Brad vio cómo la penumbra del bosque se cerraba sobre él como una prisión de sombras y ramas entrelazadas.En forma de lobo corría con libertad, pero con evidente agitación. Sus patas, fuertes y ágiles, apenas rozaban el suelo mientras corría; su pelaje oscuro se fundía con la noche que lo envolvía. No sabía cuánto tiempo había estado corriendo; el instinto le guiaba, un llamado mudo que resonaba en su pecho de manera salvaje y lo arrastraba a ese lugar.Al fin llegó, emergió en un claro iluminado solo por el brillo lechoso de la luna. Allí, junto a una antigua fuente de piedra cubierta de musgo, encontró a otro lobo. Por un momento no lo reconoció, estaba cubierto por una sombra de tristeza, tanto que a él le causó infinito pesar. Al detallarlo bien, se dio cuenta de que era Elio, el noble lobo compañero de su padre, cuyos ojos reflejaban un dolor profundo. Con un sollozo quebrado, Elio se transformó, revelando la figura abatida de su padre.—Brad —empezó a decir su padre, las pala
Después de enterarse de que su padre había muerto, se levantó y se dirigió a la habitación donde yacía inmóvil en la cama, se acercó silenciosamente. No sabía cómo sentirse, porque sus sentimientos eran contradictorios. Se sintió abrumado, caminó por los pasillos del hospital con pasos pesados, con el corazón lleno de incertidumbre. Finalmente, llegó a la habitación donde su padre yacía inmóvil en la cama, sin vida.Brad se detuvo en el umbral, mirando a su padre con una mezcla de sentimientos encontrados. Durante tanto tiempo, había odiado a este hombre por su indiferencia, por el trato a su madre, por su ausencia en su vida, por las decisiones que había tomado. Pero ahora, ante el sacrificio supremo que había hecho por su hijo, Brad no podía evitar sentir una profunda conmoción.Levantó la sábana que cubría el cuerpo sin vida de su padre y lo miró con ojos llenos de tristeza y asombro. A pesar del tiempo transcurrido desde que se habían visto por última vez, sintió dolor.—Padre..
El bosque se alzaba envuelto en misterios mientras Minerva avanzaba tambaleándose. Respiraba de manera entrecortada, decía que el mundo le daba vueltas y se inclinaba como si estuviera a punto de desvanecerse. Pronto ocurrió, ella se llevó una mano a la frente, antes de empezar a desplomarse sin poder resistirse.—Brad...El nombre sonó como una súplica, arrancada de su garganta reseca mientras se lanzaba hacia delante. Ella tenía la esperanza, en su aparente estado de debilidad, de que él la atrapara, de que sus brazos fueran su santuario en ese momento de vulnerabilidad. Pero él no se movió.Ella cayó al suelo con un golpe sordo, mientras su cuerpo se estremecía. A través de unos ojos nublados, vio la mirada indiferente de Brad, que se limitó a hacer un gesto a uno de sus escoltas. El hombre corpulento que estaba a su lado se movió con rapidez, con las manos firmes bajo sus brazos mientras la apoyaba contra el tronco de un árbol.—Creo que debemos volver —la voz de uno de los homb
Minerva se debatía en su interior, entre la ambición de su humana y la lealtad de su loba. Arinda, su loba interior, se oponía firmemente a las intenciones de Minerva. No estaba dispuesta a acompañarla en un camino que lastimara aún más a su hija, Yara, a quien ya habían causado suficiente daño en el pasado.La voz de Arinda, su loba interior, resonaba con autoridad y firmeza en su mente.“¡Te prohíbo que hagas eso!", gruñó Arinda. Su presencia era un muro infranqueable dentro de Minerva. “No voy a ser cómplice de tus acciones destructivas. Ya le hemos causado demasiado sufrimiento a nuestra hija en el pasado, no permitiré que lo hagamos de nuevo.”Minerva, en su desesperación por obtener poder y control, se enfrentaba a una feroz resistencia interna. Arinda era una loba poderosa, y su deseo de proteger a su descendencia era más fuerte que cualquier ambición humana.«No me importa lo que tú quieras, Arinda» respondió Minerva con obstinación. «No voy a ir a la cárcel, ni voy a correr e
