmediato y estridente, como si ella fuera la verdadera víctima en todo este embrollo. Yara retrocedió un paso, observando al rey con un
Yara empujó la puerta del salón con suavidad, el crujido de las bisagras resonando en el silencio. Sus ojos se posaron en la figura que estaba en el salón, era Estrella, que estaba acurrucada en un rincón, sollozando en silencio. Su corazón dio un vuelco, caminó con premura hacia ella con el ceño fruncido por la preocupación, y llegó a su lado.—¿Qué pasa, Estrella? ¿Por qué lloras? —preguntó Yara, su voz teñida de ansiedad e imaginándose decenas de escenarios.—Es Jericó —susurró Estrella entre sollozos.—¿Qué le pasó a mi hermano? —inquirió ansiosa.—Hoy estábamos hablando en la azotea, mientras mirábamos el paisaje, y le dio otra crisis. Y tengo miedo Yara, de perder a ese tonto —farfulló sin dejar de sollozar.Cuando Yara lo escuchó, sintió un nudo en el estómago. No entendía por qué esos episodios de Jericó habían seguido si se supone que la maldición se rompería con el trasplante del corazón de Harvey, entonces ¿Por qué su hermano seguía sufriendo?—¿Cómo es posible que esto si
Con paso firme y el ceño fruncido, la mujer atravesó los corredores del castillo, su falda emitía un leve sonido al rozar la pared. En sus manos, llevaba una cesta cubierta con un pañuelo bordado, ocultando las extrañas hierbas y ungüentos que le había solicitado Minerva y la prenda del Rey. Al llegar a la habitación de Minerva, puso la cesta sobre la mesa de madera y reveló su contenido.—Aquí tiene todo lo que me pidió —dijo con voz baja, casi como un conjuro en sí mismo.—Excelente —respondió Minerva, sus ojos brillando con anticipación—. Ahora, observa.Sus dedos bailaron sobre los ingredientes, entrelazándolos con palabras antiguas y gestos precisos. Un destello de luz emergió de sus palmas, bañando la mezcla con un fulgor sobrenatural.—El hechizo está completo —anunció después de unos momentos, girándose hacia la mujer con una sonrisa astuta, lo echó en un frasco y se lo mostró a la mujer—. Asegúrate de que lo ingiera completamente.—Entendido, —replicó Fermina, aunque una s
La sala permaneció en silencio, ante las palabras del Rey, la tensión en el ambiente era palpable, sin embargo, nadie se atrevía a desafiar la decisión del Rey en ese momento, aunque no estuviera de acuerdo.El Rey se quedó viendo a sus invitados, sobre todo a sus nietos, la influencia del hechizo estaba allí, aunque una parte de él en el fondo seguía luchando, sabía que algo no estaba bien, que su voluntad estaba siendo manipulada, pero no podía romper el control que Minerva ejercía sobre él, por más que quisiera no encontraba.A pesar de la molestia y la incredulidad que inundaron a Yara, Brad y Estrella, ante la impactante noticia del compromiso del rey con Minerva, decidieron esperar, la paciencia era una virtud. —Vamos a fingir que aceptamos su decisión, debemos ser astutos. He aprendido que a mi abuelo, mientras uno más se le opone, más resistencias conseguimos de su parte —murmuró Brad en tono bajo para que solo la escucharan ellas—, vamos a felicitarlos y aceptar su decisión.
Brad y Yara regresaron juntos a la manada, aunque se fueron directo a ver a su hijo. El pequeño se revolvió entre las sábanas, su respiración era tranquila, un testimonio silente de la vitalidad que recorría su cuerpo joven.La pareja contempló a su hijo, cuyas mejillas habían recuperado el color en tan solo dos días. La sangre licántropa que fluía por sus venas había obrado lo que parecía un milagro.—Está mejorando —musitó Brad, con una mezcla de alivio y asombro.—Gracias a su herencia —respondió Yara, inclinando su cabeza para acariciar la cabellera oscura del niño dormido.Brad se volvió hacia Yara y, con un gesto tierno, depositó un beso en su frente. —Lo siento, Yara —dijo, su voz apenas un murmullo—. Por todo, por el pasado, porque me cegó la rabia y me porté como un patán, y ahora por el presente, porque nuestra vida juntos... es una constante batalla.Yara levantó la mirada, encontrándose con sus ojos cargados de culpa. —Del pasado, cualquiera puede equivocarse. Y de lo de
Los pasos de Brad resonaron por el silencioso pasillo, con el corazón latiéndole con una mezcla de pesar y resolución. No le gustaba tener que engañar a su abuelo, pero lo hacía por su bien, no le podía permitir a Minerva que lo destruyera como lo había hecho con sus padres.Se detuvo ante la pesada puerta de roble del despacho de su abuelo, respiró hondo y la abrió sin llamar.—Abuelo —comenzó, y encontró al rey sentado tras un escritorio repleto de mapas y pergaminos. El hombre levantó la vista, con los ojos afilados como un puñal. —Abuelo, estoy de acuerdo con la unión, creo que es lo correcto si te hace realmente feliz, —expresó con un tono de tranquilidad que no sentía.—¿Y qué te hace pensar que tu opinión importa ahora? —. La voz de su abuelo era fría, desdeñosa.—Pensé que te gustaría que tus nietos estuvieran de tu lado apoyándote —expresó y por un momento su mirada y la de su abuelo se cruzaron y este terminó asintiendo.—Está bien entonces.—Abuelo, y respecto a la unión
—¡Este es tu fin! gritó Estrella, con el frasco de poción en alto. Pero antes de que pudiera terminar su conjuro, Minerva se interpuso con una risa burlona.—¡Demasiado tarde, querida! —escupió Minerva, lanzándose sobre ella con violencia. Los cuerpos chocaron y, en el forcejeo, el frasco resbaló de las manos de Estrella, estrellándose contra el suelo del gran salón.—¿Creíste que ganarías? —Minerva se reía mientras miraba el frasco roto y los cristales dispersos—. Tu magia no es rival para mí.Estrella la empujó con furia, pero Minerva ya había señalado a los guardias. —¡Atrápenla!Fue entonces cuando Jericó, con su instinto de lobo y su destreza guerrera, aprovechó la distracción. Tomó el otro frasco que le había dado Estrella, y lo arrojó con toda su fuerza hacia el Rey.—¡Cuidado, majestad! —Oslo, aparentemente protector con el rey, se adelantó y metió la mano. El impacto hizo que solo unas gotas del elixir alcanzaran al monarca.—¡Guardias, deténganlos a todos! —ordenó el rey
Los árboles parecían un simple borrón, mientras Brad y Jericó persiguen a Oslo con furia y con una determinación ardiente en sus ojos. Harvey estaba en peligro, y no había tiempo que perder.El aire fresco de la tarde no aliviaba el calor que les ardía en las venas, una mezcla de adrenalina y rabia animal. No había palabras entre ellos, solo el entendimiento mutuo de la caza.—¡Ahí! —gritó Brad señalando hacia adelante.A medida que se acercaban al traidor, varios de los licántropos que una vez habían sido leales a Brad y Yara se interpusieron bloqueando su camino. Traicioneros, con sonrisas burlonas y ojos inyectados en sangre.—¡Vamos por ti, Oslo! —bramó Jericó, lanzándose contra el primero que se interponía.—¡No pasarán! —respondió uno de los traidores sin dejar de reírse complacido.La pelea se desató con una violencia desenfrenada. Al principio, los enfrentamientos eran en su forma humana. Puños golpean con fuerza brutal. Brad, con sus nudillos ya ensangrentados, sintió cómo el