Brad subió al auto y condujo a toda velocidad a la manada Niebla Plateada, debía decirle la verdad a Yara, aunque desconocía que esa noticia desencadenaría una tormenta de emociones en Yara.Pasó directamente al hospital, pasó a ver a su hijo, y allí estaba Yara, cuando ella lo vio se lanzó sobre sus brazos mientras él la abrazaba.—¿Mi amor, todo bien? —interrogó ella al verme, por completo preocupada—. Sé que ocurre algo porque me estás bloqueando cierta parte.Él suspiró con impotencia y dibujó una expresión de preocupación en su cara.—Lo siento mi amor, no lo hice con mala intención, es que no quería preocuparte… tu madre apareció, está en Colmillo Plateado, creo que está fingiéndose herida y… —aunque se quedó callado, ella terminó de completar sus palabras.—Intentó seducirte y luego apeló a su vínculo conmigo, definitivamente es una descarada. Pero no voy a permitir que nos siga haciendo daño, ella tiene que pagar por lo que hizo —espetó.Yara se encontraba en un estado de crec
Yara se quedó sorprendida ante la orden del Rey, por un momento pensó que solo se trataba de imaginaciones suyas, pero enseguida lo volvió a escuchar. —¡Suelta a Minerva, inmediatamente te dije! —explotó. El tono del rey era inapelable, pero Yara estaba tan atónita que por un momento olvidó el respeto debido. —¡¿Acaso se ha vuelto loco?! — exclamó, con una mezcla de incredulidad y desafío —¿Se le olvida lo que esta mujer le hizo a su propia hija? Sé que es mi madre biológica, pero ella no es buena para nosotros. ¡Es peligrosa! —No tengo razones para discutir mis decisiones contigo, Yara —. La voz del rey retumbó con autoridad— ¡Libérala ahora! De lo contrario, mandaré a mis guardias a que la vengan a liberar y tú estarás en muy graves problemas. Con la sorpresa todavía pintada en su rostro, Yara aflojó su agarre. Minerva cayó al suelo, su llanto inmediato y estridente, como si ella fuera la verdadera víctima en todo este embrollo. Yara retrocedió un paso, observando al rey con un
Yara empujó la puerta del salón con suavidad, el crujido de las bisagras resonando en el silencio. Sus ojos se posaron en la figura que estaba en el salón, era Estrella, que estaba acurrucada en un rincón, sollozando en silencio. Su corazón dio un vuelco, caminó con premura hacia ella con el ceño fruncido por la preocupación, y llegó a su lado.—¿Qué pasa, Estrella? ¿Por qué lloras? —preguntó Yara, su voz teñida de ansiedad e imaginándose decenas de escenarios.—Es Jericó —susurró Estrella entre sollozos.—¿Qué le pasó a mi hermano? —inquirió ansiosa.—Hoy estábamos hablando en la azotea, mientras mirábamos el paisaje, y le dio otra crisis. Y tengo miedo Yara, de perder a ese tonto —farfulló sin dejar de sollozar.Cuando Yara lo escuchó, sintió un nudo en el estómago. No entendía por qué esos episodios de Jericó habían seguido si se supone que la maldición se rompería con el trasplante del corazón de Harvey, entonces ¿Por qué su hermano seguía sufriendo?—¿Cómo es posible que esto si
Con paso firme y el ceño fruncido, la mujer atravesó los corredores del castillo, su falda emitía un leve sonido al rozar la pared. En sus manos, llevaba una cesta cubierta con un pañuelo bordado, ocultando las extrañas hierbas y ungüentos que le había solicitado Minerva y la prenda del Rey. Al llegar a la habitación de Minerva, puso la cesta sobre la mesa de madera y reveló su contenido.—Aquí tiene todo lo que me pidió —dijo con voz baja, casi como un conjuro en sí mismo.—Excelente —respondió Minerva, sus ojos brillando con anticipación—. Ahora, observa.Sus dedos bailaron sobre los ingredientes, entrelazándolos con palabras antiguas y gestos precisos. Un destello de luz emergió de sus palmas, bañando la mezcla con un fulgor sobrenatural.—El hechizo está completo —anunció después de unos momentos, girándose hacia la mujer con una sonrisa astuta, lo echó en un frasco y se lo mostró a la mujer—. Asegúrate de que lo ingiera completamente.—Entendido, —replicó Fermina, aunque una s